La herencia de mi padre

Quise tener muchos hijos, para criarlos para el cielo” (Louis Martin)

Hace unas semanas, por circunstancias de la vida, acompañé a un amigo al notario, a recoger el testamento de su padre. De camino, me comentaba su extrañeza, ya que desconocía que en su familia hubiera alguna propiedad o algún bien. Cuando nos sentamos a leerlo, nuestra sorpresa fue mayúscula, la primera y única cláusula era la siguiente, «….. Profesa la religión católica y quiere que su entierro y honras se celebren con arreglo a los ritos de la Iglesia. Encomienda lo piadoso a su esposa». Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo que era la mejor herencia que podía recibir, la Fe. ¿Será también, el legado que dejen los progenitores del Siglo XXI, a su descendencia?

Recuerdo mi infancia, en la cual, mis padres, no sólo nos enseñaban las oraciones y las normas de piedad, sino que iban más allá y complementaban en nuestras casas, lo que nos enseñaban en la asignatura de religión que teníamos en el colegio, ya que se dejaba ver el debacle del momento: Curas y monjas que renegaban del traje eclesiástico y lanzaba el hábito por los aires, colegios católicos en cuyas directivas empezaban a entrar “laicos comprometidos”, profesores de religión que explicaban los nuevos tiempos que empezaba a vivir la Iglesia, Sacerdotes que nos exigían Comulgar de pie y en la mano, con argumentos absurdos sobre la última cena y Nuestro Señor…Una degeneración total, que ha ido en descenso hasta nuestros días. Nuestros padres, formados a la luz del Catecismo de S Pío X, cultivados por Sacerdotes doctos y Santos, lucharon por protegernos de todos estos atentados, reforzando en nuestros hogares la enseñanza religiosa y la vida espiritual. No obstante, hubo muchas familias que se dejaron arrastras por una falsa progresía y se adaptaron a la comodidad y al lujo de vivir en el pecado, por considerarlo más llevadero que el estado de Gracia y así, con la permisividad imperante, hemos llegado a nuestros tiempos, en los que nos encontramos generaciones de Católicos, sólo de nombre, que desconocen cosas tan básicas como son los Mandamientos. No hace mucho le comentaba a una amiga la importancia de las mentiras de su hija, de cara a su alma y me decía que, en absoluto, era pecado, sino que ella, lo veía como un engaño a ella misma, principalmente, pero no consideraba que tuviera que confesarse por esto. Es un pensamiento generalizado, como también es una realidad que los padres no acercan a sus hijos al Sacramento de la Confesión, han cambiado eso, por un “no lo vuelvas a hacer”. No se sabe si es que nos reímos de la Ley de Dios o, simplemente, es que la desconocemos, todo puede ser.

Cuando se trata de legar un bien, este, se cuida al máximo, para que llegue en el mejor estado y así se conserve de generación en generación. No sucede lo mismo con la Fe. Hoy en día, los padres, ni la conservan, ni la protegen, con lo cual, ¿Qué legado van a dejar a nadie? ¿Quién querría recibir una deuda, pudiendo conseguir un tesoro? Lo mismo sucede con los bienes espirituales, ¿Queremos dejar el camino al cielo, o al infierno?

Frente a los padres implicados y responsables de hace treinta o cuarenta años, que llevaban a sus hijos a Misa, a la catequesis, que rezaban el Rosario en familia, que iban a la parroquia y se interesaban por como evolucionaban sus almas, nos encontramos a los padres que llevan al niño al catecismo al finalizar la Eucaristía, los que supeditan su formación a los partidos de fútbol, los que llegan exigiéndole al Sacerdote la Primera Comunión para su hijo, aunque no sepa ni rezar el Ave María y haya brillado más por su ausencia que por su presencia, lo importante es la fiesta en día y hora señalados por mamá. ¿Qué les estamos transmitiendo? Esta es la herencia de nuestro siglo, enseñarles a las nuevas generaciones, que a la Iglesia, solo se va el día de autos.

El otro día me preguntaba un Sacerdote si yo nunca había llegado tarde a Misa, ya que le parecía que yo, era muy rígida con este tema… así están las cosas, hasta el Clero ve anormal, lo que debería ser normal. Le expliqué que para mis padres, lo más importante del mundo es que fuéramos buenos Católicos, mi madre entendía que con eso, lo demás venía por añadidura y, por ello, se mostraba inflexible en las cosas de Dios, igual que nos exigía ir pulcros por fuera, exactamente consideraba lo mismo para nuestro interior, “limpio el cuerpo y limpia el alma”

No es extraño escuchar a muchos progenitores decir que no bautizan a sus hijos, porque cuando sean mayores, ellos mismos decidirán. Curioso argumento, cabe preguntarse qué pasaría, si usaran el mismo para la higiene y la alimentación, en cuyo caso, habría posibilidades de que criaran un cerdo desnutrido, en vez de un hijo. ¿Se puede decir que son unos buenos padres, los que piensan así, los que por propia voluntad niegan a sus hijos la Gracia de los Sacramentos? ¡Valientes padres, que ofrecen la condenación, en vez de la salvación! No hay más que observar hoy en día, que los Sacramentos de Iniciación, se supeditan a los días libres de los restaurantes. No nos llevará el estómago al cielo, desafortunadamente para los que lo cuidan más, que el interior.

¿Es amor filial ofrecerles a los hijos una piedra, cuando podemos darles pan para comer? ¿Es esta la herencia que queremos dejarles? El mejor legado que podemos dejar a los que amamos, es mostrarle el camino a la felicidad eterna, el camino a los brazos de Dios.

Como los pajaritos aprenden a cantar escuchando a sus padres, así los niños aprenden la ciencia de las virtudes, el canto sublime del amor de Dios, de las almas encargadas de formarles para la vida” (Teresita de Liseaux)

Sonia Vázquez

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