Meditación para el domingo diez y siete
El Evangelio contiene una pregunta que hicieron los fariseos a Cristo, de cuál era el mayor precepto de la ley; y respondió, que el de amar a Dios: y otra que Cristo les hizo a ellos, de quién era hijo Cristo; y respondieron, que de David: a que les replico; cómo siendo su hijo, le llamaba su Señor; y no supieron desatar esta dificultad, ni se atrevieron a preguntarle más en adelante.
PUNTO PRIMERO. Considera cómo Cristo es tu maestro, y el archivo y depósito de la verdad, a quien Dios te ha dado para que aprendas de su celestial doctrina; y por tanto debes frecuentar su escuela, y llegarte a Él a menudo a preguntarle tus dudas, y consultar tus dificultades, y oír y estimar sus respuestas, y no a los hombres del mundo, cuya doctrina es engañosa y cuyos consejos son errados: duélete del tiempo que los has consultado, y da gracias a Dios que te dio tal maestro, y pídele su gracia para oírle y aprender su doctrina y ponerla en ejecución.
PUNTO II. Considera cómo preguntando a Cristo los fariseos por el mayor mandamiento de la ley, no sólo respondió a su pregunta, sino más que le preguntaron, enseñándolos también el amor del prójimo, y dándoles luz para conocer al Salvador; en que debes ponderar cuánta luz da el Señor a los que llegan a Él, que por su gran liberalidad da siempre más que le piden. Saca de aquí una gran confianza en el Señor de alcanzar de su mano, no solamente lo que le pidieres, sino mucho más que te dará por su grande liberalidad.
PUNTO III. Considera la mala intención con que llegaron los fariseos a preguntar a Cristo, no con intento de aprender su doctrina, sino calumniarle y acusarle, si le pudieran coger en alguna palabra, por lo cual salieron confusos y avergonzados de su pregunta. Pondera cómo Dios conoce los corazones y atiende más a la intención que a las palabras, y purifica la tuya con sus obras, nunca pretendiendo en ellas más que su honra y gloria y el aprovechamiento de tu alma, y alcanzarás la gracia del Señor.
PUNTO IV. Considera lo que dice el Salvador de Cristo, que ha de poner Dios a todos sus enemigos a sus pies, como dice san Crisóstomo, para ensalzarle a Él y salvarlos a ellos. Pondera cómo honró Dios a su Hijo, y por su invencible paciencia y su mansedumbre le dio victoria de todos sus enemigos postrándolos a sus pies; aprende a tener paciencia con los tuyos y confía en su bondad que te sacará victorioso de ellos hasta rendirlos a tus pies; y pondera también la seguridad que hay en la humildad, y cómo el bajo lugar en la casa de Dios, y estar rendido a sus pies, es más excelso y levantado que los más altos del mundo, pues en estos se arriesga la salvación, y en aquel se asegura a los pies del Señor; exclama con vivo afecto de tu corazón, pidiendo a Dios que te dé lugar a sus pies y te permita estar debajo de ellos antes que subir al más alto y soberano trono del mundo, escogiendo ser el menor en su casa de mejor gana que el mayor en el siglo.
Padre Alonso de Andrade, S.J