Levavi oculos meos in montes…

[The Wanderer] Como no podía ser de otra manera, la mayor parte de las personas sensatas han tenido una buena dosis de carcajadas con la encíclica Sanata si. Basta ver los comentarios que aparecieron en blogs de todas las lenguas. Hasta los americanos hicieron un divertidísimo video para promocionar el documento pontificio que contiene revelaciones tan profundas como que el agua es fundamental para la vida y que las barreras de coral están repletas de biodiversidad.

Si vemos la parte positiva, se trata de un documento que pone seriamente en cuestión al remanido concepto de «Magisterio» y, además, sepulta con una lápida de difícil remoción a la no menos manida Doctrina Social de la Iglesia. En efecto, el documento pontificio se abre diciendo que espera que el mismo entre a formar parte de la DSI. Es imposible sostener que un panfleto socialdemócrata compuesto por capas geológicas de lugares comunes y obviedades distribuidas en doscientas páginas y que nada tienen que ver con la función magisterial de la Iglesia, forme parte de su doctrina.

Sin embargo, hay una cuestión mucho más grave que pocos han notado y que, si bien como corriente subterránea recorría todo el pontificado de Francisco, ahora se ha patentizado en un documento oficial.

Son por todos conocidas las correrías del cardenal Bergoglio durante su ejercicio como arzobispo de Buenos Aires, en el que se ponía él mismo y la Iglesia Católica, en pie de igualdad con las otras religiones. Han circulado profusamente por la web fotografías en las que aparece encendiendo junto a un grupo de rabinos la menorá o recibiendo de rodillas la «bendición» de pastores pentecostales. Y sus programas radiales y televisivos, además de libros y artículos, escritos con judíos de todos lo pelajes y protestantes de todos los matices, son más que abundantes e ilustrativos de la situación. Para Bergoglio, el cristianismo y la Iglesia católica, son una tradición religiosa más de entre todas las que pueblan el planeta.

Y las cosas no cambiaron cuando fue elegido Sucesor de Pedro. Pocos meses después de su elevación, decía en Brasil que “es fundamental la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia. La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas». La visión del Romano Pontífice es clara: la sociedad debe estar gobernada por un Estado neutro en materia religiosa que permita el desarrollo de todas las religiones pues ese es el modo de fecundar el tejido social.

Más allá de que esto es un cambio brutal en las enseñanzas de la Iglesia -y después me vienen a hablar de Magisterio…- corresponde preguntarse qué es lo que pasa por la cabeza de este hombre. Si él es el jefe máximo y absoluto de la religión más importante en término políticos, ¿en qué lugar se autoubica dentro de esa maraña de «tradiciones religiosas» a las que hace referencia en sus discursos? La pregunta no es difícil de responder: él es quien asume el liderazgo religioso de todas esas tradiciones y el referente planetario de las fuerzas morales que aportan las religiones a las sociedades democráticas. Una suerte de espeluznante pontífice universal, no en tanto católico, sino de Gran Maestre de la unión mundial de Iglesias.

Pareciera que es mucho. Pareciera que me estoy deslizando hacia el fangoso terreno de los aparicionistas garabandalianos, lasaletteanos, fatimistas y demás, o que me estoy constituyendo en el enésimo intérprete y exégeta del Apocalipsis. Sin embargo, la última encíclica contiene un mensaje muy claro e inquietante y, creo yo, absolutamente inédito en la historia de la Iglesia: el Papa Francisco culmina su escrito con dos oraciones: una para los fieles de todas las religiones que creen en la existencia de un ser superior, y otra para los cristianos (no siquiera para los católicos).
¿Cómo puede entenderse que un Papa, vicario de Cristo en la tierra, redacte e incluya en un documento oficial y magisterial, dos oraciones diversas para usar según conveniencia del orante? No estamos en presencia de un vendedor de baratijas que ofrece el indispensable peine para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

Detrás no sólo ya de los gestos papales y de las homilías martonas sino ahora de un escrito de la más alta jerarquía y que no deja lugar a libertad de interpretaciones, se dibuja con toda nitidez la silueta del Pontífice Máximo del Gran Arquitecto del Universo.

Quizás sea hora de pensar en alquilar alguna cueva en las montañas: Levavi oculos meos in montes, unde veniet auxilium mihi.

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