La problemática de las tribus indígenas en América ha cobrado una gran importancia en los últimos meses, puesto que es el tema del próximo Sínodo de la Amazonía, convocado por el Papa Francisco para realizarse en Roma en el próximo mes de octubre.
La Iglesia Católica se ha convertido en vocera de las reivindicaciones históricas de las tribus indígenas, muchas de ellas injustas y desproporcionadas, que solo obedecen a consignas políticas promovidas por organizaciones de extrema izquierda. Este es el caso de Colombia, donde desde hace muchos años las tribus indígenas vienen siendo manipuladas y dirigidas por las FARC y otras organizaciones terroristas con estrechos vínculos con el narcotráfico, que han hecho de ellas un instrumento de guerra política y de impunidad total para sus continuos desafueros.
Desde hace tres semanas se desarrolla en Colombia una protesta indígena de grandes proporciones, que ha paralizado varias regiones del País, pues los indígenas han bloqueado totalmente las vías de comunicación terrestre, de tal forma que están incomunicados los cinco departamentos del sur occidente colombiano (Valle del Cauca, Cauca, Nariño, Huila y Putumayo). Y peor aún, amenazan con extenderla al resto de Colombia.
La manipulación marxista de estas tribus indígenas las ha convertido en los últimos años en una verdadera amenaza para el Estado y para los ciudadanos de bien. Los últimos presidentes de Colombia han cedido irresponsablemente a las exigencias que hacen con los frecuentes bloqueos de las vías, que ya son cerca de 40 en los últimos 20 años. Los dirigentes políticos han creído que así solucionan el problema, haciendo una enormidad de promesas imposibles de cumplir, a no ser que el Estado de Derecho explote en mil pedazos.
Los indígenas exigen para ellos la totalidad de las tierras productivas del Departamento del Cauca. Cada que bloquen las vías, el gobierno de turno les entrega unos cuantos miles de hectáreas de tierra, que pasan a ser expropiadas y entregadas a los cabildos. Muchas otras, ellos las invaden y destruyen, expulsando a sus legítimos propietarios. En este proceso de extorsiones, invasiones, amenazas, crímenes y capitulaciones del Estado, los indígenas se han apropiado de unas diez millones de hectáreas, lo cual es una extensión mayor que las tierras productivas en manos de particulares.
Es inconcebible que poco menos de dos millones de indígenas ocupen diez millones de hectáreas improductivas. O más exactamente, que solo producen cocaína. Y el resto de la población de Colombia, con casi 50 millones de habitantes, que poseen ocho millones de hectáreas productivas, alimentan a toda la nación, exportan grandes cantidades de alimentos, generan empleo rural bien remunerado, y contribuyen ampliamente al desarrollo y al progreso de la nación.
¿Cómo se puede explicar semejante absurdo? Muy sencillo. Las tribus indígenas son una minoría racial que pretende unos derechos que no merecen. Espoleados por la izquierda radical representada por las guerrillas marxistas, por la izquierda católica, por el comunismo internacional, y más recientemente por el narcotráfico, se erigen como una dictadura totalitaria que le niega a los ciudadanos honestos su legítimo derecho al trabajo, a la propiedad privada y a la libertad de movilización.
LAS PROTESTAS INDÍGENAS SON UNA VERDADERA DICTADURA
¿Esto no es una dictadura? Cada que se les antoja paralizan el País o una parte de él, destruyendo las empresas agropecuarias e industriales productivas. Y generan traumatismos sin nombre al impedir las comunicaciones. ¿Por qué la izquierda mundial, que tanto habla de derechos y libertades, coarta la libertad de casi 50 millones de colombianos, por causa de una agitación política producida por una minoría tiránica a la cual no le importa en absoluto el desarrollo del País? Por la sencilla razón de que en esta nueva etapa del marxismo cultural en el cual vivimos, las minorías radicales, dirigidas por agitadores profesionales, proclaman su tiranía contra las mayorías, que son incapaces de defenderse.
Esta realidad se extiende a otras minorías como los LGBTI, los maestros politizados e ideologizados, los abortistas, los ecologistas, los verdes, y todos aquellos que quieren destruir la civilización cristiana y sus valores perennes, que son los que nos han brindado el bienestar y el progreso que tenemos. Esas minorías son las mismas que proclaman las supuestas bondades de Cuba, Nicaragua y Venezuela, aunque ninguno de sus integrantes quiere vivir en esos paraísos.
Aunque el Gobierno sabe perfectamente que la fuerza propulsora de los movimientos indígenas son las FARC y el narcotráfico, y que su objetivo es incendiar toda Colombia, actúa como si desconociera esta realidad evidente. Además, los líderes de la izquierda radical, incluidos los antiguos jefes de las FARC que ahora son “honorables” congresistas, han estado presentes en las negociaciones con los cabildos indígenas, oxigenando las protestas, tratando de extenderlas al resto de Colombia, y aconsejando a los indígenas para hacer exigencias cada vez más radicales.
¿Dónde están los Obispos que tanto defienden los derechos humanos? No dicen una sola palabra al respecto, pues ellos, al parecer, no tienen voz para defender a los ciudadanos honestos. Y menos ahora, cuando el Papa Francisco ha convocado el Sínodo por la Amazonía, que seguramente potenciará las protestas y reivindicaciones de los indígenas en toda América.
¿Dónde está el presidente Duque, elegido por más de 10 millones de personas que exigieron un mandato que rectificase los Acuerdos de paz con las FARC? Solo tímidas críticas a un programa demoledor para el futuro de la nación, como lo será la aplicación de los acuerdos firmados por Santos con las FARC, que ya nos comienzan a llevar al caos y al desgobierno que ellos fabricaron, que ellos impusieron, y que evidentemente están implementando por medio de la violencia, la lucha armada, el terrorismo y la intimidación. Si en Colombia hubiese un presidente de verdad, la protesta indígena no podría paralizar el País ni un solo día. ¡Mucho menos casi un mes!
Los cínicos y los corruptos que nos llevaron a este desastre, todavía siguen diciendo que Colombia encontró la paz tan anhelada desde hace décadas, aunque la realidad irrefutable es que nos quieren entregar a las garras de las minorías marxistas que siempre nos han querido destruir. Esa es la triste realidad, aunque muchos sigan durmiendo plácidamente mientras se quema el rancho del vecino, pero muy pronto tendrán que despertar cuando las llamas lleguen al propio.
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