El fin del mundo tal como lo conocemos

Pero, esto ya ocurrió antes…

La Iglesia tambalea al borde de un cisma multilateral global, tras un controvertido concilio ecuménico. Facciones cada vez más contenciosas dentro de la jerarquía, muchos de ellos influenciados por poderes seculares corruptos y ambiciosos, se encuentran en un estado de conflicto permanente y enmarañado, confundiendo y carcomiendo la vida católica de los fieles comunes. Se elevan múltiples herejías, y Roma parece carente de fuerza o autoridad para detenerlas.

Al mismo tiempo, el mundo secular se encuentra en desorden gracias al descontento y el agotamiento cultural en los hogares, y los grandes poderes que se alzan desde oriente, amenazando el centro político tradicional, y todo parece listo para quebrarse e incluso terminar con un orden mundial milenario. Enormes cantidades de extranjeros, muchos de ellos de una religión diferente, violenta y hostil, han sido autorizados a instalarse pero no para asimilarse, y ahora hay aún más inundando las tierras cristianas. Una nueva clase de gobernantes oportunistas – una clase que no comparte los valores culturales de sus súbditos – se adentra en el vacío político dejado por un siglo de guerra, despoblación, pérdida de confianza y levantamiento social.

En medio de todo esto, un joven, hijo de servidores públicos adinerados, llega a la gran ciudad para comenzar la segunda parte de su educación en política que su familia espera lo conduzca a una carrera en la vida pública. Pero cuando mira a su alrededor y ve la vida disoluta de sus compañeros de estudio y de sus profesores, y la desintegración del orden social de la ciudad, se da cuenta en seguida, como buen católico nacido en el campo y educado en casa, que no puede continuar este camino sin poner en riesgo su alma inmortal.

Es un bicho raro en tiempos difíciles, ni un solitario ni un tonto, sino un joven inteligente, serio y devoto cuyas sensibilidades morales no han sido mitigadas por una vida en la ciudad sino que se formaron con el clero santo que vivía cerca de su pueblo, bien alejado de la vida urbana corrupta.

El momento decisivo aparece cuando se desata un verdadero cisma papal frente a sus ojos, y el joven toma la decisión de partir. Dos hombres diferentes, con personalidades totalmente contrapuestas – respaldados por dos grupos ideológicamente contrapuestos – llevan el título de Papa. Uno es considerado por muchos de los fieles como santo, o al menos como el Papa elegido legítimamente, y el otro como un usurpador, puesto en su cargo por un grupo de herejes – respaldado por un poder secular externo – inclinado hacia la corrupción de la doctrina católica y la destrucción de la Iglesia tal como se la conoció hasta el momento.

Es el año 498 DC, la ciudad es Roma y los dos hombres son el papa San Símaco y el antipapa Lorenzo. El joven pasará a la historia como San Benito de Nursia. Y los visionarios tenían razón, fue sin dudas el fin de una era.

El quinto siglo del cristianismo fue de gran confusión y turbulencia. Habiendo apenas comenzado, en el año 410, Roma fue saqueada por los Godos – una calamidad impensable que no había ocurrido en 700 años. Y fue la sentencia de muerte del Imperio Romano de Augusto. La vieja Caput Mundi sería invadida y humillada tres veces más, cada vez con más violencia, hasta perder su espléndido espíritu Imperial y caer en manos de los invasores extranjeros, convirtiéndose en una simple ciudad provinciana del Reino Ostrogodo de Italia.

La Iglesia, habiendo sobrevivido una persecución sangrienta promovida por el estado, enfrentaba cismas devastadores por asuntos doctrinales esenciales. El Arrianismo era solo una parte de la catástrofe derivada principalmente de las discusiones sobre la naturaleza de Cristo. Las herejías cristológicas – que hasta en nuestros días no han desaparecido del todo – dividieron y astillaron al cristianismo como ninguna otra crisis anterior o posterior.

El Primer Concilio de Éfeso del año 431 hizo necesario condenar al obispo Nestorio de Constantinopla por su rechazo de la doctrina Theotokos – María como madre de Dios – y ese anatema fue repetido por los obispos del Concilio de Calcedonia en el año 451. Nestorio sostenía que las dos naturalezas de Cristo comprendían dos personas y por lo tanto María era la madre del hombre Cristo, pero no de Dios. Éfeso declaró que “a nadie sea lícito presentar otra fórmula de fe o escribirla o componerla, fuera de la definida por los Santos Padres reunidos con el Espíritu Santo en Nicea.”

Pero, si bien Nestorio fue depuesto de su sede y su herejía fue condenada, sus seguidores continuaron en ella. Cuando los cristianos del Imperio Oriental aceptaron o toleraron esta doctrina, el cisma Nestoriano hizo agrandar la división entre la iglesia occidental y la oriental, lo que culminó finalmente en la separación que hasta el día de hoy continúa sin resolverse.

Y el Nestorianismo fue solo una en una multitud de herejías y discusiones cristológicas de aquel tiempo. El Nestorianismo, Eutiquianismo, Monofisismo, Miafisismo; los Concilios Ecuménicos de Éfeso y Calcedonia trataron estos innombrables pero no pudieron detener su difusión en oriente, especialmente en Siria y Persia, rival del gran imperio Bizantino, en Egipto y el norte de África.

Mientras tanto, el Arrianismo y el Semi-Arrianismo continuaban siendo una fuerza, y junto con el poder político de tribus bárbaras y reinados, perseguían a los obispos católicos y amenazaban la unidad del cristianismo. También continuaron las tensiones sobre cómo debía ver la Iglesia su autoridad unificadora, la primacía de la sede de Roma no estaba decidida aún.

En el mundo secular, el Impero había sido dividido irrevocablemente por el traslado de la capital a la ciudad de Nueva Roma – llamada luego Constantinopla en honor a su fundador – y Roma cayó en una decadencia más profunda, alejada de los grandes movimientos de la vida religiosa, política, económica e intelectual.

Las tribus germánicas del norte, muchas de ellas arrianas, comenzaron a conquistar e invadir las provincias occidentales del imperio, comenzando por el norte, y fueron imponiendo su propio sistema de obispos y diócesis sobre los viejos territorios romanos cuya población era católica de ortodoxia nicena, credo que continuaba siendo la religión oficial en todo el imperio.

El término “invasiones bárbaras” ha caído en desuso entre los historiadores contemporáneos, ahora prefieren la expresión más suave “período de inmigración” pero es difícil ver qué diferencia hubiera provocado el cambio de terminología en las personas del viejo Imperio Occidental enfrentadas con los rebeldes godos arrianos del norte y la desconocida violencia de los vándalos del sur. Las invasiones comenzaron en el invierno del año 406 cuando se congeló el Rin y los guerreros tribales del norte atravesaron esa antigua barrera para atacar a su enemigo debilitado y dividido.

Después de la conmoción del año 410, la ciudad volvió a caer en el 455 ante los vándalos, y conoció nuevos niveles de violencia sin precedentes. Treinta y cinco años antes, los godos arrianos por lo menos habían respetado el santuario de las iglesias de Roma – muchos romanos se habían refugiado en Santa Maria Maggiore y otras grandes basílicas. Los vándalos paganos no dejaron más que devastación y ruina, prestando para siempre su nombre a la idea de destrucción inútil y excesiva. Culminó en el año 476; abdicó el último emperador occidental y nació el Reino Ostrogodo – gobernado desde Ravena. “La Edad Antigua” había terminado y comenzaba la Edad Media.

La caída final de Roma como capital del viejo imperio fue un resultado que debilitó aún más al cristianismo latino con la ortodoxia nicena, la religión oficial de Roma, y alegró a los patriarcas orientales que consideraban al obispo de Roma una figura frecuentemente entrometida y provocadora.

La creciente distancia entre el cristianismo oriental y el occidental se quebró finalmente tras el cisma acaciano del año 484. El patriarca de Constantinopla, conspirando con el emperador, intentó reconciliar los crecientes Monofisismo y Miafisismo de los cristianos orientales y egipcios con las definiciones cristológicas de Calcedonia, emitiendo un documento que proponía una definición ambigua e imprecisa sobre la naturaleza de Cristo.

El documento, llamado Henotikon[1], intentó apaciguar a ambas partes pasando por alto el asunto de si Cristo tenía una naturaleza o dos, a la vez que repetía los anatemas y condenaciones de Calcedonia y escritores ortodoxos subsecuentes. Fue escrito y aprobado por Acacio, el patriarca de Constantinopla [2], y promulgado por el emperador sin el visto del obispo de Roma, a pesar de que la población de Constantinopla en su mayoría eran cristianos de ortodoxia de Calcedonia.

El patriarca de Alejandría rechazó el documento, enojado porque el emperador – un laico – había dictado doctrina cristiana, por lo que fue depuesto por el emperador Zenón quien lo reemplazó por un hombre más dócil.

Mientras tanto, el papa Félix III, tras escribir a ambos patriarcas y al emperador para recordarles su deber de sostener la fe ortodoxa, excomulgó eventualmente a Acacio, quien murió en el 489, seguido por el emperador en el 491. El sucesor de Zenón, Anastasio I, favorecía el Henotikon y el Monofisismo, provocando tensiones dentro del Imperio Oriental que culminaron en un intento de golpe en el año 514.

El cisma acaciano no fue resuelto hasta el 519, cuando el emperador Justino I reconoció la excomunión de Acacio y la iglesia oriental y la occidental se unieron temporariamente, si bien esto dejó a los antiguos patriarcados de Alejandría y Antioquía en el Miafisismo, un quiebre que no se remedió jamás[3].

El papa Félix había muerto en el 492. Su sucesor, el papa San Gelasio[4], quería confirmar la primacía de la sede petrina y poner fin al entrometimiento de los emperadores en asuntos teológicos. Tras la muerte de Gelasio en el 496, con el cisma acaciano aún sin resolver en oriente, el emperador Anastasio intentó intervenir nuevamente imponiendo un Papa de su elección en el 498.

Lorenzo fue un antipapa elegido como sucesor del Papa por  un senador y antiguo cónsul de Roma que había prometido al emperador encontrar un hombre que aceptase el Henotikon y tomara una actitud menos intransigente y más tolerante hacia la herejía monofisista, que apaciguara a los herejes y reconciliara así la creciente división entre Roma y los otros patriarcados de Constantinopla, Alejandría y Antioquía.

El problema sin dudas fue que, tras los decretos de Gelasio que quitaban a los emperadores su participación en asuntos puramente eclesiásticos, el clero romano, de ortodoxia Calcedonia, no lo aceptó. El 22 de noviembre, el mismo día en que el clero fiel al emperador y el senado romano aclamaron a Lorenzo como Papa en María Maggiore, una mayoría del clero romano eligió a Símaco en la Basílica de Letrán. Con dos pretendientes a la sede papal, la Iglesia se encontró en una situación inusual teniendo que apelar al rey ostrogodo de Italia en Ravena – un arriano – por su arbitraje. Teodorico eligió a Símaco, y la Iglesia Católica Latina se salvó por muy poco de despertar un día y descubrirse monofisista y gobernada por un emperador bizantino utilizando un títere de Papa.

Pero ahí no terminó todo, y los partidarios de Lorenzo (del emperador en realidad) continuaron sus agitaciones para la remoción de Símaco, resultando en disputas que duraron hasta el 506[5]. Eventualmente, Símaco fue confirmado como cabeza legítima de la Iglesia Católica y reinó como Papa hasta el 514. En el 499 se llevó a cabo un sínodo que decretó la destitución de todo clérigo que intentara ganar votos haciendo campaña en favor de un sucesor al papado durante la vida de un Papa.

La resolución del cisma en Roma permitió a Símaco continuar promoviendo el cristianismo ortodoxo frente al cisma acaciano y continuó los esfuerzos de Gelasio por oponerse a los maniqueos que habían comenzado a crecer en número entre la población cristiana de Roma.

¿Qué lecciones podemos aprender de todo esto? En estos tiempos difíciles con frecuencia escuchamos que no debiéramos preocuparnos tanto. Todos hemos recibido consejos condescendientes, reprimendas en realidad, de personas que quisieran que dejemos de protestar tanto… “Las cosas estuvieron mal en otros tiempos. Ha habido malos Papas, incluso antipapas, y al final todo salió bien. También han habido altibajos en el mundo secular, y la vida continuó…”

Pero si observamos aquel tiempo – quizás uno de los pocos de la historia cristiana verdaderamente comparables con el nuestro en la cantidad de movimientos paralelos, vemos que si bien es verdad que tanto la Iglesia como la vida normal continuaron, las cosas no volvieron a ser iguales. La unidad del cristianismo terminó, y para siempre [6]. El cisma acaciano provocado por las herejías nestoriana, monofisista y miafisista ayudaron a ensanchar el abismo entre la Iglesia latina occidental y la iglesia bizantina oriental en un cisma que duro un milenio.

Y las viejas herejías nunca mueren; se ponen pantalones acampanados y camisas de colores y adoptan la jerga del socialismo que está de moda. La idea de que Jesús era solo un hombre bueno que quiere que seamos buenos con los pobres y los inmigrantes tiene un dejo de esas viejas herejías cristológicas. Ciertamente vimos que la facción Bergogliana/Kasperita de Roma no sostiene la cristología ortodoxa católica de Calcedonia y no tienen ningún remordimiento en corregir al Hijo de Dios por su falta de “misericordia”.

¿No llegó a sugerir uno de sus jóvenes lugartenientes durante el Sínodo de los Obispos en Roma, y frente al Papa, que ahora ellos debían corregir “la dureza del corazón” de Cristo? ¿“Puede Pedro ser más misericordioso, como Moisés…” y simplemente permitir o al menos guiñarle el ojo al divorcio? Aquella mañana, en el aula, el silencio de los sucesores de los apóstoles frente a esta aberración resultó tan fuerte como las campanadas de San Pedro. El cielo debió escucharlo sin duda.

El punto principal a extraer de todo esto es que, si bien es cierto que “las puertas del infierno no prevalecerán” – es decir, la Iglesia nunca será destruida por completo – las cosas que hacemos tienen consecuencias; el daño que hacemos es real y duradero. El daño que puede hacer una sola persona con decisiones y acciones concretas en un lugar y un tiempo real perdurará, quizás por miles de años, quizás hasta el fin de los tiempos, esté este cerca o lejos.

Pero también podemos ver con esperanza las cosas buenas que surgen de tales males. Si estas controversias no hubieran surgido, la Iglesia habría tenido nunca personas como San Gelasio u opositores de Nestorio como San Cirilo de Alejandría o San Juan Casiano. Sin un mal contra el cual luchar, posiblemente la Iglesia no hubiera podido hablar tan claramente en los siglos subsiguientes sobre la naturaleza de Dios, y no hubiéramos llegado a conocerlo tal como lo hacemos ahora.

En Su voluntad permisiva, el Señor permite errores por una sola razón; no para llevar a los hombres por mal camino, sino para darles una oportunidad para definir y declarar la verdad. Él permite levantamientos y dificultades no para abatirnos, sino para “probarnos” y purificarnos y santificarnos, dándonos algo contra qué luchar.

Finalmente, podemos contemplar al joven con el que comenzamos el relato. Los expertos creen que en aquel tiempo, en medio de todo ese levantamiento, Benito dejó Roma, abandonando su educación mundana para vivir en un pequeño pueblo, probablemente una pequeña comunidad de laicos devotos, para fortalecer su vida de oración. De ahí se retiraría aún más para vivir en una cueva en el Monte Subiaco y dedicarse por entero a la oración y la vida asceta, alcanzando una profunda y transformadora unión con Cristo.

Fue solo tras esa purificación y santificación que emergió como el santo que hoy todos conocemos, el padre del monacato occidental y patrono de Europa. La misma Europa que, si bien él no lo sabía, estaba naciendo en Roma cuando él era un estudiante universitario de 20 años, paralizado como muchos de nosotros hoy, frente al horror de todo aquello.

Vale la pena recordar que la Regla, un documento que sirvió para la santificación de miles y miles de personas en vicisitudes imaginables de la vida humana, no hacía ni una sola referencia a lo que sucedía en el mundo en aquel tiempo en que fue escrita. Esos grandes y memorables momentos históricos que atestiguó Benito, no hicieron ni una diferencia en la tarea que él tenía por delante.

Hilary White

(Artículo original. Traducido por Marilina Manteiga)

[1] Los paralelismos entre el Henotikon del siglo V y el cisma anglicano del siglo XVI mencionados en un artículo de la Catholic Encyclopedia son fascinantes: “Era una súplica de reunión sobre la base de la reticencia y la conciliación. Y bajo este aspecto sugiere una comparación significativa con otro conjunto de ‘artículos’ más conocido, compuesto casi once siglos después, cuando los líderes del cisma anglicano tejían un camino cuidadoso entre los extremos de la enseñanza romana por un lado y las negaciones luterana y calvinista por otro.” 

[2] Dadas nuestras circunstancias actuales, podría resultar de interés considerar un comentario del autor del mismo artículo sobre el carácter de Acacio. Como patriarca de la capital imperial de Constantinopla, su oficio era tal que, en aquel tiempo en que la primacía papal no era aún doctrina definitiva, lo ponía en un lugar de influencia similar al del Papa. Acacio era popular por su personalidad pública ganadora e imponente. Pero sus flaquezas como líder religioso se hicieron visibles en su escrito y su promoción del Henotikon – un nuevo credo que proponía en esencia una nueva religión pero escondida en términos cuidadosamente ambiguos – el Amoris Laetitia de aquel tiempo. “Podría cuestionarse si Acacio, ya sea hoy en oposición a la ortodoxia, o en sus esfuerzos poco ortodoxos para conciliar, no era más profundo que un político que busca sus propios fines personales. No parece haber tenido nunca un conocimiento consistente de los principios teológicos. Tenía alma de jugador, y él solo jugaba por influencias.” El artículo continúa diciendo que sus maquinaciones sobre las definiciones cristológicas lograron deponer un emperador – uno que sostenía la ortodoxia del credo de Calcedonia – y reemplazarlo con Zenón. El objetivo de Acacio parecía ser el uso de la controversia para exaltar “la autoridad de su sede… reclamando para ella una primacía de honor y jurisdicción sobre todo el oriente, cosa que emanciparía a los obispos de la capital no solamente de toda responsabilidad sobre las sedes de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, sino también del Romano Pontífice.”

[3] Estas congregaciones orientales son conocidas en nuestro tiempo como la Iglesia Ortodoxa Oriental, incluyendo la de los armenios y los coptos en Egipto y Etiopía.

[4] Vale la pena leer sobre Gelasio; fue el primer Papa en confirmar la autoridad doctrinal sobre toda la Iglesia, oriental y occidental, y el primero en insistir en que el emperador debía inclinarse ante los obispos en asuntos espirituales. Fue el primer Papa en proponer la doctrina de las “dos espadas”, refiriéndose a la separación del poder del estado y el poder de la Iglesia, con el primero sometido al segundo. Esta idea formaría la base de la doctrina católica sobre las relaciones Iglesia/Estado hasta el día de hoy. Sus cartas a los patriarcas orientales – de las cuales aún sobreviven 40 – conforman un tratado sobre la primacía de Roma.

[5] Lorenzo terminó sus días sorprendentemente bien, retirándose a una propiedad privada del senador romano que lo promovió, haciendo penitencia hasta el día de su muerte.

[6] También vale la pena examinar la falta de visión, la incompetencia absoluta y la malvada estupidez egoísta de los generales romanos y gobernantes en las fronteras alemanas que no supieron manejar la crisis migratoria del siglo V, llegando a convertirla en una invasión militar que robó al imperio sus tierras occidentales para siempre. La caída de Roma no era inevitable.

 

Traducido por Marilina Manteiga. Fuente: https://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/3647-it-s-the-end-of-the-word-as-we-know-it

 

 

Hilary White
Hilary Whitehttp://remnantnewspaper.com/
Nuestra corresponsal en Italia es reconocida en todo el mundo angloparlante como una campeona en los temas familia y cultura. En un principio fue presentada por nuestros aliados y amigos de la incomparable LifeSiteNews.com, la señora Hillary White vive en Norcia, Italia.

Del mismo autor

EL OFICIO DIVINO: La oración que construyó la civilización occidental

"Siete veces al día te he alabado por los juicios de...

Últimos Artículos

San Dimas, el Buen Ladrón

La liturgia latina de la Iglesia conmemora el 25...

La Semana Santa no es momento de playa ni diversiones

https://youtu.be/ZBsa00JGhcE?si=UDriQzFjW7m7hccQ Padre Michel Boniface, FSSPX

 “Et Verbum caro factum est”

I. El 25 de marzo la Liturgia de la...