Sus reformas variadas y sus declaraciones extravagantes lo hacen parecer fuera de control según el Católico conservador medio.
Damian Thompson
El domingo pasado, el diario italiano La Repubblica publicó un artículo de Eugenio Scalfari, uno de los periodistas más famosos del país, en el que afirmó que el papa Francisco le acababa de transmitir que “al final, tarde o temprano, a todo divorciado que solicite volver a recibir la Sagrada Comunión le será admitido”.
La opinión católica quedó atónita. El Papa acababa de presidir un sínodo de obispos de tres semanas en el Vaticano que estuvo muy dividido sobre si se debe permitir que los católicos divorciados vueltos a casar reciban el sacramento. Finalmente, se votó para no decirse demasiado.
El lunes, el portavoz del Papa, el Padre Federico Lombardi, dijo que el informe de Scalfari “no era para nada fiable” «que no se lo puede considerar como el pensamiento del Papa”.
Ciertamente usted puede pensar, Scalfari tiene 91 años. Además, no toma notas durante sus entrevistas ni utiliza grabadora. Por supuesto que no es «fiable».
Pero esto no fue suficiente para los medios, ya que señalaron que el Papa sabía exactamente en lo que se estaba metiendo. Esta es la cuarta vez que el Papa le ha concedido una entrevista a un hombre que tan solo confía en su memoria nonagenaria. En su último encuentro, Scalfari citó al Papa como diciendo que el dos por ciento de los sacerdotes católicos eran pedófilos, incluyendo obispos y cardenales. El pobre Lombardi tuvo que salir a arreglarlo entonces, también en esa ocasión. Aunque en esta última ronda, los católicos le otorgaron a Francisco el beneficio de la duda. Muchos otros dicen: “no importa Scalfari, pero ¿cómo se puede confiar en lo que dice el Papa?”
Llevamos dos años y medio en este pontificado y es desde el mes pasado, que los católicos de línea conservadora, en contraposición a los de línea tradicionalista dura, han comenzado a decir que el papa Francisco está fuera de control.
Fuera de control, tenga en cuenta. No «perdiendo el control», lo que no sería tan serio. Ningún pontífice en toda la historia ha despertado este temor específico que se está extendiendo alrededor de la iglesia: de que el magisterio, la autoridad de enseñanza investida en Pedro por Jesús, no esté segura en sus manos.
Los medios no católicos aún no comprenden la naturaleza mortal de la crisis que enfrenta el Papa argentino. Por su estilo público relajado y aventurero, por su discurso improvisado, llegan a la concluir que el Papa es liberal para los estándares papales y en temas sensibles de la moral sexual. También consideran a los obispos conservadores de corazón duro como hipócritas.
Todo es cierto. Pero los periodistas – y millones de fanáticos seculares del Papa -malinterpretan una cosa: y es que asumen que por la forma accesible de actuar y la preferencia por el modesto título de «Obispo de Roma”, Jorge Bergoglio lleva el cargo de Sumo Pontífice a la ligera.
No obstante, como le dirá cualquier persona que trabaja en el Vaticano, éste no es el caso. Francisco ejerce el poder con una confianza en sí mismo digna de San Juan Pablo II, el papa polaco cuya guerra santa contra el comunismo terminó en el colapso del bloque soviético.
Aunque hasta allí llegan las similitudes. Juan Pablo nunca ocultó la naturaleza de su misión. Estaba decidido a aclarar y consolidar las enseñanzas de la iglesia. Francisco, por el contrario, quiere avanzar hacia una iglesia más compasiva, menos atada a las reglas. Pero se niega a decir qué tan lejos está dispuesto a llegar. A veces se asemeja a un conductor que va a toda velocidad sin un mapa o espejo retrovisor. Y cuando el coche se queda, intenta solucionarlo con un golpe al capó con un palo (al estilo de Basil Fawlty). Como lo hizo en el Sínodo de la Familia de octubre.
Los no católicos estaban mucho más interesados en las declaraciones «históricas» de Francisco sobre el cambio climático que lo que estaban en el sínodo mismo, dominado por disputas sobre la elegibilidad de los católicos divorciados vueltos a casar para recibir la comunión.
Eso parece confundir las cosas. La Encíclica del Papa “Laudato Si” dio un impulso temporal a los activistas del clima. Pero fue la conferencia sobre la familia la que fue histórica, aunque no en el buen sentido. Durante el Sínodo, los católicos devotos tipo comenzaron a preguntarse si Francisco había perdido su juicio – o si él siempre había sido un hombre mucho más extraño de lo que su imagen pública despreocupada sugería.
En los círculos de la iglesia las preocupaciones comenzaron en octubre del año pasado, cuando el Papa organizó un sínodo preparatorio “extraordinario” que se vino abajo frente a sus ojos. En mitad de la reunión, los organizadores – seleccionados a dedo por Francisco – anunciaron que estaban a favor de levantar la prohibición de la comunión a divorciados y que querían reconocer los aspectos positivos de las relaciones homosexuales.
Hubo un gran regocijo de los medios, hasta que más tarde se supo que los organizadores no estaban hablando de algo cierto. Los obispos del Sínodo, incluidos los cardenales mayores, no favorecieron estos postulados. El Cardenal George Pell, conservador australiano que sirve como responsable contable del Papa, puso la voz en el cielo – y cuando Pell se enoja, realmente uno se entera. La votación final descartó ambas propuestas. Francisco, no obstante, exigió que el sínodo de este año se revisase la cuestión de la comunión para los divorciados.
Este primer sínodo no sólo fue humillante para el Papa, sino también extraño. ¿Por qué Francisco dejó que sus lugartenientes, el Cardenal Lorenzo Baldisseri y el Arzobispo Bruno Forte, organizaran una reunión basada en mentiras?
Cualquier otro pontífice habría enviado a Baldisseri y a Forte a parroquias en la Antártida después de ésto. En cambio, para sorpresa de todos, el mes pasado, el Papa les invitó a tomar las riendas del sínodo principal. También invitó a volver al Cardenal Walter Kasper, de 82 años, teólogo alemán ultra liberal, quien querría eliminar todo obstáculo a los divorciados vueltos a casar para que reciban la comunión.
Brevemente decir que Francisco dejó claro que estaba de acuerdo con Kasper. Sin embargo, también sabía que la mayoría de los obispos en el sínodo de este año defenderían la prohibición de la comunión (a divorciados). Así que ¿por qué insistió el Papa para que se debata el tema, sabiendo que nunca iban a votar a favor de ello?
Los cardenales mayores estaban desconcertados y enojados al ver que un sínodo sobre la crisis de la vida familiar en todo el mundo estuviera dominado por disputas en éste tema. Una semana antes de que empezara, trece cardenales liderados por Pell escribieron una carta al Papa para solicitándole que evitara que esto ocurriera – y también para expresar sus sospechas de que los procedimientos del Sínodo habrían sido arreglados con el fin de dar la máxima importancia a la visión kasperita minoritaria.
Como era de esperar, el esquema de Kasper pasó rápidamente a la papelera – aunque aún dejando abierta la posibilidad de un cambio, ya que meses antes de comenzar dicho sínodo, Francisco había alterado su equilibrio tras invitar a obispos adicionales que compartían sus puntos de vista liberales.
Esto nos lleva a un detalle inquietante que ha socavado gravemente la confianza en Francisco. Entre estos invitados personales estaba el cardenal belga de línea muy liberal, Godfried Danneels, quien hace cinco años se retiraba en desgracia luego de ser grabado diciéndole a un hombre que guardara silencio tras haber sido abusado por un obispo hasta que éste (el obispo) se hubiera retirado.
El obispo era el tío de la víctima. En otras palabras, Danneels trató de encubrir los abusos sexuales dentro de una familia. Francisco sabía sobre esto – pero aún así decidió darle al cardenal un lugar de honor en un sínodo de la vida familiar.
¿Por qué? ¿Por el amor de Dios? «Para agradecerle por sus votos en el cónclave,» dijeron los conservadores – una mancha, tal vez, aunque no ayudó el que Danneels recordara haber colaborado para la elección de Bergoglio.
El sínodo terminó de manera desordenada, con un documento que puede o no permitir levantar la prohibición de la comunión en circunstancias especiales. Ambas partes pensaron que habían ganado – luego el Papa, en palabras de un observador, «básicamente hizo un “cocktail”.
En su discurso final, Francisco expresó descontento contra “corazones cerrados que se esconden detrás de las enseñanzas de la iglesia» y «puntos de vistas cegados», y agregó que «los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden su letra, sino su espíritu».
La inferencia era clara. Los clérigos que apoyan sin reservas la prohibición de la comunión eran los fariseos para el Jesús de Francisco. El Papa estaba enviando insultos codificados para al menos la mitad los obispos del mundo – y también, al parecer, dando a los sacerdotes permiso para cuestionar la enseñanza sobre la comunión y el divorcio.
Un sacerdote cercano al Vaticano estaba horrorizado aunque no sorprendido. “Están viendo al verdadero Francisco» dijo. “Él regaña si es necesario. No puede ocultar su descontento contra su propia Curia. También, y a diferencia de Benedicto XVI, este hombre premia a sus compañeros y castiga a sus enemigos».
Normalmente el clero no se refiere al Santo Padre como «este hombre», mismo si no les gusta su teología. Pero esta es una de las descripciones conservadoras más leves para con Francisco; otros ni siquiera se pueden imprimir en una revista familiar.
Nunca antes la Iglesia Católica se había parecido tanto a la Anglicana en términos de Comunión- que rompió porque los creyentes ortodoxos, especialmente de África, creyeron que sus obispos habían abandonado las enseñanzas de Jesús.
En el caso del catolicismo, la crisis que se avecina es a una escala mucho más grande. Para millones de católicos, la gran fuerza de la iglesia es su certeza, coherencia e inmutabilidad. Miran al Vicario de Cristo en la tierra para preservar la estabilidad. Si los papas sucesivos se presentan como figuras altas y distantes, eso es porque lo necesitan, con el fin de evitar un cisma en la iglesia mundial que tiene sus raíces en tantas culturas diferentes.
Ahora, de repente, el sucesor de Pedro está actuando como un político, provocando disputas entre sus opositores, atormentando al público con frases cortas y atrayendo a periodistas con citas sorprendentes que un jefe de prensa puede retractar de forma segura. Está incluso dando a entender que no está siquiera de acuerdo con las enseñanzas de su propia iglesia.
Un Papa no puede comportarse así sin cambiar la naturaleza misma de esa iglesia. Tal vez sea eso lo que Francisco pretende; sólo podemos entreverlo, porque aún tiene que articular un programa coherente de cambio y no está claro si está intelectualmente equipado para hacerlo.
Los católicos leales creen que la cátedra de Pedro va a sobrevivir independientemente de quién la sostenga; Jesús lo prometió. Pero después del caos de los últimos meses, su fe está siendo probada al límite. Comienza a parecer como si Jorge Bergoglio fuera el hombre que heredó el papado y luego lo rompió.
[Traducción por Mariana. Artículo original]