Que vuestra cintura quede ceñida y vuestras lámparas encendidas… (Luc, XII, 35.)
…El Evangelio acaba de recordarnos la dificultad de reconocer a Cristo. Cuánta vigilancia, cuántas disposiciones nos exige la preparación para este encuentro, que acaecerá cuando no lo esperemos. Su llegada, en cada una de nuestras vidas, es generalmente una sorpresa; muy a menudo un escándalo. Está allí en donde menos lo esperamos nosotros.
Recordemos hoy que el lugar más olvidado de la presencia de Cristo, aquél en donde más difícilmente se le reconoce, es generalmente vuestro vecino. Vuestro vecino de calle, de mesa, de trabajo, o de Misa… ¿le habéis invitado a vuestra casa alguna vez?
Tenéis la misma proximidad con Dios que aquélla que tengáis con vuestro hermano. Aquél que no ama a su hermano a quien ve, y pretende amar a Dios a quien no ve, es un mentiroso.
Comenzamos nuestro retiro con la misa para fraternizar; para consolidar entre nosotros la unidad. Generalmente hay algo que molesta al celebrar la Misa: el contemplar a todos aquéllos que asisten yuxtapuestos y tan aislados… ignorándose los unos a los otros. Cuando los mira el Padre, Él debe de decirse: “No se aman. No se conocen. No tienen, nada en común… Esta es la prueba de que Yo he fracasado: ¡el Cuerpo de Cristo en piezas desglosables!”
La Misa es el sacramento de la unidad. Es el descubrimiento de Cristo viviente en la comunidad de nuestros hermanos. Él no llega a vivir sino allí en donde nos amamos. La única prueba de que Cristo está todavía vivo, es que aún existe el amor en el mundo. Allí en donde dos o tres se aman en su Nombre Él está presente.
Cristo no tiene sino una presencia visible; la de los cristianos. Él no puede mostrar sino el cuerpo de sus fieles, reunidos, estrechados, animados de amor. Él llega a la Misa para conjuntar a los hijos de Dios. La sola prueba valiosa para muchos de la resurrección de Cristo, es que hoy os amáis los unos a los otros.
Cuando os habéis reunido los miembros del Cuerpo, el Cuerpo está presente. ¡Pero en qué estado, con frecuencia! Maltrecho, desgarrado, desarticulado… Pidamos que se reúna. Roguemos los unos por el retiro de los otros.
No estáis más cerca de Dios que lo estáis dé vuestro vecino. Al pensar en esto se dice uno: “Entonces, yo no estoy cerca de Dios. Estoy muy lejos de Él.” Pero esto comporta también una verdad consoladora: “Todo cuanto yo querría hacer por Dios, puedo hacerlo por mi vecino. Si yo estoy tan cerca de Dios como lo estoy de mi vecino, entonces… ¡tengo en qué ocuparme! Voy a abrirme a todos cuantos me rodean; voy a hacer por ellos lo que yo hubiera querido hacer por Dios.”
La única Misa valiosa es aquélla de la cual salís amándoos más los unos a los otros.
Rogaremos porque se establezca entre nosotros una atmósfera de fraternidad.
“RECONOCER A CRISTO”