Si en la historia ha habido un profeta que, por encima del resto, mereciera tal nombre, ése es Jesús de Nazaret. Es una evidencia, sin embargo, que las profecías de Jesús no interesan demasiado a los teólogos contemporáneos. Pero los que sin tantas teologías aún conservan al menos una pizca de fe, sí les suelen conceder el justo crédito que merecen. Uno de los avisos más duros que Cristo dirigió a sus discípulos fue que por causa suya los odiarían todas las gentes (Mt 24, 8). Pues bien, odio es exactamente lo que exhiben contra los fieles de Cristo los lacayos de Baphomet, esa cizaña con la que hemos de convivir hasta que los ángeles la recojan y la arrojen acto seguido al horno de fuego, donde pagarán con creces cada una de sus blasfemias.
La reciente campaña contra el dichoso autobús de Hazte Oír parece el colmo de la infamia. Cuando conocí la noticia, que el autobús iba a ser inmovilizado y que la fiscalía madrileña veía indicios de «delito de odio», me quedé de piedra, como vaciado por dentro. Mucho peor aún me dejó el cuerpo comprobar el respaldo que ha tenido la infame iniciativa de boicotearlo, y el desprecio que ha provocado el mensaje que los responsables del autobús pretendían propagar por varias ciudades de España. A fin de cuentas el mensaje reivindicaba que lo blanco es blanco y lo negro, negro.
¿Cómo se ha llegado entonces a este grado de villanía? ¿Cómo es posible que alguien en su sano juicio arme la marimorena porque unas personas nos recuerden que dos y dos son cuatro y no cinco? ¿En qué cabeza equilibrada cabe, pues, que sea legítimo enfurecerse porque alguien declare que los varones son varones y las mujeres, mujeres? Isaías, un profeta de los importantes, advirtió que en todo tiempo hay gentes mezquinas que «al mal llaman bien y al bien mal, que ponen tinieblas por luz, y luz por tinieblas, que dan lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo» (Is 5, 20).
Esas gentes pestíferas, luciferinas, detestables y bafométicas están aullando con más fuerza que nunca en medio de estas densas tinieblas espirituales, revelando su aversión profunda por el santo cristianismo, profiriendo impunemente maldiciones contra la Iglesia y deseando todo el mal del mundo a sus miembros. Y este odio, que debería resultar inexplicable a cualquier persona cuerda, sólo se comprende por la oposición que sufrió el mismo Cristo, precedida por la rebelión del Lucero maldito, amo y señor de estos desgraciados bufones, de esta carroña sobre la que incluso Dios hace salir el sol, quizá para que recuperen el sentido y se conviertan.
El odio manifiesto de estos sujetos descalabrados, que paradójicamente abanderan siempre las ajadas causas de la libertad de expresión, de la tolerancia y de la igualdad, pero que continuamente arremeten contra las sanas costumbres y el orden natural, ha alcanzado una vez más niveles de paroxismo e insania mental. Sólo hace falta escuchar los comentarios que estos «hijos del Maligno» (expresión utilizada por el Señor en su explicación de la parábola de la cizaña) dejaron en el contestador de voz de Hazte Oír, mostrando así su rechazo al mensaje del feliz autobús. Recomiendo, en definitiva, que los lectores de Adelante la Fe, para hacerse una idea cabal, escuchen entero el programa de radio Más que palabras del pasado 4 de marzo (en cualquier caso, los comentarios referidos se pueden escuchar a partir del minuto 27, 36 segundos).
Por supuesto, no voy a reproducir en el presente artículo el vómito de esta carroña, que por cierto es realmente humillante para cualquier cristiano, pues Dios mismo es mentado e insultado vilmente. ¡Y todo porque a unas cuantas personas se les ha ocurrido decir, frente a los que llevan tiempo insistiendo en lo contrario, que lo blanco es blanco y que las mujeres, por mucho que se injerten pene, serán mujeres aunque les pese!
En fin, para el séquito de Baphomet y sus altavoces mediáticos lo antinatural debe ser norma y canon. Con insistente ira así lo manifiestan. En vista de sus reacciones, y de lo que defienden en el fondo, no me queda más remedio que pensar que están endemoniados.
Escuchen, sino, lo que dicen; escúchenlos. Y después santígüense y alaben a Dios, porque los demonios sólo saben proferir blasfemias, y pronunciar palabras llenas de odio; como por otra parte es propio de su naturaleza; una naturaleza que no podrán modificar, me temo, con operaciones estéticas ni lavados de cerebro, sino con un auténtico y prolongado exorcismo.
Luis Segura