¿Por qué cayó tan dramáticamente la asistencia a la Iglesia en los últimos 50 años? Estoy seguro que hay una amplia variedad de razones, y casi todos los artículos de este blog encaran el tema de una manera u otra, pero si me preguntan a mí, uno de los factores más importantes es la música que generalmente se escucha en misa. En mi opinión, el tipo de música ofrecida usualmente en los cancioneros es el que contribuye más fuertemente al declive.
Hablo de un estilo de música que comenzó a desarrollarse a fines de la década de 1960, que me parece una clase de fusión entre el folk norteamericano (clásicos de 1967), los clásicos populares del siglo 19, los musicales de Broadway, y una pizca de himnos victorianos agregados por si acaso. Sin importar cómo se llame el género, yo creo que es el responsable de muchos de los asientos vacíos.
Antes de que alguno me escriba para decirme cuánto le gusta la música que escucha cada domingo, o qué buena es la calidad del pianista o banda que toca, y con cuánto entusiasmo se suman de la congregación allí presentes, quiero decir una cosa: mi argumento no se basa en la afirmación de que la música es mala. Tengo una opinión fuerte al respecto, pero mi gusto personal no tiene relevancia en la conclusión a la que arribo. Mi argumento es que toda la filosofía que contribuyó a la composición de esta música tiene defectos fatales y provoca el daño.
Entonces, para proseguir con el argumento, supongamos que la música que escuchamos en la misa es de la mejor calidad dentro de su género. Afirmaría que igual genera el mismo efecto, alejar a la gente de la misa. Y diría lo mismo incluso si el nivel del músico es de lo mejor y el coro está compuesto por profesionales muy entrenados.
En mi opinión, el problema nace de los valores que subyacen la creación de la música para los cancioneros. Pareciera que el objetivo es conectar con la gente, dándoles música derivada de canciones de tipo popular. El problema con este enfoque es que solo puede conectar con aquellas personas que disfrutan de este tipo de música fuera de la Iglesia. Pero la sociedad occidental de hoy está tan fracturada que los gustos varían ampliamente, y no hay un estilo de música secular con una aceptación universal. Como resultado, sea cual fuere el estilo que elijamos, y sin importar qué tan bien salga, sólo se puede esperar que sea aceptado por una parte pequeña de la población. El resto se retirará porque no les gusta. Entonces, si componemos música que agrada a los que eran jóvenes en la década de 1960, pronto será detestada por quienes eran jóvenes en 1970 (como yo) y los que son más jóvenes todavía.
Si vamos por algo más moderno, que toma su forma en la actual cultura joven, incluso si conecta con los de 17 años que escuchan ese estilo de música, ahuyentará a las generaciones anteriores y también a otros jóvenes, porque la cultura joven en sí está fracturada, y los de 17 no escuchan un único estilo. Estoy pensando en lo que sucedía cuando yo tenía diecisiete años. En la década de 1970, el sexto grado en el colegio Birkenhead del norte de Inglaterra (sexto grado eran los dos últimos años del secundario) estaba dividido entre punks, fanáticos del heavy metal y del rock progresivo, y unos pocos a los que les gustaba la música disco, funk y soul.
(Por si le interesa, a mí me gustaba el rock progresivo oscuro y la fusión del jazz, como Return to Forever, Frank Zappa y Be Bop Deluxe. Me gustaba ser visto con los LP debajo del brazo para mostrar mi gusto musical altamente desarrollado.)
Había un pequeño grupo de cristianos que intentaban parecer atractivos con su propia música de rock cristiano; el grupo que gustaba a todos era After the Fire. Para mí era un grupo patético y obviamente “estaban perdidos” si pensaban que esa cosa era buena. Solíamos burlarnos de ellos.
Yo no empecé a tomar la fe seriamente hasta muchos años después, cuando a los 26 años conocí un cristiano que desdeñaba tanto como yo el cristianismo atractivo, y que obviamente no intentaba parecer atractivo, ni a la moda ni nada. Simplemente no entraba en ese juego.
Lo que me atraía era la fe y la cultura asociada a ella, que veía en el oratorio de Brompton y que hablaba de un mundo más allá de las preocupaciones insignificantes y seculares que me habían absorbido hasta entonces. No creo ser el único. (Para respaldar mi caso, les recomiendo el reciente artículo de este blog La Tradición es para los Jóvenes, de Gregory DiPippo.)
Pero antes de quedar como petulantes, los tradicionalistas tampoco quedamos exentos de la mala música. Mucha de la música “tradicional” de Iglesia posee el mismo defecto, especialmente cuando se cantan himnos. Santo Dios Alabamos Tu Nombre o María Inmaculada son como Sobre las Alas de las Águilas (o Alma Misionera) en el tiempo de tu tatarabuela. Muchos de estos himnos, incluso la gran mayoría de los himnos no cantados, en los libros de himnos considerados tradicionales tales como el himnario Adoremus o el de San Miguel, huelen demasiado “a Iglesia” para la mayoría de las personas que están fuera de la Iglesia, y como la música del cancionero, alejan más a la gente de la Iglesia que la que atraen, por la misma razón. Es un género que no es universal y por lo tanto solo atrae a un pequeño segmento de la población.
Por mi parte, no puedo tolerar ninguno de estos himnos; suenan a lo que escuchaba en mi infancia en la iglesia Metodista; no me gustaban cuando tenía ocho y no me gustan ahora. Es una de las principales razones por las que elegí escapar de misa cuando me dieron la opción a la edad de 13 años. Pero incluso si no fuera el caso, y hubiera llegado a amar los himnos metodistas tradicionales tanto que hoy amaría los himnos católicos del siglo 19, no justificaría el incluirlos en la liturgia. A la mayoría de las personas no les gusta, y no son puramente litúrgicos.
Diría que la música derivada los estilos operísticos del siglo 19, criticados fuertemente por San Pío X, es más de lo mismo. Podríamos sentir que es un tipo de música más elevada que la provista por una banda litúrgica de rock Cristiano, pero solo gustará a un reducido grupo de personas y alejará a las demás. Esto es cierto aunque haya sido escrita para una misa en latín.
Cuando surge el tema de la música en la misa, el argumento en su contra usualmente es que debemos ser “pastorales”. Dirán que a la mayoría de los que asisten a misa les agrada la música que escuchan. La justificación sería algo como que habría una revuelta si cambiáramos lo que les resulta tan familiar, y por lo tanto no podemos arriesgarnos a cambiar la música aunque queramos.
En respuesta, les diría que es muy probable que a los que asisten les guste la música que escuchan. Los que asisten lo hacen porque les gusta, o al menos pueden tolerar la música. La mayoría de los que no pueden tolerar la música que se escucha en la misa, simplemente se van. Les parece una experiencia tan terrible y tristemente banal, que prefieren salir a correr o leer el diario junto a una taza de café. Por eso, creo que la mayoría de los adolescentes abandona ni bien sus padres les dan permiso para tomar su propia decisión sobre asistir a misa. Y por las razones ya descritas, esto sucederá aunque intentemos encontrar un tipo de música que algunos adolescentes amen – porque no hay un tipo de música secular que les guste a todos los adolescentes. No existe.
Podemos ir más allá y preguntarnos por qué el enfoque de la música del cancionero común, las imitaciones de estilos populares, inevitablemente generará una caída en la asistencia a misa. Supongan que si tuviéramos una sociedad en que la cultura general fuera más homogénea y los gustos más consistentes entre generaciones; el enfoque aún sería erróneo.
Entiendo que muchas culturas africanas, por ejemplo, son más homogéneas y menos fragmentadas que la cultura occidental. En tales casos, incluso si la música de misa reprodujera perfectamente el estilo de la música popular africana, no sería el enfoque más apropiado. Si bien podría gustar a una gran porción de la población y habría mayor asistencia en misa, no facilitaría una participación más profunda y activa en la liturgia.
Esto es así porque la liturgia es la fuente de su propia cultura, y la cultura litúrgica auténtica debe estar en el centro de la cultura de la fe católica. Es un mundo aparte el que agrada a lo que es universalmente humano en nosotros, y nos acerca a Dios en una manera que es imposible para la cultura secular. La música que nos acerca y dirige más fuertemente a la eucaristía es la que se deriva de una cultura litúrgica, que según nos dice la Iglesia, es el canto gregoriano.
Las formas seculares también podrían acercarnos, pero si están lo suficientemente alejadas de las formas de una cultura litúrgica auténtica, entonces incluso en un contexto litúrgico tenderán a llevarnos hacia valores seculares, no a la eucaristía. Es menos probable que dicha música nos conduzca a una participación genuinamente profunda y activa en la adoración de Dios. Por lo tanto, a largo plazo, toda música secular, aunque atraiga gente a la misa, inevitablemente logrará que la gente abandone la Iglesia en lugar de quedarse, porque la música los distrae de lo que está en el corazón de la misa. Como resultado, no hay una fuerza que atraiga hacia la transformación sobrenatural en Jesucristo. Entonces, habrá menos cristianos con la capacidad de transmitir una alegría cristiana auténtica a quienes interactúan con ellos en la vida diaria, fuera de la misa y la liturgia. Con este poder de evangelización reducido, perderemos nuestra fuerza vital.
En última instancia, es así como se atrae a la gente a la misa. La prioridad absoluta es hacer que en el encuentro haya una mayor posibilidad de transformación para los que asisten, aunque sean pocos. A su vez, estas personas atraerán a otros hacia la fe por las razones correctas, y aquellos a quienes atraigan encontrarán la fuente de lo que buscan cuando lleguen a misa.
Por eso el cardenal Sarah dijo en su discurso en la conferencia de Sagrada Liturgia en Londres, que incluso en África la liturgia no es un lugar donde debe incorporarse la cultura Africana. En cambio, dado que la liturgia tiene tu propia cultura, que es única y universalmente cristiana, debiera filtrarse en la cultura general y transformar la cultura secular en algo más grande, algo que de alguna manera derive de y apunte hacia la liturgia, manteniéndose a su vez como algo distintivamente africano.
La única esperanza que tenemos para que la misa sea un atractivo a largo plazo, capaz de tocar a quienes no tienen intención de asistir, es enfocarnos en hacer del canto la forma dominante. Debemos estar preparados incluso para perder algunos de los que actualmente asisten a las misas con música del cancionero, que están allí por las razones equivocadas, para alejarnos e incluso estar preparados a continuar frente a fuertes críticas de estas personas debido al cambio.
En mi opinión, si bien ayudaría tener el canto en todas las misas, tampoco sería suficiente.
Debemos cantar de manera tal de poder conectar con la gente común, y esto probablemente signifique cantar en un tono natural para que todos se sumen. Me han dicho, por ejemplo, que es probable que menos hombres canten cuando hay mujeres cantantes. No es por una cuestión de género, sino porque la voz femenina tiene un sonido puro y los hombres encuentran difícil sumarse en una octava por debajo de la que utiliza la cantante porque es muy diferente a la que escucha. Si, por otro lado, hay un cantante masculino o un coro exclusivamente masculino liderando las partes que la congregación debe cantar, los hombres podrán emular lo que escuchan y a las mujeres les resultará fácil sumarse, porque la voz masculina posee una armonía más elevada que permite la conexión con voces femeninas. Una manera de enfocar esto es tener voces masculinas o una mezcla de voces para aquellas partes en las que queremos que la congregación cante, y voces femeninas solo para aquellas partes donde esperamos que la congregación escuche o que se sumen solo las mujeres. Incluso aunque canten los hombres, hay un estilo de canto en el que se promueve un tono delgado, distendido, elevado. Este sonido me parece afeminado, y creo que genera la misma sensación en las congregaciones – no solo hace difícil que los hombres se sumen a la voz femenina, sino que también es difícil escucharla dado que el oyente lucha por conectarse con una voz que resulta extraña a la propia.
Si el enfoque hacia la música fuera el correcto y (¿deberíamos esperar más?) nuestra liturgia fuera celebrada de la manera que la Iglesia de verdad desea, ¿lograríamos que vuelva más gente a la Iglesia? A largo plazo diría que sí, pero a corto plazo ciertamente no. Sin embargo, atraería inmediatamente a los que buscan genuinamente lo que el canto apunta sus corazones – a Dios. A largo plazo, provocaría un efecto dominó. Las personas que asisten a misa participarían más profundamente y se convertirían en emisarios de la nueva evangelización, brillando con la luz de Cristo en su vida diaria. A su vez, atraerían a otros hacia Cristo. Porque tenemos libre albedrío, nunca será la población entera, pero sí creo que puede ser mucha más de la que hoy vemos en nuestras Iglesias.
¿Ha llegado la hora de descartar los cancioneros de misa? Probablemente todavía no, a juzgar por el apoyo de tantos obispos, sacerdotes y directores de coro que hoy dan lugar a este estilo a causa de una pastoral falsa que actualmente aliena a muchos. Pero debido a esta alienación, contiene las semillas de su propia destrucción. A menos que sea reemplazada por otra cosa, bajo la influencia de pastores valientes y directores de coro preparados para tomar un enfoque verdaderamente pastoral, uno que tome en consideración a la mayoría de los que no asisten a misa, entonces estaremos condenados al achicamiento constante de las congregaciones que actualmente escuchan este estilo de música que se va poniendo vieja y desaparece.
La fe nos dice que el parásito morirá antes de matar a su huésped. La Iglesia permanecerá; y por tanto debemos concluir que en algún momento la música cambiará antes de que todo el edificio colapse. Espero que sea pronto.
David Clayton
(Traducido por Marilina Manteiga. Fuente: New Liturgical Movement)