Encuentro con el cardenal quién “se recarga para la batalla” con ayuno de comida y agua.

El Cardenal Robert Sarah tiene la autoridad para oponerse a la ideología occidental. Dios o nada, cardenal Robert Sarah, Ignatius, £12, 99

Apostaría a que muchos católicos occidentales, antes del Sínodo de la Familia de octubre, no habían oído hablar del guineano cardenal Sarah. A pesar de la inquietud que muchos sentíamos por la Iglesia, este nombre viene creciendo cuando oímos su voz: fuerte, clara y convencidamente católica.

Se ha convertido en un cliché que, para sobrevivir en la Iglesia mundial, nótese la confusión moral en Europa, junto a su decrecimiento poblacional, y entonces, se sugiere que quizá sea el turno de África, para tomar el testigo de la fe. Cuando usted lee las reflexiones del cardenal Sarah, se da cuenta de que este piadoso patrón de la Iglesia Africana, puede llegar a enfrentarse a ello con su tranquila autoridad.

Este libro en forma de entrevista, le ofrece la plataforma para compartir su amor por la Iglesia y la influencia que ésta ejerció en ese muchacho de una tribu animista, de un remoto pueblo de Guinea, en África Occidental, hasta llegar a arzobispo de Conakry y, posteriormente, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Nació en 1945 y, tal y como lo describe, los misioneros franceses del Espíritu Santo -quienes convirtieron a sus padres y a su tribu- y, obviamente, su ejemplo de sacrificio personal y oración, fueron las bases para su propia vida sacerdotal desde entonces.

Donde algunas personas tienden a despreciar la actividad misionera como una reliquia pre-Vaticano II, como una institución patriarcal, a Sarah, sólo un niño, y a sus devotos padres, les liberó de las supersticiones y los miedos de las creencias tribales; de la oscuridad el paganismo, a la luz de la Verdad. En sus respuestas, constantemente, deja clara su gratitud, diciendo: “Debo mi entrada en la Familia de Cristo únicamente a ellos”.

A pesar de que su tribu, los Coniagui, eran religiosos a su manera, les “eran incapaces de responder a las preguntas más importantes dela vida”. Fueron los sacerdotes misioneros quienes “sufriendo muchas privaciones sin quejarse nunca”, quienes ayudaron a la gente de Sarah a comprender que “Sólo la Verdad de Jesús nos da el regalo de nacer de nuevo”.

Cuando Guinea fue arrasada por la dictadura de Ahmed Sékou Touré, el entrenamiento de la fe, ayudó al joven seminarista a ver que “la humildad de (la fe de los misioneros) era la defensa más fuerte contra las… aberraciones de la ideología revolucionaria y marxista del Partido Estatal de Guinea”.

No había ninguna tentación de adorar al Estado una vez que se ha reconocido que “un hombre sólo es grande cuando se arrodilla ante Dios”.

En efecto, a lo largo de todo el libro la oración es constante. Nombrado arzobispo de Conakry en 1978, con sólo 34 años, Sarah se sintió profundamente inadecuado para la tarea que le habían encomendado. Escogió como su emblema episcopal “Mi gracia es suficiente para ti”, y entre sus prioridades, eligió la formación de las familias, el apoyo a la gente joven en la fe y la evangelización.

En cierto sentido, estas prioridades, que han permanecido con él a lo largo de su vida, fueron evidentes en el sínodo del año pasado. El foco de los problemas en algunas secciones particulares de la Iglesia, como los relacionados con la orientación sexual hacia el mismo sexo o los divorciados vueltos a casar, han resultado, como pudo verse, por no centrarse suficientemente en la formación del as familias o en la tarea del sacerdote por ayudar a evangelizar a los laicos y a las parejas que se preparan para el matrimonio.

Como arzobispo, Sarah decidió que, cada dos meses, haría un retiro espiritual en un lugar aislado, ayudando de comida y agua durante tres días. Sólo llevaría con él una Biblia, lo necesario para una misa de campaña y un libro de lectura espiritual.

Remarcó que esta práctica lo ayudó a “recargarse para volver a la batalla” y que, obviamente, hizo permanecer en él, el hábito de la oración profunda.

Esto hizo de Sarah una voz formidable cunado se levantó en el sínodo. A la cara de los obispos alemanes o americanos, que ofrecían mensajes ambiguos sobre los fieles, se hizo oír: “Un obispo,  para cumplir su papel, debe hacer penitencia, ayunar, oír a Dios y rezar (…) En el silencio y la soledad (…) Los sucesores de los Apóstoles deben imitar a Cristo lo más fielmente posible”.

Uno de los lamentos implícitos en el libro de Sarah es la tristeza de que Europa, que logró tan impresionantes éxitos misioneros en África, parece que ha perdido el camino. En África, remarca, la fe religiosa tiene una “extraordinaria vitalidad”, a pesar de las tragedias de la historia colonial y del enorme sufrimiento padecido bajo sus líderes corruptos. Los africanos saben “que en esta vida sólo somos residentes temporales”.

Sarah se apasiona cuando habla de la reciente explotación de África por Occidente, remarcando que la “ideología de género ha sido la condición perversa para la cooperación y el desarrollo”.

Agrega que, los occidentales, intentan imponer sus propias ideologías sexuales “y son los más dañinos porque la mayor parte de la población africana está indefensa”.

Sin duda, dichas declaraciones promovieron que la prensa secular tildara al cardenal Sarah de “arqueo-conservador” o cosas peores. Sin embargo, leyendo su libro, con su profundidad, claridad y convicción, me hace reflexionar que si fuera cardenal en una futura elección papal, yo votaría por este hombre.

Este artículo apareció por primera vez el 5 de febrero de 2016 en la edición de The Catholic Herald.

Jack Carrigan

[Traducido por Mónica Avero. Artículo original.]

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