El Evangelio Explicado: I. Hechos preliminares (4.Visión de Zacarías: concepción del Bautista Lc. 1, 5-25)

4.- VISIÓN DE ZACARÍAS: CONCEPCIÓN DEL BAUTISTA : Lc. 1, 5-25

Evangelio de la fiesta de San Zacarías y de la Vigilia de San Juan (vv. 5-17)

5Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, cuya mujer era de las hijas de Aarón y se llamaba Isabel. 6Eran ambos justos ante Dios, y andaban irreprochablemente según todos los mandatos y preceptos del Señor. 7Y no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos de edad avanzada.

8Y aconteció que ejerciendo Zacarías sus funciones de sacer­dote delante de Dios según el orden de su turno,9 tocole en suerte, según la costumbre establecida entre los sacerdotes, entrar en el templo del Señor para ofrecer incienso. 10Y toda la multitud del pueblo estaba fuera, orando, a la hora del incienso. 11 Y se le apareció un ángel del Señor, puesto en pie a la dere­cha del altar del incienso.12 Turbose Zacarías al verle, y le so­brecogió el espanto.13 Mas el ángel le dijo: No temas, Zaca­rías, porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Isabel te pa­rirá un hijo, al que darás el nombre de Juan. 14 Y será gozo y alegría para ti, y se gozarán muchos en su nacimiento: 15 porque será grande delante del Señor. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo desde el mismo seno de su madre: 16 y convertirá a muchos de Israel al Señor su Dios:17 e irá de­lante de Él en el espíritu y virtud de Elías, para inclinar los corazones de los padres a los hijos, y los incrédulos a la pru­dencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo perfecto. 18 Y Zacarías dijo al ángel: ¿En qué conoceré yo esto? porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada. 19 Y el ángel le respondió así: Yo soy Gabriel, que asisto delante de Dios: y he sido enviado a hablarte y anunciarte la feliz nueva.20 Y he aquí que quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que sea esto un hecho, porque no diste crédito a mis palabras, que en su tiempo se cumplirán.21 Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se maravillaban de que se detuviese en el templo.22 Y habiendo salido, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el templo. Y él se lo significaba por señas, y quedó mudo.23 Y cuando fueron cumplidos los días de su ministerio, se fué a su casa.24 Y pasados estos días concibió Isabel, su mujer, y estuvo escondida cinco meses, diciendo: 25 Esto es lo que por mí ha hecho el Señor en los días en que atendió a quitar mi oprobio entre los hombres.

Explicación.       

Este hermoso fragmento, de subido color israelítico y que San Lucas parece haber tomado de al­gún escrito o narración circunstanciada de alguien que en él intervino, es la portada histórica del Evangelio. Parece haya un cierto paralelismo ideológico entre la forma enfá­tica de San Juan: «Hubo un hombre enviado de Dios…», y esta forma solemne con que empieza San Lucas su Evan­gelio, después de elegantísimo exordio: Hubo en los días de Herodes, rey de Judea… La historia del Bautista ocupa lu­gar preferente en el comienzo de los cuatro Evangelios: es que no sólo estaba vivo aún el recuerdo del glorioso Bau­tista, sino que sus gestas entran de lleno en la narración evangélica es el heraldo del Mesías: el anillo que une los dos Testamentos: de él estaba escrito: «He aquí que envío yo a mi ángel para preparar el camino ante mí» (Mal. 3, 1).

El hecho tiene lugar en los últimos años del reinado de Herodes el Grande, rey de la Judea, es decir, de toda la Pa­lestina, hacia el mes de octubre del año 747 de la fundación de Roma, el anterior al nacimiento de Jesús. Antes de des­cribir la visión, consigna Lucas rápidamente las condiciones del feliz matrimonio sobre el que va a derramar Dios sus bendiciones copiosas.

ZACARÍAS E ISABEL (5-7). — En tiempos de Herodes el Grande hubo un sacerdote llamado Zacarías, nombre equivalente a «Jahvé se acuerda», del turno de Abías. No era Zacarías Sumo Pontífice, sino simplemente sacerdote, sacer-dos quidam. Los sacerdotes de Israel, en número de unos veinte mil, estaban divididos en 24 familias u órdenes, de las cuales 16 pertenecían a los descendientes de Eleazar y 8 a los de Itamar, hijos de Aarón: la familia octava, así le había tocado en suerte, era la división u orden de Abías (Cfr.1 Par. 24, 3-1o). Estas familias a su vez se subdividían en 24 grupos cada una, que turnaban por semanas en el servicio del templo, actuando sólo dos semanas al año cada familia.

Zacarías había casado con una mujer de raza sacerdotal como él, según la ley prescribía: Cuya mujer era de las hijas de Aarón y se llamaba Isabel, o «mi Dios es juramento». Cuando la promesa de Dios se realice, como lo indican los nombres de los esposos, porque Dios es fiel en cumplir su palabra, nacerá de ellos un hijo que será también de raza sacerdotal, por línea de padre y madre. Debe ser el Precursor del Gran Sacerdote Jesús.

A la prosapia venerable añadían Zacarías e Isabel la grandeza de sus virtudes: Eran ambos justos ante Dios, es decir, santos de verdad ante Quien escudriña los corazones; y andaban irreprochablemente según los mandatos y preceptos del Señor, ajustando toda su vida, interior y exterior, a la santísima voluntad de Dios. Ambos de una misma sangre, tenían la misma ley por norma de su vida. Una pena les afligía: Dios no les había bendecido con fruto de sucesión: Y no tenían hijos, porque Isabel era estéril. Para una hija de Israel, la esterilidad era una desgracia y un oprobio: a veces se reputaba castigo de Dios (Deut. 7, 14; Ex. 23, 26; Ps. 127, 4). Ni tenían esperanza de tenerlos a sus años: Y ambos eran de edad avanzada. Los dos obstáculos a la generación de un hijo, la esterilidad y la vejez, van a hacer más maravilloso el suceso feliz que se aproxima.

VISIÓN DE ZACARÍAS (8-22). – Tiene lugar en el Templo de Jerusalén, en el «Santo», ante el altar de los perfu­mes, mientras el sacerdote protagonista de la escena, Zaca­rías, ejerce la función altísima de ofrecer incienso y quemar­lo en el altar de Dios. Probablemente no ha ejercido jamás este ministerio, el más honroso de todos los sacerdotales; ni tal vez le quepa la suerte de repetir esta función sagrada: son muchos los sacerdotes y escasos los turnos; las funciones sagradas se sortean, y la más alta de ellas, la oblación del incienso, recae siempre en quienes no la han ejercido. La hora es la del sacrificio perpetuo, a las nueve de la mañana o a las tres de la tarde, los actos más solemnes del culto de Jahvé. Merecía este aparato el acontecimiento que debía ser preludio de la nueva era.

Vivían los sacerdotes, si se exceptúan los encargados de la música en las sagradas funciones, lejos de Jerusalén. Sólo acuden todos al templo los días de las grandes solemnidades. Para el culto ordinario de todos los días bastan unos cincuenta sacerdotes, que vienen todos los sábados al templo para substituir a los del turno de la semana anterior. Zacarías vive con Isabel, según la venerable tradición que se re­monta al siglo vi, en la localidad llamada hoy Ain Kârim, o San Juan de la Montaña, situada en un risueño valle, a unos 7 kilómetros al Oeste de Jerusalén.

Vino Zacarías a la capital judía desde el lugar de su re­sidencia. Dirigiose al templo : el maestro de ceremonias, dis­puesto en círculo el grupo de sacerdotes, sorteó los distintos oficios sagrados, tocándole al esposo de Isabel la función altísima de quemar el incienso, para cuyo ejercicio atravesó Zacarías el atrio de los sacerdotes, subió las gradas del tem­plo propiamente dicho, y entró en el solitario recinto del «Santo». En el centro está el altar de oro de los perfumes, entre el candelero de los siete brazos y la mesa de los panes de la proposición: Y aconteció que ejerciendo Zacarías sus funciones de sacerdote delante de Dios, según el orden de su turno, tocole en suerte, según la costumbre establecida entre los sacerdotes, entrar en el templo del Señor para ofrecer  incienso.

El momento es solemne. Los dos servidores que habían avivado las brasas, y quitado las cenizas y dejado el incienso preparado, han abandonado ya el recinto: Y toda la multitud del pueblo estaba fuera, orando, a la hora del incienso. El sacerdote, con la emoción consiguiente, echará sobre las brasas la aromática mixtura, a la señal del príncipe de los sacerdotes; y luego, inclinado profundamente y andando hacia atrás para no dar las espaldas al santuario, aparecerá ante el pueblo prosternado, al que dará la bendición, mientras las trompetas sagradas y los himnos de los levitas acompañarán la mística oblación. Toda la ciudad sabrá que es el momento del sacrificio.

Mas cuando Zacarías, descalzo, vestido de blanca túnica de lino, ceñida al cuerpo por cíngulo de variados colores, había echado sobre las brasas los preciosos perfumes, se le apareció un ángel del Señor, puesto en pie a la derecha del altar del incienso, es decir, entre el pequeño altar y el candelero de los siete brazos. Turbose Zacarías al verle, y se sobrecogió de espanto. El lugar de la aparición, la derecha del altar, era de buen augurio, según las ideas de los judíos: mas la presencia de un espíritu celestial turba y espanta al santo varón: la pequeñez del hombre no soporta sin terror la presencia de un ser superior a él. Pero renace pronto en él la calma al llamarle amablemente el ángel por su nombre, señal de familiar benevolencia, y mandarle que deponga todo temor: Mas el ángel le dijo: No temas, Zacarías. Y le da una primera razón para tranquilizarle: Porque tu oración ha sido oída. No era la oración de Zacarías únicamente para que cesara la esterilidad de su esposa: pocas eran sus esperanzas en este punto. Como buen israelita y celoso sacerdote, suspiraba por el advenimiento del Mesías, cuya proximidad debía ser inminente. Dios oye su plegaria y le anuncia por el ángel, y éste es el segundo motivo para aquietarse y gozarse, el nacimiento de un hijo, precursor y heraldo de la gran misericordia de la encarnación del Hijo de Dios: Y tu mujer Isabel te parirá un hijo, al que darás el nombre de Juan, o «misericordia de Dios».

Colma luego el ángel de alabanzas al futuro hijo de los santos esposos, diciendo: Y será gozo y alegría para ti, y se gozarán muchos en su nacimiento: porque llenará las espe­ranzas de la paternidad y las ansias sacerdotales del santo hijo de Israel: y porque anunciará a todo el mundo el adve­nimiento del Salvador. Porque será grande delante del Se­ñor, con la verdadera grandeza que sólo Dios concede y co­noce. Grande por la austeridad de su vida; porque no beberá vino ni sidra, es decir, ningún licor espirituoso o embriaga­dor, como el de dátiles, cebada, mijo o manzanas. Grande por su santidad: Y será lleno del Espíritu Santo desde el mismo seno de su madre: la gracia santificante vendrá con plenitud sobre él cuando se halle en presencia del Mesías, encerrado aún en el claustro materno. Grande por los frutos de su ministerio: Y convertirá a muchos de Israel al Señor su Dios, levantándolos del pecado a la penitencia y piedad. Grande, sobre todo, por su oficio de Precursor del Mesías: E irá delante de Él en el espíritu y virtud de Elías, que es espíritu de fortaleza, austeridad y celo ardiente: todo para inclinar los corazones de los padres a los hijos, y viceversa, a fin de que haya unidad de fe y de esperanzas en Israel y desaparezcan las discordias. Y se inclinarán los incrédulos a la prudencia de los justo restaurándose el sentido de obe­diencia y de justicia, para preparar al Señor un pueblo per­fecto, dispuesto a recibir al Mesías próximo a venir.

La magnitud de la promesa ensanchaba el corazón del sacerdote: pero quiere una prenda de la verdad del fausto anuncio: Y Zacarías dijo al ángel: ¿En qué conoceré yo esto? ¿Qué señal me das de la verdad de tu palabra? Por­que yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada: no hay humana esperanza de procrear un hijo. Y el ángel le respondió así, dándole ante todo la garantía de su persona: Yo soy Gabriel, «héroe de Dios», el mismo que anunció a Daniel los tiempos del Mesías y sus bienandanzas (Dan. 9, 24 y sigs.); el mismo que dentro de poco anunciaré a María el hecho de la encarnación del Verbo: que asisto delante de Dios, para ministrarle y recibir sus órdenes, y he sido en­viado a hablarte y anunciarte la feliz nueva. A la garan­tía de su persona y de su misión, añade el anuncio del castigo milagroso: Y he aquí que quedarás mudo, y no podrás hablar hasta el día en que sea esto un hecho, porque no diste crédito a mis palabras, que en su tiempo se cumplirán. Zaca­rías sentirá en su día el gozo de ver realizados los votos de su plegaria : entretanto pasará la pena que mereció por su duda.

Y el pueblo, entretanto, estaba esperando a Zacarías, y se maravillaban de  que se detuviese en el templo. Eran momentos de emoción para todo el pueblo, cobijado bajo los pórticos del templo, los de la oblación del incienso. Ella re­presentaba la plegaria de todo Israel: éste se ponía, por me­dio de su sacerdote, en contacto con la divinidad: la repulsa del sacerdote por parte de Dios hubiese recaído sobre todo el pueblo. Por ello el ministro del Señor se apresuraba en el cumplimiento de su misión para no prolongar la emoción popular. Por fin, Zacarías, habiendo salido, no podía hablar­les, y comprendieron que había tenido una visión en el tem­plo: y él se lo significaba por señas, y quedó mudo. Era la señal milagrosa, el castigo de su incredulidad, gaje al mismo tiempo del cumplimiento de la promesa.

CONCEPCIÓN DEL BAUTISTA (23-25). — No se hizo espe­rar la realidad de lo prometido por el ángel: Y cuando fue­ron cumplidos los días de su ministerio, al cabo de la semana de servicio, durante la cual los sacerdotes estaban obligados a la continencia y a vivir día y noche en el templo, se fue a su casa. ¿Contaría a su esposa lo ocurrido? Es probable que sí: no había prohibición por parte del ángel; es natural le diera a Isabel la razón de su mudez, por signos, como se lo había significado al pueblo, siendo con ella más explícito: de hecho conoció Isabel el nombre de Juan (v. 6o). Ni faltan quienes suponen que Zacarías e Isabel vivían en santa conti­nencia, lo que hubiese hecho necesaria la explicación a Isabel para darle la razón del cambio de vida: Y pasados estos días concibió Isabel, su mujer, y estuvo escondida cinco meses. La gran merced que le hace Dios, reclama de ella una vida más solitaria y reconcentrada para agradecérsela. Cesará este retiro cuando venga la Virgen a visitarla y podrá manifestar públicamente su gozo y gratitud. Ahora debe bende­cir en secreto a Dios, por sus bondades para con ella, dicien­do: Esto es lo que por mí ha hecho el Señor en los días en que atendió a quitar mi oprobio entre los hombres.

Lecciones morales.

a) v. 6. – Eran ambos justos ante Dios…La vida justa ante Dios suele atraer sus bendiciones, hasta contra toda esperanza, en lo que atañe a las mismas cosas de la tierra. Dios es fiel, y no faltará jamás en dar un premio ingente de gloria a quienes viven ajustados a sus mandatos y tienen esta justicia interior que se llama gracia santificante. Pero, para una ejemplaridad de orden social, quiere muchas veces que los justos sean ya premiados y bendecidos en este mundo, hasta en las cosas temporales, como lo fueron Zacarías e Isabel.

b) v. 8.- Y aconteció que ejerciendo Zacarías sus funcio­nes… — Debemos ver siempre la intervención de Dios en la humana historia. Eran los días de Zacarías de expectación uni­versal: había llegado la hora de las promesas de Dios: y Dios no falta a su palabra: los nombres de Zacarías e Isabel signi­fican la fidelidad del Señor en cumplir sus promesas. La forma de cumplirlas no responde a la idea del pueblo judío, que se figuraba un Mesías poderoso y triunfador. Dios hace que el primer momento histórico del Testamento Nuevo se realice en la soledad del «Santo», en un misterioso coloquio de un ángel y un sacerdote. Tardará todavía el pueblo judío casi treinta años antes no oiga la voz poderosa del hijo de Zacarías e Isabel: pero los designios de Dios se cumplirán. Los caminos de su providencia son casi siempre ocultos a los ojos de los hombres.

c) v. 1o. — Y toda la multitud del pueblo estaba fuera, orando… — En la actitud del pueblo de Israel, que, mientras el sacerdote ejerce su ministerio, ora a Dios, identificándose con la plegaria sacerdotal, debemos aprender a solidarizarnos con las funciones sacerdotales. Es el sacerdote intermediario en­tre Dios y los hombres: baja a los hombres las cosas de Dios y sube a Dios las cosas de los hombres. Ni el sacerdote puede desentenderse del pueblo en sus ministerios, ni el pueblo dejar al sacerdote que se entienda a solas con Dios, Un ministerio público como el del sacerdote en las funciones propiamente sacerdotales, reclama una asistencia pública, social, por parte del pueblo. En la santa Misa, en el rezo del Breviario, en la administración de sacramentos, no debemos olvidar el carácter social de la acción sacerdotal.

d) v. 14. — Y será gozo y alegría para ti…En la descripción del ángel hemos de aprender las virtudes del apostolado semejantes a las del Precursor cuyo nacimiento aquí Se anuncia: abnegación, fortaleza, amor a la ley, celo, grande estima de las almas, esfuerzo en llevarlas a Dios y en hacer de ellas un solo reino, por la paz y la caridad, a fin de que el Señor halle preparados sus caminos cuando venga a ellas.

e) v. 20. Y he aquí que quedarás mundo…Dios suele castigar en aquello porque se peca. Porque Zacarías no obedeció o no creyó inmediatamente al anuncio del ángel del Señor, dice Teofilacto, quedó sordo; y porque le contradijo, quedó mudo. Temamos a Dios en todas nuestras faltas e infidelidades, que tiene Él infinitas maneras de darnos la pena correspondiente a ellas. Y temamos sobre todo, en este caso y por este ejemplo, la sordera espiritual o dureza de alma, que suele ser castigo de la desobediencia a la voz de Dios, y la mudez del espíritu o incomunicación con Dios, que viene de no dejarse guiar de Dios.

f) v. 25. — Esto es lo que por mí ha hecho el Señor… — De Isabel hemos de aprender la gratitud a los dones de Dios. Todo de Él nos viene: cuando crecen los dones, dice San Gregorio, crece con ellos la responsabilidad, como asimismo el deber de no olvidarnos de la mano que nos los concede; no sea que nos los retire, o se abrevie. Ello exige esta vida interior, de que Isabel nos da ejemplo, y que hace del alma tierra abonada en que crecen los legítimos sentimientos para con Dios y para con nuestros hermanos.

Cardenal Isidro Gomá

 

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