Al igual que el año pasado, cuando les proporcionamos el texto de «La Conferencia Inaugural del Beato John Henry Newman» a cargo del Dr. Stephen McInerney sobre Newman y el Rito Romano, este año les proporcionamos el texto de la segunda conferencia, impartida por el P. Scot Armstrong *, miembro fundador del Oratorio de Brisbane (en proyecto de formación).
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No estamos viviendo en la era de Acuario, en donde aquello que nos hace sentir bien es lo correcto, debido a que “todo lo que necesitas es amor” (en referencia a “All you need is love” – canción de los Beatles). Estamos viviendo en la era del eclipse de Dios. [1] «Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado«, dijo Nietzsche. [2] Estaba en lo cierto. Lo estaba epistemológicamente, pero no ontológicamente – en otras palabras – no en la realidad, sino en la mente (de ahí la analogía del eclipse). Este eclipse de Dios ha sido preparado y construido, – al igual que una nueva Torre de Babel – en una falsa autoridad de la conciencia, que es, la conciencia como empirista, y que es a su vez, aquella que se justifica como un método para racionalizar, más que para ser un eco de la voz del Creador. [3] Aquí radica la inversión de la dependencia de la libertad en la verdad. Ya no sirve que la verdad nos haga libres. Más bien, somos libres para poder hacer realidad aquello que deseamos por el poder de la voluntad.
Aldous Huxley, en su novela Un mundo feliz, escribió un pasaje fascinante en el que hizo mención de «un Cardenal Newman». Mustapha Mond explica por qué Dios se ha hecho innecesario, citando en primer lugar a Newman:
”No somos más nuestros de lo que es nuestro lo que poseemos. No nos hicimos a nosotros mismos, no podemos ser superiores de nosotros mismos. No somos nuestros propios dueños. Somos propiedad de Dios. ¿No consiste nuestra felicidad en ver así las cosas? ¿Existe alguna felicidad o algún consuelo en creer que somos nuestros? Es posible que los jóvenes y los prósperos piensen así. Es posible que éstos piensen que es una gran cosa hacerlo según su voluntad, como ellos suponen, no depender de nadie, no tener que pensar en nada invisible, ahorrarse el fastidio de tener que reconocer continuamente, de tener que rezar continuamente, de tener que referir continuamente todo lo que hacen a la voluntad de otro. Pero a medida que pase el tiempo, éstos, como todos los hombres, descubrirán que la independencia no fue hecha para el hombre que es un estado antinatural, que puede sostenerse por un momento, pero no puede llevarnos a salvo hasta el fin…“ [4]
Después explicará que no hay necesidad de ir en busca de un sustituto de deseos juveniles durante la vejez ya que estos deseos juveniles nunca fallan, ya que el mundo moderno ha hecho de la vida humana como una felicidad libre de problemas y de organizada auto indulgencia racional: «¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando nuestras mentes y cuerpos siguen las delicias en la acción…?» – de hecho, se le pregunta que si cree que efectivamente Dios no existe. A lo que él responde que él piensa que probablemente sí que existe. Pero, que mientras en los tiempos pre-modernos Él se manifestó como se describe en los libros antiguos, sin embargo en los tiempos modernos, Él se manifiesta «como una ausencia; como si Él no existiera en absoluto.»
En otras palabras, esto sería una gran capitulación al vicio (tal y como lo describe Santo Tomás, como una bienaventuranza «animal» no propia de los seres humanos [5]): como una justificación bien planificada y ejecutada de manera eficiente en nuestro ánimo caído, y la eliminación de la idea de Dios y de la necesidad de la gracia. Se puede prever una vida sin dolor, pero monótona. Ahí es donde surgirá el ser inmanente a la trascendencia humana de manera global.
La vida y pensamiento del Beato John Henry Cardenal Newman que está contenida en su obra, la Providencia nos ha dado, en mi opinión, la solución a este eclipse de Dios. «Desde la conversión de San Agustín, probablemente ninguna otra conversión ha tenido repercusiones tan ampliamente difundidas en el mundo como esta; tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica.» [6] En las conversiones de Newman, primero a la edad de quince años, y más tarde, a la edad de cuarenta y cuatro, se encarnan las soluciones para la falsa primacía de la conciencia, por la cual, la mente humana se cierra a la luz de Dios, y en la que la errónea noción de progreso que pretende sustituir a la gracia de la redención. En la I Parte de esta presentación se tratará de la primera (la falsa primacía de la conciencia), y la II Parte tratará de esta última (la errónea noción de progreso que pretende sustituir a la gracia de la redención). La III Parte examinará la afirmación que establece a la modernidad como disputa entre los principios de Arrio y los principios de Atanasio.
I. La conversión de conciencia: de la insuficiencia de juicio privado del protestantismo [precursora de la «miserable falsificación» de la conciencia relativista] a la voz del Creador
La conversión de Newman a la edad de quince años fue un giro hacia Dios, no sólo como una forma de creencia o de pensamiento, sino como la de Aquel cuya presencia habitual percibía, y cuya «Voz» oyó «hablar tan claramente en mi conciencia y en mi corazón.» [7] Esta experiencia la describió como la de uno que percibe a Dios en términos de un Absoluto Personificado: como si «no hubiese más que dos seres en todo el universo, nuestra propia alma y el Dios que la hizo (…) para cada uno de nosotros no existen más que dos seres en todo el mundo: uno mismo y Dios.» Más tarde analizó la idea de la conversión, como la de una sensación intensa, una tendencia a la introspección o incluso introversión espiritualizada, como si existiese algún tipo de» justificación por sensación ». [8] También escribió que este «gran cambio de pensamiento» nunca fue «borrado u oscurecido.» [9] Esto indica una liberación [de sí mismo], en lugar de un aislarse en sí mismo en un relativismo subjetivo.
También señaló, que la doctrina que defendía que la conciencia es un eco de la voz de Dios, ya estaba pasada de moda en el siglo XIX:
Está de moda el considerarlo de cualquier manera como creado por el hombre (…) Pero la voz de Dios en la naturaleza y en el corazón del hombre, a diferencia de la voz de la Revelación (…) el testigo interno tanto de la existencia como de la ley de Dios (…) se aguanta en Dios y no en el hombre. [10]
Escuchemos a Newman, que habla de la presencia de un Otro, más que del mal uso de la razón para superar a la voz de la conciencia (que es una manera de describir al racionalismo):
Porque persona religiosa es la que se atiene a la regla de su Conciencia, que nace con él, que no está hecha por él y la que se siente obligado a obedecer. Y la conciencia enseguida dirige inmediatamente sus pensamientos a un Ser exterior así mismo, que le dio la conciencia, y que es superior a él, evidentemente. Porque la existencia de una ley implica que hay un legislador, y un mandato implica la existencia de alguien que manda. Así que el ser humano es inmediatamente lanzado fuera de sí mismo por la misma Voz que habla dentro de él; […] Mira y remira en el mundo, buscando a quien no es del mundo para encontrar, detrás de las sombras y engaños de esta escena cambiante de tiempo y sensaciones (…) una fe que procede de su sentido de la presencia de Dios, que desde el principio les fue certificada por la voz interior de la Conciencia”. [11]
En el siguiente pasaje (quizás el más célebre de entre todas sus obras -ciertamente lo es dentro de su obra Apología-), escuchamos:
Cuando tenía quince años (en el otoño de 1816) se produjo en mí un gran cambio interior (…), La acepté de inmediato y pensé que la conversión interior de la que yo era consciente, (y de la que estoy más seguro de que tengo manos y pies,) duraría hasta la vida futura (…).No creo que esta convicción me llevara a no esforzarme en agradar a Dios. (…) Pero pienso que (…) y en hacerme descansar en el pensamiento de dos y solo dos seres absoluta y luminosamente autoevidentes: yo y mi Creador (…). [12]
[Aquellos que estén familiarizados con este pasaje habrán notado que he dejado afuera las referencias a un «credo definido» y a «la marca de lo que es un dogma«. Esto es porque intentaré volver a re-integrarlos en la última sección, que, espero, hará más fuerte la idea de la conversión de la conciencia como fundamento de la conversión a la fe en la Revelación.]
Sobre la base natural de la voz de Dios en la conciencia, se desarrolla a continuación, una expectativa de la Revelación:
Newman sostiene que la creencia en la religión revelada depende de la creencia en la religión natural; y esta a su vez depende de nuestra propia escucha de la voz de la conciencia, por la que recibimos nuestros primeros indicios de Dios. Toda religión «está fundada de una forma u otra en el sentido del pecado.» Donde no haya sentimiento de culpa, donde la conciencia se sustituya por un simple sentido moral, no habrá verdadera religión. Pero donde hay una conciencia, (de la infinita bondad de Dios por un lado, y, por otro, de nuestra propia necesidad y extrema miseria), también habrá una anticipación de que una revelación ha sido o será dada. Si entonces alguien, ha deseado una revelación que le ilumine para limpiar su corazón, ¿por qué no habrá de utilizar una justa y razonable anticipación a la probabilidad de tal deseo, el cual ha abierto la puerta de su interés? (…). Solo hay una religión en el mundo que tienda a llenar todas las aspiraciones, necesidades y presagios de la fe natural y de la devoción (…) Es la única que tiene un mensaje definitivo dirigido a toda la humanidad (…) Cristo satisface la gran necesidad de la naturaleza humana , el Sanador de sus heridas, el médico del alma (…) la religión natural se basa en el sentido del pecado; reconoce la enfermedad; más no puede encontrar el remedio, sino buscarlo fuera de ella. Ese remedio, tanto para la culpa como para la impotencia moral, se encuentra en la doctrina central de la revelación, en la mediación de Cristo (…) que tiene el don de cauterizar y sanar la profunda herida de la naturaleza humana. [13]
En este contexto del eclipse de Dios, un intelecto oscurecido (propio de la cultura globalizada) confundirá la voz interior de una voluntad debilitada con la voz de Dios en la conciencia, y producirá, el no saber distinguir lo verdadero de lo falso o que al menos surja la duda. Esto es un peligro de proporciones verdaderamente dramáticas; que de hecho ha llegado a pasar en nuestros propios tiempos. [14] Sin embargo creo que Newman resolvió la causa de esta gravísima dificultad. Tomó la forma de un desarrollo en la comprensión de la dinámica que trabajaba en la conversión de su conciencia, volviéndose hacia Dios. Esto le puso aún más decididamente en el camino de ser recibido en la Iglesia Católica.
II. La conversión a la Verdadera Iglesia del Redentor
En los Sermones Universitarios de Oxford (que él mismo describirá más tarde como “lo mejor que había escrito»), esbozó una distinción epistemológica clave que le permitirá llegar a una comprensión de la verdadera naturaleza del desarrollo. Haciendo un recuento de esto en su Apología, observó que mientras escribía el Desarrollo de la Doctrina, argumentó contra sí mismo, lo que le llevó fuera del anglicanismo hacia la Iglesia del Redentor. Esta distinción epistemológica es entre las dimensiones implícitas y explícitas de la facultad racional.
La oscuridad europea, conocida regularmente como la «Ilustración», reduce el ámbito de aplicación de la razón a lo que Newman describe como la dimensión explícita. Pero esta dimensión es, de hecho, la menor de las dos.
Por la razón se entiende adecuadamente cualquier proceso o acto de la mente, por el que, al saber de una cosa, se avanza en el conocimiento de otra. (Sermón XII, 2)
El proceso para la facultad de razonar puede ser o explícito o implícito: es decir, puede estar tanto con un reconocimiento directo como sin él, por parte de la mente, de un punto de partida y de una ruta de pensamiento a través del cual llega a su conclusión (…) El proceso de razonamiento, ya sea implícito o explícito, es el acto de la misma facultad, al que pertenece también el poder de analizar este mismo proceso, y de pasar por lo tanto de lo implícito a lo explícito. Razonamiento, que por lo tanto emplea de forma retrospectiva, el análisis de sí mismo, y que se traduce en una ciencia específica o arte, llamada lógica, que es una especie de retórica, llevando a cabo con ventaja, los actos implícitos que la han proseguido. [15]
No es indispensable la claridad en un argumento para razonar bien. El proceso de razonamiento es completo en sí mismo; el análisis no es más que una explicación del mismo. (XIII.10) [16] [la cursiva es mía] [17]
Esto se ha invertido directamente en la era de nuestra historia: ya que «el proceso espontáneo que ocurre dentro de la mente misma es superior y distinto a lo que es lógico»; si invertimos esto mismo significará que nos hacemos todo una punta sin Iceberg – si me perdonan la referencia a Keating – (es decir: todo está al revés); o un eclipse de la razón implícita producirá el eclipse del sentido religioso articulado en la razón humana, y por lo tanto del sentido de Dios. Por lo que se puede ver la separación dramática que hizo la Ilustración de la fe-razón: primero separando la fe de la razón para que a continuación se reduzca aún más el alcance de la razón humana de manera eficaz; y así con la reducción de los postes en la portería de la fe se hace imposible el marca nunca un gol.
Una consecuencia muy importante de esta reducción de la razón a la dimensión explícita es una pérdida de la apreciación por el lugar que ocupan las predisposiciones morales en el razonamiento, y que están ocultos a la razón explícita pero realzados a la razón implícita. Por lo tanto, los actos de la razón estarán motivados por el deseo de un particular resultado que, no es consciente de ello (o sólo en la medida en el que la voluntad permite conocer el deseo de salir a la razón explícita), o que tienden a organizar el proceso de razonamiento a la luz del resultado que se pretende. Los efectos sobre la conciencia serán obvios.
Newman, sin embargo, fue capaz de elaborar un relación del razonamiento humano que tenga en cuenta las dimensiones tanto implícitas como explícitas, y su «anticipación estructural» en el don de la fe. Al hacer esto, fue capaz de reconocer los rasgos que caracterizan el curso del desarrollo de carácter general, y por lo tanto la manera en la que la gracia perfecciona la naturaleza a la vez que no la destruye. Al mismo tiempo, esto le permitió identificar las marcas de los falsos desarrollos o corrupciones – y que veremos más en la siguiente sección.
El dogma fundamental de la Ilustración es la negación de la posibilidad de la Revelación: el intento de la razón para dictar los términos en los que Dios pueda ser Dios. ¿Qué es lo que motiva a este dogma anti-dogmático?
III. El carácter arriano del liberalismo
Del discurso de Newman al ser nombrado cardenal, conocido como el Discurso Biglietto:
Y me alegra decir que me he opuesto desde el comienzo a un gran mal. Durante treinta, cuarenta, cincuenta años, he resistido con lo mejor de mis fuerzas al espíritu del liberalismo en religión. ¡Nunca la Santa Iglesia necesitó defensores contra él con más urgencia que ahora, cuando desafortunadamente es un error que se expande como una trampa por toda la tierra! (…) El liberalismo religioso es la doctrina que afirma que no hay ninguna verdad positiva en la religión, que un credo es tan bueno como otro, y esta es la enseñanza que va ganando solidez y fuerza diariamente (…) Enseña que todas deben ser toleradas, pues todas son materia de opinión. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento o gusto (…) y está en el derecho de cada individuo hacerle decir tan sólo lo que impresiona a su fantasía. [18]
Esta doctrina, por la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión, descarta un «credo definido», y el dogma. Sin embargo, la conversión de Newman a la edad de quince años (su conversión de conciencia), fue tal, que el credo y el dogma fueron sus temas centrales.
“Cuando tenía quince años (…) se produjo en mí un gran cambio interior. Caí bajo la influencia de un credo definido y recibí en mi intelecto la marca de lo que es un dogma, que gracias a Dios nunca se ha borrado ni oscurecido” [19]
Para Newman, la conversión de su conciencia se abrió al credo definido y a las marcas recibidas del dogma, y no al gusto personal de que la religión Revelada no es verdad. Esta conversión auténtica se ve precisamente porque el alma se abre a las verdades de la Revelación y no a un intento de relativizarlas.
«La civilización contemporánea, según la forma de ver de Newman, será como la batalla entre los principios irreconciliables de Arrio y de Atanasio.» [20] El P. Louis Bouyer pensó que la Providencia le llevó a la plena comunión en las vísperas de una desintegración cultural que presentaba una dificultades para la fe no experimentadas con anterioridad (o, al menos, no en la misma medida): es decir, la desaparición del camino ordinario de los preparativos humanos naturales para poder entender fe en Cristo, la llamada pre-ambula fidei (preámbulos de la fe). Tal «eclipse» abonaría el terreno del alma humana hacia la apostasía masiva, la confusión generalizada, el escándalo y una profunda angustia por parte de los fieles. Newman sin embargo creyó, que esto ya había ocurrido antes en principio, durante la crisis arriana del siglo cuarto, y durante las continuaciones históricas que siguieron a esta crisis. Si bien la crisis de la modernidad es una composición nueva para los oídos de los oyentes superficiales, sin embargo, ante un examen más detenido se observa que sus temas no son más que variaciones (de sonido metálico y plástico – en otras palabras, una mecánica de-humanizadora) de un error antiguo y vacio.
¿Qué es lo que está implícito en la negación Arriana de la divinidad de Cristo? Si Él no es más que un hombre de Dios y no Dios por si mismo, es decir, la Segunda Persona de la Trinidad, entonces Él no podrá redimir, y deberemos esforzarnos (inútilmente) en levantarnos con nuestros propios medios, por medio de una tecnología en desarrollo, en contraposición al crecimiento moral y espiritual, tratando de este modo, sólo los síntomas de nuestros problemas morales, pero nunca la enfermedad. Este es el plano fenomenológico de nuestra crisis actual. En el plano metafísico, debemos tratar de amoldarnos en Dios, una empresa tan aterradora como imposible, especialmente en personas de moral dudosa. Esta última tendencia, correspondería con la metafísica perversa que se encuentra en el corazón del liberalismo secular que dicta los términos por los que Dios sería Dios, y que se corresponden con la metafísica perversa del interior del liberalismo en la religión.
La negación Arriana de la divinidad de Cristo da paso a una negación más sutil – la afirmación de que la naturaleza de Dios es inefable, y por lo tanto contra el dogma. Por ello, el Logos Arriano no podía ser Dios, si Él es la Palabra del Padre. El Logos, un simple criatura “intermedia”, hecha carne, ya no sería Emmanuel, Dios-con-nosotros, y por lo tanto que pudiera ser Dios estaría descartado. De hecho, es cierto que la naturaleza de Dios es inefable – no en sí misma, sino debido a nuestra expresión limitada como criaturas. De ahí la necesidad para la encarnación de Cristo, en quien estamos unidos – una naturaleza divina inefable y una naturaleza humana que se puede expresar, para que así se pueda construir – un puente, tal y como lo es el Eterno Pontifex. Si hacemos que la inefabilidad de la naturaleza divina sea un obstáculo para este puente, negaremos la realidad y el propósito de la Encarnación. Se nos dice en la I de Juan, que el negar que Jesucristo haya venido en carne, es ser un anti-Cristo. En la cada vez más profunda comprensión de la fe en la vida de la Iglesia, el IV Concilio de Letrán (1215) proporcionará una respuesta definitiva: en la similitud existente entre la naturaleza humana y la naturaleza divina, siempre estará implícita una desemejanza mayor – pero hay algo de similitud, y este es el punto. El camino del Pontífice implica que nuestra participación en la naturaleza divina estará, incluso en el estado definitivo de la próxima vida, constituida por una cada vez mayor bienaventuranza. La negación arriana que trata de mantener vivo el anhelo por Dios, a la vez que niega que podamos realmente estar con Él, se sienta en este puente, con el pelo canoso peinado hacia atrás en una cola de caballo, cantándose a sí mismo en una afirmación autorreferencial, y negándose a ir tanto hacia delante como hacia atrás, lo que llevó a esta pregunta: ¿por qué comenzar siquiera el viaje si no se desea llegar a su destino?
¿Qué es lo que va implícito en esta actitud? Pues va esencialmente un intento de escapar de las consecuencias morales de la Encarnación redentora: la conversión del pecado, el enmendar la vida, las prácticas de penitencia y mortificación, la dificultad moral del principio ascético que conlleva la vida de la gracia. Es una banalidad la idea de que pueda haber un Cristo sin su cruz; el que podamos disfrutar de nuestros vicios a la vez que se intentan eliminar sus consecuencias materiales a través de un mal uso de la tecnología.
Conclusión: Un Desierto Diferente
Si la corrupción de los mejores es la peor (corruptio optimi pessima), entonces ‘lo peor’ sólo será posible, una vez que ‘lo mejor’ haya hecho su aparición. Esto significa que el eclipse de Dios sólo ha sido posible desde la Encarnación, y de que sus efectos hayan sido suficientemente madurados durante el transcurso de la historia. La crisis de la modernidad es la herejía arriana, sumada al desarrollo de una tecnología bajo la falsa primacía de la conciencia.
La sabiduría de la tradición ascética, por parte de los Padres del Desierto, nos puede servir para fortalecernos contra las privaciones de la oscura cuaresma actual, tal y como lo hizo durante la crisis arriana de los siglos cuarto y quinto. La abnegación individual, al igual que sus frutos, producen un sereno desafío ante lo políticamente correcto; una acogida de las personas, mientras se condena al pecado; un rechazo frente al laicismo, tan firme como el de los mártires de la Iglesia primitiva que rechazaron quemar incienso ante el Emperador; esto solo se puede aprender en la escuela Sequela Christi, la cual practica las virtudes de los Padres del desierto, en medio de la posmodernidad y de la actual modernidad urbana [21].
Newman pensó que San Felipe Neri quería emular en el siglo XVI, (en un entorno urbano, y no cualquier ciudad, sino en Roma), lo que los Padres del Desierto habían hecho por la Iglesia en el siglo cuarto. [22] Newman hará lo mismo en Birmingham y en Londres en el siglo XIX. En la actualidad, está volviendo a ocurrir lo mismo de nuevo en varios lugares, entre los que se incluyen Toronto, Cincinnati, San Francisco y Brisbane. Llevar con gozo el testimonio de una tradición viva, que se eleva por encima de todo aquello que milite en contra de ella, durante el presente eclipse del sentido humano en la habitual presencia del Creador en la conciencia, es labor de toda comunidad de fe, y es especialmente la labor de un Oratorio. Por favor recen por nosotros, para que podamos ser en nuestro tiempo lo que San Antonio, San Felipe Neri y el Beato John Henry Newman fueron en sus tiempos.
***
* El P. Scot Anthony Armstrong (PhD) nació en Perth, y trabajó como violinista y como violista antes de entrar en el seminario de Vianney en 1994. Fue ordenado sacerdote en 2001, y desde entonces ha desempeñado su ministerio en varias parroquias de la diócesis de Wagga Wagga, así como [también desempeño] la docencia en Vianney College, en donde fue director de formación propedéutica y vicerrector desde 2005 hasta 2010. En Mayo de este año se trasladó a Brisbane para formar parte del proyecto [de formación] del Oratorio de Brisbane.
En su tesis doctoral investigó la cuestión de la modernidad como un fenómeno que necesariamente implica la intersección de la antropología filosófica y teológica. La figura del beato John Henry Newman tuvo un lugar destacado en la investigación, como alguien que «vivió todo el problema de la modernidad… y que renovó la génesis interna de la fe». (Papa Benedicto XVI)
[Traducción de Miguel Tenreiro. Artículo original]
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[1] Card. Robert Sarah, God or Nothing (San Francisco: Ignatius, 2015), Cap. vi.
[2] Friederich Nietzsche, Also sprach Zarathustra.
[3] Anglican Difficulties, II, 258-9.
[4] Aldous Huxley, Brave New World, Cap. 17. Se encuentra en: www.huxley.net/bnw/seventeen.html
[5] Jean-Charles Nault, O.S.B, The Noonday Devil: Acedia, the Unnamed Evil of Our Times, Ignatius: San Francisco, 2015, 91-95.
[6] “Desde la conversiόn de San Agustín, probablemente ninguna otra conversiόn ha tenido repercusiones tan mundiales difundidas como ésta, tanto dentro como fuera la Iglesia catόlica.” Pablo García, Domingo Barberi Precursor y Profeta: ¿Que Está Sucediendo en el Anglicanesimo? (Salamanca: Ediciones Sigueme, 1997), 170.
[7] John Henry Newman, Callista, 314-315.
[8] Keith Beaumont, Blessed John Henry Newman: Theologian and Spiritual Guide for Our Times, Catholic Truth Society, London, 2010, 14-15.
[9] Apologia, 4.
[10] Anglican Difficulties, II, 247-8.
[11] John Henry Newman, “Faith Without Sight” in Parochial and Plain Sermons, 17-18.
[12] Apologia, 4.
[13] Grammar, 253, 272, 274, 276-77, 299, 313; Ian Ker, Newman On Being a Christian, op.cit., 13-14
[14] Se debe, tal vez, añadir que Newman describió bellamente los efectos de una verdadera conversión de conciencia: «El entender que tenemos almas, es sentir nuestra separación de las cosas visibles; nuestra independencia de ellas; nuestra existencia distinta en nosotros mismos; nuestra individualidad; nuestro poder de actuar por nosotros mismos de esta manera o de esa manera; nuestra responsabilidad por lo que hacemos … .Estas son las grandes verdades que yacen envueltas, incluso en la mente de un niño, y que la gracia de Dios puede desenvolver allí a pesar de la influencia del mundo exterior; pero al principio prevalece este mundo exterior. Miramos hacia fuera desde nosotros mismos hasta las cosas que nos rodean, y nos olvidamos de nosotros mismos en ellas. Tal es nuestro estado, – una dependencia de apoyo en cañas que no aguantan, ignorando nuestra verdadera fuerza, – en el momento en que Dios comienza su proceso para recuperarnos la visión más real de nuestro lugar en Su gran sistema providencial. Y cuando a continuación nos visita, hay un momento de agitación dentro de nosotros […]; – Y comenzamos, poco a poco, a percibir que no hay más que dos seres en todo el universo, nuestra propia alma, y el Dios que la hizo. Sublime, abierta doctrina, pero muy cierta! Para cada uno de nosotros no existen más que dos seres en todo el mundo, él y Dios […]. Y ahora considera que revolución tendrá lugar en la mente […], en la misma proporción en la que se da cuenta de esta relación entre él y el Dios Altísimo.” The Immortality of the Soul, in Parochial and Plain Sermons, I, 19-21.
[15] John Henry Newman, Prefacio a la Tercera Edición, Fifteen Sermons Preached Before the University of Oxford (Notre Dame, Indiana, 1997), xi-xii.
[16] Ibid., xii.
[17] Josef Pieper, Leisure, the Basis of Culture (Indiana: St. Augustine’s Press, 1998
[18] Biglietto Speech, en Addresses to Cardinal Newman and His Replies, 64-5.
[19] Apologia, 4
[20] Robert Pattison, The Great Dissent: John Henry Newman and the Liberal Heresy (New York: Oxford University Press, 1991), 116.
[21] David Bentley Hart, In the Aftermath: Provocations and Laments (Michigan: Eerdmans, 2009), Cap 1.
[22] Ian Ker, Newman on Vatican II (Oxford: Oxford University Press, 2014), Cap. 4.