PUNTO PRIMERO. Lo primero que has de considerar es el cuidado que pusieron la Santísima Virgen y el glorioso San José en la educación y cuidado de Cristo hasta los años de su juventud, aunque no los necesitaba por su infinita perfección; pero de este modo le dieron ejemplo a los padres de familias para que lo hicieran con las suyas, y de ese modo pudieran también criar a sus hijos y servidores en toda virtud y santidad, enseñándoles el temor de Dios, a frecuentar los lugares de culto, a asistir a los divinos oficios, y a ejercitarse en todas las obras de virtud. Pregúntate cómo responderás ante Dios de las almas que te ha encomendado; y pídele que te dé gracias para cuidar de la tuya y de las suyas, de modo que cumplas excelentemente tu obligación.
PUNTO II. Considera el silencio que guardó Cristo todos los años de su juventud, pues hasta que llegó a los veintinueve de edad, no se sabe muy bien lo que hizo, ni en qué gastó sus años; sin embargo, podemos estar seguros de que no estuvo ocioso, porque es imposible que en su vida hubiera alguna nota de imperfección. Se ocupó, fuera de toda duda, en obras santísimas, dignas de su Persona, y todas las ocultó con sumo cuidado, para confundir nuestra soberbia, que en todo procura ostentación y reconocimiento de los hombres, jactándose de las obras y procurando ser alabados por todos. Sonrójate en la presencia de Cristo, y aprende a humillarte y a esconder lo que haces, de los ojos de los hombres, procurando en cambio, agradar únicamente a Dios nuestro Señor.
PUNTO III. Considera lo que haría Cristo en estos treinta años de su juventud. El evangelista san Lucas dice[1], que los consumió en la obediencia a sus padres; san Marcos[2], que ayudaba a San José, en su oficio. Bien podemos creer que se ocuparía en ambas cosas y juntamente en la contemplación y obras de piedad. Por esto dice el Evangelista que con la edad crecía en sabiduría y virtud para con Dios y los hombres. Porque cada día iba revelando los rayos de su santidad y creciendo en nueva estimación en el mundo. Mira despacio su modestia, su silencio, su compostura, la gravedad de sus acciones, su cordura en tan pocos años, su obediencia y humildad, obedeciendo a sus padres y sirviéndoles en los oficios domésticos de la casa. Y aprende de todas sus virtudes a copiarlas en tu alma. Mira, además, aquella indigente familia, en una pobre casa, ganando la comida con el sudor de su rostro , mucho mejor de lo que lo habrá hecho Adán. Mírala despreciada del mundo y tan apreciada de Dios, que los cielos de los cielos son poca cosa en su comparación; y ofrécete a ayudarlos, obedecerlos y servirlos.
PUNTO IV. Considera lo que dice el evangelista san Lucas, que la Santísima Virgen guardaba todas las palabras de Cristo en su corazón, para dejarnos testimonio de guardarlas y meditarlas nosotros también. Medita despacio los coloquios celestiales que tendrían Cristo y su Madre y san José, las alabanzas que darían a Dios, como arderían de amor, con las palabras de Cristo, los misterios que les decubriría, el consuelo en sus corazones, el gozo en sus almas con tan dulce y suave conversación. Y aprende a conservar en tu corazón las palabras de Dios, tanto las que te habla en tu interior, como las que oyes de los predicadores por cuya boca quiere hablarte. Entra con el alma en aquella casa celestial, y mira lo que hacen sus moradores, y oye lo que hablan. Considera la paz y concordia con que viven. Pídele a Dios gracia para imitarlos, y a la Santísima Virgen que te admita como morador para servirlos, y no te apartes de su compañía en cuanto puedas, asistiéndolos y sirviéndolos con el deseo y voluntad.
Padre Alonso de Andrade, S.J
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[1]Lc. 2
[2]Mc. 6