La “esclavitud” de la fe

Una de las paradojas más curiosas de la vida del cristiano es el hecho de conseguir la libertad cuando uno se hace “esclavo” de Dios por amor. En cambio, cuando uno busca la libertad por sí misma, antes o después, se hace esclavo de sus pecados, pasiones, debilidades. Buscando la libertad se hizo esclavo; en cambio, si se “entrega” la libertad personal por amor, es cuando se consigue la verdadera libertad de espíritu. No en vano nos dijo el Señor: “la verdad os hará libres”. Y todos sabemos quién encarna la libertad: Cristo. La Virgen María no sólo entendió muy bien estas palabras sino que las vivió: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Para ser libres Jesús puso como condición ser sus discípulos, pues si le seguimos a Él “permaneceremos en sus palabras; entonces conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres” (Jn 8: 31-33).

Los judíos no entendieron las palabras del Señor. Mientras que el Señor les hablaba de la libertad de espíritu, que es la auténtica, los judíos entendieron la libertad en un sentido más superficial: “Somos linaje de Abrahán y jamás hemos sido esclavos de nadie”. Con esto, Jesús nos enseñaba que la libertad es el resultado de haberse liberado del yugo de Satanás, es decir del pecado (Jn 8:34). La única libertad posible es la que nos da Cristo, pues sólo Él ha liberado a la humanidad de la esclavitud del pecado mediante su sacrificio redentor. Ahora bien, tenemos que mantenernos firmes, pues el demonio como león rugiente siempre intentará atraparnos de nuevo (Gal 5:1; 1 Pe 5: 8-9).

Es curioso también que Cristo asocie la libertad al hecho de conocer la verdad (Jn 8:32). Una verdad que en el fondo procede de Él y es Él. Seremos libres si le conocemos y seguimos (“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” Jn 14:6).

Cristo asocia también la libertad al hecho de “perder su propia vida”. “El que busque su propia vida la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí la encontrará” (Mt 16:25).

En resumen: El hombre ha sido liberado por Cristo, pues el único yugo que realmente ata al hombre es el pecado. Quien renuncia al pecado y abraza a Cristo consigue la libertad. Ser libres es hacer en cada momento la voluntad de Dios.

La generación moderna ha vendido su libertad y la ha cambiado por un plato de lentejas; como tiempo atrás lo hizo también Esaú ante su hermano Jacob. ¡Qué difícil le es al hombre de hoy establecer una correcta jerarquía de valores! Su mente y su corazón están embotados ante tantas cosas que le atraen y le conquistan. Y es que el hombre de hoy ha preferido otros tesoros: “Donde esté tu tesoro allí estará también tu corazón”. Las nuevas esclavitudes: materialismo, hedonismo, vivir para este mundo y pensando sólo en este mundo.

Hoy día no es frecuente encontrar a personas que sepan realmente lo que es la libertad. Se cree que ser libre es hacer lo que a uno le place, y eso es falso. Este concepto de libertad mal entendido está causando gravísimos problemas en la sociedad. Citamos algunos como botón de muestra:

  1. Las parejas no se quieren casar pues no desean renunciar a la libertad. El matrimonio es un vínculo que les ata, y como consecuencia no les permite ser libres.
  2. Los jóvenes no quieren obedecer a sus padres, ni asumir responsabilidades con Dios ni con los hombres. La cultura otrora llamada hippie se ha generalizado en el común de los jóvenes. Esto lo vemos en su modo de pensar, estilo de vida, forma de vestir…
  3. Los clérigos no desean atarse en la liturgia al cumplimiento de una rúbricas estrictas, sino que desean dejar que el “espíritu” les ilumine y oriente en cada momento. Tampoco desean obedecer teológica y moralmente a su jerarquía, sino que prefieren seguir cada uno su propia norma, aunque con ello se difiera de las leyes dictadas por Dios.
  4. Los frailes y las monjas huyen de los conventos y prefieren vivir en pisos donde puedan gozar de más libertad y menos ataduras. No quieren “sentir” que hay nadie que les mande y controle. Ahora la madre superiora es un rol que va pasando de unas a otras, para que así todas tenga la posibilidad de mandar; pero a ninguna le gusta obedecer.
  5. Los profesores ya no quieren ser encorsetados por un libro o un plan de estudios, sino que prefieren que los niños vayan aprendiendo en internet según les venga en gana.
  6. Y no hablemos de conceptos más elevados de la libertad como:
    1. La libertad religiosa: que es la libertad que uno ha de tener para profesar la verdadera religión; aunque hoy se diga que la libertad religiosa es la libertad para que cada uno pueda elegir la religión que más le guste.
    2. La libertad de expresión: que es la facultad para poder exponer la verdad; y no la libertad de atacar a otro, o de decir lo que a uno le plazca, aunque con ello no se respete la verdad.

Hoy día, los conceptos de libertad religiosa y de libertad de expresión, suelen estar deformados, llevando una carga política y/o religiosa errónea.

¿Qué es la libertad?

Es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad de la persona pero en sujeción a un orden o regulación más elevados.

Aristóteles decía que libre es “el que es causa de sí”

Santo Tomás de Aquino hace en sus escritos un profundo estudio acerca de la libertad; estudio del cual destacamos algunos conceptos que son muy útiles para tener una idea correcta de lo que es.

Santo Tomás nos dice:

  • La libertad es el poder, radicado en la razón y más inmediatamente en la voluntad, de hacer o de no hacer, de hacer esto o aquello.
  • El acto propio de la libertad es la elección. Por ella, tiene la posibilidad de hacer lo adecuado o no hacerlo.
  • En la libertad intervienen tres elementos: la voluntad (como principio intrínseco), el fin (el bien que se busca) y el acto (la elección que se toma). A esta elección se opone toda coacción externa o interna. La elección es respecto a los medios para conseguir un fin.
  • Sin embargo, en relación al fin último, no se posee este libre albedrío, porque se quiere de un modo natural y necesario. El ser humano no puede dejar de querer ser feliz, de querer el bien (STh I-II, 134, 3; STh III, 18, 4).
  • En cuanto a la noción abstracta del fin último, todos concuerdan en desearlo; pero respecto a qué es lo que nosotros consideramos como nuestro fin último varía de una persona a otra. Para unos es Dios, para otros los bienes materiales o los placeres o cualquier otra cosa (STh I-II, 1, 7 in c.).
  • La libertad no se pierde por el hecho de querer “obligatoriamente” el fin último, pues necesidad y libertad no siempre se oponen. Lo opuesto a la libertad no es la necesidad sino la coacción. La voluntad libremente apetece la felicidad, aunque necesariamente la apetezca” (De potencia, 1. 10, a. 2 ad 5). Ejemplo: Dios quiere el Bien supremo concreto, que es Él mismo, de forma natural, racional y necesaria; en cambio nadie hay más libre que Dios.
  • Por otro lado, Dios no quiere necesariamente lo que no es su propio fin, pudiendo elegir una cosa o la opuesta.
  • También nos dice Santo Tomás que la elección del mal no es libertad, sino signo de ella (De veritate, 1.22, a.6). La libertad humana conlleva imperfección, pues es limitada. En la medida en que el hombre va eligiendo el bien, se va haciendo también más libre. La elección del mal supone un desorden de la libertad y conduce a su pérdida.
  • El hombre, cuando elige el mal, busca equivocadamente el bien. En la mala elección, el mal es visto como un bien, aunque sólo sea aparente o parcial

Concluyendo

Pocas veces ha hablado y buscado el hombre la libertad más que ahora; pero si hemos de ser honrados tendremos que decir, que el auténtico concepto de libertad ha desaparecido de la mente y del corazón de muchos, para sustituirlo por una libertad que elimina cualquier tipo de sujeción, responsabilidad o atadura. En el fondo se ha confundido la verdadera libertad con el libertinaje. Y esa es la razón principal por la cual el hombre ha perdido el sentido de la vida, la capacidad de atarse por amor, y con ello la felicidad. Para muchos la religión y sus preceptos esclavizan al hombre; en cambio para nosotros, es la religión quien nos trae la verdadera libertad. Solamente cuando el hombre abra su corazón a Dios y al verdadero amor es cuando aprenderá el auténtico sentido de este vocablo que llamamos “libertad”.

Padre Lucas Prados

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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