19º Domingo después de Pentecostés
(Mt 22: 1-14)
«La verdad sobre un sínodo»
El matrimonio es una institución fundamental, base de la familia y de la sociedad. Hoy comienza en Roma el sínodo de la familia. Ante ello, hay muchos que se sienten alarmados por las posibles conclusiones a las que pueda llegar. Hoy sería un buen día para hablar del matrimonio, de la indisolubilidad de esta institución etc.., pero sería una pérdida de tiempo, pues lo que se reúnen en Roma pretenden ir a los principios del matrimonio para darle un nuevo enfoque.
Los principios de los que parten los padres sinodales, lo que se ha llamado el “instrumentum laboris” son dos: el historicismo y la realidad de la vida. Ya no se parte de la verdad revelada sino del hombre de hoy, para desde ahí iluminar la verdad revelada. Es decir, ya no se parte de Dios sino del hombre. Dicho con otras palabras, ya no es Dios quien juzga e ilumina al hombre y su realidad, sino que es el hombre quien pretende adecuar a su gusto la palabra de Dios. Y al mismo tiempo se hace según un criterio historicista; es decir, las enseñanzas de Cristo han de ser adecuadas al hombre de Dios, pues lo que Él dijo valía para su época pero no para hoy.
Frente a esto recordemos las palabras del mismo Jesucristo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” Frente a esto yo me pregunto: ¿Es que los obispos tienen más autoridad que Cristo?
Ya al comienzo del Vaticano II, el papa Juan XXIII, en su discurso de apertura dijo que la Iglesia se tenía que abrir al mundo. Ese cambio de timón que entonces se efectuó es lo que ahora está dando los resultados que vemos. Frente a esto tenemos la enseñanza del apóstol Santiago quien dijo: “¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con el mundo os hace enemigos de Dios? Fue también Juan XXIII el que dijo que los errores no deberían ser denunciados y corregidos. Frente a ello tenemos lo que nos dice San Pedro en su primera carta: “Sed sobrios y vigilad, pues el diablo, como león rugiente anda siempre dando vueltas buscando a quién devorar”. Las consecuencias de no denunciar a atajar los errores los tenemos a la vista de todos.
Fue San Pablo quien ya nos advirtió en su segunda carta a Timoteo cuando nos dijo: “Vendrá un tiempo en el que no soportarán la sana doctrina, sino que… cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a las fábulas”.
Para dar solución a los problemas del hombre hay que ir a sus causas, y estas causas son de orden sobrenatural. Allí es donde hay que buscar la solución. En el fondo, el hombre tiene miedo a reconocer que necesita a Dios para que su vida tenga sentido.