Para el jueves veinticuatro
PUNTO PRIMERO. Considera la importancia de la virtud, pues sin ella no se puede ver a Dios en tanto grado, que aunque uno tenga las demás, si le falta la recta intención en la pobreza, mansedumbre, celo de las almas y misericordia con los pobres, y en la paciencia, en las adversidades, y mancha su alma con afectos de vanidad, no alcanzara la bienaventuranza, m como lo testifica San Pablo diciendo[1]: si distribuyere todos mis bienes en el sustento de los pobres, y si entregare mi cuerpo a las llamas, y fuere abrasado, y no hubiere caridad, no me aprovecha nada, porque todo se pierde sin ella; de lo cual has de sacar un grande aprecio de la gracia divina y de la limpieza del corazón, para diligenciarla y conservarla con todas las fuerzas de tu alma, y pedirle a Dios continuamente sobre todas las virtudes. Piensa en este punto cuantas obras has perdido por falta de ella, y llora tus perdidas y estudia en recuperarlas en la vida venidera.
Punto II. Considera lo que dice San Agustín y San Bernardo, que no son bienaventurados los limpios de cuerpo, sino del alma, ni los puros de sangre, por acendrada que sea, sino los de la conciencia. Considera el engaño del mundo, que pone todo su cuidado en la limpieza y hermosura del cuerpo, y en la pureza de la sangre y estimación del linaje, que tan poco vale en los ojos de Dios, y al mismo paso se descuida de la limpieza del alma y del corazón, con que ha de ver a Dios; abre los ojos de la consideración y mira que presto pasará esta farsa, y aparecerá la verdad y se desvanecerá la mentira, y que poco aprovecharán la hermosura, la nobleza y la estimación del linaje humano, y de todo lo que el mundo adora, y solo se hará caso de la limpieza del corazón, y la gracia y amistad de Dios que se adquiere con ella, y pon todo tu cuidado en adquirir esta y despreciar aquella.
Punto III. Considera lo que dice San Gerónimo sobre estas palabras[2], que como Dios es tan limpio y puro, no se deja ver ni se comunica sino a los muy puros y limpios de corazón; porque si cada uno ama su semejanza, mucho más la ama Dios, por lo cual dijo Salomón[3]: el que afecta la limpieza del corazón, tendrá al rey por amigo; porque Dios se le inclinará y le hará merced; y al contrario, aborrecerá al que es manchado con la inmundicia del pecado, y saca de esta verdad aborrecer la inmundicia y amar la limpieza del alma con todo el afecto de tu corazón, porque merezcas ver a Dios.
Punto IV. Considera la grandeza de este premio y la dicha de los que le alcanzan y la desdicha de los que le pierden; porque en cuanto a la grandeza no puede ser mayor, que es la visión de Dios, en que se cifra toda nuestra felicidad, y por ella poseemos al mismo Dios y con el todo cuanto podemos desear; y por el consiguiente no puede alcanzar una criatura mayor dicha que esta, ni puede tener mayor desdicha que perderla y ser condenados a eternas penas. ¡Oh premio sobre todo premio, y dicha sobre toda dicha, y felicidad verdadera, que abrazas y encierras todas las felicidades que se pueden desear! Dadme, Señor mío, vuestra gracia para que lave mi corazón con lágrimas y le purifique de la escoria de toda mancha de pecado con el fuego de la contrición y que estén siempre limpios mi alma y mi corazón para merecer veros a vos; esta sola os pido con David, y esto os pediré y os suplicare, no más que more yo en vuestra casa y posesión todos los días de mi vida, sin apartarme de vos por siempre jamás. Amen.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] 1Cor. 13
[2] Math 1.
[3] Prov 22