Desde el concilio vaticano II se promueve y hasta exalta la religiosidad popular como legítima expresión de la fe en el laicado. Y por supuesto no se puede, ni debe, negarse ni hacer una enmienda total a dicha realidad y efectos espirituales positivos para las almas; almas que quizás por ese medio se han integrado en la vida sacramental regularizada. Pero no podemos ser tan ingenuos ni caer en el tremendo “buenismo” para no advertir el gran peligro que supone asumir, sin revisión alguna, esa forma de expresar la fe. Es urgente la revisión profunda de la misma para orientarla hacia su preceptivo fin que no es otro que la conversión y vida en Gracia para la salvación de las almas.
En el éxodo (cfr capítulo 32) leemos la escena del becerro de oro. Mientras Moisés estaba en el monte los judíos se impacientan al esperar de inmediato su regreso y la fe inicia su eclipse. Cuando la fe en Dios ya no es el centro aparece la tentación de forjar un ídolo, de hechura humana, que sustituya a ese Dios que “parece” no estar. Hacen un becerro de oro, lo pasean, lo adoran, le ofrecen sacrificios….en definitiva suplantan al Dios verdadero por una figura animal. Pues bien: tengamos la audacia y valentía de percibir lo que HOY está sucediendo y arraigando en la religiosidad popular con todas sus hermandades, cofradías, procesiones y romerías:
No es ficción sin realidad: acudamos cualquier día a una Iglesia donde se celebren cultos de hermandades. Por ejemplo a un besamanos de una imagen de Nuestro Señor o de María Santísima. Observemos la cantidad enorme de fieles que hacen colas larguísimas para el rito de besar la mano, o hacer reverencia, ante dichas imágenes; en el mismo templo habrá una capilla donde el Santísimo está reservado: ahí tenemos la presencia REAL, y no simbólica, del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Comparemos la cantidad enorme de fieles haciendo cola ante imágenes con la capilla sacramental vacía. Esa comparativa lo dice TODO: se ha eclipsado la Fe verdadera para suplantarla solo por la devoción a las sombras, y no a la Luz.
Contemplemos una procesión penitencial en semana santa. Cientos, miles… de fieles se visten de nazarenos, penitentes…formando grandes cortejos para hacer el sacrificio durante unas horas. Cuando llegue el domingo de resurrección, ¿Cuántos van a Misa? ¿Cuántos cumplen durante todo el año con el precepto dominical? ¿Cuántos se han confesado? ¿Cuántos viven en pecado mortal por convivir en pareja sin estar casados o casados por civil?; siendo sensatos podríamos decir que no llegaría a un 5% en el mejor de los casos. Y miremos a la gente que acude a esas procesiones como espectadores: muchos se emocionan, lloran, echan flores, cantan saetas…y parece que les va la vida en ello….y después que sucede?; Durante todo el año esas mismas imágenes que procesionan no reciben ni una sola visita de la gran mayoría de los que las admiran por las calles.
¿No es esto una renovación del becerro de oro?
¿Cómo no reconocemos de una vez que se ha perdido la FE en una gran mayoría del pueblo de Dios?
Es bien sencillo entender el mensaje: cuando vemos una imagen de Jesús (escultura, icono o pintura) debemos saber que PARECE DIOS pero NO lo ES. Solo lo representa. Y cuando veamos una forma consagrada alzada en la Santa Misa y reservada luego en el sagrario, debemos saber que aunque NO PARECE DIOS si que ES DIOS.
Es perentoria la tarea de formar las conciencias al respecto y esta misión debe dirigirse desde la cúpula jerárquica. Cuando un párroco cualquiera se empeña en dicha catequesis debe verse apoyado por sus superiores para que así su predicación llegue con mucha más garantía de ser aceptada por el pueblo sencillo. Y no es de recibo escuchar, a modo de “placebo” que la bondad de esta religiosidad popular es ser dique de contención frente al secularismo agresivo. Esa afirmación es cierta pero NO puede ni debe usarse como “vacuna” que fagocite todo intento pastoral de formar las conciencias.