¿Existe un «nuevo ser humano» nacido de la democracia liberal?…..es una pregunta con la que pretendo suscitar la reflexión en nuestras conciencias. Y como sacerdote que soy no busco desarrollar una tesis política (ámbito más propio de los laicos) sino más bien hacer un nexo entre la respuesta dada a esa pregunta y el fenómeno creciente de secularización dado sobre todo en nuestras sociedades occidentales (donde se ubica la española).
Planteada la cuestión, creo que la respuesta inmediata es un SI mayúsculo. La democracia liberal ha creado una nueva mentalidad en el ser humano. Se da una sorprendente paradoja: en un sistema llamado «autoritario», el ciudadano que no esté de acuerdo con la ideología dominante desarrolla su libertad desde la oposición al sistema o desde la disidencia práctica. En un sistema demoliberal, el ciudadano que no comulgue con la ideología dominante (el relativismo moral) no encuentra espacio para desarrollar su libertad ya que, en teoría, puede exponer sus ideas libremente sin que la coacción legal se lo impida, pero, en la práctica, si se atreve a hacerlo no va a sufrir ciertamente la pena de libertad o la sanción administrativa, pero tendrá enfrente y en contra a toda una presión sociológica y mediática que ha colocado al disidente en el espacio «ético» de la intolerancia y el radicalismo. De esa manera, y siguiendo con la paradoja, el sistema demoliberal sutilmente ha impuesto (sin imponerlo) la «verdad de la no verdad» que ha de ser seguida verdaderamente por todos sin excepción.
Parece un juego de palabras pero no lo es en absoluto. En la ideología demoliberal no cabe creer en la ley natural objetiva, ni por supuesto en la ley divina única. No hay verdades objetivas sino que solo existe la subjetividad de la verdad, es decir, la que cada cual se crea a si mismo desde su vida privada. Se abre un abanico de derecha, centro e izquierda donde el aire que se respira es el mismo aunque tenga «colores» diferentes. De ese modo da la sensación de una libertad efectiva al poder elegir entre diferentes opciones, pero como todas las opciones aceptan, en mayor o menor grado, la verdad de que no hay verdad objetiva, entonces toda elección dentro de ese arco queda incluida en el relativismo moral.
Ese «nuevo hombre» formado en la democracia liberal se encuentra con la Iglesia en su camino y, sin darse cuenta plenamente, desde las bases del relativismo moral que cree como un dogma inalterable, se pregunta:
¿Porqué ha de haber solo una Iglesia verdadera? ¿Es que no hay acaso partidos políticos diversos en la democracia liberal y todos se incluyen en la misma?
¿Porqué ha de haber una moral objetiva? ¿Es que en democracia lo que hoy es legal y legítimo dentro de cuatro años puede cambiar y el sistema continúa?
¿Porqué ha de haber una jerarquía ministerial? ¿Acaso no votamos en democracia a nuestros representantes?
De esa manera, las nuevas generaciones educadas en los principios inalterables del demoliberalismo hacen como una «transferencia» hacia su experiencia de Fe (ya sea mayor o menor) y pretenden igualar lar categorías políticas y religiosas en lo que podría llamarse un «confesionalismo inverso». Con esa pretensión, inconscientemente, el «nuevo hombre» demoliberal se ha fabricado un impermeable completamente resistente a la acción evangelizadora ya que ésta no bebe de la fuente relativista.
¿Solución? Creo que la hay, y es urgente plantearla. Hay que DESMITIFICAR la democracia liberal. Es un sistema político más, como otros, con sus virtudes y defectos, como los demás. Pero moralmente hablando la democracia liberal ni es ni será el único sistema posible para la convivencia humana. Se hace preciso desmontar el mito labrado en torno a la democracia liberal, y desde ese desmontaje iría desmontándose también la imponente ideología humanista horizontal que desprecia la Verdad Revelada, la ley natural, y la misma Iglesia de Cristo.
PADRE SANTIAGO GONZÁLEZ ALBA