CAPÍTULO II: LA IGLESIA ESPAÑOLA TRAS LA GUERRA CIVIL
Terminada la guerra, la Iglesia española experimentó un sentimiento vivo de liberación y responsabilidad. Libertad fundamental de vivir: se hizo posible la continuidad de la predicación, del culto y de la labor caritativa. Libertad de acción: un campo abierto, sin trabas por parte del poder político, pues el nuevo Estado iba desvinculando a los ciudadanos de las ataduras de unas leyes agresivas contra la Iglesia y la conciencia católica del pueblo.
La sensación de vuelta a la vida era total en casos como la disuelta Compañía de Jesús, cuyos miembros exiliados se incorporan a la España nacional desde 1936, y que es readmitida oficialmente en 1938 con la devolución de sus bienes. Todavía veintiséis años más tarde el Prepósito General Padre Janssens mostraba su gratitud al General Franco por ser España el único país que restituyó a la orden todas sus casas. De modo más general, en 1968 el Papa Pablo VI le expresó a Franco el debido aprecio por la gran obra llevada a cabo en favor de la prosperidad material y moral de la nación española y por su interés eficaz en el resurgimiento de las instituciones católicas después de la guerra civil (5).
Los sacerdotes vivieron, además, una nueva libertad interior: por vez primera, en mucho tiempo, pudieron dedicarse a su ministerio de un modo puro, mientras los mayores se habían visto acosados por las luchas partidistas y a veces implicados en ellas.
Ante la enorme tarea de reconstruir la sociedad, el Papa Pío XII mostraba como garantía de su firme esperanza la protección legal que el nuevo Estado dispensaban a los supremos intereses religiosos y sociales conforme a las enseñanzas de la Iglesia (6). El episcopado veía el comienzo de una recuperación nacional en una legislación en que predominaba el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social y en el culto debido a Dios (7). Por otra parte, la evocación de los mártires actúa como estímulo exigente para la acción pastoral, y en ese sentido es significativa la exaltación que de ellos hace Monseñor Pla y Daniel, ya en 1936, cuando expresa que: Si la sangre de mártires ha sido siempre semilla de cristianos, ¡qué florecimiento de vida cristiana no es de esperar en la España regada por tanta sangre de obispos y sacerdotes, religiosos y seglares, que han muerto por confesar a Cristo! El mismo Papa Pío XII, en su mensaje al final de la guerra, venerará la santa memoria de todos ellos. Y el Cardenal Gomá intuyó que tan abundante era la sangre martirial en España que no dudaba de un pronto florecimiento de vocaciones sacerdotales, como de hecho sucedió en todos los seminarios de la nación en los años posteriores a la guerra.
Continuará…
Notas:
(5): F. Suárez, “Franco”, Madrid, Rialp, 1986, p. 92
(6): Radiomensaje a España del Papa Pío XII, 16 de Abril de 1939
(7): Carta colectiva del Episcopado Español, 1 de Julio de 1937