En 1935 el famoso mafioso conocido como Dutch Schultz fue asesinado en un bar, mientras estaba conspirando más actividades criminales. Era conocido como uno de los enemigos públicos más buscado. Sus papás eran judíos influyentes, y, habían intentado criarlo en su fe, pero él decidió meterse en el mundo del crimen organizado, en el cual logró mucha mala fama y riquezas. Aunque no dejó su vida de vicio, una vez durante un juicio, decidió convertirse al catolicismo diciendo que Jesús lo había salvado de la pena de cárcel y se puso a estudiar la doctrina de la Iglesia. Sin embargo fue asesinado por otros mafiosos para impedir que Schultz matara a un abogado del estado que estaba preparando otro caso contra él. Empezó una balacera y Schultz junto con algunos otros fue acribillado en el baño de un restaurante. En el hospital, pidió que fuera un sacerdote que le diera los Santos Oleos y el consuelo de la Iglesia. Tuvo un funeral católico y está enterrado en un cementerio católico. Pero el público y la prensa criticaron severamente a la Iglesia, preguntando cómo era posible que recibiera en su rebaño a alguien tan infame.
Aquí enfrentamos directamente el gran misterio de la misericordia de Dios, que es muy difícil de entender si tenemos nada más que una perspectiva natural. Es muy fácil decir que es injusto que alguien como Schultz sea rescatado del infierno en el último minuto. O quizás podríamos preguntarnos ¿cómo Dios puede permitir que Schultz y otros semejantes hagan tanto mal, o, que gente buena sufra supuestamente sin razón? Pero es precisamente a través de este gran misterio que ganamos una perspectiva de la profundidad del amor divino.
“Mírame, Señor, y ten compasión,” gritamos en el introito de hoy.
El Señor dijo a Santa Margarita María cuando le reveló su Sagrado Corazón, “La ayuda te fallará, cuando yo carezca de poder.”
El Señor dice en el Evangelio de hoy cuando los fariseos murmuraron de la misericordia mostrada a los publicanos y pecadores: “En el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. ¿Cómo puede ser? Si nos angustia o nos causa indignación, como el hijo mayor en la historia del Hijo Prodigo, quizás hemos pasado por alto nuestra propia condición. Los ángeles gozan al ver un pecador arrepentido porque ellos son las ovejas que permiten que el Señor les cargue.
San Pablo también tenía que aprender la significación de este misterio como él explica en su Segunda Carta a los Corintios. “Y para que la grandeza de las revelaciones no me desvanezca, se me ha dado el aguijón de mi carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee. Tres veces pedí al Señor que le apartase de mí. Y me respondió: Te basta mi gracia: porque el poder mío brilla y consigue su fin por medio de la flaqueza. Así que con gusto me gloriaré de mis flaquezas para que haga morada en mí el poder de Cristo.”
Además, San Pedro en la epístola de hoy nos enseña: “Humíllense bajo la mano poderosa de Dios, para que los ensalce al tiempo de su visita.” Ese es el secreto para la confianza, necesaria para hacerse santo. Es una confianza no en sí mismo, sino el poder de Dios.
“Ten gran confianza en el Sagrado Corazón no a pesar de tu miseria, sino a causa de ella,” dice el Padre Mateo.
Si estos caminos de Dios nos parecen extraños, es quizás porque nos falta una perspectiva divina. El teólogo Ansgar Vonier dice que si la gente se queja de la injusticia que se manifiesta por los malos que viven por mucho tiempo con todas sus comodidades y los buenos que sufren mucho o mueren jóvenes, es porque ha olvidado que para Dios todo en esta vida tiene nada más que un solo propósito: la salvación de las almas. Todo está sujeto a este fin. Por eso Dios nos creó. Por eso Dios nos muestra misericordia. Y por eso podemos decir que su justicia es su misericordia, sin contradicción. Dios creó al hombre para la felicidad eterna, que se logra por estar unido a su Creador, y si una vez se descarría y luego se arrepiente, ¿no es justo que Dios le tenga misericordia, no dándole el castigo que merece sino permitiéndole que vuelva al camino para que pueda alcanzar el fin por el cual fue creado?
Santo Tomás dice que la misericordia es el aspecto más divino de Dios porque demuestra un amor que está preocupado únicamente por el bien del amado, que no demanda nada a cambio. Incluso puede utilizar nuestros pecados y debilidades para lograr nuestra salvación.
En eso hemos encontrado el fundamento de la devoción al Sagrado Corazón, cuya fiesta acabamos de celebrar este viernes. “Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres…”, dijo el Señor a Santa Margarita María. La característica de la misericordia, como explica Santo Tomás, es que hace que uno considere los sufrimientos del otro como si fueran los suyos. ¡Hay que entender esto bien, y entendiéndolo, hay que corresponder!” Como exclamó Santa Margarita María: “Al amarlo hasta la locura, y al hacer que sea amado muchísimo. Esto me bastará.”
Aunque Dios no necesita nada fuera de sí mismo para ser feliz, por su misericordia actúa casi como si su felicidad fuera totalmente dependiente de la nuestra. Por eso, no se cansa de llamarnos, invitarnos, instarnos y perdonarnos hasta el último momento como lo hizo en el caso de Dutch Schultz.
Y no hay nadie que deba entender esta verdad mejor que un sacerdote. Y no puedo resistir el ansia de comentar algo de esto después de haber cumplido hoy mi primer año de sacerdocio.
No es principalmente porque el sacerdote haya sido escogido para ser el instrumento de dicha misericordia, ni porque le haya sido permitido ser un testigo tan íntimo de tantos milagros de misericordia logrados en otros, aunque esto es un don incomparable. Incluso, porque a través de la incomprensible sabiduría de Dios, ha sido sacado de su miseria para que él mismo sea una de las obras de misericordia más maravillosas, sirviendo como un instrumento indigno de la misión de amor de Jesucristo en la tierra. Al tener el agradecimiento debido es imposible.
“Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios, y lo flojo del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menos preciado escogió a Dios,” dice San Pablo. Y el Señor reitera lo mismo diciendo: “Ustedes no me han elegido, sino Yo los he elegido a ustedes, y destinado para que vayan y den fruto y su frutero sea duradero.” ¿Cómo es posible? Es posible porque también nos dice: “Jamás los llamaré siervos, sino amigos míos.”
En el día de la ordenación, uno se postra en el piso deseando que pueda entregar todo a su Señor que ha sido tan misericordioso con él. Al mismo tiempo está muy consciente de su propia flaqueza y debilidad, y sabe con certeza que si va a cumplir con lo que Dios le ha concedido, sólo será posible si permite que el Señor lo cargue como la oveja perdida.
Tan para el sacerdote como todo cristiano aplica las palabras de San Pedro de la epístola de hoy: “Y el Dios de toda gracia, que os llamó en Cristo a su gloria eterna, después de un breve padecer os perfeccionará.”
Los dejo con una oración escrita por Santa Teresita: “O Jesús, mantén a tus sacerdotes en el refugio de tu Sagrado Corazón, donde nada los turbe. Mantén sin mancha sus manos ungidas, que a diario tocan tu Sagrado Cuerpo. Mantén intachables sus labios, diariamente humedecidos con tu Preciosísimo Sangre. Mantén puros y sobrenaturales sus corazones sellados con la marca sublime del sacerdocio. Haz que su amor los rodee y los guarde del contagio del mundo. Bendice sus labores con fruto abundante y que las almas a las cuales asisten sean su alegría y consuelo aquí y en el cielo su bella e interminable corona”.
Padre Daniel Heenan