El Vaticano II no puede ser separado de su “espíritu”

“El Concilio Vaticano II no era el problema; éste era el ‘espíritu del Vaticano II’.” Los documentos mismos no eran tan malos. Los modernistas se adueñaron de la confusión posterior al Concilio; los tradicionalistas, que atacan al Vaticano II, probablemente ni siquiera saben algo de los documentos. ¡Mons. Lefebvre firmó la mayoría de los documentos del Concilio!”

Los argumentos expuestos han sido debatidos ad infinitum. Mientras facciones en la Iglesia discrepan sobre si el Vaticano fue o no problemático, todas ellas (salvo las facciones heréticas) concuerdan en que el supuesto “Espíritu del Concilio” fue contrario a la fe. Pero, ¿qué, exactamente, era este Espíritu?

La Iglesia no tiene una definición oficial del Espíritu del Concilio. La frase fue acuñada por una fuente autorizada el 25 de julio de 1967– por el Papa Paulo VI, en un discurso a los católicos de Estambul, en el contexto de hermandad [1]. Además de esta mención, hay una variedad de otras fuentes no magisteriales, a las que recurriré, para definir este Espíritu infernal.

En primer lugar, Mons. Pope ha explicado el fenómeno del Espíritu del Vaticano II, como una “Ambigüedad convertida en arma” [2]. Sostiene que los Padres Conciliares del Vaticano II escribieron los documentos con frases deliberadamente ambiguas, de manera que los creyentes ortodoxos desprevenidos pudieran leer dichos textos sin escandalizarse. Una cita de Annibale Bugnini, probablemente autor de los documentos más conservadores del Vaticano II, no hace sino validar la perspectiva de Mons. Pope:

“Sería sumamente inconveniente que los artículos de nuestra Constitución fuesen rechazados por la Comisión Central o por el propio Concilio. Es por ello que debemos manejarnos cuidadosa y discretamente. Cuidadosamente, de modo que las proposiciones sean formuladas de manera tal que digan mucho, sin que, en apariencia, no digan nada: que muchas cosas se digan solo en embrión y, de esta manera, el lector permanezca abierto a legítimas y posibles deducciones y aplicaciones postconciliares: que no se diga nada que sugiera excesiva novedad y que pudiera invalidar el resto. [3]

Timothy Gordon también ha explicado el Espíritu del Vaticano II, señalando que “No es heterodoxia, sino heteropraxis” [4]. Esto significa que el Vaticano II no fue necesariamente escrito para ser heterodoxo, pero sí puede serlo, en la práctica. Todas las prácticas heterodoxas que tuvieron lugar después del Vaticano II sólo vagamente pueden ser culpa del Concilio mismo. Los conservadores y los que defienden al Vaticano II sostienen que el caos posterior al Concilio (las pancartas, las Misas con guitarra, los encuentros de oración de Asís, la demolición de los comulgatorios ante los altares, la destrucción de los altares mayores y la Comunión en la mano) fue simplemente a causa del Espíritu del Concilio y no del Concilio mismo. Lean los documentos. No mencionan ninguno de estos horrores. La heteropraxis de los obispos modernistas es lo que todos definirían como el Espíritu del Vaticano II en oposición al Concilio Vaticano Segundo propiamente tal, el que puede ser interpretado con una hermenéutica de continuidad.

Al contrario de la línea de razonamiento ya mencionada, mi argumento es que el Espíritu del Vaticano II es el Vaticano II. No hay distinción entre el Vaticano II y el supuesto “Espíritu” que secuestró al Concilio después que éste fue clausurado. En siete puntos que, creo, fluyen de una lógica común, puedo explicar por qué éste es un mito:

1.- Los documentos del Vaticano II son ambiguos y precisamos de una fuente de autoridad a la que acudir para interpretarlos.

2.- El concilio fue pastoral, lo que significa que no proclamó doctrinas ni definiciones.

3.- No hay un papa o un concilio a los que acudir para interpretar definitivamente los documentos del Concilio, especialmente dado que el Concilio no declaró o definió ninguna doctrina.

4.- La única oportunidad que tenemos para juzgar adecuadamente los documentos del Concilio y su lenguaje ambiguo es mediante la implementación pastoral de los documentos.

5.- En consecuencia, el lenguaje ambiguo de los documentos debería ser interpretado por la implementación de los Padres Conciliares que mejor entendieron el significado (como Bugnini).

6.- Sin embargo, las implementaciones pastorales fueron heterodoxas. Esto es lo que todos llaman el Espíritu del Vaticano II y concuerdan, por lo general, en que fue terrible.

7.- Basado en el contenido y la efectividad de la implementación pastoral del Concilio, éste debería ser visto con una hermenéutica de la ruptura en lugar de una hermenéutica de la continuidad.

Una versión abreviada en modus ponens se ve así:

1.- Si el Espíritu del Vaticano II no puede ser debido al Concilio mismo, entonces no debería haber ninguna relación vital o esencial entre el Concilio y el Espíritu del Concilio, sino solo algunas relaciones accidentales.

2.- El Vaticano II es un concilio pastoral, lo que significa que puede ser correctamente interpretado solo por su implementación pastoral, dado que los documentos, en sí, son ambiguos.

3.- El Espíritu del Vaticano II está definido como la implementación pastoral del Concilio.

4.- Por lo tanto, el Espíritu del Concilio puede ser debido directamente al propio Concilio. El Espíritu y el Concilio están esencialmente relacionados.

Como otra prueba de que mi sugerida hermenéutica de la implementación pastoral es la clave para interpretar correctamente los documentos del Vaticano II, citaré a dos de los más notables proponentes del Concilio: Karl Rahner, cuando fue interrogado acerca de la interpretación del Concilio, declaró: “Lo más importante en el Concilio no es la carta del decreto que promulgó. Aún necesitan ser traducidas en la vida y en acción por todos nosotros. Su espíritu, sus más avanzadas tendencias, eso es lo más importante” [5]. Adicionalmente, Edward Schillebeeckx afirmó: “Hemos utilizado frases ambiguas durante el Concilio, y sabemos cómo interpretarlas después” [6]. Estas citan demuestran mi tesis: el Espíritu del Concilio es, de hecho, la traducción correcta de los documentos conciliares.

Hay muchísimas preguntas que se pueden hacer acerca de estos silogismos. Primera, ¿por qué necesitamos una fuente autorizada para interpretar los documentos? La necesidad de una autoridad por sobre nuestra propia hermenéutica puede ser demostrada por el debate que estalló en el Concilio de Jerusalén acerca de si debería haber una jerarquía entre los hebreos y los gentiles conversos a la fe, y Pedro era el llamado a ponerse de pie y dar por terminado el debate, con su declaración de la solución [7]. No estoy diciendo que el lenguaje es por completo subjetivo y que los postmodernistas tenían la razón; lo que digo es que los documentos y las palabras en ellos escritas, por sí mismos, es imposible que sean objetivamente vinculantes para quien los lea, si son expresados en un lenguaje ambiguo. Si quien ha redactado una carta a su familia, muere, y la redacción puede ser interpretada de muchas formas, pues bien, ¿cuál es la correcta interpretación de dicha carta? O tomemos la Biblia: ella es objetiva y enseña la Verdad. Pero, sin la Iglesia, la verdad que contiene se puede perder. Este es el problema con los documentos del Vaticano II y su lenguaje ambiguo.

En segundo lugar, ¿por qué deberíamos acudir a la implementación del Vaticano II, por los Padres Conciliares, como la clave para interpretar correctamente sus documentos? Simplemente porque conocían mejor los documentos. Además, era un concilio pastoral. Que sea el Papa Paulo VI quien explique la naturaleza de un concilio pastoral:

“Están quienes preguntan con qué autoridad, qué calificación teológica el Concilio intentó dar a sus doctrinas, sabiendo que evitó formular solemnes definiciones dogmáticas que comprometieran la infalibilidad del Magisterio eclesiástico. La respuesta es conocida por cualquiera que recuerde la declaración conciliar del 6 de marzo de 1964, reiterada el 16 de noviembre de 1964, dado el carácter pastoral del Concilio, que evitó pronunciarse, de modo extraordinario, acerca de dogmas marcados con la nota de la infalibilidad. [8]

Los concilios pastorales no necesariamente contienen doctrinas obligatorias o solemnes proclamaciones vinculantes. En lugar de emplear un lenguaje y pronunciamientos vinculantes, los concilios pastorales tratan acerca de las disciplinas de la fe y de cómo se pueden implementar las enseñanzas de la Iglesia. Puesto que el Vaticano II fue un concilio pastoral, sus documentos pueden se entendidos correctamente por su implementación pastoral, en lugar de concentrarse principalmente en el lenguaje de los documentos. Esto se debe a que las actividades pastorales pueden ser juzgadas objetivamente por los católicos, al tanto que la intención del lenguaje del documento es enteramente subjetiva (sin una fuente autorizada).

Permítanme dar un nuevo ejemplo, que demuestra realmente la validez de mi método de interpretación. Comenzando con un documento del Vaticano II, veamos su lenguaje ambiguo: “un gobierno comete un error al imponer a su pueblo… la profesión o el repudio de cualquier religión[.] … El gobierno no debe actuar … con un injusto espíritu partidario” [9]. Debemos ir a tres años después del Concilio para ver cómo esta redacción fue implementada pastoralmente por los obispos. En 1968, el ministro de justicia del Canadá era John Turner, un católico. La Conferencia Episcopal de Canadá, citando el documento del Concilio relativo a la libertad religiosa, aseguró a Turner que no tenía derecho a imponer la moral sexual católica como la base de la legislación canadiense, pues sería “un injusto espíritu partidista”. Bajo su conducción pastoral, Turner aprobó con todo gusto leyes tales como la “Ley de Enmienda del Código Penal”, de 1968-69, que permitió que la cultura de la muerte consumiera al país. El aborto, la homosexualidad, el divorcio, la prostitución y la pornografía fueron legalizados bajo la “católica” justicia nacional, mientras que el presidente de la Conferencia Episcopal comentaba: “Caballeros, creo que John nos ha convencido. Brindemos” [10]. Esto no es el mítico Espíritu del Vaticano II. Es la legítima implementación pastoral del Vaticano II y tiene fatales consecuencias.

El silogismo en siete pasos, ya expuesto, presenta un fiero contendiente a la hermenéutica apropiada de los documentos del Vaticano II. Antes, el debate era una dialéctica, que carecía de un adecuado criterio para pasar adecuadamente de una hermenéutica a otra. Con el criterio que sugiero, para juzgar, los católicos deberían mirar las acciones objetivas y las implementaciones del Concilio, en lugar del intento subjetivo del lenguaje ambiguo, para interpretar correctamente los documentos del Vaticano II. Siguiendo esta línea de raciocinio, no hay tal Espíritu del Vaticano II. Es un mito. El Espíritu del Vaticano II, que supuestamente no tiene nada que ver con el Concilio mismo, es, en efecto, la clave para entender apropiadamente los documentos conciliares.

El mito del Espíritu del Concilio ha permitido que la gente defienda el Concilio e, inadvertidamente, perpetúe la crisis en la Iglesia al ignorar al propio Concilio. Los documentos del Vaticano II sólo pueden ser interpretados por la forma como fue implementado pastoralmente, debido a su lenguaje ambiguo y, por la forma como fue implementado, fue equivalente a un sacrilegio, si es que no abiertamente, apostasía. Todos los católicos deberían exigir cuando menos, una reforma del Vaticano II, a la vez que la jerarquía de la Iglesia debería reconocer que ha sido un fracaso de experimentación pastoral. De lo contrario, deberíamos exigir francamente, la revocación del Vaticano II y de sus pésimos frutos. Esto daría a la Iglesia un servicio significativo  en lugar de volver a discutir acerca de la intención de Sacrosanctum Concilium y Dei Verbum. Mientras los conservadores siguen empantanados intentando descifrar documentos de la década de 1960 usando sus propios métodos interpretativos, el Magisterio ha producido cosas tales como Amoris Lætitia, Laudato Si’ y Querida Amazonía. ¡Posiblemente nunca entenderán! Mientras más pronto los católicos renuncien a entender al mítico Espíritu del verdadero Vaticano II, más pronto veremos una revitalización de la fe católica.

Kenneth Dobbs

Nota: Se ha agregado énfasis en todas las citas con itálicas.

[1]  Thomas F. Stransky, “Doing the Truth in Charity: Statements of Popes Paul VI, John Paul II and the Secretariat for Christian Unity,” 1964–1980, Paulist Press, p. 188.

[2] Mons. Charles Pope, “Un Grito del Corazón a Nuestros Obispos: ¡Por Favor, Restablezcan el Orden en la Iglesia!” National Catholic Register, Nov. National Catholic Register, 5 de noviembre del 2018, (https://www.ncregister.com/blog/msgr-pope/a-cry-of-the-heart-to-our-bishops)

[3] Arzobispo Annibale Bugnini, L’Osservatore Romano,

[4] Tim Gordon, “The Hidden Key: Unlocking the Vagueness from VC to the Amazon Synod”     (https://www.youtube.com/watch?v=vxs52kVtzus&list=PL-416U5fL55JORHPlHkJQf8EA4U1qz6SI&index=18)

[5] Dr. Taylor Marshall, Infiltration: The Plot to Destroy the Church from Within, Sophia Institute Press, mayo 21 del 2019.

[6] Mons. Marcel Lefebvre, Carta Abierta a los Católicos Perplejos, Angelus Press, p. 106.

[7] Hechos 15: 6-11.

[8]Papa Paulo VI, 12 de enero de 1966.

[9] Declaración acerca de la Libertad Religiosa, párrafos 6 y 7.

[10] Lianne Laurence, “How the Catholic Church helped Canada elect its most pro-abortion prime minister in history,” Lifesitenews, https://www.lifesitenews.com/news/how-the-catholic-church-helped-canada-elect-its-most-pro-abortion-prime-min

Traducción de Valinhos. Fuente: https://onepeterfive.com/vatican-ii-spirit/

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