¿Cómo debe emprender la lucha la “Guardia de Cristo Rey”?  

“Christus vult longi proelii militem”[1].

San Hilario

 “Todos los que militáis bajo esta bandera,  ya no

durmáis, ya no durmáis, que no hay paz en esta tierra”.

Santa Teresa de Jesús

            “Renuevo mi promesa de intransigencia. Más que nunca iré recto, sin ceder en nada, duro con mi alma, duro con mis deseos, duro con mi juventud”.   

León Degrelle

Vivimos tiempos particularmente duros y difíciles. Tiempos de apostasía.

La apostasía, hoy, y esto es lo gravísimo, – lo decimos con un dolor que nos lacera el alma-   ¡viene desde la mismísima cabeza visible de la Iglesia!

Dios, Señor de la Historia, en sus designios providenciales ha querido que nosotros vivamos en estos tiempos. No nos corresponde preguntar por qué; sino, simplemente,  responder a Él con nuestra fidelidad a la integridad del bimilenario Magisterio de la Iglesia.

Por otra parte, y con igual dolor, vemos a nuestra Patria sometida, postrada y entregada; en riesgo de sucumbir.

Estas dos realidades (la Iglesia y la Patria), en las que nos encontramos inmersos, y por las que debemos velar; atacadas y vituperadas con saña demoníaca.

La Guardia de Cristo Rey es un grupo católico y nacionalista.

Nuestra lucha, sabiéndonos Soldados de Cristo Rey, aunque indignos, es porque Dios lo quiere, según enseña Santa Juana de Arco.

Luchamos por el Reinado de Jesucristo. Nuestro más profundo y legítimo anhelo es verlo reinar en la Patria, en la familia y en todo el orbe; pero primero debe reinar en nuestras almas. Si Cristo no reina primero en nuestras almas, ya hemos perdido la batalla y todas las acciones que acometamos fracasarán. ¿Por qué? Porque se equivocan fiero los que creen que con el combate externo es suficiente. Los que crean esto, lamentablemente, en su interior ya están derrotados, y no se encuentran en condiciones de librar ese combate.

Si procuramos, como debe ser, una transformación profunda, completa y  revolucionaria de esta sociedad en crisis, debemos abocarnos primero a una conversión interior en nosotros mismos. Y esta ascesis que es dura y sacrificada; es necesaria, urgente e imperiosa.

Podrán entonces el demonio, la carne y el mundo intentar infligirnos todas las tentaciones que deseen, pero si nuestra vida espiritual aparece purificada y fortalecida, nada lograrán. Antes bien, descubriremos que el vencimiento de aquellos enemigos del alma nos engrandece, renovando nuestras fuerzas para la contienda. Pero entonces, ¿cuáles serán las heridas que sí nos pueden paralizar en el combate? Sin duda alguna que las causadas por haberle dado cabida al pecado.

Mal lucharemos pretendiendo defender valores eternos e inmutables si antes no comenzamos nosotros por hacer el esfuerzo perseverante de encarnarlos. En esto consiste el desafío que supone para cada cristiano librar el verdadero combate, ese que justamente implica un cambio sustancial y definitivo en nuestra vida; enfoque novedoso y trascendente que José Antonio sintetizara cuando afirmó que: “Nuestra revolución comienza en el hombre”, y también  -refutando a los que sostienen las utopías utilitarias como únicos modos transformadores-  en consonancia Cornelio Codreanu alertará, en referencia a su Patria Rumania, que: “Nuestro país se muere, nuestro país se ahoga no por falta de programas sino por falta de hombres y lo que hay que crear son hombres, hombres nuevos, no programas nuevos”. Certera advertencia que tiene una implicancia universal. El ‘hombre nuevo’ no es sino el hombre en estado de Gracia, y por tanto el único que puede reclamar en plenitud el honroso título de combatiente en esta empresa de restaurar todas las cosas en Cristo, porque venciéndose a sí mismo en su naturaleza caída ha renunciado libremente a ser mercenario del pecado.

Insisto; si esto no lo vemos con claridad, todo lo que emprendamos será estéril.

Advirtámoslo, porque la lucha no debe ser entendida solamente como una confrontación en el campo político, social, económico o cultural. Es algo con implicancias más profundas, que hacen necesario forjar a ese ‘hombre nuevo’ del que nos habla el Apóstol San Pablo. Ya nos lo enseñaba el P. Alberto Ezcurra: “Cuando un pueblo es arrastrado por sus gobernantes a la corrupción… no queda para la reconquista otro camino que el de la Cruz y el del martirio… El mal no se agota en las formas externas de un sistema político falso o injusto: tiene raíces en el orden sobrehumano del espíritu. Por ello sólo tiene sentido una lucha que abarque toda la complejidad de estos distintos aspectos”. Y la otra enseñanza del querido cura, que debemos recordar es la siguiente: “El nacionalista que ve sólo la realidad material de la patria y que olvida la realidad del espíritu tiene abierto el camino para cualquier desviación, puede terminar su camino en el marxismo o en la delincuencia común, tenemos muchos ejemplos.

No se puede encarar la lucha por la Patria, la lucha por la Nación, olvidando la lucha por Dios, así como no se puede encarar la lucha por Dios desencarnada, desarraigada, lejos de esta realidad terrenal humana que tenemos que defender. Ese espiritualismo abstracto y desencarnado puede llevar por otros caminos”. ¡Y no seamos tan necios o soberbios  de creer que a nosotros no nos puede llegar a ocurrir tal desgracia!

En perfecta concordancia, Jordán Bruno Genta nos legó una sabia lección al respecto: “El Nacionalismo argentino necesita que la Patria sea amada y servida en Cristo, por todos aquellos que abracen su causa y sean capaces del sentido heroico de la vida.

Tan sólo investidos con la fuerza de Cristo y de María, será posible enfrentar y vencer a las legiones del Padre de la Mentira que están arrasando las Naciones con el poder del dinero y el poder de la Subversión”.

Sepamos decir, entonces, con el salmista: “Si un ejército acampase contra mí, mi corazón no temería; y aunque estalle contra mí la guerra, tendré confianza”.

No pocos católicos se han cruzado de brazos dedicándose a atender sólo sus obligaciones privadas, desinteresándose de lo que pasa alrededor suyo. “Nadie puede cumplir el propio deber si descuida la salvación del prójimo” sentencia duramente San Juan Crisóstomo.

Otros justifican su cobardía tratando de convencerse y de convencer diciendo que empresas imposibles no se pueden intentar en la actualidad. “La lucha del cristiano contra lo imposible es una lucha mandada, una lucha necesaria… El mal existe desde el comienzo, y existirá hasta el fin, bajo mil formas diversas. Vencerlo del todo acá abajo, destruirlo de raíz, y plantar sobre sus ruinas el estandarte en adelante inviolable del nombre, del reino y de la ley de Dios, es un triunfo definitivo que no será dado a ninguno de nosotros, pero que no por ello cada uno de nosotros habrá de ambicionar menos, esperando contra la misma esperanza: Contra spem in spem (Rom. 4, 18)”, nos enseña el Cardenal Pie.

Por último, otros pusilánimes se preguntan si el apostolado tiene sentido. Nuestro Señor Jesucristo, es quien nos dejó la regla de oro de todo apostolado: “Me santifico a mí mismo por causa de ellos, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn. 17, 21).

El apostolado y la lucha  -quede en claro de una buena vez-  es un deber para el cristiano; estos derivan de la misma naturaleza de él. Tal es así que aquellos que no lo cumplan no pueden llamarse cristianos cabales.

Sepamos ser, entonces, según la famosa consigna joseantoniana, inasequibles al desaliento; y pedirle todos los días, a Nuestra Reina y Señora, lo que pedía el gran Obispo español, el Beato Manuel González:

¡Madre Inmaculada! ¡Que no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!

Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!

Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.

¡Nada de volver la cara atrás!

¡Nada de cruzarse de brazos!

¡Nada de estériles lamentos!

Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies, que puedan servir para dar gloria a Él y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos…

¡Madre mía, por última vez!

¡MORIR antes que cansarnos!

Indicaba al comienzo de estas breves reflexiones, dirigidas a mis amigos y camaradas de la “Guardia de Cristo Rey”, que no estamos viviendo tiempos, justamente, de bonanza, sino todo lo contario. La fe peligra y la rebelión contra Nuestro Señor Jesucristo y la Iglesia se alza a pasos agigantados, desde dentro mismo de la Iglesia. Y sólo Dios sabe qué será de nosotros.

El transcurso de los siglos le dio la razón a San Agustín cuando señaló que los mártires de los últimos tiempos serán más grandes aún que los primeros de la primitiva Iglesia, ya que estos lucharon contra las fieras y contra los hombres, pero los últimos lucharán contra el mismo Satanás en persona.

Hubo un tiempo en que nos habrían salido a cazar como a bestias. Estimo que esos tiempos han pasado. Hoy, quizás, seamos “misericordiados” por algún felón y sodomita. Quiera entonces, el Buen Dios, podamos dar testimonio de nuestra Fe y nos encuentre, como a Genta, en esa definición católica y nacionalista que profesamos.

Pidamos a Jesucristo Nuestro Divino Rey, por intercesión de Nuestra Señora de la Guardia, nos conceda la gracia de militar bajo Su bandera como fieles guerreros de un combate intemporal, pues desde siempre la convocatoria está hecha, y también porque “… la media luz del alba ya alumbra los caminos: / ¡Despierta Camarada / Llegó el amanecer”.

 Daniel O. González Céspedes.

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[1] “Cristo quiere soldados de largo aliento”.

Daniel Omar González Céspedes
Daniel Omar González Céspedes
Nació en la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, Argentina, el 21 de septiembre de 1970. Es profesor para la Enseñanza Primaria desde hace dos décadas. Ha escrito artículos para las revistas Memoria, Cabildo, Gladius, Diálogo, Para que Él reine y en los periódicos nacionalistas Patria Argentina, Lucha por la Independencia y Milo. Con ocasión de la beatificación del Cura Brochero (2013) escribió el libro “Breve semblanza de nuestro cura gaucho”.

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