Meditación XX
Composición de lugar. Considera a tu alma como un huerto, y a Jesús divino jardinero que quiere deleitarse en él.
Petición. Conózcame a mí y conózcate a Ti, mi Dios; para aborrecerme a mí, y amaros a Vos.
Punto primero. La vida del hombre sobre la tierra es una continua guerra, hija mía. De todas las victorias la más difícil y la más rara es la victoria de sí mismo… Hallarás, hija mía, grandes conquistadores de ciudades, imperios, del mundo entero; pero que sepan vencerse a sí mismo hallarás apenas uno entre millones… fácil cosa es vencer a los demonios, al mundo, al infierno, pero difícil es vencerse a sí mismo. Nos amamos con desordenado amor, y este amor nos ciega y no nos deja conocernos, y por consiguiente vencernos, aborrecernos… La pasión siempre busca su propia satisfacción, aunque sea a costa de la justicia, de la caridad, de Dios y del prójimo… Muchas veces nos parece virtud lo que es vicio, verdad lo que es error, acierto lo que es desacierto… Somos ciegos por el pecado original, y no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos… ¡Oh hija mía! la más alta y provechosa filosofía es conocerse el hombre a sí mismo por lo que es; dando gloria a Dios, o sea dando a Dios lo que es de Dios, y a nosotros lo que es nuestro… Pide, pues, hija mía, al Señor conocimiento propio, pues sin éste es imposible que trabajes en vencerte, porque te creerás ya perfecta en todo, y por lo mismo no trabajarás por alcanzar la victoria de ti misma.
Punto segundo. Cuando más difícil es una victoria, más honroso es alcanzarla y más noblemente solicita el ánimo generoso y esforzado… Luego que te conozcas, hija mía, por ruin y pecadora, examina cuál es tu pasión dominante, o sea aquélla que más veces te vence, y allí dirige tu batería, porque vencido este enemigo, cortada la cabeza a este Goliat, derrotados quedarán todos los filisteos… A este fin has de dirigir tu examen de previsión, tu examen particular, tus oraciones, misas comuniones, mortificaciones… y yo te aseguro, hija mía, que si emprendes esta batalla con ánimo animoso y determinada determinación, en breve vencerás a todos tus enemigos, los sujetarás bajo tus pies, serás dueña de ti misma, y en tu corazón y en tu alma no reinará otra cosa que la justicia, la verdad, el santo amor.
Punto tercero. ¡Oh hija mía! ¡qué linda cosa es, qué espectáculo tan sublime a los ojos de Dios, de los Angeles y de los hombres ver a una jovencita dominar sus pasiones, y no obrar en todo sino conforme a razón y justicia! ¡qué encantador y hermoso ejemplo ver al sexo frágil enseñorearse del mundo y de sí mismas! ¿Dónde se hallará ten divino ejemplo? ¡Oh! Sólo en el alma que teme a Dios, que con humildad implora su auxilio, y con constancia pelea contra sí misma… ¡Oh hija mía! seas tú una de estas dichosas y noble heroínas para gloria de Dios y de la Religión, para confusión del mundo y de Satanás. Sé varonil… Véncete a ti misma.
Padre nuestro y la Oración final.
Fruto. Pediré de continuo en la oración al Señor con el grande Agustín: señor conózcame a mí y conózcaos a Vos, para aborrecerme a mí y amaros a Vos.
San Enrique de Ossó