Se escucha por todas partes, por aquí y por allí, por aquel sitio y en todas partes……….el nombre de Dios tomado en vano de la forma más chabacana, vulgar y soez. No exagero, queridos lectores, hagan la prueba y, sencillamente, salgan a la calle, a un bar, a un cine, a una conferencia, a un parque,………..a un Templo………..y escucharán la expresión «Hostia» de quien más se lo esperan y a veces de quien menos de lo esperan (yo se la he escuchado incluso a algunos sacerdotes). Es el lenguaje blasfemo que está de modo: el diablo ha conseguido convertir en coloquial y cotidiano que se ensucie el nombre de Dios con esta expresión.
La dicen los niños desde pequeñitos (porque la escuchan a sus padres), la siguen diciendo los adolescentes y jóvenes…..y poco a poco van aderezando la expresión con añadidos de corte sacrílego como «Me cago en…..», luego ya mayores los padres la repiten como parte natural del vocabulario. De ahí se extiende y populariza la expresión que se usa ante una sorpresa, ante un susto, ante una alegría, ante una noticia inesperada, ante un incidente casero o callejero…..etc y se dice muchas veces sin malicia alguna, sin deseo consciente de ofender a Dios (es un pecado contra el segundo mandamiento de la ley de Dios: «No tomarás el nombre de Dios en vano»), sin sentido racional de falta de educación…..pero está INCULCADO en el vocabulario de las sociedades materialistas.
No exagero lo más mínimo: salgan a la calle (o a lo mejor en su mismo hogar) y escuchen que se repite ese vocablo casi como si fuera una expresión vital. El diablo lo ha conseguido: el lenguaje blasfemo está de moda, e incluso se ha introducido en la forma de hablar interna de espacios propios de la Iglesia, como en determinadas asociaciones, hermandades, grupos….etc; y esto ya es particularmente grave.
Entonces…..¡Paremos la blasfemia!………..combatamos el lenguaje ofensivo al nombre de Dios. Y ¿cómo hacerlo?
– Empezando por cada uno de nosotros. Si ya es una costumbre, hagamos frente a ella y que gradualmente se vaya reduciendo. Si no es costumbre aún, puede ser más sencillo eliminarla.
– Llevemos a la confesión este pecado, y tengamos la humildad de reconocerlo como tal en el sacramento del perdón.
– Eduquemos a los niños y jóvenes en el respeto a Jesucristo. Y no sólo con argumentos espirituales (los de mayor peso) sino incluso con pedagogía humanista: ¿a alguien le gustaría que por la calle se insultara al padre o la madre de uno?….pues Dios es más importante que todos los padres y madres juntos
– Introduzcamos, o potenciemos, en la catequesis una llamada de atención sobre este aspecto
– Manifestemos públicamente nuestro desagrado cuando escuchemos esta falta de respeto
– Cada vez que escuchemos una blasfemia, recemos en nuestro interior una jaculatoria para desagraviar, como «Alabado sea Jesús Sacramentado» o similar
Sobre todo: no aceptemos esta sucia realidad como algo normal y consumado. Cuando una casa grande está llena de inmundicia, no vale decir que es muy costoso que quede limpia del todo. Es mejor tener la valentía de empezar a limpiarla aunque el que inicie no la vea desinfectada ni al final de su propia vida. Nunca se llega a la meta si no se da el primer paso.