Meditación para el viernes veinte
PUNTO PRIMERO. Considera lo que sobre esta petición meditó san Juan Crisóstomo: lo primero, que habiéndonos instruido el Salvador en que pidiésemos el pan cuotidiano, nos manda luego que diligenciemos la vida eterna y los medios que conducen para ella, que son el perdón de los pecados y vencer las tentaciones. Este cuidado de lo eterno es el que ha de ocupar tu corazón, y en lo que has de poner el último esfuerzo; y como es imposible alcanzar la vida eterna sino es mediante el perdón de los pecados, por eso nos manda Cristo pedirle a su Eterno Padre: piensa pues ahora cuál cuidado es el que ocupa tu corazón, y si es el de los deleites y comodidades del cuerpo, y el de los bienes temporales o el de los eternos; y procura sacudir aquellos de ti, y tomar estos, de manera que este sea tu principal intento y el blanco de tus acciones, y en lo que pongas el mayor esfuerzo: cuida de alcanzar para este fin el perdón de tus pecados, y no hagas caso de lo vano y perecedero de este siglo.
PUNTO II. Considera la segunda razón por qué Cristo nos mandó pedir a su Eterno Padre el perdón de los pecados; conviene saber, como dice el mismo san Juan Crisóstomo, para que supiésemos que nos ha de venir de su mano, y que usa de misericordia con los que se la pide, arrepentidos de sus culpas, y sólo espera que se la pidamos para dárnosla. ¡Oh piadosísimo Señor! tan inclinado a la clemencia y a perdonar sus ofensas, que él mismo solicita a los ofensores para que le pidan perdón, y usar con ellos de misericordia. Saca de aquí un grande gozo de tener un Dios y un Señor tan piadoso, tan liberal, tan clemente y misericordioso, que ruega con la misericordia y el perdón. Alaba y engrandece su bondad cuanto tus fuerzas alcanzaren, y cobra juntamente una grande confianza en su piedad de alcanzar perdón de tus pecados por muchos y grandes que sean.
PUNTO III. Considera la tercera razón por qué nos manda pedir cada día perdón de nuestros pecados, porque nos humillemos y vivamos con cautela viendo nuestra flaqueza y malicia, que todos los días caemos y pecamos muchas veces, y necesitamos del perdón. El justo, dice Salomón[1], cae siente veces al día, esto es muchas veces; ¿Qué hará el pecador? Todos lo somos y todos caemos y por esto nos exhorta Cristo a todos, que diligenciemos con oraciones y plegarias todos los días el perdón de la mano de Dios, que sólo puede perdonar los pecados; mira que fuera de ti si Dios no te perdonará, y si se juntaran todos los pecados que has cometido en toda tu vida, ¿qué mar formarán tan profundo de tantos arroyos como corren cada día? Humíllate en la presencia de Dios, reconociéndote por pecador e indigno de que te sustente la tierra ni te cubra el cielo y de levantar los ojos a él, antes admírate como te han sufrido las criaturas, y no se han levantado todas contra ti, habiendo ofendido continuamente con tan gran número de ofensas a tu Criador; y pídele que se acuerde de tu flaqueza y detenga su ira para que no te aniquile o eche en los abismos del infierno, como lo merecen tus pecados.
PUNTO IV. Considera la cuarta razón porque nos manda Cristo pedir cada día perdón de nuestros pecados: conviene a saber, porque los traigamos cada día a la memoria, y los lloremos con verdadera contrición, y hagamos penitencia por ellos: este es un grande fruto de esta petición, y una lección utilísima: vuelve los ojos a la vida pasada, y mira también la presente, y acuérdate cuántas veces y cuán gravemente has ofendido a Dios: mira quién ha ofendido a quien, la criatura al Criador, y el que recibió merced al que se la hizo, y tú a tu bienhechor, a quien por tantos títulos debías servir; y esto no una vez en la vida, o en el año, o en el mes, sino muchas veces cada día, aún cada hora, sin cesar de ofenderle. Mira otrosí que penas mereces por tantos y tan continuos pecados, y cuanta es la bondad de Dios que te ha sufrido: gime y llora y resuélvete en lágrimas de pura contrición por haber ofendido a un tan grande Dios, y a un Padre tan piadoso y liberal que merece ser servido: pídele perdón con todo el afecto de tu alma, y gracia en adelante para morir millares de muertes antes de cometer la más mínima ofensa contra su Divina Majestad.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] Proverbios 24