Desde hace ya tres años Francisco se ha dedicado a torturar los sentidos de los católicos y a perturbar sus mentes con una inacabable serie de sermones heterodoxos y «meditaciones» perversas de las Escrituras, la mayoría de ellos impartidos desde la capilla de su chabola en el hotel de cinco estrellas de la Casa Santa Marta. El espectáculo diario raya ya en lo cómico:
- Jesús tan sólo «pretende estar molesto» con sus discípulos.
- El niño Jesús “probablemente tuvo que pedir perdón” a María y a José por sus «pequeña correría» en el templo.
- San Pablo declaró: «hago alarde únicamente de mis pecados» (aparentemente confundiendo a san Pablo con Martín Lutero).
- Cuando María se encontraba al pie de la cruz «indudablemente quiso decirle al ángel: «¡Mentiroso! Me engañasteis.”».
- En el confesionario «no es que contamos nuestros pecados y Dios nos perdona. ¡No, no es eso! Buscamos a Jesús y le decimos «este es tu pecado, y pecaré de nuevo»».
- La torre de Babel fue un «muro» que simboliza la xenofobia.
- En el juicio final, ante Él, Dios no preguntará si fuimos a misa.
- Los sacerdotes deberían dar absolución incluso a personas que «temen» revelar sus pecados porque el «lenguaje de los gestos» es suficiente (alentando así las absoluciones inválidas).
- Mateo resistió la llamada de Jesucristo y se aferró a su dinero— «¡No, yo no! No, este dinero es mío».
- Los Evangelios son solamente una «reflexión» acerca de «la conducta» de Jesucristo porque la Iglesia «no da clases en amor y misericordia» (¡Esa es la obligación de Francisco!).
- El milagro de la multiplicación de los panes y los peces «es más que» una multiplicación, es más bien un compartir animado por la fe y la oración».
Y continúa ad infinitum; estos son tan sólo algunos ejemplos que me vienen a la mente y no siguen ningún orden cronológico. El hecho de que Francisco es adicto a decir lo que se le ocurre y no lo que la Iglesia enseña lo ha convertido no sólo en el primer Papa que es, literalmente, una fuente de error pero también en una ejemplo vivo y continuo de la razón por la cual la infalibilidad papal fue tan cuidadosamente emplazada por el Primer Concilio Vaticano delimitándola con el objeto de constreñirla al limitado ámbito de las definiciones dogmáticas.
Mas esta semana nos ha caído algo novedoso, incluso para Francisco. Helo aquí, el sermón desde Casa Santa Marta del 9 de junio (la traducción del italiano es bastante exacta):
«Este es el realismo saludable de la Iglesia católica, la Iglesia jamás nos enseña «o esto o aquello». Eso no es católico. La Iglesia nos dice «esto y aquello». Dice «busca la perfección, reconcíliate con tu hermano. No lo insultes. Ámalo. Si acaso existe algún problema cuanto menos resuelvan las diferencias para así evitar que se desate la guerra».
Este es el realismo saludable del catolicismo.No es católico decir «o esto o nada». Eso no es catolicismo, es herejía. Jesús sabe siempre como acompañarnos, nos da el ideal, nos acompaña hacia el ideal. Nos libera de la rigidez de las cadenas de la ley y nos dice: Cumple con eso, pero sólo en la medida que te sea posible. Y nos entiende perfectamente bien. Es Nuestro Señor y eso es lo que nos enseña».
Estas son, por supuesto, sandeces. Mas, lo peor es que esas declaraciones: a) que es «herejía» que un católico diga «o esto o nada» con respecto a la ley moral; b) que la Iglesia es «realista» en lo que concierne a la aplicación de los preceptos morales; c) que Jesús nos da únicamente «un ideal» hacia el cual Él meramente nos acompaña y requiere la obediencia tan «sólo en la medida en que sea posible» y d) que esta es la enseñanza de Dios,son —tomándolas individualmente o en su conjunto— en sí mismas obviamente heréticas.
Como lo hace notar RorateCaeli, en Veritatis Splendor Juan Pablo II declaró, muy a pesar de Francisco, que:
«Sería un error gravísimo concluir… que la norma enseñada por la Iglesia es en sí misma un «ideal» que ha de ser luego adaptado, proporcionado, graduado a las —se dice— posibilidades concretas del hombre: según un «equilibrio de los varios bienes en cuestión»… en cambio es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se puede sentir justificado por sí mismo, incluso sin necesidad de recurrir a Dios y a su misericordia.
Semejante actitud corrompe la moralidad de la sociedad entera, porque enseña a dudar de la objetividad de la ley moral en general y a rechazar las prohibiciones morales absolutas sobre determinados actos humanos, y termina por confundir todos los juicios de valor».
Es de notar que en Amoris Laetitia el escritor fantasma de Francisco —el pirado arzobispo Víctor «Sáname con tu boca» Fernández— parece tener una querencia por la palabra «concreto» en el contexto de la ley moral: «condiciones concretas» (26, 31), «realidades concretas» (31), «preocupaciones concretas» (36), «circunstancias concretas» (175), «las realidades concretas de la vida familiar» (203), «preocupaciones concretas de las familias» (204), «las exigencias concretas de la vida» (223), «los asuntos concretos con los que se enfrentan las familias» (229), «la situación concreta» (301), «la vida concreta de un ser humano» (304) y, en el mismo ritmo del sermón heterodoxo de esta semana, «la complejidad concreta de nuestros límites» (303).
Es así mismo significativo que Amoris adopta precisamente el criterio que Juan Pablo II rechazó, en acuerdo con la tradición: utilizar «la debilidad propia» en la aplicación de la ley moral. Hay que recordar igualmente que el infame octavo capítulo de aquel vergonzoso documento está descaradamente intitulado «Acompañar, discernir e incorporar la fragilidad».
Sin embargo, hay que buscar el lado bueno de las cosas: cuando menos Francisco aún reconoce el concepto de herejía. Lo único que hace falta es que aprenda a aplicarlo a la herejía auténtica. Su sermón del 9 de junio podría ser un buen inicio.
Me disculpo por mi falta de seriedad, pero ¿merece acaso otro tono este asunto a estas alturas? Nos encontramos más que adentrados en lo estrafalario, hemos cruzado ya al territorio de lo absurdo. No puedo creer que existan católicos honestos que aún tomen este pontificado en serio en ningún de sus aspecto, que no sea el del peligro que su incongruencia representa para la integridad de la misión de la Iglesia.
Christopher A. Ferrara
[Traducción de Enrique Treviño. Artículo original]