De la conversión milagrosa del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo

PUNTO PRIMERO. Considera, como dicen mu­chos santos, en este milagro en que el Salvador convirtió el agua en vino, hizo un bosquejo del que había de obrar después convirtiendo el pan y vino en su cuerpo y sangre preciosísima: contem­pla este misterio, y que fue el primero que obró, porque es el primero de todos sus Milagros. Pon­dera el poder maravilloso que dejó a los hombres en su Iglesia para obrarle cada día, y cómo baja a su voz, y el pan deja de ser pan y el vino, y ambos se convierten en carne y sangre de Cristo como se convirtió el agua fría en aquel vino preciosísimo por virtud de Cristo nuestro Señor, y dale gracias por esta maravilla, y pide a los ángeles y a todas las criaturas que se las den, y no ceses de admirar tan alto misterio y venerarle y adorar­le con los ojos de la fe.

PUNTO II. Considera cómo mandó Cristo luego obrando aquella conversión del agua en vino, que le gustasen, y a todos causó igual estima, dul­zura y admiración: lo mismo manda cuando obra este misterio en el Altísimo Sacramento: Tomad y gustad y comed, mis amigos, y embria­gaos, mis carísimos. ¡Oh alma mal a ti dice estas palabras!, que contigo habla este Señor, siempre que obra este milagro en el altar: llega y gústale, cómele y recíbele, gózale y paladéate con su suavidad, acusa tu tibieza en el acatamiento del Señor, que no le gustas ni admiras, porque no le contemplas ni le recibes como debes, y pide al Señor que te disponga con su gracia para que le gustes, admires y veneres como tienes obligación.

PUNTO III. Considera cómo una vez que obró Cristo aquel milagro causó pasmo a todos cuantos le supieron, y por él reconocieron su deidad, y que obrando este divino Sacramento todos los días tantas veces no causa esta admiración porque no le contemplarnos como se debe contemplar. Pon los ojos en los ángeles y santos de la corte celes­tial y mira cómo le adoran, y el temblor con que le reverencian, y aprende a reverenciarle y ado­rarle, a servirle y respetarle con temor y temblor de todo tu corazón.

PUNTO IV. Considera con cuanta facilidad te sientas a la mesa del mundo, y la hambre que tie­nes de sus manjares, y el gusto que tomas en ellos y en las bebidas del vino de este mundo, y cuan difícilmente llegas a la mesa de Cristo señor nues­tro, y el hastío que padeces de este mana celestial de su santísimo cuerpo y sangre, que tan liberal­mente te ofrece en su altar: llora tu perdición y trata muy de veras de la enmienda para que no envíe Dios el castigo sobre ti que envió en el desierto sobre los que se fastidiaron del mana del cielo y lo trocaron por las cebollas de Egipto. ¡Oh Señor! no caiga sobre mí semejante, dadme gracia para que estime vuestra mesa como debo, y me disponga para recibir vuestro manjar con toda la disposición posible, y para que desprecie todos los de este mundo viles y aparentes, por gozar de este divino sobre sustancial y verdadero.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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