20º Domingo después de Pentecostés
(Jn 4: 46-53)
“La verdad sobre una campaña”
El evangelio de hoy nos cuenta el episodio de ese cortesano que acude a Jesucristo para pedir la curación de su hijo. Este hombre creyó en las palabras de Jesús y marchó a su casa habiéndose ya curado su hijo. Jesucristo, una sola persona, divina, con dos naturalezas, una humana y otra divina. Con dos voluntades, una por cada naturaleza. Jesucristo hombre se valía de su naturaleza divina para hacer milagros como éste.
En estos momentos de la historia de la Iglesia está aconteciendo una durísima batalla, como nunca la ha habido en contra de Cristo. El hombre se ha proclamado dios y ya no necesita a un Dios fuera de él que le diga lo que tiene que hacer, que le quiera dar normas…
Se quiere eliminar la idea de la divinidad de Jesucristo, y en definitiva la de Dios. Es una batalla real, aunque a lo mejor no nos queramos dar cuenta. Una batalla, en la que la victoria parece estar a favor de los enemigos.
Esta batalla es muy inteligente; tiene una estrategia de distracción, pues aparentemente es contra la familia (y también lo es) pero en realidad es contra Dios. Se pretende edificar una iglesia meramente humana. La inmensa mayoría de los cristianos no quieren darse cuenta, pero en realidad está en juego el porvenir eterno de los cristianos y de todos los hombres.
El hecho mismo de discutir sobre valores fundamentales de la ética cristiana, de las enseñanzas de Cristo…, ya crea en el pueblo fiel la idea de que son cuestiones opinables. Sea cual sea el resultado final, ya se ha creado una idea: las enseñanzas de Jesucristo son opinables y se pueden cambiar y “adecuar” al hombre.
No se ha titubeado en poner en duda la existencia de Jesucristo. Se han cambiado las enseñanzas del Magisterio. Los concilios anteriores al Vaticano II han sido eliminados. Ya no es la Palabra de Dios quien juzga la conducta del hombre, sino que es el hombre quien juzga la Palabra de Dios.
Es una campaña perfectamente planificada, en la que se usan todos los trucos para engañar, confundir, presionar. Lo que quieren es que el rebaño de ovejas de Cristo quede convertido en un rebaño de borregos.
Yo he oído a altos jerarcas de la Iglesia decir que Cristo, Mahoma, Alá y Jehová son la misma entidad. Esta misma jerarquía también ha dicho que Cristo nunca se sintió rey, sino que siempre se sintió el más humilde y pecador de todos. Eso es una barbaridad. Recordemos su conversación con Pilatos, o cuando dice “¿quién me argüirá de pecado?”…