por el Padre Richard G. Cipolla, Ph.D., D. Phil. (Oxon.)
Es bien conocida la correspondencia entre el Cardenal Heenan de Westminster y Evelyn Waugh, antes de la promulgación de la Misa Novus Ordo [Nota de la Redacción: intercambio epistolar al cual dedicáramos previamente una entrada], en la que Waugh lanza un crie de coeur (grito del corazón) sobre la liturgia post-conciliar, encontrando un empático aunque ineficaz oído en el Cardenal. [1] Lo que no es tan conocido es el comentario del Cardenal Heenan al Sínodo de los Obispos en Roma, luego de que la Misa experimental –la Missa Normativa- fuera presentada por primera vez, en 1967, a un selecto número de obispos. Este ensayo está inspirado por las siguientes palabras del Cardenal Heenan dirigidas a los obispos allí reunidos:
“En casa, no son sólo las mujeres y los niños, sino también los padres de familia y hombres jóvenes los que acuden regularmente a misa. Si fuéramos a ofrecerles el tipo de ceremonia que vimos ayer, pronto quedaríamos reducidos a una feligresía de mujeres y niños.” [2]
Aquello a lo que el Cardenal se refería yace en el corazón mismo de la forma Novus Ordo de la Misa Romana, y de los consiguientes y profundos problemas que han afectado a la Iglesia desde su imposición en 1970. [3] Uno podría tener la tentación de querer cristalizar lo que el Cardenal Heenan experimentó al hablar de la “feminización” de la liturgia. Sin embargo, este término podría resultar inadecuado y, en última instancia, inducir a error. Porque existe un aspecto realmente mariano de la liturgia, que es indudablemente femenino. La liturgia porta la Palabra de Dios, la liturgia da a luz al Cuerpo de la Palabra para ser adorado y dado como Alimento. Una mejor terminología podría ser que en el rito del Novus Ordo de la Misa la liturgia ha sido “afeminada”. Hay un famoso pasaje en el De bello Gallico, de César, donde él explica por qué los de la tribu Belgae eran tan buenos soldados. Y lo atribuye a su falta de contacto con los centros de cultura, como las ciudades. César creía que tal contacto contribuye ad effeminandos animos, a la feminización de sus espíritus. [4] Sin embargo, cuando se habla de la feminización de la liturgia se corre el riesgo de ser mal entendido, como si se pretendiera devaluar lo que significa ser mujer o la feminidad misma. Sin adoptar esta visión más bien machista de César acerca de los efectos de la cultura en los soldados, ciertamente se puede hablar de una desvirilización del soldado, cuando éste mina su fuerza y determinación para cumplir lo que un soldado tiene el deber de hacer. Aquí no se trata de un desprecio de lo femenino; más bien se describe el debilitamiento de lo que significa ser hombre.
Desvirilización, pues, es el término que quiero emplear para describir lo que el Cardenal Heenan vio ese día de 1967, durante la primera celebración de la Misa experimental. [5] En la forma del Novus Ordo –que Benedicto XVI, en el Motu Proprio SummorumPontificum, ha llamado comprensiblemente aunque de modo difuso, la Forma Ordinaria del rito Romano- la liturgia ha sido desvirilizada. Ahora bien, hay que recordar el significado de la palabra vir en latín. Tanto vir como homo significan «hombre», pero sólo vir tiene la connotación de hombre-héroe, y es la palabra que se utiliza a menudo para «marido». La Eneida comienza con las famosas palabras: arma virumque cano («Yo canto a las armas y al hombre-héroe»). Lo que el Cardenal Heenan, profética y correctamente vio en 1967, fue la virtual eliminación de la naturaleza viril de la Liturgia; la sustitución de la objetividad masculina, necesaria para el culto público de la Iglesia, por la suavidad, el sentimentalismo y una personalización centrada en el papel materno del sacerdote.
El pueblo, en el interior de la Liturgia, [6] se sitúa en una relación mariana con ella misma: atención, receptividad, meditación, espera de ser saciado. Dentro de la Liturgia, es el sacerdote como padre quien pronuncia, anuncia y confecciona la Palabra para que la Palabra pueda convertirse en Alimento para los que permanecen dentro de esa suprema actualización de la Ecclesia, que es la Liturgia. [7] Es el sacerdote quien ofrece Cristo al Padre, y es este acto el que contiene el rol distintivo de lo que significa ser sacerdote. Así, el papel del sacerdote como padre hace su rol propio no sólo en su función, sino que en la misma ontología de la sexualidad. [8] El sacerdote se presenta en el altar in persona Christi, in persona Verbi facti hominem, y esto no sólo como homo, palabra que en un sentido trasciende el sexo, sino in persona Christi viri: en el sentido de que homo factus est ut fiat vir, ut sit vir qui destruat mortem, ut sit vir qui Calcet portas inferi: Dios se hizo hombre para poder ser ese hombre-héroe que destruya la muerte y aplaste con su propio pie las puertas del infierno.
La desvirilización de la liturgia y la desvirilización del sacerdote, para todos los efectos prácticos, no se pueden separar. En lo que sigue, me gustaría, aunque esquemáticamente y de manera incompleta, hablar, en primer lugar, en términos más específicos sobre la desvirilización de la liturgia misma en la forma Novus Ordo del rito Romano. En segundo lugar me referiré a la necesaria desvirilización (que se sigue del rito desvirilizado) del sacerdote, utilizando, al efecto, ejemplos concretos.
La descripción de la liturgia Romana usando adjetivos como «austera», «concisa», «noble» y «simple», es un lugar común entre tantos que han escrito sobre liturgia en el marco del movimiento litúrgico moderno del siglo XX. Sin embargo, muchos de estos escritores han idealizado la austeridad del rito Romano o bien la han utilizado para promover su propia agenda consistente en despojar al rito del crecimiento orgánico alcanzado a través de los siglos, etiquetando dicho crecimiento orgánico con términos peyorativos tales como «adiciones Galicanas» o «repeticiones inútiles». Antes que designar el rito romano como austero, un adjetivo que podría decirse tiene connotaciones puritanas, es mejor hablar de la masculinidad o virilidad del rito Romano tradicional. Hacerlo exige necesariamente una definición de la masculinidad en este contexto. Esto es algo difícil, y requiere un estudio más profundo. Con todo, voy a mostrar varias características del rito Romano tradicional que ayudan a explicar lo que quiero decir acerca de la inherente masculinidad y virilidad en el contexto de ese rito. [9]
En primer lugar, la masculinidad se opone al sentimentalismo -no al sentimiento, sino al sentimentalismo-. Hay una ausencia de cualquier rastro de sentimentalismo en el rito tradicional, también llamado Forma Extraordinaria. Esto se ve en sus colectas y oraciones, que sin sacrificar la belleza del lenguaje, son concisas y van al grano; también se aprecia en sus rúbricas, que impiden que la personalidad del sacerdote introduzca sus propias emociones y preferencias en el rito mismo. Si tomamos nota de la intuición del Cardenal Newman de que el sentimentalismo es el ácido de la religión, es decir, lo que destruye la religión verdadera, entonces las rúbricas del rito tradicional son la pequeña píldora púrpura que previene el reflujo de sentimentalismo en la liturgia. [10]
En segundo lugar, con la Misa Romana tradicional hay una aceptación plena del silencio como corazón de los medios para comunicarnos con Dios. La participación activa es entendida como contemplación, como oración. Las palabras del rito no son nunca el punto. Ellas son fijas. Siempre apuntan más allá de sí mismas. Es común decir que dos verdaderos amigos son aquellos que pueden permanecer en silencio absoluto uno frente al otro, y reconocer lo que un corazón le habla al otro corazón en este silencio. Este es el silencio de Moisés ante la zarza ardiente, el silencio de los Padres del Desierto, el silencio de San Benito en la cueva, el Sacro Speco.
En tercer lugar, está el hecho de la masculinidad de la lengua latina. Esta lengua, a diferencia de la femineidad de las lenguas Romances, que son su descendencia, es masculina en su laconismo, su concisión, su formalidad, su dificultad, su falta de flexibilidad. Incluso en manos de un poeta como Ovidio, quien sin duda entendió y tan bellamente puso en práctica el lado femenino de la poesía Romana, incluso allí la masculinidad de la lengua se mantiene firme en contra de cualquier intento de hacer que sea lo que no es.
En cuarto lugar, el rito romano tradicional exige, no sólo en sus rúbricas, sino que en su misma esencia, una sumisión a su forma. Demanda una supresión de la auto-realización. Es algo en lo que se elige entrar, una sola vez. Y esa elección implica siempre algo así como un heroico despojarse de uno mismo por la meta mayor, el telos.
En quinto lugar, muy vinculado con el aspecto anterior, la liturgia es algo dado, nunca hecho. Está ahí para entrar en ella. Este aspecto se ve más claramente en los ritos Orientales, donde el racionalismo y el sentimentalismo nunca han erosionado este sentido de “ser-dada-por-Dios” de la liturgia -por lo que se conoce en el Oriente como «la Divina Liturgia»-. Este ser-dada no implica que sea un fósil ni niega su desarrollo orgánico. Más bien, este ser-dada es como una gran casa que ha sido construida por inspiración del Espíritu a través de los siglos, y que está ahí para entrar en ella. El genio y la verdad de la obra El Espíritu de la Liturgia de Romano Guardini, que ha inspirado tan profundamente al actual Papa, Benedicto XVI, en su propia comprensión de la liturgia, asume este absoluto ser-dado de la liturgia, pues no se puede «tocar en la casa del Señor», a menos que la casa ya esté allí para tocar música en ella. El sacerdote acepta la prohibición de imponer sus propios gustos y aversiones en la liturgia. Él está dispuesto a que se le recuerde hacer lo que se debe hacer. Él acepta la imparcialidad que la liturgia impone, sin la cual uno no puede entrar en la Liturgia cósmica que trasciende el tiempo y el espacio. [11]
En sexto lugar, la liturgia es viril en su comprensión y uso de gestos ambiguos como el beso. El beso ciertamente encuentra un lugar seguro en el reino de lo erótico. No obstante, el beso como señal de respeto y amor por los objetos que se utilizan en la liturgia y por quienes participan en la liturgia, como el beso de la paz, purifica este símbolo erótico y lo eleva al nivel más alto y más objetivo de adoración de la presencia de Dios en la liturgia. Siempre me asombran y aturden los que celebran la Misa Romana tradicional sin los besos habituales, en base a considerarlos en cierto modo «excesivos» y propensos a ser malinterpretados. Nunca son excesivos, como enseñó Jesús a Judas cuando la mujer ungió sus pies con nardo precioso. Estos besos son propensos a ser malinterpretados sólo si la Liturgia es despojada de su virilidad innata.
Por último, la liturgia es viril en su aceptación de la soledad esencial del sacerdote dentro de la comunidad, su querido rebaño, que él ama y por el que moriría si estuviese llamado a hacerlo. El sacerdote vir se encuentra solo en el altar para ofrecer el Sacrificio por su pueblo. Permanece en la línea de Melquisedec, de Moisés, de San Pablo, de San Agustín y de todos los santos que no temieron estar a solas con Dios por y con la comunidad, especialmente aquellos que no temieron experimentar la soledad del martirio.
Por la reflexión anterior sobre la masculinidad y la virilidad de la liturgia, resulta obvio que la desvirilización de la liturgia exige y revierte en la desvirilización del sacerdote. Quiero examinar ahora dos contextos de la desvirilización del sacerdote: uno directamente consecuencia del Novus Ordo tal como es ampliamente celebrado; el otro, una consecuencia de la olvidada esencial masculinidad-virilidad del sacerdote.
No puede haber una fuerza más poderosa para la desvirilización del sacerdote que la moderna costumbre de decir la misa de cara al pueblo. Al margen de su carácter no tradicional; al margen de su fundamentación en deficientes y sentimentales apelaciones a la antigüedad (arqueologismo contra el cual advirtió Pío XII en Mediator Dei); aparte de su imposición por una terrible falta de comprensión acerca de la esencia de la Misa que ha hecho que el aspecto secundario de «cena» casi elimine el aspecto primario de Sacrificio: esta costumbre de decir Misa de cara al pueblo como una novedad sin el apoyo de la Tradición, ha sido una de las principales causas de la desvirilización del sacerdocio. [12]
En una de mis muchas estancias en Italia me di cuenta de que muchos de los coches de bebé estaban construidos de tal manera que el bebé se sentara de frente a su madre, mientras ella empujara el coche. Esto me pareció extraño, ya que en Estados Unidos el bebé mira en la misma dirección que la madre que está empujando el coche. Cuando le pregunté a una amiga sobre esto, ella me dijo que muchas madres italianas quieren mantener permanente contacto visual con el bebé, desean poder sonreír al niño, y hablarle en su propio lenguaje para así asegurarse de mantener el vínculo entre madre e hijo. La clásica relación madre-hijo se acentúa casi de una manera perversa por la necesidad que siente la madre de enfrentar constantemente cara a cara a su hijo, no sea que el contacto con el mundo exterior, con «el otro», dañe la relación.
Sin pretender que la analogía anterior sea exacta o completa, afirmaría que la radical innovación – nunca impuesta por el Concilio ni por ningún otro libro litúrgico- de celebrar Misa con el sacerdote de cara al pueblo, ha transformado el papel del sacerdote en la Misa, de padre que guía a su pueblo para ofrecer el Sacrificio al Padre, en el de madre necesitada de contacto visual, de parloteo litúrgico con el pueblo y a veces de un comportamiento deliberadamente bobo, como si el pueblo fueran párvulos, reduciendo así su rol de sacerdote al de la madre de un infante. Esta reducción de los feligreses a párvulos, forzados a mirar a la madre-sacerdote, les impide ir más allá de él y ver al Dios que está siendo adorado en la presencia del sacrificio cósmico de Cristo.
Para usar otra analogía secular: la Misa de cara al pueblo se reduce a una asamblea de escuela secundaria, donde todo el mundo tiene un papel que desempeñar bajo la dirección del sacerdote como Madre Rectora, que se asegura de que todas las cosas salgan bien. Esto es descrito por algunos liturgistas como la dimensión «horizontal» de la liturgia, en oposición a la dimensión «vertical» que proporciona el sentido de trascendencia. Esto es, en última instancia, discurso vacío, porque supone que la liturgia está bajo el control del sacerdote y los ministros y que una de sus funciones es la de asegurarse de que ambas dimensiones estén presentes y se mantengan, de alguna manera, en equilibrio.
Está claro que todo este enfoque niega profundamente el «ser-dado» de la liturgia y su foco en la adoración a Dios en alabanza y sacrificio. Las rúbricas del Novus Ordo fomentan esta comprensión radicalmente no tradicional de la liturgia, con el constante debilitamiento de las instrucciones de sus rúbricas con expresiones como «o en otras palabras», «o de alguna otra manera» y «o según la costumbre local». Lejos de la romántica visión retrospectiva de la frase de San Justino Mártir con relación al celebrante de la Misa -que ofrece la acción de gracias «según su capacidad»- [13], tomada como norma; al margen de la cuestionable idea de imaginar que el sacerdote es capaz de sacar de la Tradición o de su propio sentido de la liturgia aquello necesario para completar o llenar lo que las rúbricas ordenan se diga y haga: esta comprensión de la liturgia como «asamblea de escuela secundaria» hace imposible el culto católico como se ha entendido en la Tradición. Porque la Tradición entendió el radical significado de la liturgia como comprendiendo el culto público como un deber, officium, un deber sin duda basado en el amor, pero deber al fin y al cabo. Es este sentido tradicional de la adoración como officium el que es consagrado y hecho visible y oído y experimentado en el rito Romano tradicional.
El sacerdote es como Abrahán, el padre de Isaac y de los judíos, y nuestro padre en la Fe. El mayor acto de fe y de culto de Abrahán como padre es cuando lleva a su hijo Isaac a la montaña para sacrificarlo, obedeciendo a Dios. Caminan de frente a la cima de la montaña. Hay silencio, excepto por el breve diálogo entre padre e hijo:
«Y se dirigió Isaac a Abrahán, su padre, diciendo: “Padre mío”; el cual respondió: “Heme aquí, hijo mío”. Y dijo (Isaac): “He aquí el fuego y la leña, mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Contestó Abrahán: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” Y siguieron caminando los dos juntos.» (Gn. 22, 7-8,).
Es aquí, entre Abrahán e Isaac, que vemos el componente verdaderamente horizontal del culto, breve y al grano. El diálogo vertical y primario es entre Abraham y Dios, un diálogo que se produce en el silencio de una impresionante obediencia y fe.
Este papel de vir de fe es radicalmente diferente al del sacerdote que cree que su trabajo no es llevar al pueblo al altar del Sacrificio, sino dialogar con él y hacerle «entender qué está pasando». Así, la Plegaria Eucarística, con su breve diálogo entre el sacerdote y el pueblo, se convierte en otra extensión del parloteo del sacerdote. Aquí no existe un caminar juntos por la montaña; no hay un volverse juntos hacia el Señor; hay en cambio un terrible y embrutecedor éxtasis de la madre condescendiente y agobiante tratando de conectar con su hijo, destruyendo, en el camino, la libertad del niño para subir al monte de Dios. [14]
Antes de abordar la importante cuestión de la continuidad del rito del Novus Ordo con el rito Romano tradicional desde el punto de vista de la desvirilización de la liturgia, quisiera comentar dos resultados prácticos de la desvirilización de la liturgia y del sacerdote. El primero es el siguiente: la música que el Novus Ordo ha producido para la Misa y demás canciones para cantar en la liturgia, es, en el mejor de los casos, funcional, y, en el peor, basura sentimental que hace que los viejos himnos evangélicos protestantes suenen como corales de Bach. Cuando la Misa se reduce a una asamblea auto-referencial, entonces la música se vuelve, en el mejor de los casos, meramente funcional, y en el peor, algo para despertar los sentimientos del pueblo. Este funcionalismo es una señal de la escalofriante, anticuada y anti-litúrgica postura del establishment litúrgico que aún controla gran parte de la vida litúrgica de la Iglesia en los dicasterios romanos, en los seminarios, en las diócesis, y, por lo tanto, en las parroquias. [15]
El funcionalismo no puede producir grandes obras de arte, ni en la música o la pintura, ni en la escultura o la arquitectura. Además destruye el culto, al menos como se ha entendido tradicionalmente, no como algo irracional, pero sí ciertamente como algo no reductible a razón. [16] En la visión funcionalista, las lecturas en la Misa del Novus Ordo se vuelven momentos didácticos, como si se estuviera en una sala de clases, en lugar de actos de culto como se ha entendido tradicionalmente. Una vez más, el sacerdote actúa como maestra de escuela, explicando constantemente lo que sus estudiantes están viendo y escuchando. Nos hemos olvidado de que las lecturas de la Misa (la Liturgia de la Palabra) llevan la Palabra dentro de la Liturgia; no son meras lecciones para escuchar y asimilar. Las lecturas vienen de dentro de la Liturgia y no de una clase de catecismo presidida por una «institutriz». La liturgia no es didáctica: ella forma e in-forma. Reclama atención a lo que está más allá de las palabras que están siendo cantadas o dichas. La Escritura dentro de la Misa es un eco de la Palabra y un venerable «recordatorio a Dios» acerca de lo que Él ha dicho y hecho por nosotros en la persona de Jesucristo. Desde el punto de vista funcionalista, el canto tradicional de la Iglesia debe ser dejado absolutamente de lado, ya que va más allá de la mera función en su forma distinta y dada, cuyo propósito es la elevación del espíritu humano a Dios. [17]
De la música banal y sentimental del Novus Ordo, que es fruto enfermizo del funcionalismo que subyace en el rito, pasamos a algo que puede parecer trivial en comparación, pero que también es parte de la evidencia de la desvirilización del sacerdote: el vestido del sacerdote fuera de la Misa. El vestido del sacerdote cuando no está realizando una función litúrgica se ha vuelto, en cierto sentido, y para pedir prestado un adjetivo secular recientemente en boga, metrosexual. Esto significa que su masculinidad se ha desdibujado en su apariencia exterior. El abandono de la sotana como vestido normal del sacerdote fuera de la liturgia es parte de la desvirilización del sacerdote [Nota de la Redacción: sobre el tema de la sotana hemos publicado previamente una entrada a propósito del beato Rolando Rivi, apodado «el mártir de la sotana»]. El decaimiento de la vestimenta distintiva que es la sotana, y su reemplazo por un traje de oficina negro usado con un cuello clerical, o, cada vez más frecuentemente, con una camisa con alzacuello blanco que se puede quitar y meter en el bolsillo, es parte de la pérdida de la “liminalidad” del sacerdote. Él ya no es el que se sitúa en el umbral, el limen de la tierra y del cielo, al ofrecer Misa. El vestido religioso inspirado en el vestido seglar lo domestica al punto de convertirlo en un simple clergyman [Nota de la Redacción: juego de palabras intraducible, en cuanto la palabra puede significar tanto un eclesiástico como el traje con alzacuellos], donde man significa ahora «persona» y no «hombre».
Las décadas de los cincuenta y sesenta fueron testigo de un enfoque más radical sobre la vestimenta del sacerdote, de parte de aquellos que eran vistos y se tenían a sí mismos por la vanguardia de la reforma, especialmente en Europa. Ellos usaban chaqueta y corbata o turtlenecks [N. del T.: beatles o sweaters de cuello alto] negros, mezclándose más todavía con el vestido secular de quienes los rodeaban. Muchos sacerdotes europeos todavía se visten de esta manera, ya sea continuando su romance con el secularismo, o como un intento de encajar con su rebaño. El hecho es que la sotana, en cuanto vestido tradicional del sacerdote, al menos entre su pueblo, les recuerda que no es sólo un «clergyman«, sino un sacerdote; no sólo «un líder religioso», sino el que ofrece el Sacrificio por ellos, cuya vida se centra en este ofrecimiento del Sacrificio, y que nunca puede ser totalmente secularizado. La sotana es una afirmación de la masculinidad y la virilidad del sacerdote. Esto está en contraste con la idea mundana de masculinidad, referida a la del jugador de fútbol americano que gruñe, o al modelo de Armani sin afeitar en jeans ajustados, o a una especie de «semental» que exuda potencia sexual. El uso de la sotana es el ponerse el manto del profeta del sacerdote; es el signo externo de su asumir esa soledad y desprendimiento que es parte integral de lo que significa para un hombre, vir, ser sacerdote. La sotana es un símbolo de ese desapego que marca la relación entre el sacerdote y su pueblo.
El sacerdote desvirilizado confunde desapego con arrogancia o superioridad, frialdad o clericalismo. Irónicamente, la verdad es todo lo contrario. El período post-conciliar ha visto el surgimiento de un clericalismo que se enmascara afirmando que el sacerdote sólo «preside» la asamblea, pero, de hecho, lo preside todo. El sacerdote nunca debe ser un presidente, porque esto es como ser un organizador de bodas quisquilloso. Para amar a su pueblo, el sacerdote debe tener este sentido de desapego de ellos, para que no se convierta en un muñeco Ken de colección, con cuello clerical [18].
Finalmente llegamos al efecto más grave de la desvirilización de la liturgia: la discontinuidad manifiesta y real entre el Novus Ordo y el rito Romano tradicional. Este tema de la discontinuidad y la ruptura ha sido objeto de una serie de estudios y conferencias en los últimos años, dentro de los que se cuenta el ahora famoso discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005. Si bien es cierto este discurso trata específicamente la cuestión de la hermenéutica, de la interpretación del Concilio Vaticano II, de todos modos tiene relevancia para el problema específico de la discontinuidad de la liturgia. [19]
El significado de la misma palabra «discontinuidad», a menudo no es claro. Deseo hacer una analogía que creo aclara lo que está involucrado en esta discontinuidad entre las dos formas del rito Romano. [20] En las matemáticas hay funciones que se llaman discontinuas en un punto determinado. En términos simples, lo que esto significa es que, en ese punto, no hay ningún valor para la función. Podemos decir que en ese punto hay un «agujero» en la función. Lo que esto significa, además, es que no hay manera de «llegar» desde antes de la discontinuidad a después de la discontinuidad. Uno no puede ir «a través de» un agujero en la función.
Usar esta analogía de una función en la que hay un agujero, una discontinuidad, nos ayuda a entender el hecho de que para la inmensa mayoría de los católicos que viven en el lado de «después» del agujero, aquellos para quienes el Novus Ordo es su única experiencia de Misa, la parte de la función que está «antes» del agujero, les es totalmente ajena. Cualesquiera que sean los argumentos teológicos y litúrgicos que se ofrecen en este debate sobre la continuidad, el sobrecogedor hecho es que para el católico que creció con la Misa Novus Ordo, el tradicional rito Romano es algo ajeno y exótico. Estos católicos no ven la continuidad que se ha dado por supuesta y defendido. Ellos sólo ven el agujero como un abismo y no pueden ver o entender el lado de «antes» del agujero.
Esto nos lleva a utilizar la analogía matemática para dilucidar lo que realmente significa esta discontinuidad entre las dos formas. Las funciones se representan mediante fórmulas que implican variables. Una función que es discontinua puede tener la misma «fórmula», que representa su «forma», para cada lado del agujero en la función. Pero puede darse la situación en que, después de esta discontinuidad, la fórmula de la función cambie, y ahora haya esencialmente una nueva fórmula y forma. Si hemos de creer lo que nuestro propio pueblo católico experimenta en la celebración de la Misa en las dos formas del rito Romano, entonces es obvio que no sólo hay una discontinuidad, un agujero; también hay una función nueva, una fórmula nueva, una forma nueva, después del agujero. La fórmula utiliza las mismas variables que la fórmula antigua, pero es una fórmula diferente que denota una nueva familia de curvas. La apariencia, la figura y la estructura de la nueva forma se ven y son muy diferentes a las de la forma de antes del agujero. Este es un problema gravísimo para la integridad de la Fe Católica, tal y como es vista, comprendida y actualizada en la celebración de la Santa Misa. [21] Por un lado tenemos la Misa Romana Tradicional que, utilizando las palabras que describen la Regla de San Benito en un relato contemporáneo de la vida del santo, es potente e strana, poderosa y extraña. [22] La Misa Romana Tradicional puede ser bien descrita con las palabras de la introducción del Antiphonale Monasticum en su descripción del canto de la Iglesia: “simple, sobrio, a veces quizá un poco austero, sin duda hermoso, con un fuerte sentido de la línea; capaz de dulzura, y por esto enormemente expresivo, sensible a todos los temperamentos, y capaz de suscitar los sentimientos más íntimos del alma”. [23] Y en el otro lado, otra cosa: algo distinto, más desvirilizado y desromanizado.
Esto es de hecho lo que el Cardenal Heenan vio aquel día en 1967, cuando se celebró por primera vez la forma experimental de la Misa Novus Ordo para los obispos en Roma. Él vio allí los resultados de la mentalidad funcionalista que no entiende de ceremonias y confunde la sencillez con un reducido infantilismo. Él vio allí la «novedad» de la Missa Novus Ordo, una novedad que no creció orgánicamente de la Tradición, sino más bien de una cepa específica de la teología litúrgica fundada e infectada por el racionalismo post-Ilustrado. Él vio allí la desvirilización de la liturgia y supo cuál sería uno de los efectos del Novus Ordo en la Iglesia: una marcada disminución de la asistencia a Misa. Él vivió lo suficiente para ver el comienzo de la pérdida del sentido de lo sagrado. Lo que no alcanzó a ver fue la desvirilización del sacerdocio y sus desastrosas consecuencias en la falta de vocaciones e infidelidad personal a la castidad y al celibato.
El P. Cipolla es Director del Departamento de Clásicos en Brunswick School, Greenwich, CT, y vicario de la parroquia de Santa María, de Norwalk, CT.
Notas:
[1] Evelyn Waugh y John Carmel Cardenal Heenan, A Bitter Trial, 2ª ed. (South Bend: St. Austin Press, 2000)
[2] Ibid., 70
[3] La importante cuestión acerca de la validez de la imposición del Novus Ordo y la prohibición efectiva del Misal de 1962 del rito Romano fue traída a colación por el propio Joseph Ratzinger en El Espíritu de la Liturgia (San Francisco: Ignatius Press, 2000), 165-66. Pareciera que la respuesta a la pregunta está contenida en la promulgación de Summorum Pontificum y su carta adjunta para los obispos. El asunto no es si es que el Papa puede promulgar un Misal reformado o no. De hecho, San Pío V lo hizo, en respuesta a Trento. La pregunta es si un Papa puede imponer una nueva forma de Misa en la Iglesia y suprimir el rito Romano tradicional. La comprensión cuasi-fanática de los poderes del papado desplegada por Pablo VI y suscrita por los que le animaron a suprimir el rito Romano tradicional y por los obispos que accedieron a este audaz movimiento: todo esto, habría hecho sonrojar a Pío IX, con vergüenza y quizás envidia.
[4] César, De bello Gallico, 1.1
[5] El cardenal Heenan prologó su comentario con la observación de que no sabía los nombres de aquellos que habían propuesto la nueva Misa, pero era claro para él que pocos de ellos habían sido curas párrocos alguna vez.
[6] No se debe hablar de que el pueblo esté en la liturgia, sino dentro de la liturgia. La liturgia es algo en lo que se entra, no es algo visto o creado o traído a la existencia por el pueblo reunido.
[7] Sacrosanctum Concilium 10: «No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza.»
[8] Sobre la naturaleza ontológica de la sexualidad ver Angelo Scola, “The Nuptial Mystery: A Perspective for Systematic Theology?”, Communio 30 (verano de 2003).
[9] Este ensayo no pretende abordar el contenido verbal del rito del Novus Ordo, como, por ejemplo, los cambios radicales en las colectas y oraciones del ofertorio. Los importantes y, a su manera, devastadores resultados de la investigación de la Dra. Lauren Pristas en una serie de artículos y en un libro de próxima aparición sobre las revisiones realizadas por el Consilium post-conciliar sobre las oraciones colectas de Misa, son una evidencia de las políticas racionalistas y modernistas de revisión que condujeron a las nuevas colectas en la Misa del Novus Ordo. Estas políticas pueden entenderse bien a la luz de la categoría de la «desvirilización». Lauren Pristas, «The Orations of the Vatican II Missal: Policies for Revision”, Communio 30 (Invierno de 2003) 621-653; “Theological Principles that Guided the Redaction of the Roman Missal 1970”, The Thomist 67 (2003) 157-95; “The Collects at Sunday Mass: An Examination of the Revisions of Vatican II”, Nova et Vetera, 3:1 (Winter, 2005) 5-38. Ver también Aidan Nichols, Looking at the Liturgy (San Francisco: Ignatius Press 1997). Este breve libro sigue siendo la mejor fuente para comprender los supuestos racionalistas y anti-litúrgicos del movimiento litúrgico moderno tardío, que tuvo como resultado la forma del Novus Ordo de la Misa.
[10] Este tema de la destrucción de la verdadera religión mediante su reducción a un mero sentimiento, atraviesa todos los sermones y obras de Newman. El Discurso Biglietto, pronunciado en Roma cuando fue nombrado cardenal es una reafirmación de este tema en términos de lo que él llama Liberalismo. Este discurso es a la vez poderoso y profético.
[11] Sobre estas cuestiones véase Romano Guardini, The Church and the Catholic y The Spirit of the Liturgy (Sheed and Ward: Nueva York, 1935), especialmente los capítulos 3 y 9.
[12] La tercera revisión de la Instrucción General del Misal Romano deja muy claro que la Misa de cara al pueblo no es obligatoria y que la postura tradicional ad Orientem está efectivamente permitida. Uno de los grandes misterios de la revolución litúrgica post-conciliar es cómo la Misa de cara al pueblo se hizo obligatoria a pesar de no existir documento oficial alguno en respaldo de esta idea. Para una historia detallada y desapasionada, y una comprensión teológica de la posición «hacia el este» del sacerdote y el pueblo en la celebración de la Misa, ver Uwe Michael Lang, Turning to the Lord (San Francisco: Ignatius Press 2009).
[13] San Justino Mártir, Apología. 66-67
[14] Guardini: «The Primacy of the Logos over the Ethos«, op. cit., 199-211
[15] Este mortífero papel del funcionalismo en la liturgia es discutido y refutado por Benedicto XVI en una colección de ensayos sobre el papel de la música en la liturgia titulado Lodate Dio con arte (Venecia: Marcianum Press 2010).
[16] Guardini, op.cit., «The playfulness of the Liturgy».
[17] En Italia, donde el establishment litúrgico parece aún comprometido con el funcionalismo y con una actitud tecnocrática respecto a la liturgia, se ha reciclado una palabra maravillosa para describir el despojamiento hasta los huesos de la liturgia y de la construcción de iglesias: adeguamento (adaptación, adecuación). En Lodato Dio con arte, Benedicto XVI habla de este término y de los efectos perjudiciales que la realización del adeguamento ha tenido en la vida litúrgica de la Iglesia en Italia.
[18] Uno puede ver los comienzos de esta desvirilización del sacerdote en las representaciones de Hollywood de los sacerdotes, como la de Bing Crosby en la película The Bells of St. Mary. La imagen del sacerdote como un buen tipo que fuma una pipa y no es en absoluto una amenaza para nadie, el sacerdote domesticado que ayuda a disipar el visceral anti-catolicismo de la América Protestante. Uno se pregunta cuántos jóvenes han dejado de hacerse sacerdotes estos últimos cuarenta años, por temor de que hacerse sacerdote significaría abandonar su hombría y virilidad.
[19] Sobre la cuestión específica de la discontinuidad del rito del Novus Ordo con el rito Romano ver la introducción de Joseph Ratzinger a The Reform of the Roman Liturgy de Klaus Gamber, Roman Catholic Books 1993, y Joseph Ratzinger, El espíritu de la liturgia, especialmente el capítulo dedicado al Rito. Para ver un ejemplo detallado del consenso entre muchos académicos respecto a que el Novus Ordo es discontinuo con el rito Romano, ver las actas de la conferencia litúrgica celebrada en la Abadía de Fontgombault en 2001: Looking again at the Question of the Liturgy, Alcuin Reid, ed. (Farnborough, Inglaterra: St. Michael Abbey Press. 2002). Esta cuestión de la discontinuidad parece ser ignorada por motivos pastorales, y con razón, en Summorum Pontificum y en la carta adjunta dirigida a los obispos. El hecho de que las dos formas del rito Romano coexistan en la Iglesia no dice nada definitivo acerca de si son o no continuos.
[20] La discontinuidad es una cuestión distinta de la validez de la forma. La validez de ambas formas del rito Romano se toma como un hecho dado.
[21] Pristas, Orations: Con respecto a los trabajos del Consilium sobre las colectas de la Misa, Pristas habla de «la construcción de una ciudad completamente nueva». Es de destacar que el trabajo de esta investigadora no ha causado gran inquietud entre los obispos, que son, de hecho, los moderadores de la liturgia en sus diócesis.
[22] Flaminia Morandi, San Benedetto: Una luce per l’Europa (Milan: Paoline 2009)
[23] «simplices, sobriae, aliquando fortisan austeriores, decoram certe et firmamissam exhibent lineam, de cetero dulcibilem ac per hoc maxime expressivam, omnium susceptibilem temperamentorum, intimos animae sensus preferendi capacem.» Antiphonale Monasticum, (Tournai: Desclée & Co., 1934) p. XI.
[Traducido Gustavo Delgado, Una Voce Chile, Artículo original]