La misa nueva, cuna del naturalismo devoto

Gracias a Dios no hemos obedecido.

Os escandalizaremos inmediatamente, pero hay provocaciones que son saludables, que sirven.

Gracias a Dios no hemos obedecido a los que, para mantenernos dentro de la «pastoral ordinaria», nos pedían, mientras nos concedían obtorto collo [a regañadientes, ndt] alguna misa tradicional, no acabar con la misa nacida del concilio. Gracias a Dios no hemos obedecido: no hemos cedido a una preocupación «política», la de no cambiar lo que ya hacen todos, por una obediencia mayor, la de la custodia de la fe.

Acabamos de celebrar la fiesta del Corpus Domini: ¿qué significado tendría adorar solemnemente la presencia eucarística del Señor y no defender al mismo tiempo el rito puro de la misa?

Lo decimos por tantos devotos, sacerdotes y laicos, sinceramente preocupados por el respeto al Cuerpo del Señor, pero no preocupados por el envenenamiento que, a través de la nueva misa, se ha producido en el cuerpo de la Iglesia.

La nueva misa ha ‘como’ adormecido al pueblo cristiano dentro de un naturalismo devoto.

El naturalismo es en la Iglesia olvidar constantemente la vida sobrenatural. El naturalismo es considerar en el cristianismo principalmente los aspectos humanos, leídos y juzgados según las categorías de nuestro tiempo, según las modas culturales del momento. Los que en la Iglesia tienden al naturalismo no niegan a Jesucristo, pero no consideran su poder directo sobre toda la realidad: es como si todo no dependiese de Él.

¿A partir de qué se comprende esto? A partir del hecho de que, cuando piensan en la marcha del mundo, no recurren a Dios para la solución de sus males. No recurren a Dios, por seguir el vano hablar del mundo, que se llena de palabras vacías y retóricas.

Pongamos un ejemplo: en Fátima la Virgen pidió a los tres pastorcillos rezar y hacer sacrificios para que la guerra terminase, indicando así que la marcha del mundo y de las naciones depende de nuestra obediencia a Dios.

¿Os imagináis hoy un documento episcopal o papal que hable explícitamente así? ¿Que indique el retorno a Dios, el retorno a Jesucristo, como la solución a todos los graves problemas del mundo, económicos, políticos, morales, espirituales? Aun los pastores que en privado pensaran que el pecado de los hombres es la raíz de todos los males del mundo, se cuidarían de decirlo públicamente, pues tan terriblemente naturalista es el clima que reina en la Iglesia de hoy: y sin embargo el mensaje de Fátima es perfectamente el eco fiel de toda la Escritura.

Muchas son las causas de esta desastrosa situación, pero entre ellas la principal ha sido la reforma del rito de la misa.

La nueva misa, a propósito moderna respecto a la tradición, por ser moderna se ha inclinado al naturalismo, inaugurando un naturalismo devoto. Y por favorecer este pliegue, ha dado a la misa católica la imagen de la última cena: Jesús en medio, representado por el sacerdote, y una asamblea, la comunidad de los discípulos, que lo escucha y se nutre de Él. Aun la misa más seriamente celebrada, en el novus ordo, da esta imagen. Es la misa que, en el mejor de los casos, se detiene en «Jesús que viene en medio de nosotros». Por esto la Iglesia ha puesto en el centro, del concilio en adelante, al hombre, y no ya a Dios. Por el hombre se sacrifica todo, aun la verdad de la revelación. Por el hombre y por sus derechos se sacrifica todo, aun a Dios.

La nueva misa se detiene en Jesús; se detiene en Jesús presente entre nosotros, pero no llega nunca a hablar de la acción de Dios en nosotros, al segundo movimiento, a lo que más cuenta, que es nuestra elevación a Dios. Falta en la misa moderna el movimiento ascensional.

Es la verdadera y espantosa victoria del protestantismo, la victoria que fue impedida en el concilio de Trento y que ahora se ha cumplido prácticamente.

El sacramento no es negado, pero es horriblemente distorsionado: ya no se entiende como acción transformante de Cristo en nosotros, sino como presencia consolante. Se ha olvidado el fin de la acción de Cristo en nosotros, es decir, transformarnos en Él. Y esta transformación nuestra en Él es absolutamente necesaria, porque Dios Padre es glorificado por su Verbo hecho hombre, Jesucristo, y no se complace en nosotros si no ve formado en nosotros a su Verbo. «Nosotros nos hemos convertido no sólo en cristianos, sino en Cristo» dice San Agustín: ¿cuántos hoy se acercan a esta verdad, cuántos al menos intuyen la grandeza de la obra de la gracia sobre nosotros? ¿Cuántos comprenden que ésta es la obra?

Hoy el sacramento es reducido a consolación para nosotros, la misa es reducida a Jesús que comparte todo lo nuestro… y la tentación demoníaca es transformarlo a Él en nosotros. Por esto es incomprensible, aun a muchos pastores de la Iglesia, que haya condiciones para recibir los sacramentos, y todas las condiciones se resumen en querer morir a nosotros mismos para que Cristo sea afirmado en nosotros. Hoy no, gracias también a la nueva misa, todos creen tener derecho a los sacramentos para ser servidos por Cristo sin querer servirlo a Él.

La nueva misa ha favorecido el naturalismo: Cristo es afirmado de palabra, pero en la acciones es como si no existiese. Y esto es exactamente el protestantismo herético, que no cree en la acción transformante de la gracia sobre nuestra naturaleza.

Y no basta celebrar con devoción la misa, si ésta es la nueva misa, porque ha sido imaginada como la santa cena y no como el Calvario.

El Calvario te dice que Dios ha sacrificado a su único Hijo para que tú puedas ser arrancado del mundo de pecado y, transformado en Él por la gracia que desciende de la cruz, agradar a Dios y, por lo tanto, ser salvado.

La santa cena sin el Calvario, te dice que Dios viene en medio de nosotros; que, por lo tanto, tú eres importante, que tu vida y la vida del mundo es esencial, que la naturaleza es todo, visto que Dios ha venido a servirla con su presencia; he aquí servido el naturalismo, aunque con un cotê [lado, ndt] devoto.

Es verdaderamente la victoria del sacramento vaciado de vida, iniciada por Lutero y por sus compañeros.

Y entre nosotros los más peligrosos son los conservadores devotos, que piensan que con algún «retoquito» en sentido tradicional se pueda poner remedio a este envenenamiento.

Sólo la misa de la tradición, y ningún sustituto de ella, salva la integridad de la acción de Dios, y nos hace conscientes de ella.

Es deber de los sacerdotes y de los fieles custodiar el don más precioso de Dios, sin esperar más, porque el tiempo se ha hecho breve.

[Traducido por Marianus el Eremita. Artículo original.]

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