¿Ira y venganza en Dios?

Con mucha frecuencia la Sagrada Escritura manifiesta la ira o la cólera de Dios.

¿Es posible que en Dios suma perfección, exista la ira, la cólera, la venganza, que son movimientos pasionales que entrañan imperfección humana?

Tanto Moisés como los profetas que nos hablan de los sentimientos de Dios hablan en lenguaje del pueblo, quieren ser entendidos, y emplean expresiones a la altura de las sensaciones puramente humanas.

Lo que puede expresar el profeta es que Dios está justamente herido por la ingratitud y la traición de su pueblo y que aplicará la justicia a los que voluntariamente se han descarriado y permanecen en su pecado.

Dios se percata de la conducta reprobable de Israel, no cumplen las leyes divinas que habían aceptado al firmar la Alianza, olvidan a su Dios que los protegió con tantos milagros y ofrecen incienso a dioses o ídolos de madera. Han olvidado el amor de su Dios para quien no guardan gratitud alguna.

Es un pueblo que se va deslizando hacia su eterna perdición, Dios lo sigue amando, y anhela detener a tiempo su ruina y entiende que sólo puede hacerlo mediante sufrimientos y castigos, y Dios habla a Jeremías que sale a favor de su pueblo:

«Aun cuando Moisés y Samuel se me pusieran delante, mi alma no se inclinaría hacia este pueblo. ¡Arrójalos de mi vista, y que se vayan! Si te preguntan: « ¿A dónde hemos de ir?» les responderás: Así dice Yahvé:

El que a la muerte, a la muerte; el que a la espada, a la espada; el que al hambre, al hambre; y el que al cautiverio, al cautiverio.

Enviaré contra ellos cuatro azores, dice Yahvé: la espada para matar, los perros para arrastrar, las aves del cielo y las bestias de la tierra para devorar y destrozar. 4Y los entregaré para que sean maltratados en todos los reinos de la tierra, por lo que Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá hizo en Jerusalén» (Jeremías 15, 1-4).

Y Jeremías lleva el mensaje de Yahvé a su pueblo,  Dios está deseando que el Pueblo del Señor escuche sus amenazas, que haga caso de ellas que vuelva hacia su Dios, le dará tiempo para su conversión en cuyo caso olvidará todo lo anteriormente dicho y de nuevo volverá la paz entre Yahvé y los suyos.

Los israelitas recibieron el merecido castigo con su exilio a Babilonia, la dureza del trabajo, la poca estimación con que les tratan sus nuevos dueños, la añoranza de su patria, les han hecho comprender que se han portado mal con su Dios y escuchan su posible perdón por boca del profeta Jeremías:

«Así dice Yahvé: Concluidos los setenta años para Babilonia, os visitaré, y cumpliré en vosotros mi buena promesa de restituiros a este lugar. Porque Yo conozco los designios que tengo respecto de vosotros, dice Yahvé; pensamientos de paz, y no de mal, para daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis, y volveréis; me suplicaréis, y os escucharé. Me buscaréis y me hallaréis, si me buscareis de todo vuestro corazón. Y cuando me hayáis hallado, dice Yahvé, trocaré vuestro cautiverio, y os congregaré de entre todos los pueblos, y de todos los lugares adonde os he desterrado; y os haré volver al lugar de donde os he llevado cautivos».

Ahí está la explicación. Toda la ira, toda la cólera, toda la venganza que señalan los profetas en Dios, no es sino mera justicia y un gran deseo de Dios de salvación para con todos los que componen su Pueblo Escogido.

La historia nos muestra que la Iglesia ha sido purificada y fortalecida por medio de las pruebas, y quizás la prueba más grande para la Iglesia en cualquier época es la indiferencia y la tibieza de sus miembros.

Existe un enemigo importante para el cristiano en su camino a la perfección, es un estado permanente del alma que se llama tibieza. Difícil hallarlo dentro de sí aunque se noten sus frutos al exterior.

Se mira hacia atrás en la vida y uno se percata de que no es como antes, que no siente la misma afición a las prácticas religiosas, que ha dejado a un lado toda penitencia, que se aparta cada vez más de los sacramentos, que se ha aburguesado y no le importan los males ajenos que antaño le preocupaban, son síntomas de una grave enfermedad del alma que se llama tibieza.

Su mayor mal consiste en que apenas se nota su presencia, pero es como la polilla que en ningún momento deja de comer y estropear los tejidos.

En el Libro Sagrado del Apocalipsis se dirige Dios al obispo de Laodisea, a quien condena con estas graves expresiones: «Así, porque eres tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca. Pues tú dices: “Yo soy rico, yo me he enriquecido, de nada tengo necesidad”, y no sabes que tú eres desdichado y miserable y mendigo y ciego y desnudo» (Ap 3, 16-17).

El ángel de Laodisea, descrito en tanta miseria y desgracia, no creía que él era digno de lástima. Y si estas mismas expresiones me las dirigiera Dios a mí, ¿cómo conocer que estoy sumido en tan desgraciada tibieza?

Vamos a examinar brevemente algunos síntomas:

1º Aflojar continuamente en las prácticas de piedad. Quien no se comunica frecuentemente con Dios, es ya tibio.

2º La eliminación progresiva de toda mortificación. El tomar como norma un ir pasando es una señal evidente y se puede aplicar a las obligaciones del propio estado, se elimina lo costoso y se hace solamente lo que a uno le agrada en la casa, en la oficina y en la vida social-

3º La satisfacción de los sentidos, pequeños placeres, o excesos vergonzosos que van desde la golosina y el tabaco hasta el abuso del alcohol. No es necesario aludir a los excesos morbosos, en las manifestaciones del erotismo, desde los anuncios, las revistas ilustradas, las playas, las fiestas nocturnas etc.

4º síntoma de la tibieza, colocar el amor propio por encima del apostolado. Se pretende imponer las propias ideas y los propios métodos, pero esto es querer dominar en lugar de servir.

5ª La crítica sistemática. Se critica todo y con eso se crea un ambiente irrespirable. La consecuencia inmediata socialmente hablando es el desaliento.

6º La plaga de las apariencias externas sin fundamento interior. Se va a la Iglesia por conveniencias sociales y lo que menos importa es oponerse en contacto con Dios.

7º Un síntoma es nuestra actitud ante el mundo, sino que en nuestro enjuiciamiento del mismo intervenga la fe, sino que es una visión con criterios puramente humanos. Se actúa como si Cristo no hubiera hablado y dejado un claro código de conducta, se tiene fe, y se tiene esperanza, pero la conducta práctica es la de que cree y espera más allá de las cosas visibles.

«Deberíamos preguntarnos si las advertencias condicionadas, dadas a través de las apariciones marianas aprobadas de los siglos XIX y XX, son tan ilusorias como a algunos les gustaría pensar. ¿Es el castigo algo nuevo en la historia de la salvación? ¿Que no tenemos los antecedentes del Antiguo Testamento, de las grandes plagas, exilios y la destrucción que cayó sobre la gente de Dios, cuando persistieron en su pecado y rechazaron escuchar a los profetas? ¿No es tampoco verdad que los lugares donde la Iglesia está llevando las más grandes oposiciones de sus propios miembros, donde la fe se está debilitando y la apostasía se está desparramando, son precisamente los lugares donde aún no ha habido una gran prueba para la Iglesia? Dios sabe que al final el sufrimiento nos llama de nuevo a un sentido de realidad, de verdad, de Él. Las persecuciones siempre producen una gran cosecha de conversiones para el Cuerpo Místico».[1]

En la octava de Corpus Christi de 1675 Nuestro Señor le dijo a Santa María Margarita de Alacoque mostrándole su Corazón:

«He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado».

«Si al menos tú me amaras».

A través de Margarita María, Nuestro Señor pidió al Rey de Francia Luis XIV, que consagrase Francia al Sagrado Corazón y que pusiese en las armas de Francia el Corazón de Jesús. Tontamente el monarca ignoró la petición del Señor, y, al siglo siguiente la ateísta Revolución Francesa arrasó con Francia y Luis XVI fue conducido a la guillotina.

«No quisieron hacer caso de mi petición. Como el Rey de Francia se arrepentirán y lo harán, pero será demasiado tarde. Rusia ya habrá difundido sus errores alrededor del mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia: el Santo Padre tendrá mucho que sufrir».[2]

En el mismo Apocalipsis (3, 19), dice Dios: «Yo reprendo y corrijo a los que amo, ten pues celo y arrepiéntete»

«Ese Corazón que te ama está esperando tu amor; la respuesta lógica a lo que Él ha hecho por ti, y a esa esfera, la constituyen una entrega total al Corazón de Jesús y una confianza absoluta, sin límites, en ese Corazón que te ama. Si te fías de Él, querrás seguir sus enseñanzas, hacer lo que Él hizo, imitarlo».[3]

La solución tiene que comenzar por admitir la desgracia de la situación; que soy tibio, y querer cambiar radicalmente.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] MIRAVALLE STD, MARK, El Dogma y el Triunfo.

[2] SOR LUCIA, Memorias, pág. 464.

[3] VARGAS BRETRONES, TORCUATO, Hay un Corazón que te ama.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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