Meditación para el jueves diecinueve
Punto Primero. Meditarás hoy jueves de las bodas que Dios previno, y el convite que dispuso en la mesa del altar del Santísimo Sacramento, a donde, como hizo San Juan Crisóstomo, extendió la merced que hizo a la naturaleza humana en la Encarnación, haciéndose hombre, a donde se desposó con ella, uniéndose hipostáticamente la divinidad con la humanidad, y en este Divinísimo Sacramento extiende y multiplica esta merced, uniéndose sacramentalmente con todos los que la reciben con lazos estrechos de amor, y así dijo el mismo Señor, que los que le recibían quedaban en él, y él con ellos con estrecho vínculo de amor. Considera como Cristo te entrega su santísimo cuerpo con inexplicable amor, y como debes entregarte tú a él con recíproca correspondencia, sin dejar cosa de ti para ti, pondera la grandeza de esta merced la cual no hizo a los ángeles, ni a los arcángeles ni a otra alguna criatura, y te la hizo a ti por el amor que te tuvo; mira que gracias le debes dar, y como le has de amar y servir, y pídele su gracia para cumplir con todo tu obligación.
Punto II. Considera el convite que dispuso para estas bodas, no de animales o aves como antiguamente se ofrecían en la mesa del templo, ni de panes ázimos cuales eran los de la proposición, sino de su propio cuerpo y sangre, ofrecido en sacrificio por ti y dispuesto en forma de manjar para que tú le comieses y te regalases y dieses pasto a tu alma con inefable fruto y suavidad. Pondera las trazas de su divino amor, contempla la excelencia de esta comida, y la sustancia y dulzura de este manjar, las utilidades y provecho que causa; mira con los ojos de la fe al mismo Señor, vivo y glorioso, que se da en él, y entra en tu pecho, y se une contigo, y te comunica su sangre y con ella la vida y la gracia, las fuerzas y salud eterna, el entendimiento y la luz, y todo cuanto puedes desear: exclama con admiración, ponderando la grandeza de su amor y los ardides de su caridad para ganar almas y hacerles admirables mercedes, y a la tuya en particular; y no te canses de bendecirle y alabarle por ellas, y por las que siempre te hace en esta mesa, dándote en un bocado, más que vale el cielo y la tierra y todo lo criado, ni que se puede criar.
Punto III. Considera cómo habiendo dispuesto este convite tan espléndido llama a todos los convidados, que son los fieles a que le gocen, con deseo de comunicarles este soberano bien; y la ingratitud de tantos como se excusan con los negocios seglares, anteponiendo las delicias del mundo y los intereses terrenos a las delicias y riquezas que comunica este divino manjar. ¡Oh ingratos y desconocidos a tan soberana merced, indignos de tal favor y dignos de grande castigo! Dadme, Señor, gracia para que yo sea de los pocos que merecieron vuestro convite y no de los muchos que le dejaron por los negocios del siglo; considera que eres el criado del Señor, a quien mandó llamar por los campos y montes, y no ceses de llamar a todos, que vengan a estas bodas y gocen de este banquete, que ha dispuesto y preparado al Señor.
Punto IV. Considera la atención que el Rey del cielo tiene con los que se sientan en esta mesa, y como mira si traen ropas de bodas, que como dijimos, es su gracia y caridad; y el castigo que dio a uno que entró sin ellas, mandándole atar de pies y manos y lanzarle en las tinieblas exteriores, pasando del convite inmediatamente al infierno. Considera el gusto y la sazón con que le gozaron los demás convidados, sin que les perturbase la desgracia del condenado; porque no defrauda en esta mesa el malo el fruto del bueno y el que llega con debida disposición le seca grandísimo, entrándole el manjar en provecho; y el que no la lleva come, como dice San Pablo, con el manjar de la vida el juicio y la muerte eterna; saca de aquí un temblor grande de llegarte a esta mesa con indebida disposición y un deseo vivo de prepárate para ella como debes, y pide al Señor que purifique tu alma y la disponga, y te acrisole de las manchas que no conoces, y te haga digno de recibirle, vistiéndote de las ropas de bodas que llevaron los que le recibieron dignamente.
Padre Alonso de Andrade, S.J