Jesús presentado a Herodes. Flagelación de Jesús

Composición de lugar. Mira a Jesús tratado como loco. Mírele azotado.

Petición. ¡Oh Jesús mío adorado! ámeos con todo mi corazón.

Punto primero. Después que Pilato mandó a Jesús atado a Herodes para que conociese la causa por ser de Galilea, hízole éste muchas preguntas, y a ninguna respondió Jesús, a pesar de que los príncipes de los sacerdotes y escribas estaban allí acusándole pertinazmente… Así, callando, castiga Jesús la curiosidad pueril de un hombre soberbio, voluptuoso y cruel. – Y viendo Herodes que Cristo no le hablaba, desprecióle con su ejército, y burlado de Él, vestido con una vestidura blanca, le remitió a Pilato… ¡Oh humildísimo Jesús! ¿Quién deseará ser tenido por cuerdo y sabio, viéndole a Ti tenido por loco? ¡Oh, verdaderamente eres loco, pero loco de amor por los hombres que así te enloquecen y burlan!

Punto segundo. Pilato, queriendo libertar a Jesús, propuso, según costumbre, dejar libre a Barrabás, infame ladrón y homicida, o a Jesús, y les dijo: “¿A quien queréis que suelte , a Cristo o a Barrabás?” El pueblo, sobornado y persuadido por los sacerdotes y ancianos, todos con gran clamor dijeron:“ ¿Quién fiará del juicio de los hombres, que tan presto se muda?… ¡Oh amantísimo Jesús! Verdaderamente sois reputado por el más vil y desechado de la plebe… “¿Qué he de hacer de Jesús?” replicó Pilato por tercera vez: y el pueblo clamaba, levantando cada vez más el grito: “¡Crucifícale, crucifícale!…” ¡Cuántas veces, hija mía, has dado tú también estos gritos desaforados y rabiosos, y has preferido Barrabás, el pecado a Jesucristo! ¡Qué que villanía maldad!!!

Punto tercero. Viendo Pilato la pertinacia del pueblo en pedir que Cristo fuese crucificado, dio contra Él la primera sentencia, que fuese azotado, entregándolo a los soldados, para que luego la ejecutasen, después de confesar su inocencia, como tantos falsos cristianos que oprimen o permiten sean oprimidos los inocentes, queriendo complacer a Dios y a los hombres… Mira a este manso Cordero en manos de los verdugos… le entran en una sala, le despojan de sus vestiduras, hasta la túnica inconsútil, y le atan a la columna para desollarle vivo con crueles azotes… ¡cómo se burlan al verle desnudo! ¡qué confusión para el castísimo y modestísimo Jesús!… ¡qué crueldad desplegan los sayones! Cuatro son los que se renuevan a menudo, y renuevan su fiereza instigados por los sacerdotes, por el demonio, por la mansedumbre y silencio de Jesús… Los instrumentos del castigo son varas verdes llenas de espinas, y ramales tejidos de nervios de bueyes, con abrojos de hierro al remate de ellos, y unas cadenillas de hierro que penetraban hasta los huesos… El cuerpo de Jesucristo es tierno y delicado, y muy sensible y muy quebrantado con el sudor de sangre que precedió, y con trabajo de la noche y aquel día. El número de azotes pasa de cinco mil… ¡Oh pacientísimo Cordero! Mis pecados y los de todo el mundo, innumerables y gravísimo, y el deseo vehementísimo de satisfacer abundantísimamente por todos los pecados del mundo, exigían que los acotes con que se pagaban al Eterno Padre nuestras deudas, fuesen innumerables y cruelísimos… ¡Oh Padre Eterno! Yo soy el culpable: castigad mis pecados, descargando sobre mis espaldas pecadoras los azotes, y no sobre el inocentísimo Jesús. Misericordia y perdón para este pobre pecador.

Punto cuarto. Aplica tus sentidos, hija mía en este paso. Contempla la soledad de Jesús… cómo no hay quien de Él se duela y compadezca… Mírale como por todas partes se va desangrando y enflaqueciendo.. Pondera cómo aran los pecadores sobre sus espaldas, y surcan su carne los azotes hasta penetrar en lo interior de ella… Considera todo su cuerpo hecho una llaga desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza… Mira su sangre, que por todas partes se derrama… oye el chasquido de los azotes, el clamor de los verdugos… Escucha el silencio de Cristo, que habla con más elocuencia que todos los discursos… Toma los azotes teñidos con sangre divina, siente las punzadas de las varas, los golpes, las cardenales y las heridas… besa la tierra bañada con la sangre de tu Creador… recoge con suma veneración los pedazos de piel y de carne del Divino Jesús esparcidos por el suelo con los azotes… abraza aquella santa columna esmaltada con la sangre del Hijo de Dios… percibe el olor y gusta estas bodas que elevan al cielo olor de suavidad con toda clase de virtudes, sobre todo de paciencia, mansedumbre, fortaleza, humildad, amor… ¡Oh Padre Eterno! ¿por qué consientes que tu Hijo sea tratado como ladrón, despreciado y el más abatido de los hombres, varón de dolores, y le tengamos por leproso y herido de Dios? ¡Oh el más hermoso de los hijos de los hombres, mi enamorado Jesús! ¿quién te ha quitado la figura bellísima que tenías?… ¡Oh resplandor de las gloria del Padre! ¿quién oscureció la lumbre de tu rostro y de tus ojos hermosos y piadosos?… Ya lo veo, Señor; fuiste llagado por mis maldades, molido por mis delitos: el castigo causador de nuestra paz descargó sobre Ti, y por tus llagas hemos sanado todos. Yo soy, pues, quien pecó; este Cordero ningún mal ha hecho: convierte, oh Padre Eterno, tu mano contra mí, descarguen los azotes contra mis espaldas, porque muy justo es que pague la pena quien cometió la culpa.

Padre nuestro y la Oración final

Fruto. Tomaré una disciplina los viernes, o haré otra penitencia en satisfacción de mis pecados y en unión de lo que padeció Jesús inocente por mí, pecadora, ingrata y ruin.

San Enrique de Ossó

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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