¿Unidad o legalidad?

Nota: La cuestión candente de la regularización canónica de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X nos lleva a ofrecer a nuestros lectores la mejor información posible sobre qué ocurre y por qué. En este espíritu publicamos nuestra traducción del presente artículo de uno de los principales teólogos de la FSSPX que disecciona de forma concisa, pero muy precisa, su posición y postura, y que ayudará a nuestros lectores a una mejor compresión de todos los hechos acaecidos y que estén por venir.

***

1.- La Iglesia es, según Pío XII, “el Cuerpo Místico de Cristo”. No sólo la expresión es legítima, sino según el Papa, es preferible a cualquier otra. “Para definir, para describir esta verdadera Iglesia de Jesucristo- la que es santa, católica y apostólica-, no se puede encontrar nada más hermoso, nada más excelente, en fin nada más divino que esta expresión que la designa como “ el Cuerpo Místico de Jesucristo; es la que deriva, que florece por así decirlo. De lo que nos muestran las Sagradas Escrituras y los escritos de los santos Padres.”

2.- Esta expresión “ el Cuerpo Místico de Cristo” es una analogía metafórica revelada. Representa, más que una definición precisa y científica, una descripción de la naturaleza misteriosa de la Iglesia. En esta expresión, el adjetivo “místico” diferencia a la vez a la Iglesia del cuerpo físico de Cristo y de los otros cuerpos sociales de orden natural, cuya naturaleza es únicamente jurídica. Esto significa que la Iglesia es una sociedad, pero que no lo es exactamente en el mismo sentido que las sociedades de orden natural. La Iglesia es una “sociedad” de orden sobrenatural y por tanto en un sentido analógico. La analogía implica semejanza y diferencia. La semejanza con las sociedades naturales se da en cuanto que la Iglesia tiene un gobierno; pero la gran diferencia radica en que ese gobierno presupone primero un Magisterio, ya que la profesión de fe es el vínculo radical y absolutamente prioritario de la unidad social de la Iglesia. Y la fe siendo la vía de salvación eterna (ya que es el comienzo de la salvación) supone que este gobierno tiene también un poder santificador.

3.- Es por esto que la unidad de la Iglesia no es sólo ni incluso fundamentalmente, una unidad de gobierno, como en otras sociedades de orden natural. Es también, y en primer lugar, una unidad de fe y de sacramentos. Como ya lo decía el Papa León XIII, en la encíclica Satis cognitum , la unidad de fe precede a la unidad de gobierno, como el acuerdo y la unión de los intelectos es el fundamento de la armonía de las voluntades y del acuerdo en las acciones. Y en la encíclica Mortalium animos, el Papa Pío XI decía ya también: “ Es la unidad de fe la que debe ser el vínculo principal que una a los discípulos de Cristo. ¿Cómo conceder legitimidad a una especie de pacto en el que los integrantes, incluso en las cuestiones de fe, guardase cada uno sus formas particulares de juzgar y de pensar, contradiciéndose unos a otros? (1 Tim II,5) (…) En verdad, no sabemos cómo a través de una tan gran divergencia de opiniones se podría abrir un camino hacia la unidad de la Iglesia, cuando esta unidad no puede nacer más que de un Magisterio único, de una regla única de fe y de una misma creencia cristiana”. Pío XI no dice que la unidad de la Iglesia nazca de la regla de la fe; dice que no puede nacer de otra forma.

4.- Pío XI dice que esta unidad de fe está causada por el Magisterio. Igual que él, León XIII lo afirma claramente en el texto citado anteriormente. El poder jerárquico divinamente instituido permanece por tanto, de todas formas, ante el principio de unidad visible de la Iglesia. Pero esto no impide que entre los efectos  que deben derivarse de este principio, haya un orden absolutamente necesario: el poder jerárquico de la Iglesia, el del Papa y el de los obispos debe ejercerse para conseguir primero la unidad de fe, para procurar a continuación la unidad de gobierno. Ya que la unidad de gobierno no podría darse sin que se diera primero la unidad de la fe. Este orden absolutamente necesario caracteriza el ser mismo de la Iglesia, dado que es una sociedad de orden sobrenatural. Y ya que es sobrenatural la Iglesia se debe definir como la sociedad de los fieles, como una “congregatio fidelium”, es decir como la asamblea de los que profesan la misma fe. El poder de Magisterio procura la unidad inicial de la Iglesia causando la unidad de la profesión de fe. El gobierno es al principio de otra unidad, la unidad de gobierno, que se regula sobre la unidad de la profesión de fe y, por tanto, del Magisterio.

5.- Concebir la Iglesia como una pura unidad de gobierno, de la que la unidad de fe sería, sino excluida, al menos relativizada o vista como secundaria, equivaldría a negar la definición de la Iglesia transmitida por la revelación divina. Esta unidad de puro gobierno tal vez constituyese a la Iglesia como una sociedad natural, pero la Iglesia no es sólo eso. La sociedad que consiste en la unión de sus miembros con Cristo es mucho más que una unidad de gobierno; es una sociedad en sentido análogo y por tanto la unidad es primero ( fundamental y principalmente) una unidad de fe, cuyo principio es el Magisterio.

6.- Una unidad de gobierno, sin la unidad de fe, sería por tanto una unidad puramente legal y legalista, contraria a la naturaleza misma de la Iglesia. Una unidad más aparente que real. Tal es la unidad ecuménica que soñaron Pablo VI, Juan Pablo II y sucesores. Tal sería también la unidad de “plena comunión” que la Santa Sede muestra desde hace tiempo  a los herederos de Monseñor Lefebvre. El reconocimiento canónico de la Fraternidad san Pío X no habría sido, sin embargo, un acto de puro gobierno. Es un acto que, de una manera u otra, va a proponer el problema de la adhesión de la Fraternidad al nuevo Magisterio y a la nueva profesión de fe del Vaticano II. Las declaraciones del cardenal Müller y de Monseñor Pozzo son, en este sentido, bastante claras. Ahora bien, la nueva profesión de fe del Vaticano II no sabría representar el fundamento de la unidad de fe en la Iglesia. Ya que las cuestiones que comporta no son “preguntas abiertas”. Todos los puntos sobre los que el Vaticano II ha querido “revisar” la doctrina de la Iglesia son puntos sobre los que la discusión es imposible, ya que el Magisterio se ha pronunciado sobre ellos con todo el peso de su autoridad.

7.- Añadamos también que el gobierno no puede causar la unidad más que en el momento presente, de manera provisional y refiriéndose a las circunstancias actuales (ya que da la aplicación de las leyes aquí y ahora) mientras que el Magisterio causa la unidad de la fe ayer, hoy y mañana, de manera definitiva y absoluta, ya que la verdad debe siempre permanecer invariante. La unidad de fe subsiste por tanto, independientemente de una eventual ausencia de jerarquía, en su predicación y en su gobierno, independientemente de una concepción puramente legalista de la “plena comunión” que supondría relativizar las exigencias de la revelación divina. Esta unidad, que es la unidad misma de la Iglesia, debe guardar la primacía sobre cualesquiera acuerdos pseudo-canónicos.

8.-Estos han sido los principios que permitieron a Monseñor Lefebvre rechazar “la Iglesia conciliar” en el nombre la Iglesia del Magisterio “de siempre”.

Padre Jean-Michel Gleize

(Traducción: Duque de las Llaves. Courrier de Rome)

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