A raíz de un artículo que publiqué en esta web sobre el Limbo hace unas semanas, pude comprobar en los comentarios que algunas personas hacían, la gran cantidad de teólogos aficionados que hay hoy día. Vi que algunos comentarios incluían como argumento a su favor el “yo opino que…”. Acerca de este punto, “el yo opino que…” es sobre lo que querría hablarles hoy.
Desde hace poco más de treinta años, y como consecuencia de una profunda disminución de la formación humanística y científica de muchos católicos – a pesar de que muchos de ellos puedan tener títulos universitarios -, se ha ido extendiendo como una plaga, la cultura del “yo opino que…”. Las cadenas de radio y televisión han encontrado en el “yo opino” un filón para rellenar con bajo coste, cantidad de horas de programación. Debates, tertulias, llamadas telefónicas de los radio-oyentes, blogs…, son ahora el medio más común para aumentar la audiencia de muchos programas y páginas webs. Y es que todos somos “tan listos” que en cualquier situación, aunque no tengamos ninguna idea, siempre tenemos algo que decir. Ya sea de política, religión, ciencia o de lo que sea. Que nos guste hablar de fútbol y decir que Messi es mejor o peor que Cristiano Ronaldo, la verdad, no va a cambiar el mundo; pero meternos a hablar de cuál es el mejor modo de dirigir un país, o que la Iglesia tendría que aceptar el matrimonio homosexual, o si la hipótesis evolucionista es o no verdad, requiere mucha más formación y no puede ser el resultado del “yo opino que”. Estamos acostumbrados a hablar de todo, y al final somos como el maestro Ciruela que no sabía leer y puso escuela. La humildad intelectual ha de ser siempre el principio de toda ciencia, no en vano ya dijo Sócrates, “solo sé que no sé nada”.
Conforme el nivel cultural ha ido descendiendo, el número de científicos, políticos y teólogos aficionados ha aumentado hasta llegar a creernos que nuestra opinión tiene ya valor por el mero hecho de que “lo he dicho yo”. Lo que una persona pueda decir tiene valor siempre y cuando vaya apoyado por argumentos de razón que tengan peso, pero no por el hecho de que sea mi opinión. Con esto de la democracia y el derecho al voto nos hemos malacostumbrado a hablar y opinar sin fundamentar racionalmente esos criterios, sino sencillamente diciendo lo primero que nos viene a la mente o aquello que acabamos de oír al charlatán de turno, que con igual o menos formación que uno, pero con más poder de persuasión y con los medios de comunicación a su favor, se preocupa de ir lavando el cerebro a los demás e influir en los criterios que han de regir una sociedad.
Y con el fin de no caer yo en el mismo pecado que estoy acusando, me limitaré a transmitir los principios básicos que hemos de seguir si queremos hablar con autoridad de teología y no caer en el ridículo e inútil “yo opino”.
Fue Lutero quien utilizó como argumento teológico el “libre examen” y dio a sus seguidores la potestad de “opinar” libremente sobre los principios de nuestra fe e interpretar la Sagrada Escritura a su antojo sin necesidad de tener como punto de referencia ni la Tradición ni el Magisterio de la Iglesia.
Para poder hablar de un tema de teología o moral, lo primero que hay que hacer es formarse bien leyendo libros sólidos, serios y aprobados por la Iglesia. Tampoco es argumento teológico recurrir a visiones o revelaciones privadas que no han sido aprobadas por la Iglesia. La sana teología parte de las fuentes de la Revelación, a saber: Sagrada Escritura y Tradición; y ambas, interpretadas por el Magisterio de la Iglesia. Como les decía antes, el “libre examen” no es católico sino protestante. Cualquier razonamiento o argumento que presentemos tendrá que estar apoyado en la Sagrada Escritura y la Tradición, interpretados por el intérprete oficial de los mismos, el Magisterio.
El “yo creo que” o “yo opino que” no tienen espacio en la sana teología, salvo que se cumplan las condiciones antedichas. Si quiere hacer teología, que no es otra cosa que la profundización mediante la razón en las fuentes de la Revelación, tendrá que conocerlas bien, estudiar lo que el Magisterio ha dicho siempre sobre ellos; y luego, valiéndose de su razón (ayudada por la gracia), profundizar en esos contenidos y sacar consecuencias. Así es como avanza la teología.
Ese fue el modo que siempre se usó en la Iglesia, y ese es el único modo útil para poder expresar nuestras conclusiones. Cualquier otro modo será el resultado de un puro subjetivismo, libre examen, ocurrencia peregrina o “flatus vocis”, que puede que a usted le guste, pues es su opinión, pero que en el fondo lo único que va a hacer es hacernos caer en el relativismo, y agudizar todavía más la falta de cultura y la ignorancia que hay respecto a temas trascendentales de nuestra fe.
Como botón de muestra les incluyo la conversación que hace tan solo un par de días tuve con una señora de algo más de cincuenta años.
Acabada la Santa Misa, se acercó esta señora a la sacristía para pedir una misa por un hermano suyo que murió de cáncer siendo bastante joven. La buena señora me dijo:
- “Quisiera una misa por mi hermano…. Mis familiares me han dicho que ya se le han celebrado muchas misas, que para qué más misas. Yo les dije a mis hermanos que eso era lo que siempre había visto hacer a mis padres.
Y luego añadió:
- “Ya sé que una vez muerto no se vuelve; pero siempre es bueno acordarse de los muertos y tener ese detalle”.
Yo le intenté explicar a la señora que después de esta vida había otra y que celebrar misas por los difuntos era muy necesario para purificar sus almas si es que estaban en el Purgatorio.
Conforme le estaba diciendo esto, pude leer la mente de la señora decir:
- “Padre, déjese de rollos”.
Yo intenté razonar con la mujer y hacerle ver lo que nos decía nuestra fe; pero la señora, que no tenía ganas de escuchar, me dijo:
- “Pues mire usted, yo opino que una vez que uno se ha muerto ya se ha acabado todo. Usted dígale la misa y santas pascuas”.
Y ahí se acabó la conversación. La buena señora se cerró en banda y con su “yo opino”, que más bien parecía una declaración dogmática de un papa del siglo XIX, cruzó la puerta de la sacristía y desapareció de mi vista.
Así pues, si queremos conocer más nuestra fe, acudamos a quien nos pueda enseñar, hagamos oración, recibamos los sacramentos…; pero no queramos establecer cátedra sin estar formados. Lo siento, pero si alguien me dice en temas serios de teología “yo opino que” y no me fundamenta sus conclusiones, ya se ha calificado a sí mismo. Lo importante no es lo que “yo opine”, sino lo que la Iglesia siempre ha enseñado. Y tomando como punto de partida eso, hagamos humildemente toda la teología que queramos y sepamos.
Padre Lucas Prados