En los artículos anteriores decíamos que, gracias a las palabras de Cristo pronunciadas en la Última Cena, Él se hacía realmente presente en la Eucaristía. Este poder le fue dado por el mismo Jesucristo a sus apóstoles y sucesores (“haced esto en memoria mía”). Los textos de la Sagrada Escritura así lo manifiestan y la Tradición de la Iglesia fue común y continua en esta creencia.
Un poco de historia
Ahora bien, ¿cómo se produce esa conversión del pan y vino en su Cuerpo y Sangre? En un principio los Santos Padres se limitaban a transmitir el contenido de la fe sin preocuparse de dar una explicación racional. Los Padres hablan de la presencia real y de la conversión de la sustancia del pan y de la sustancia del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, y exponen sencillas comparaciones que hagan más accesible la doctrina.
San Justino (s. II) hablando de la Eucaristía dice:
«Este alimento se llama entre nosotros ´Eucaristía´, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, ya que ha sido purificado por el bautismo para el perdón de los pecados y para la regeneración; y que vive como Cristo enseñó. Estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni como bebida ordinaria, sino que así como por el Verbo de Dios, que se encarnó, tomó carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó».[1]
San Ireneo (s. III) se pregunta cómo los herejes no admiten la resurrección de las carnes, siendo que en la Eucaristía nos alimentamos de la carne resucitada de Cristo.[2]
San Agustín (s. IV):
«Lo que veis, queridos hermanos, en la mesa del Señor es pan y vino, pero este pan y este vino, al añadírseles la palabra, se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo. A todo esto decís: ¡Amén! Decir amén es suscribirlo. Amén significa que es verdadero». [3]
Conforme la filosofía y la teología fueron avanzando, empezaron a aparecer intentos de explicación; unos, que fueron correctos y otros, que se separaron de la fe de siempre.
En la antigüedad se dan palabras similares al término transustanciación, compuestas por el prefijo griego “meta”, y “trans”, que indican el modo y el nivel del cambio.
En la profesión del Sínodo Romano impuesta a Berengario de Tours (s. XI) se utilizará una terminología muy bella, aunque no esté todavía en uso la palabra transustanciación:
“Yo, Berengario, creo de corazón y confieso de boca que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la sagrada oración y por las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo Nuestro Señor, y que después de la consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que, ofrecido por la salvación del mundo, estuvo pendiente en la cruz y está sentado a la diestra del Padre; y la verdadera sangre de Cristo, que se derramó de su costado, no sólo por el signo y virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza y verdad de la sustancia, como en este breve se contiene, y yo he leído y vosotros entendéis. Así lo creo y en adelante no enseñaré contra esta fe. Así Dios me ayude y estos santos Evangelios de Dios” (DS 700).
Para algunos, el primero en usar la palabra transustanciación fue Etienne de Baugè (s. XII); para otros se habría tratado de Hildebert de Lavardin, en el mismo siglo XII. Pero fueron Rolando Bandinelli, futuro Alejandro III (s. XII), y posteriormente Inocencio III (s. XIII), quienes difundieron este término a la hora de profundizar en el “modo” de la conversión eucarística.
En el IV concilio de Letrán (a. 1215) se ofrece una definición de la Eucaristía en la que aparece el verbo «transsubstantis”, para hacer referencia a la conversión que ocurre en el pan y en el vino.
Y en una línea similar estarían el concilio de Lyon (a. 1274), el concilio de Constanza (a. 1414) y el concilio de Florencia (a. 1438).
Posteriormente, el concilio de Trento recogería y declararía como dogma de fe esta conversión eucarística en la sesión XIII, y señalaría como “aptísimo” el término transustanciación para referirse al proceso de conversión eucarística.
«Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación (DS 1642); “…permaneciendo solamente las especies de pan y vino…” (DS. 1652).
La transustanciación eucarística es propuesta como exigencia de la revelación y del realismo expresados por las palabras de Jesús en la Última Cena cuando dice: “esto es mi Cuerpo…”. Tal es la persuasión de la Iglesia desde siempre, confirmada ahora por la definición del concilio de Trento:
“Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia del pan y del vino juntamente con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo y de toda la sustancia del vino en la Sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transustanciación, sea anatema”.
El dato de fe es claro: lo que antes era pan ya no lo es -aunque se conserven sus apariencias- sino el Cuerpo de Cristo; y lo que antes era vino ya no lo es, sino la Sangre de Cristo.
Sentido de la terminología usada en Trento
Al hablar Trento de sustancia y de transustanciación quiere referirse a la realidad profunda que constituye a los seres; es decir, lo que hace que el pan sea pan y no otra cosa. Intenta pues referirse a la significación general de la palabra sustancia, independientemente de las precisiones que pueda aportar una u otra escuela filosófica, y eso lo hace con toda fuerza, calificando a esa palabra de «aptísima» (DS 1652), «conveniente y propia» (DS 1642). Es obvio, por otra parte, que, aunque no las canonizara en cuanto tales, el concilio de Trento tuvo presentes las explicaciones de los teólogos escolásticos, y especialmente las de Santo Tomás, que son precisamente intentos de explicar y penetrar en el dato de fe.
Explicación de la terminología usada
Para poder comprender el sentido de la definición es conveniente explicar el significado de cada uno de los términos usados:
1.- “Conversión”
- La palabra clave es precisamente “conversión” que en sentido técnico es una especie de mutación. La conversión se distingue de otros tipos de cambio como la creación, la generación, la corrupción y la aniquilación.
- La conversión es un cambio que mantiene un nexo entre lo que era y lo que es ahora.
- Puede ser sustancial, si cambia la sustancia, y accidental, si cambian los accidentes.
- La conversión sustancial de por sí, exige también el cambio de los accidentes, porque la sustancia se manifiesta con los propios accidentes. Una conversión sustancial es una transformación de la realidad y de sus accidentes.
- En una conversión accidental no cambia de por sí la sustancia; puede cambiar la forma o la figura, el significado y la finalidad (transfiguración, transignificación, transfinalización).
- La conversión eucarística es obviamente una conversión “sui generis”, en cuanto que cambia la sustancia pero permanecen los accidentes o especies. No se da en la naturaleza ninguna conversión sustancial que pueda ser puesta en la misma línea de la conversión eucarística.
- Consciente de la singularidad de esta conversión eucarística el concilio de Trento añade dos palabras claves: mirabilis et singularis. Es admirable porque es una obra sobrenatural y divina, pertenece a las maravillas de Dios. Es singular porque es única en su género, no existe otra en la naturaleza.
- Además, es preciso añadir que en la conversión eucarística, se produce una conversión entre una realidad de este mundo –pan y vino– y una realidad, humano-divina gloriosa, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
2.- “Sustancia”
- La sustancia es la realidad propia de una cosa en sí misma, la que la hace igual en la naturaleza a otras de la misma composición y aquélla que la distingue de cosas diferentes. También en las cosas iguales en la sustancia pueden darse manifestaciones accidentales diversas (color, sabor, calidad, peso…).
- ¿Qué significa sustancia? Es evidente que una interpretación de esa palabra acudiendo a teorías químicas de los átomos y las moléculas, resultaría inapropiada. Desde el punto de vista de las ciencias físicas, la estructura y constitución del pan es absolutamente la misma antes después de su consagración; lo que podría comprobarse por instrumentos y métodos científicos. No hay duda de que las ciencias físicas pueden ofrecer una representación coherente de la materia; pero, por otro lado, el concepto de sustancia utilizado para expresar la conversión eucarística es metafísico; un plano al que la ciencia experimental no puede llegar, ya que se encuentra más allá de la observación física. Lo que no quiere decir que este concepto metafísico no tenga que ver nada con la realidad. La metafísica es un intento de penetración en lo real, más allá de lo observable; plano nunca alcanzable por instrumentos científicos materiales.
- Lo que constituye ontológicamente la disposición última de la materia, inasible a cualquier método experimental, pero que hace que las cosas sean lo que son, esto es la sustancia. Es esa realidad a la que de tal modo conviene la existencia en sí misma que no necesita de otra cosa como de sujeto en el que apoyarse para existir. Un accidente es, por el contrario, algo que no se sustenta en sí mismo, sino que a su naturaleza corresponde sustentarse en otro; es decir, en la sustancia.
- La conversión que se pide no es sólo de la sustancia, sino de toda la sustancia. Además, se afirma la conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del Cuerpo y Sangre.
3.- “Especies”
- Se prefiere el uso de “especies” al de “accidentes” o “apariencias”, pues es el término ya usado por los Padres en anteriores concilios (Letrán IV y Florencia).
- Especies son aquellas propiedades de las cosas que las hacen accesibles a nuestros sentidos y califican y manifiestan una sustancia: cantidad, extensión, color, sabor, peso.
- Santo Tomás adscribió la cantidad a los accidentes, con lo que todo aquello que su filosofía entiende por accidentes es precisamente lo que constituye el campo de las ciencias físicas y de los fenómenos observables.
- Sustancia y especie están siempre de por sí unidas. Cambiada la sustancia, cambian las especies; pero un cambio límite de las especies cambia también la sustancia.
- No es tan exacto hablar de “apariencias” como de “especies”; como si se quisiera subrayar la no existencia de las especies, que serían sólo apariencias.
4.- “Transustanciación”
El término “transubstanciación” o “transustanciación” fue utilizado en Trento con cierta polémica ya que Lutero lo despreciaba. Algunos Padres conciliares quisieron cambiarlo en el último momento por la expresión conversión sacramental. El teólogo jesuita Diego Lainez (s. XVI), defendió la elección de la palabra “transustanciación”, con este argumento:
“Aunque la palabra parezca nueva, siempre se dio según la costumbre de la Iglesia… Dicha palabra fue usada en el Lateranense IV y los mismos Santos Padres afirman con sus expresiones el mismo concepto cuando dicen que el pan cambia (transmutari) en el Cuerpo de Cristo, o que el pan se convierte (fit) en Cuerpo de Cristo, u otras palabras similares…”
Sentido de la definición
Pertenecen al contenido de la definición las siguientes afirmaciones:
- Después de la consagración, en virtud de las palabras del Señor, no se da ya la sustancia del pan y del vino.
- Se ha dado una conversión total de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
- Quedan sólo las especies del pan y del vino.
La definición de Trento se puede explicar a nivel simple con este razonamiento:
- Según las palabras del Señor, claramente expresadas y así manifestadas por la Iglesia en su fe, el pan ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo; y el vino ya no es vino, sino la Sangre de Cristo: de fe.
- Dado que, según el principio de no contradicción, una cosa no puede ser al mismo tiempo dos, una sustancia no puede ser a la vez dos sustancias y, sin embargo, para nuestros sentidos el pan y el vino permanecen tales: así nos lo enseña la razón.
- Es preciso admitir que la única forma de salvaguardar la verdad de las palabras del Señor es la afirmación del cambio de la sustancia del pan y del vino y la permanencia de las especies: es una conclusión de fe y lógica.
Cuando yo veo la Hostia consagrada, veo su forma, su color y todas las apariencias exteriores: son las apariencias de pan, pero la fe me dice que la sustancia ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo. Las apariencias permanecen, y siguen ocultando la sustancia.
Jesús en la Hostia consagrada está bajo la figura, dimensiones, forma y apariencias del pan. De ahí se deduce que cuando tocamos la Hostia, no tocamos la carne en sí misma, como pudieron hacer los apóstoles durante su vida pública.
Como nos dice Santo Tomás de Aquino:
“Ningún ojo corporal puede ver el Cuerpo de Cristo en el sacramento… el Cuerpo de Cristo está en el sacramento al modo de la sustancia; y la sustancia, en cuanto tal, no es visible al ojo humano ni cae bajo sentido alguno ni en la imaginación… el Cuerpo sacramental de Cristo no es perceptible ni por los sentidos ni por la imaginación, sino sólo por el entendimiento”.[4]
Todos los accidentes se sustentan en la sustancia; el primero de todos, la cantidad (que es el primer accidente que adviene a la materia), y después, todos los demás. En la Eucaristía, al desaparecer la sustancia de pan, Dios conserva la existencia de la cantidad dimensiva, que sirve de sujeto sustentador de los demás accidentes. Es por ello que la transustanciación es una conversión que sólo la omnipotencia divina puede realizar.[5]
No repugna a la razón que los accidentes puedan permanecer sin la propia sustancia, adhiriéndose a la cantidad. En este caso, la sustancia del pan y del vino cambia en otra realidad y los accidentes del pan y del vino quedan, adhiriéndose a su cantidad. Esta teoría filosófica que era obvia al razonamiento de los teólogos y de los Padres del concilio de Trento, no está comprendida en la definición dogmática.
En cuanto a la valoración de esta doctrina de que las especies permanecen sin sujeto, todos los teólogos están de acuerdo en considerarla teológicamente cierta, o, por lo menos doctrina católica. Tal como nos dice B. Franzelin, la tesis de los accidentes tuvo en el concilio de Trento un papel subsidiario, para mejor explicar el hecho de la conversión sustancial.[6]
El Magisterio posterior a Trento
Pío VI (s. XVIII), en la Bula Auctorem Fidei reafirma la necesidad de profesar la doctrina de la transustanciación tal como la definía Trento y que el Sínodo de Pistoia (1786) juzgaba una cuestión meramente escolástica.
Pablo VI en la Encíclica Mysterium Fidei, ofrece estas precisiones contra las teorías que se propagan, especialmente en Holanda:
- Es preciso afirmar la transustanciación y no hablar de una simple transignificación o transfinalización. Se necesita, además, conservar el sentido propio de las definiciones dogmáticas y de su terminología.
- “Las especies del pan y del vino, tras la consagración, tienen un nuevo significado y un nuevo fin porque contienen una nueva realidad que llamamos ontológica” (AAS, 57, 1965, 766).
- El Papa ofrece esta explicación de la transustanciación en la terminología literal latina:
“Conversa substantia seu natura panis et vini in corpus et sanguinem Christi, nihil panis et vini maneat, nisi solae especies, sub quibus totus et integer Christus adest in sua physica realitate, etiam corporaliter praesens, licet non eodem modo quo corpora adsunt in loco” (DH 4413)[7].
- Posteriormente en el Credo del Pueblo de Dios (a. 1968), se precisa el sentido de las especies eucarísticas al decir que “quedan sólo las propiedades del pan y del vino que nosotros percibimos con nuestros sentidos”.
Estas propuestas y precisiones del Magisterio son suficientes, no para comprender el misterio, que supera nuestras capacidades, sino para discernir la formulación teológica más adecuada, con la cual el Magisterio une indisolublemente el dogma de la presencia real y el dogma de la transustanciación.
El Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1373-1381) se limita a recoger la doctrina clásica del Magisterio tridentino y de los últimos Pontífices.
La posición de los Reformadores
Lutero presenta estas tres grandes líneas de pensamiento:
- Afirma convencido la presencia real de Cristo en la Eucaristía, según las mismas palabras de Cristo; incluso cree afirmar, mejor todavía que los «papistas», el realismo de la presencia que él sostiene con fuerza contra las tendencias demasiado simbolistas de otros reformadores.
- Niega la transustanciación, de la que se ríe cáusticamente como palabra bárbara y explicación ridícula. Para él la presencia de Cristo se contiene con la sustancia y bajo la sustancia del pan y del vino. Se trata más bien de una empanación de Cristo. El modo de explicar la presencia del Señor es el de su capacidad de encontrarse en todas partes, «ubique». Se habla, por ello de «ubiquismo» eucarístico.
- Admite la presencia del Señor en la Eucaristía sólo para la comunión; pero niega la permanencia de la presencia fuera de la comunión, y es contrario al culto eucarístico fuera de la misa que él condena como idolatría, como adoración del pan.
Zwinglio:
- Niega la presencia real y la explicación de Lutero sobre el ubiquismo.
- La presencia de Cristo es sólo espiritual. La Eucaristía es sólo una presencia en signo que estimula nuestra fe.
Calvino:
- Niega las explicaciones de Lutero y de Zwinglio: ni ubiquismo, ni simple simbolismo.
- Acentúa la fuerza espiritual, que al pan y al vino confiere el Espíritu Santo, en la medida en que es aceptado y recibido por la fe.
- Admite la presencia sólo en uso, y es polémico en las confrontaciones de la reserva y de todas las formas de culto eucarístico fuera de la misa.
A estas posiciones de los reformadores responde el concilio de Trento en la sesión XIII con el Decreto sulla Santísima Eucaristia de 11 de octubre de 1551 (DS 1635-1661) donde los capítulos y cánones son aprobados por unanimidad.[8]
Esta doctrina marca un punto firme y autorizado de la doctrina católica sobre la Eucaristía, elaborada sobre la base de la Biblia, la Tradición y las formulaciones de los concilios antes citados. A ella se remitirá todo el Magisterio posterior.
Algunas desviaciones de la teología después de Trento
A partir del concilio de Trento surgieron en la Iglesia diversas teorías que trataron de ir más allá de la definición conciliar, intentando ofrecer una diferente explicación filosófico-teológica que, con frecuencia, se reveló más bien inexacta, cuando no herética. A modo de resumen enunciaremos algunas de ellas.
Aplicaciones metafísicas
- La teoría de la “anihilatio”. La sustancia del pan y del vino deja de ser porque Dios la aniquila, y la sustituye por el Cuerpo de Cristo.
- La teoría de la reproducción. Según F. Suárez, en la conversión eucarística se da una especie de reproducción del Cuerpo de Cristo.
- La teoría de la «adductio». Según R. Bellarmino, no se trata ni de un aniquilamiento ni de una reproducción, sino de una venida o «adductio» del cuerpo de Cristo que está en el cielo, a las especies eucarísticas, pero sin movimiento local.
Las teorías fisicistas
- Algunos pensadores cristianos se sintieron en el deber de aplicar a la conversión eucarística las nuevas explicaciones científicas. Así, las nuevas definiciones o explicaciones de la sustancia eran traducidas en nuevas explicaciones de la transustanciación.
- Descartes piensa que la esencia de las cosas consiste en su extensión. No acepta, pues, la explicación escolástica y considera que en la conversión eucarística cambia también la extensión de las especies que, sin embargo, son mantenidas por el poder de Dios en suspenso, para hacernos ver y sentir lo que en realidad ya no es. Las partículas del pan y del vino se unen con el alma de Cristo en una especie de empanación o a la manera de una unión hipostática de Cristo con el pan.
- Leibniz distingue entre la sustancia de las cosas que es un complejo de mónadas y su manifestación fenoménica: extensión, impenetrabilidad… que derivan de las formas derivadas de las mónadas. En la Eucaristía las mónadas del pan y del vino cambian en las mónadas del Cuerpo y Sangre de Cristo, mientras permanecen los efectos fenoménicos derivados del pan y del vino.
- Algunos autores han dicho incluso que la sustancia de las cosas está formada por átomos, moléculas, electrones…, incluso alguno ha llegado a decir si no era justo preguntarse, dado que en una hostia hay tantas sustancias como complejos moleculares, si en la hostia consagrada hay tantas presencias y se dan tantas transustanciaciones cuantas son las “sustancias” físicas.
Las teorías simbólicas
- Mientras florecían las explicaciones físicas, aparecían, por reacción, las teorías “simbólicas”, las cuales reducían la presencia a un puro simbolismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
- Posteriormente, llegaron las diferentes teorías que han interpretado la presencia real a partir de la filosofía fenomenológica y existencialista. Según estar teorías, el verdadero ser de las cosas, no está tanto en su realidad física o metafísica (en sí), sino en su relación con la persona (para nosotros). El Misal romano del Novus Ordo hace un giño a este tipo de interpretación cuando, en el ofertorio del pan y del vino durante la Misa, se dice: “serán para nosotros, pan de vida y cáliz de eterna salvación”
- Lo importante en la Eucaristía no es entidad metafísica, sino su sentido, que cambia y su finalidad que muta. Por tanto, la conversión eucarística se puede considerar como una transignificación y una transfinalización, un cambio de significado y de finalidad. En último término estos teólogos defienden que la finalidad y el significado son «sustanciales», dados con la realidad del pan y el vino y constitutivos de estos elementos, y que, por tanto, transfinalización y transignificación se identifican con la transustanciación.[9]
Sobre el fondo de estas posiciones es preciso interpretar los documentos del Magisterio de la Iglesia en notables intervenciones de Pío XII y Pablo VI.
Pío XII en la Mediator Dei (1947) sobre la presencia real y el culto eucarístico; en la Humani Generis (1951) sobre la presencia de las fórmulas de fe y la condena de las interpretaciones de una presencia de Cristo puramente simbólica.
Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei (1965) y las precisiones del Credo del Pueblo de Dios (1968) tal como vimos anteriormente en este mismo artículo.
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Con esto concluimos este artículo para en el próximo hablar de la devoción eucarística fuera de la Misa (consecuencia de la presencia real de Cristo mientras duren las especies sacramentales) y de la importancia de la Eucaristía para la vida del cristiano: “El que me come vivirá por mí” o “El que coma este pan vivirá eternamente”.
Padre Lucas Prados
[1] San Justino, Apología 1, 65 ss.
[2] San Ireneo, Adversus Haereses. 4,18; PG 7,1027.
[3] San Agustín, Sermón 6,3.
[4] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q.76, a.7.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q.77, a.1.
[6] B. Franzelin, De sacra Eucharistia, Roma 1868, p. 262.
[7] Denzinger-Hünermann, Enchiridion Symbolorum, 4413.
[8] No es este el momento para estudiar detalladamente la respuesta de Trento. Cualquiera que lo desee lo puede hacer consultando DS 1635-1661.
[9] P. Schoonenberg, La transustanciación, «Concilium» 24, 1967, 99.