Meditación para el viernes de la decimocuarta semana
PUNTO PRIMERO. Considera que si Dios tiene providencia de que no falte nada al hombre de lo necesario para el cuerpo, mucho mejor la tendrá de que no falte lo necesario para su alma; pues como dice el mismo Señor, es de mucho más valor y estima, y en fin a que se ordena mucho más alto, que es la vida eterna; y conforme a esto has de ir discurriendo por las necesidades espirituales y los bienes eternos a que se ordena, y contemplar la providencia y cuidado paternal que tiene Dios de todos en común, previniendo que no les falte nada, y de ti en particular, para reconocer y agradecer las mercedes que te ha hecho y hace continuamente.
Considera en primer lugar cuán atento y prevenido ha estado Dios a darte sus auxilios y gracias para hacer buenas obras meritorias de la vida eterna, sin las cuales no pudieras hacer nada que fuese agradable a sus ojos. Mira cuántos beneficios se encierran en este beneficio, cuántas gracias en esta gracia, sin la cual no pudieras haber hecho obra buena; y así a la providencia divina y a su liberalidad debes cuanto has obrado en esta parte: humíllate en la presencia de Dios, y dale gracias por ello, porque tu ingratitud no te haga indigno de recibir nuevas gracias y mercedes de su mano.
PUNTO II. Considera la providencia divina en prevenirte y amarte con su gracia para no ser vencido de las tentaciones, y caer en manos de tus enemigos. Considera el cuidado que Dios ha tenido de ti, y cuán a tiempo te ha prevenido con sus auxilios, dándote buenos pensamientos contra los malos que te ocasiona el demonio, y buenos consejos contra los silbos de los malos amigos, quitándote de las ocasiones de pecar y dándotelas para obrar bien. Y pondera otrosí la medida con que Dios ha permitido que seas tentado tomando, tomando primero el pulso a tu disposición, y midiendo las armas con tus fuerzas para que no cayeses en culpas, sino que antes salieses vencedor de la batalla, y sacases gran provecho para tu alma así en esta vida, avivándote en el servicio de Dios y armándote con penitencia, vigilias, comuniones, oraciones y trabajos corporales contra tu enemigo con grande usura de merecimientos, y en la otra gloria y galardón eterno. Saca de aquí un afecto de agradecimiento a quien así te arma y enseña a pelear, y te da la victoria de tus enemigos, y ten ánimo varonil para despreciarlos, y una grande confianza en la divina bondad de que te ayudará en las batallas que tuvieres con ellos, hasta sacarte victorioso.
PUNTO III. Considera asimismo la providencia que Dios tiene de ti en las enfermedades y sucesos adversos de este mundo, los cuales en su modo son una guerra del alma, que le acometen para hacerla caer en impaciencias, y en desconfianza y tedio de las cosas espirituales. Acuérdate que no se mueve una hoja en el árbol sin la voluntad de Dios y que la Divina Majestad que tiene bien contados los cabellos de tu cabeza, y no permite que te falte uno sin su voluntad y providencia, ordenándolo así todo para tu bien tan próvidamente, también sabe y ordena todo cuanto te sucede y te viene así próspero como adverso, y todo viene registrado y dispuesto por su santa voluntad, y está pesando la enfermedad que te aflige, y el enemigo que te murmura, y el que te contradice y te persigue, y la tempestad que arruina tus haciendas, y la mortandad que tala tu linaje, y todo cuanto adverso padeces, y puede con suma facilidad impedirlo y no lo hace, porque no te conviene, antes con suma providencia te envía estos trabajos, para que te humilles y sufras, y pelees con paciencia como soldado de Cristo, y ganes en su compañía la corona. Considera las guerras que padeció el Salvador, levanta los ojos a su cruz y mira si tus trabajos tienen comparación con los suyos, y si le quiso menos su Eterno Padre que a ti, y pues pudiendo tan fácilmente librarle le dejó padecer, porque así convino a su gloria y a la nuestra, confórmate con su voluntad cuando te dejare padecer, no se caiga tu corazón, ni te vuelvas contra tus perseguidores, más recibe el cáliz amargo como de la mano del Señor, como lo hacía el santo Job; pues todos son efectos de su divina providencia para su mayor gloria y provecho de tu alma.
PUNTO IV. Considera la divina providencia en la distribución de los talentos, así naturales como sobrenaturales, y en los dones del Espíritu Santo, y en las gracias especias, que como dice san Pablo 1, reparte por su voluntad, dando a cada uno conforme le conviene para su aprovechamiento; a unos de hablar lenguas; a otros de profecía, a otros de hacer milagros, a otros de lanzar demonios, y a otros de sanar enfermos con la virtud del mismo Espíritu, efectos todos de su providencia y de la que tiene de las almas, y de la tuya en particular, mirando siempre a tu mayor bien. Considera los talentos que Dios te ha dado, y cómo los ha empleado, y la cuenta que has de dar de ellos, y saca de aquí lo primero dolor y contrición de lo mal que te has aprovechado, y propósitos de trabajar y granjear con ellos en adelante. Lo segundo afectos de agradecimiento al Señor por los que te ha dado, que no ha concedido a otros, los cuales se aprovecharan más de ellos y le sirvieran mejor que tú: y lo tercero una gran conformidad con la voluntad de Dios, así en los que te ha dado, como en los que no te ha concedido, reconociendo con su divina providencia que no te convenían, y que si te los diera, te envanecerías con ellos, o cayeras en otros vicios con que dieras tu perdición: sujétate y humíllate a su santa voluntad, dándole gracias por todo.
Padre Alonso de Andrade S.J
1 1 Corintios 12.