El Poverello de Asís: Memoria de San Francisco

San Francisco Asís

 

 

 

 

 

 

 

Cada 4 de octubre la Iglesia universal celebra la memoria de uno de su hijos más célebres, patrono de Italia y del actual Sumo Pontífice; nos referimos a San Francisco de Asís, cuya figura, quizá más que la de ningún otro santo, ha suscitado el interés de los públicos más variados en el espacio y el tiempo, fuera y dentro del catolicismo, con el desigual resultado que es de imaginarse, y esto tanto en el mundo de la hagiografía y la literatura como en el del cine y la pintura. En efecto, media un abismo entre el santo (y caballero, por qué no) típicamente medieval y católico que realmente fue, tal como se refleja en las biografías primitivas, y la pluralidad de personajes extravagantes que, equivocadamente, se creyeron percibir en su riquísima fisonomía, desde el ecologista ingenuo hasta el marxista revolucionario avant la lettre. Aún así, la misma confusión generada por esta multiplicación de enfoques disparatados y hasta contradictorios, da cuenta de que nos hallamos ciertamente en presencia de una figura extraordinaria y del todo singular.
Francesco Bernardone nació en Asís, pequeña ciudad (todavía hoy, con alrededor de 60.000 habitantes) de la bella Umbría italiana, en 1181 o 1182. Bautizado con el nombre de Juan, pronto su padre Pietro, ausente al momento de producirse el nacimiento, lo cambió por el de Francesco, testimonio de su amor por Francia, que el mismo Francisco heredaría y conservaría de por vida. Este afecto por el país galo estaba nutrido, al menos en parte, por la intensa actividad comercial que Pietro desarrollaba allí, pues era, en efecto, vendedor de telas. Este dato es interesante desde el punto de vista histórico, en la medida en que nos lleva a la conclusión de que Francisco nació en el seno de una familia de la incipiente burguesía que sabemos comenzaba a expandirse en esos tiempos, compuesta en gran medida por comerciantes prósperos, que no podían gloriarse, no obstante, de la nobleza del linaje. En una época en que la medida de la distinción y la relevancia social está dada por la posesión del dinero, resulta curioso el hecho de que el mismo Francisco se recordara a sí mismo su origen con frecuencia para llamarse a la humildad.
Ávido en su juventud de la gloria y el éxito militar, participó de las luchas entre la ciudad de Perugia y Asís, siendo tomado prisionero en una ocasión. La enfermedad y el fracaso de sus expectativas en este terreno, sin embargo, fueron la ocasión providencial elegida por Dios para revelarle su destino a librar una batalla aún más ardua y elevada, si bien tardó en comprenderlo. Así fue como, sin perder nunca un ápice de su grandeza de espíritu tan característica, decidió dejarlo todo para seguir a Cristo en pobreza y humildad, fundando pronto, a pesar suyo, una Orden religiosa, a saber, la de los Frailes Menores, que tanto fruto daría en la Iglesia a través de los siglos. A la Primera Orden, como se la conoce, siguió una segunda, la de las Clarisas, para la cual contó con la colaboración nada menos que de Santa Clara, y una tercera, conformada por los seglares, anticipando de algún modo la concepción espiritual más moderna de “santificación de la vida laical”.
Sin ánimo de establecer comparaciones odiosas, no son pocos los que han afirmado ser San Francisco el más grande de los santos de la era post-apostólica, digamos. En este sentido, el asombroso parecido, no solo formal sino incluso material, de su vida con la de Cristo, ha llevado a que se le aplicara el glorioso título de “alter Christus”. Sea lo que fuere de tales apreciaciones, sin embargo, no se puede negar que, por lo menos, determinados rasgos hacen del Pobrecillo de Asís un santo particularmente atractivo. Hombre de grandes contrastes, en efecto, en él coexisten la austeridad llevada al extremo de la mendicidad y la alegría desbordante y expansiva; la severidad más radical y la ternura más misericordiosa; la audacia en su afán de vivir el Evangelio a la letra y el respeto más sincero por la jerarquía eclesiástica establecida, principalmente el Romano Pontífice. Todo ello da a su figura una cierta desmesura, casi romántica, que solo puede comprenderse plenamente a partir de su centro, que es el amor a Cristo pobre y crucificado. Este amor, por lo demás, tuvo una manifestación especial en su gran devoción a la Santísima Virgen y a la Sagrada Eucaristía.
De entre los escritores que han intentado desentrañar lo que podríamos llamar “el misterio de San Francisco”, pocos han tenido éxito, a decir verdad, pero no todos fracasaron. En efecto, muchas páginas hermosas se han escrito sobre el santo, lo que hace difícil una elección. Guiados por nuestra preferencia, con todo, nos ha parecido que las siguientes líneas de G. K. Chesterton expresan con particular belleza la médula espiritual de la existencia del seráfico Padre, en el mismo sentido en que antes lo señalábamos: “El factor principal que hemos de tomar en consideración está implícito en el primer hecho con que comienza la biografía. En un principio, San Francisco proclamó que era un trovador; cuando matizó después que cantaba a un amor nueva y más noble, no estaba haciendo una simple metáfora, sino entendiéndose a sí mismo mucho mejor de lo que lo hacen los expertos. Y siguió siendo un trovador durante toda su vida ascética, hasta en los indecibles sufrimientos del final. San Francisco estaba enamorado. Estaba enamorado de Dios y profundamente enamorados de los seres humanos, lo que quizá suponga una vocación espiritual mucho más extraña (…) El lector moderno hallará más fácilmente la clave de la mortificación y de todo lo demás en los pasajes de las historias de amor en donde los enamorados tienen todo el aspecto de estar locos (…) La simplicidad de un amor noble resuelve fácilmente todos estos acertijos; no obstante, el amor de San Francisco era tan sublime que nueve de cada diez hombres apenas saben lo que es” (San Francisco de Asís, Ediciones Encuentro, Madrid (España), 2012, pp. 36-37).

MARTÍN BUTELER

ARGENTINA

 

Padre Santiago González
Padre Santiago González
Sacerdote de la archidiócesis de Sevilla ordenado en el año 2011

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