LA CRISIS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN ESPAÑA: CAPÍTULO 7


LA CRISIS INTERNA DE LA IGLESIA ESPAÑOLA DESPUÉS DE 1965 (segunda parte)

La crisis se manifestó muy duramente en el apostolado seglar y el clero (tanto diocesano como regular). Los movimientos de apostolado seglar tenían apreciable vitalidad hasta los años sesenta, pero comenzaron a imponerse, en nombre del Evangelio, preferencia políticas orientadas sobre todo a la izquierda. Además, estos movimientos comenzaron a distanciarse de la realidad, por su interpretación clasista de una sociedad que se estaba unificando (ya en 1966 la clase media española superaba el 75% de la población), y por supervaloración de una lucha de clases más propia de los años treinta cuando no existía el desarrollo económico (hasta políticos como Felipe González no dudan en reconocer el avance social de la España de Franco). De hecho, los dirigentes de esos movimientos apostólicos reconocieron en Ávila, en 1971, que la mayoría de sus militantes había perdido la fe y señalaron como causa principal la inducción a identificar la misma fe con proyectos revolucionarios (18).
Después de 1975, los informes oficiales de la Conferencia registran un hecho notorio: varias ramas de Acción Católica desaparecen en muchas Diócesis. Con algunos dirigentes y militantes de los movimientos aludidos se nutren las “comunidades populares”, que se instalan tranquilamente en la independencia con respecto a la Doctrina y disciplina jerárquica.
Sobre la crisis del clero fue un muestrario la “Asamblea conjunta de Obispos y Presbíteros” celebrada en 1971. En ella desembocó una preocupación de los Obispos para enderezar desviaciones y relanzar la evangelización. La gestación de este evento estuvo calada de gran ilusión y gran sentido de la realidad (revisión de situaciones, análisis de propuestas pastorales…) pero también una siembra de teorías protestantes acerca del sacerdocio, de criterios contra el celibato y el espíritu de consagración, abogando incluso por un ministerio sacerdotal “ad tempus”. Es decir, lo que de positivo hubo en esa asamblea quedó anegado por el intento de descalificación de la idea de Iglesia ministerial. Al final, mayor división, desorientación y frustración.
Todo este periodo quedará marcado por cuatro pérdidas significativas:
  • Una quinta parte del clero se seculariza o abandona el ministerio
  • Descenso muy fuerte del número de seminaristas mayores (de los 8.000 en 1962 a los 1.500 en 1977)
  • Descenso sensible del número de misioneros (2/3 del total)
  • Caída general de vocaciones a la vida consagrada
  • Desuso importante de las casas de ejercicios
Las causas, y también consecuencias de la crisis del ministerio sacerdotal, podrían concretarse en una serie de errores que van calando en una “nueva” ortodoxia y ortopraxis del sacerdocio. Anoto las siguientes:
  • Desacralización de la figura del sacerdote, para hacerlo así más “cercano” a la porción del pueblo de Dios que ha de servir, y más aceptable por la cultura laicista
  • Equiparación del sacerdocio ministerial al sacerdocio común de los fieles, en clara línea de simpatía con el protestantismo
  • Liturgia vivida desde la constante originalidad/novedad que reduce al mínimo la dimensión del misterio sustituyendo lo mistagógico por la “liturgia a mi manera” de contenido secularista; Ratzinger opina al respecto que cierta liturgia posconciliar se ha hecho de tal modo enojosa por su mal gusto y mediocridad, que produce escalofríos (19)
  • Proposición de un sacerdocio temporal, que rompe así con la concepción ontológica que es indeleble por el sacramento del orden
  • Consideración del sacerdocio sobre todo en su dimensión horizontal (que contribuye a la mejora material de la vida del pueblo) obviando o reduciendo al mínimo la dimensión vertical (que hace relación a la oración, al culto y a los sacramentos)
  • Definir el sacerdocio en relación al ministerio de la Palabra, como si la salvación viniera de la “Sola Fides” sin contar con las obras en respuesta libre del ser humano. En la exaltación del ministerio de la Palabra se descuida el aspecto de sacrificio de la Misa, así como se trata de explicar la presencia real eucarística de formas complicadas que suplen la idea de transubstanciación (que es la preferida por todos los Papas hasta hoy). La Santa Misa se vive como asamblea humana donde la presencia de Dios se coloca al mismo nivel ontológico que la dada en el Sagrario; la adoración al Santísimo fuera de la Misa es vista bajo sospecha y decrece la práctica de la confesión hasta límites impresionantes, dada la ausencia de catequesis de pecado personal (la teología de la liberación, de fabricación centroeuropea, ha contribuido mucho a desligar la responsabilidad individual en el “pecado estructural”)
  • Actitud de disenso, o clara oposición, al Magisterio de la Iglesia, que es visto como apéndice que coarta la “libertad de conciencia” (auténtico cajón de sastre que redimensiona la fe cristiana en “cristianismo a mi manera”), de forma que la actitud de fidelidad y humilde sumisión al Magisterio es calificada como inmadura, poco inteligente, y desfasada
  • Complejo de inferioridad sobre la identidad sacerdotal: admiración por todo lo laico que lleva a la mimetización de formas seglares (por ejemplo el abandono del hábito religioso o vestido sacerdotal, con la excusa peregrina de no parecer “casta sacerdotal” o hasta de identificarse así mejor con “Cristo pos pascual”) y deseo de hacerse presente en la sociedad civil a través de trabajos profesionales que merman en ministerio pero que, supuestamente, son el pasaporte para entrar en una “mayor comunión de vida” con el pueblo
  • Matrimonio considerado como una exigencia para la madurez humana del sacerdote y su integración afectiva. De este modo se diluye el sentido de pertenencia plena del sacerdote a Dios y a la vez se minusvalora el celibato que queda reducido a norma eclesiástica que aleja al sacerdote de la realidad del mundo. Por ejemplo, se piensa que el sacerdote no puede predicar a futuros esposos por no haber experimentado el matrimonio, olvidándose que el sacerdote predica desde la verdad objetiva y no desde la vivencia subjetiva.
  • Participación activa en la vida política y sindical, suponiendo que de ese modo el sacerdote vive en mayor contacto con los problemas de la sociedad a la que sirve. Se olvida así que misión propia del sacerdote es servir y desaparecer, y no convertirse en líder carismático cuya adhesión desplace en el pueblo la única adhesión que ha de ser a Cristo; se convierte así el ministerio centrado en uno mismo en lugar de centrarlo alrededor de Dios. Este afán político viene a ser una nueva forma de clericalismo, por invadir actividades propias del laico, a pesar de que su idea originaria suponga desacralizar el ministerio.


Después de 1975, los observadores con sentido de Iglesia, y también muchos defensores de la “nueva línea”, coinciden en destacar la parálisis, por división o adormecimiento, de la Iglesia en España. En 1984 el Obispo Secretario de la Conferencia Episcopal diagnosticará en el catolicismo español una enfermedad que, entre otras notas, se caracteriza por un vaciamiento de la fe que es rebajada al solo compromiso social y por una falta de síntesis entre la espiritualidad y la acción temporal. Además escribe que: “en España existe un estado de sitio y casi de asalto desde el laicismo dominante contra la Iglesia, contra la cultura cristiana y contra la misma fe religiosa” (20). Es muy sorprendente constatar el paralelismo de estas declaraciones, de hace 25 años, con las realizadas recientemente por el Papa Benedicto XVI a su llegada a Santiago de Compostela. 
Continuará…
NOTAS: 
(17): A. Garralda, diario “El Alcázar”, 29 de Agosto de 1984
(18): Revista “Pastoral Misionera”, números 3 (1972), p. 246
(19): J. Ratzinger, “Informe sobre la Fe”, Madrid, BAC, 1985, p. 134
(20): F.Sebastián Aguilar, diario “El Ya”, 22 de Diciembre de 1985


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Padre Santiago González
Padre Santiago González
Sacerdote de la archidiócesis de Sevilla ordenado en el año 2011

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