Domingo 2º después de Pentecostés
Lc 14: 16-24
“La gran tragedia del hombre está en no haber reconocido el amor de Dios”
En esta parábola Dios les ofrece a los hombres su propio corazón. Dios los invita a una gran cena. La respuesta ante esta invitación es negativa: ellos prefieren vivir su propia vida. Con esta actitud la humanidad quedó perfectamente retratada. El hombre cree que las cosas que nos rodean tienen más valor que las que Dios nos ofrece. Esta es la gran tragedia de la humanidad.
Olvidamos lo que nos dijo San Pablo: “Buscad los bienes de arriba, no los de la tierra…”
El profeta Jeremías nos dice: “Dos pecados ha cometido mi pueblo, me han abandonado a mí que soy fuente de aguas vivas y se hicieron cisternas agrietadas que no pueden contener el agua”.
El Señor nos ha dicho claramente que “quien busque su propia vida la perderá”. Hemos olvidado tales enseñanzas del Señor. No nos damos cuenta que no se nos va a dar otra oportunidad. Ahora es cuando nos jugamos una existencia que será para toda la eternidad.
Si fracasamos en nuestra existencia, lo que nos espera es el infierno. Un infierno que será para siempre. Algunos dicen que el infierno no existe. La existencia del infierno no depende de lo que yo crea. El infierno sí existe, nos lo dijo Jesús: “allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Los invitados rechazaron la llamada del padre de familia y entonces mandó a los criados a invitar a los pobres… El auténtico sentido de la pobreza cristiana. Esta es una de las virtudes más difíciles de vivir y entender. La pobreza que habla el marxismo no es pobreza cristiana sino miseria humana.
Retrato de cómo ha de ser un auténtico discípulo de Cristo (2 Cor 6): “Vivimos como impostores, aunque somos veraces; como desconocidos, aunque somos bien conocidos…”
“Salid a las plazas… y oblígalos a entrar porque quiero que mi casas se llene de invitados”: Sentido del apostolado cristiano. Un apostolado que invita por amor, y sin coacción, a seguir a Cristo.