“Los soldados, después de haber crucificado a Jesús, tomaron sus vestiduras, las hicieron cuatro partes: para cada soldado su parte” (Jn. 19, 23) “Y así como el mundo visible se compone de cuatro elementos, puede tomarse por vestidura de Cristo este mundo visible que los demonios se reparten entre ellos cuantas veces entregan a la muerte al Verbo de Dios que habita en nosotros, consiguiendo dividirnos por las falacias de este mundo”. (Teófilo de Antioquía)
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Las vestiduras
Nadie sabe sus nombres y el destino
que dieron a los ásperos atuendos,
quién robó el manto mientras los estruendos
de esa tormenta que les sobrevino.
Uno llevó tal vez el cordoncillo
del índigo turbante; y otro el cinto,
y otro el talit fragante de jacinto
cuando Él fue de los prados, lazarillo.
Y otro más, cargó acaso sus sandalias
con que sus pies la tierra bendijeran,
con que sus pasos la esperanza abrieran
de un Dios que no buscaba represalias.
Conjurados los cuatro cuarteleros
en la fecha más negra de las eras,
el atavío se esfumó en arteras
confidencias de muertes y dineros.
Los demonios del norte o del naciente,
del levante o del sur, la geografía
del averno y su cruel topografía
quieren el sayo del Varón Doliente.
Salgamos a buscar la indumentaria,
el ropaje sagrado, arremetiendo;
las prendas que nos vayan revistiendo
de firme Tradición hereditaria.
Rescatemos la nítida, la exacta
vestimenta que Cristo nos legara,
y sepa el que a cambiarla se animara:
la túnica inconsútil sigue intacta.
Antonio Caponnetto