“Vengo como peregrino de paz, en busca de diálogo y de unidad. […] Buscando el cuidado por la inclusión. […]Poniendo en primer lugar la dignidad del hombre, de todo hombre y de todo grupo étnico, social y religioso. […] Kazajistán [es] un laboratorio multiétnico, multicultural y multireligioso único. […] El país del encuentro”.
Nuestro comentario
El inclusivismo
Francisco afirma que él busca sobre todo el cuidado por la inclusión. Ahora bien, Giuliano di Bernardo, el ex gran maestre del GOI [Gran Oriente Italiano, nota de la T.], explica que el elemento formal de la filosofía masónica es exactamente el no-exclusivismo, o sea el inclusivismo, el pluralismo o subjetivismo liberal (Giuliano di Bernardo, Venecia, Marsilio, Filosofia della Massoneria, 1987, p. 4). De hecho, el masón puede ser religioso, pero no debe ser “exclusivista”, es decir no debe sostener que Dios, la religión, el más allá sean realidades objetivas y necesarias, excluyendo así las filosofías que lo niegan; al contrario, debe incluir todo lo que es diferente de todo lo que cree y opina, no debe ser exclusivista. En suma, el amor por la tolerancia de todo y de todos excepto de los intolerantes une a Bergoglio y el GOI.
La dignidad de la persona humana
Santo Tomás de Aquino define la persona como “un sujeto de naturaleza racional” (S. Th. I, q. 29, a. 3 2um). O sea, la persona es un sujeto dotado de intelecto y voluntad libre.
La dignidad o valor, la nobleza es una cualidad que confiere una cierta superioridad a alguien y lo distingue de los otros. El hombre tiene dignidad sólo relativa a las criaturas no racionales, pero no tiene una dignidad absoluta o por sí mismo.
La persona tiene dignidad sólo relativa a la naturaleza humana en la que existe, es decir la dignidad humana se debe a la naturaleza racional y no pertenece al sujeto o persona en sí.
La dignidad pertenece directamente y en primer lugar a la naturaleza y secundariamente a la persona, que existe en tal naturaleza racional. Por eso hablar de “dignidad de la persona humana” no es exacto, sería más oportuno decir “dignidad de la naturaleza humana” en la que existe la persona.
En segundo lugar, Bergoglio habla de dignidad de todo grupo religioso. Ahora, si la persona tiene dignidad sólo relativamente a la naturaleza humana en la que existe y ésa no pertenece al sujeto o persona en sí, igualmente no se puede hablar de dignidad de todo grupo religioso prescindiendo de la religión en la cual se reconoce tal grupo. De hecho, el grupo religioso será verdadero y bueno, si la religión a la que se adhiere es verdadera y buena, pero, si ésta es falsa y mala, también el grupo que la profesa y la practica es falso y malo.
El sujeto y la persona
El sujeto no es susceptible de más ni de menos, o es sujeto o no lo es: la roca o el brécol son sujetos como el hombre, ni más ni menos. Por tanto, todos los sujetos, en cuanto tales (la roca, el brécol, el gato, el hombre o un grupo de sujetos), son iguales y sólo por el hecho de que un sujeto existe en una naturaleza determinada (mineral, vegetal, animal, racional) se puede establecer una relación o escala de dignidad o de valor entre los varios sujetos, no en cuanto sujetos, sino a causa de la desigualdad de la naturaleza (mineral, vegetal, animal o racional) en la que existen. El hombre es más digno que un ladrillo o un ciprés o un perro, puesto que existe en una naturaleza racional que los otros no tienen. De igual modo, un grupo de hombres será digno sólo si existe en una filosofía o religión verdadera; sin embargo, un grupo de rocas o de brécoles no está dotado de dignidad fundada sobre la naturaleza racional.
División de la dignidad
La dignidad se divide en a) radical/ontológica: un sujeto o una persona, que está radicada o fundada sobre una naturaleza racional. Por tanto, radicalmente, todas las personas son iguales, en cuanto están todas radicadas sobre la naturaleza humana y racional, y sólo esta dignidad es “inadmisible” (como se dice en la jerga postconciliar), es decir no puede perderse nunca; b) total/moral o práctica: la persona tomada totalmente, en su ser y actuar. La dignidad total de la persona se da de su actuar, de sus buenos actos, mientras que los malos la privan de dignidad humana total. Totalmente, no todos son iguales, el que hace el bien y es bueno y el que hace el mal y es malo: quien se adhiere a una falsa filosofía o religiosidad no puede ser calificado como bueno.
De hecho, la acción propia del hombre es conocer la verdad (con el intelecto) y amar el bien (con la voluntad). Por ende, habrá dignidad total/moral sólo si la persona o el grupo conoce la verdad y ama el bien; mientras que, si se adhiere al error y ama el mal, pierde la dignidad total/moral, aunque radicalmente conserve la naturaleza humana y racional.
Juan Pablo II precedió en 2001 a Bergoglio en Astana
Después, Bergoglio especificó que “aquí [en Astana, ndr], Juan Pablo II vino a sembrar esperanza inmediatamente tras los trágicos atentados de 2001”, citando sus discursos del 23 y 25 de septiembre de 2001.
Nuestro comentario:
Es significativo que Bergoglio cite la jornada interreligiosa de Juan Pablo II de 2001 en Astana para promover la unificación del mundo contra el “terrorismo” que había atacado las dos Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, que después habrían dado luz verde a la guerra del Golfo, definida por Bush como “el primer ladrillo del Nuevo Orden Mundial”.
Entre Juan Pablo II, Ratzinger y Bergoglio no hay discontinuidad, sino continuidad sustancial de doctrina modernista con algunos matices accidentales de tono y de lenguaje.
Es evidente que el Nuevo Orden Mundial no es un producto elaborado por Bergoglio durante la epidemia del Covid 19, sino que (desde el punto de vista religioso) fue organizado mucho tiempo antes, ya a partir de Juan XXIII, para llegar al paroxismo con Francisco en 2013, pasando por Benedicto XVI.
EL SEGUNDO DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
Dijo a los religiosos:
“Queridos hermanos obispos, sacerdotes y diáconos, queridos consagrados y consagradas, seminaristas y operarios pastorales, ¡buenos días! Estoy feliz de estar aquí en medio de vosotros, de saludar a la Conferencia Episcopal de Asia Central y de encontrarme con una Iglesia hecha de tantos rostros, historias y tradiciones diversas, todas unidas en la única fe en Cristo Jesús.
Prestemos, sin embargo, atención: no se trata de mirar atrás con nostalgia, quedándonos bloqueados en las cosas del pasado y dejándonos paralizados en el inmovilismo: esta es la tentación del indietrismo.
Ser pequeños nos recuerda que no somos autosuficientes, que tenemos necesidad de Dios, pero también de los otros, de todos los otros, de las hermanas y hermanos de las otras confesiones, de quien confiesa credo religioso diferente del nuestro, de todos los hombres y mujeres animados de buena voluntad. Démonos cuenta, en espíritu de humildad, de que sólo juntos, en el diálogo y en la acogida recíproca, podemos en verdad realizar algo bueno para todos”.
Nuestro comentario
Bergoglio enseña aquí dos errores: 1º “no se trata de mirar atrás con nostalgia”. Esta frase es, cuando menos, ambigua: confunde de hecho voluntariamente la nostalgia de un tiempo pasado o indietrismo con el amor por las propias raíces y por la tradición, sin los cuales toda planta se marchita y muere. Además, hace una suerte de contraposición entre indietrismo, que sería negativo, y progresismo, que para él sería positivo.
Finalmente, 2º Francisco dice que nosotros los católicos “tenemos necesidad de Dios, pero también de los otros, de todos los otros, de las hermanas y hermanos de las otras confesiones, de quien confiesa credo religioso diferente del nuestro”. Pero no se consigue saber cómo pueda el Catolicismo necesitar a aquellos que profesan falsas religiones y errores contra la fe. En este caso vale el discurso hecho arriba sobre la dignidad total/moral de una persona o grupo que existe sólo si se adhiere a la verdad y hace el bien.
Santo Tomás de Aquino escribe: “Con el pecado, el hombre abandona el orden de la razón: por ello decae de la dignidad humana, que consiste en el ser por sí mismos y en el actuar para el bien; degenerando así de algún modo en la esclavitud de las bestias, que implica la subordinación de las demás ventajas (el caballo al caballero, el pecador a Satanás) […] un hombre malo es peor que una bestia”.
Otra consecuencia práctica es que el derecho de actuar está fundado sólo sobre la dignidad total (la persona en su actuar) y no sobre la dignidad radical (la persona existente en una naturaleza racional). Actuar mal, adhiriéndose al error o a una falsa religión, significa perder la dignidad total (que consiste en actuar bien), aunque conservando la radical (la naturaleza humana).
No existe, por tanto, para la persona humana el derecho a profesar el error y a hacer el mal, fundado sobre la dignidad de la persona, la cual, actuando mal, extravía la dignidad total que funda sola el derecho a actuar, aunque se mantiene la dignidad radical, que atañe al ser y no a las acciones.
Dulcis in fundo, 3º el hecho de que Bergoglio, en todos sus discursos de Astana, no haya nombrado ni siquiera una sola vez a Jesús ni a la Santísima Trinidad nos hace entender que quiere erigir el “Templo universal”, o sea, la religiosidad horizontal y común a todo hombre, que evite toda diversidad de fe e incluya todas las religiones, también las falsas, sin excluir ninguna: esta es la filosofía de la Masonería y no la de la Iglesia de Cristo.
Uno de los “elementos distintivos de la religiosidad horizontal masónica es el retorno a la unidad de todas las religiones, a través de la destrucción de todas las barreras y de las diferencias, reunidas en un Congreso de tolerancia internacional de las religiones [de Asís a Astana, ndr], para luchar unidas contra el ateísmo” (Henri Delassus, L’Americanisme et la Conjuration antichrétienne, Lille-París, Desclée de Brouwer, 1899, p. 124).
El indiferentismo o la tolerancia por principio, a que tiende el neomodernismo, consiste en equiparar “todas las religiones como igualmente buenas” (p. 85).
EL TERCER DISCURSO DEL PAPA BERGOGLIO
A los laicos venidos a participar les explicó:
“¡Queridos hermanos y hermanas! Hemos caminado juntos. Gracias por haber venido desde distintas partes del mundo, trayendo aquí la riqueza de vuestro credo y de vuestras culturas.
Además, con base en el hecho de que el Omnipotente ha creado a todas las personas iguales, independientemente de su pertenencia religiosa, étnica o social, hemos convenido en afirmar que el respeto mutuo y la comprensión deben ser considerados esenciales e imprescindibles en la enseñanza religiosa.
Es preciso, sobre todo, comprometerse por que la libertad religiosa no sea un concepto abstracto, sino un derecho concreto. Defendamos para todos el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza: al Cielo,
Por ello, la Iglesia Católica, que no se cansa de anunciar la dignidad inviolable de toda persona, creada a imagen de Dios (crf. Gen. 1, 26), cree también en la unidad de la familia humana. Cree que todos los pueblos constituyen una sola comunidad, tienen un solo origen, puesto que Dios hizo a todo el género humano habitar sobre la faz de la Tierra (Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, 1). Por ello, desde los inicios de este Congreso, la santa sede, especialmente a través del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, ha participado en él activamente. Y quiere continuar así: la vía del diálogo interreligioso es un camino común de paz y por la paz y, como tal, es necesaria y sin retorno. El diálogo interreligioso no es ya sólo una oportunidad, es un servicio urgente e insustituible a la humanidad, en alabanza y gloria del Creador de todos”.
Nuestro comentario:
Bergoglio habla a los herejes, a los cismáticos y a los infieles, que “traen aquí [a Astana] la riqueza de su credo”, de riquezas de credos diferentes del que nos reveló Jesucristo. Ahora bien, ¿qué riqueza puede contener una religión que se basa en falsos dogmas, en una falsa moral y en una revelación errónea que contradice la de Jesús?
Además, fue revelado en San Pablo “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos” (Efes., 4, 4-5).
Santo Tomás (crf. Exposit. In Ep. Ad Eph., IV, 5: S. Th. 1, q. 108, a. 2) explica que cualquier ciudad, para mantener la unidad, debe tener cuatro requisitos: 1) todos los ciudadanos deben tener un solo caudillo, 2) las mismas banderas o enseñas, 3) la misma ley, 4) el mismo fin. Como explica san Pablo a los efesios, estas cuatro notas las posee la Iglesia de Cristo: a) tiene un solo Señor Jesucristo, jefe supremo de toda la humanidad, b) una sola fe y una sola ley, es decir sus fieles creen en la misma verdad revelada y observan los mismos mandamientos, c) un solo bautismo, o sea tienen los mismos sacramentos (que se llaman también enseñas), puesto que el bautismo es la puerta a todos los demás sacramentos. Finalmente d) tienen un solo Dios y Padre, que es la Causa primera eficiente y final de todo y de todos.
En suma, San Pablo invita a todos a entrar en la unidad de la Iglesia, basada en la unicidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en la de los sacramentos dados por Jesús, de la fe y de la moral reveladas (I Cor., 8, 6; 12, 4-26). Resumiendo: todo lo contrario de Bergoglio.
Después, Bergoglio añade que “el Omnipotente ha creado a todas las personas iguales, independientemente de su pertenencia religiosa, étnica o social, hemos convenido en afirmar que el respeto mutuo y la comprensión deben ser considerados esenciales e imprescindibles en la enseñanza religiosa”.
¿Cómo se puede sostener que todas las personas sean iguales, independientemente de su pertenencia religiosa? De hecho, lo que hace a una persona buena o malvada no es su naturaleza, sino que son sus actos y los objetos los que especifican su voluntad. Si me adhiero al error y quiero el mal, soy una persona mala, con mayor razón si realizo malas acciones. Por ello, si me adhiero a una falsa religión, si pongo en práctica su credo y sus preceptos, soy dogmática y moralmente malo.
En fin, corrobora que “la Iglesia Católica no se cansa de anunciar la dignidad inviolable de toda persona creada”.
Por el contrario, según santo Tomás de Aquino, el hombre, pecando, decae de la dignidad próxima de persona, pese a que le quede la dignidad remota y radical de naturaleza humana, y se baja así al nivel del bruto, destinado a servir al hombre como medio útil. Por tanto, el delincuente incorregible merece ser tratado como un animal peligroso.
Bergoglio vuelve a citar a Juan Pablo II en Astana
“Juan Pablo II ―que hace veintiún años visitó Kazajistán en este mismo mes― afirmó que 'todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre' y que el hombre es el 'camino de la Iglesia' (encíclica Redemptor hominis, 14). Quisiera decir hoy que el hombre es también el camino de todas las religiones (Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 36)".
Nuestro comentario
Juan Pablo II afirma en su primera encíclica Redemptor hominis (1979) en el n.9: “Dios en Él (Cristo) se acerca a cada hombre dándole el tres veces santo Espíritu de Verdad” y de nuevo en el n. 11: “La dignidad que todo hombre ha alcanzado en Cristo: esta es la dignidad de la adopción divina”.
Aún en Redemptor hominis, n. 13, añade: “no se trata del hombre abstracto, sino concreto e histórico, se trata de cada hombre porque […] Cristo se ha unido a cada uno para siempre […]. El hombre ―sin excepción alguna― ha sido redimido por Cristo porque, con el hombre ―cada hombre sin excepción alguna― Cristo se ha unido en algún modo, aun cuando el hombre no es consciente de ello […], misterio [de la Redención] del cual se convierte en partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres que viven en nuestro planeta, desde el momento en que es concebido bajo el corazón de la madre”.
Respondo
El Verbo se unió a su naturaleza humana individual y no a toda la naturaleza humana en general. Por lo que no todos los hombres tienen la gracia santificante ni están unidos espiritualmente a Jesús. Juan Pablo II yerra gravemente cuando afirma la unión y la salvación de todos por el hecho de que Cristo se habría unido a todo hombre y a todo ser. Aquí encontramos de lleno el pancristianismo teilhardiano.
En su segunda encíclica, de 1980, Dives in misericordia n. 1, Juan Pablo II afirma: “Mientras las varias corrientes del pensamiento humano en el pasado y en el presente han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso a contraponer el teocentrismo con el antropocentrismo, la Iglesia (conciliar, ndr) […] busca reunirlos […] de manera orgánica y profunda. Es este uno de los puntos fundamentales, y quizás el más importante, del magisterio del último Concilio”.
Respondo
Juan Pablo II, enseñando que “todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre” y que el hombre es “el camino de la Iglesia” (encíclica Redemptor hominis, 14), retoma y desarrolla la frase de Pablo VI (Discurso de clausura del Conc. Ecum. Vat. II, 7 dic 1965) sobre “el hombre que se hace Dios y Dios que se hace hombre” y, como Pablo VI, concilia lo inconciliable: el antropocentrismo y el teocentrismo. Dios y el hombre hacen una sola cosa. Por ello, antropocentrismo y teocentrismo se concilian: he aquí el “culto al hombre” del que hablaba Pablo VI. Esta doctrina es calificada por Juan Pablo II como el punto más importante del Vaticano II. Es el hilo conductor de la doctrina neomodernista desde Juan XXIII a Francisco.
En su tercera encíclica, de 1986, Dominum et vivificantem n. 50, Juan Pablo II escribe: “Et Verbum caro factum est. El Verbo se ha unido a cada carne [criatura], especialmente al hombre: esta es la importancia cósmica de la redención. Dios es inmanente al mundo y lo vivifica desde dentro […]. La encarnación del Hijo de Dios significa la asunción de la unidad con Dios, no sólo de la naturaleza humana sino en ella, en cierto sentido, de todo lo que es carne: de… todo el mundo visible y material […]. El Primogénito de toda criatura, al encarnarse […] se une en cierto modo a toda la realidad del hombre […] y en ella a toda carne y a toda la creación”.
Respondo
Esta es una verdadera y propia confesión de panteísmo inmanentista. El Verbo, según Wojtila, se ha unido no solamente a cada hombre, sino al mundo entero. Dios está presente en todas partes porque es infinito, pero no es el alma que vivifica el mundo desde dentro. El Cristo cósmico de Teilhard de Chardin es retomado por Juan Pablo II, que lo confiesa como el punto más importante del Concilio. En efecto, el alma del Vaticano II se resiente del pensamiento de Teilhard de Chardin, desde Juan XXIII a Francisco I, pasando por Juan Pablo II, que ha hecho del pancristismo su caballo de batalla.
Karol Wojtila, cuando aún era cardenal en 1976, predicando un retiro espiritual a Pablo VI y a sus colaboradores, publicado en español bajo el título de Signo de contradicción (Ediciones Cristiandad, 2013), inicia la meditación “Cristo desvela plenamente el hombre al hombre” (cap. XII) con Gaudium et spes n. 22 y asevera: “El texto conciliar, aplicando a su vez la categoría del misterio al hombre, explica el carácter antropológico o incluso antropocéntrico de la Revelación ofrecida a los hombres en Cristo. Esta Revelación se concentra en el hombre […]. El Hijo de Dios, por medio de su Encarnación, se ha unido a todo hombre, se ha convertido ―como hombre― en uno de nosotros […]. He aquí los puntos centrales a los que se podría reducir la enseñanza conciliar sobre el hombre y su misterio” (cap. XII).
Respondo
Esto es el jugo concentrado de los textos del Vaticano II: culto al hombre, panteísmo inmanentista y antropocentrismo idolátrico. Es siempre el mismo error presentado de manera algo diferente. La Revelación “está concentrada en el hombre”, la Iglesia lleva al hombre, tiene un carácter antropocéntrico, el hombre es el centro de todas las cosas, es el “as que todo lo toma”, como decía el P. Cornelio Fabro. Véase Juan Pablo II: “Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre” y el hombre es “el camino de la Iglesia” (encíclica Redemptor hominis 14). Dios se ha unido al hombre, no por la gracia santificante, sino por el hecho de que Dios y el cosmos coinciden. El inmanentismo panteísta es una de las características peculiares del Vaticano II. “Dios es inmanente al mundo y lo vivifica desde dentro”.
El cuarto discurso (homilía de la misa del 14 de septiembre). “Jesús se ha hecho serpiente y pecado”
La serpiente y Bergoglio
En la predicación de la misa del 14 de septiembre, Bergoglio retomó un tema favorito suyo que ya había comenzado el 4 de abril de 2017 en la homilía pronunciada durante la misa de Santa Marta (cfr. L’Osservatore Romano, n. 79, 05/04/2017).
Aquí están las líneas de reflexión que ha propuesto el Pontífice en la misa celebrada el 4 de abril de 2017 en Santa Marta y en la del 14 de septiembre en Astana:
Podemos decir, afirmó el Papa, que “Jesús se ha hecho serpiente, Jesús se ha hecho pecado y ha tomado sobre sí las suciedades todas de la humanidad, las suciedades todas del pecado. Y se ha hecho pecado, se ha hecho alzar para que toda la gente lo mirara, la gente herida por el pecado, nosotros. Este es el misterio de la cruz y lo dice Pablo: 'Se ha hecho pecado' y ha tomado la apariencia del padre del pecado, de la astuta serpiente”.
En realidad, insistió el Papa, “la única salvación está en Cristo crucificado, porque sólo Él, como significaba la serpiente de bronce, ha sido capaz de tomar todo el veneno del pecado y ahí nos ha curado”.
Los comentaristas explican que, cuando el pueblo de Israel se encontró de nuevo en pleno desierto, volvió a murmurar contra Moisés, pero Dios castigó su murmuración con las mordeduras de las serpientes que provocaban la muerte. Entonces el pueblo se arrepintió y Dios sugirió a Moisés hacer una reproducción en metal (cobre o bronce) de la serpiente venenosa y ponerla como bandera o símbolo sobre un mástil, de modo que quien, mordido por una serpiente, la mirara con fe arrepentido del mal hecho, fuese curado de la mordedura y no muriera (cfr. M. Sales, La sacra Bibblia. Il Vecchio Testamento, Turín, Marietti, 1921, vol. I, parte II, Numeri, p.73, nota 7-9).
El Evangelio de San Juan
Jesús mismo (Jn., 3, 14-15) explicó el simbolismo de la serpiente de cobre, mostrando que era una figura o un tipo de la salvación eterna, que Cristo muerto en la Cruz habría llevado a todos los hombres: “A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre”.
Según los Padres de la Iglesia, del mismo modo que Moisés levantó la serpiente de cobre sobre un mástil, así debía ser alzado (crucificado) Jesús sobre el madero de la Cruz y, del mismo modo en que los hebreos mordidos por la serpiente eran salvados de la muerte temporal al mirar con viva fe la serpiente de bronce hecha por Moisés, así todos los hombres mordidos por la serpiente antigua y por el diablo, que tienta al pecado que da muerte al alma, son salvados de la muerte eterna si miran con fe vivificada por la caridad a Jesús crucificado. Todos los Padres han desarrollado este paralelismo, véase San Justino (Dial, cum Triph, 94), Tertuliano (Adv. Marc. III, 18), San Ambrosio (De apol. David, I, 3), Teodoreto (Quaest. XXXVIII in Exod.), San Agustín (De pecc. Meritis, I, 32).
Santo Tomás de Aquino comenta así los versículos del Evangelio según San Juan (21, 14-15): “La serpiente de cobre hecha por Moisés por orden de Dios es una figura o símbolo de la Pasión de Cristo. De hecho, es una propiedad de la serpiente ser venenosa, pero la serpiente de cobre no tenía el veneno en sí, sino que era una figura y símbolo de la serpiente venenosa. Así, Jesús no tenía en sí el pecado, que es el veneno espiritual y da la muerte al alma, sino que Jesús tuvo sólo ‘la semejanza del pecado’, como le fue revelado a San Pablo (Rom., 8, 3): ‘enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado’. He aquí porqué Cristo tuvo sobre sí el efecto de la serpiente de cobre contra los movimientos abrasadores de las concupiscencias producidas por el pecado«.
El padre Marco Sales comenta: “En la serpiente de bronce alzada por Moisés estaba figurada la eficacia de la muerte de Jesús para los que hayan creído en Él. También Jesús, por decreto divino, hubo de ser alzado sobre la Cruz, a fin de que todos los que sean mordidos por la antigua serpiente infernal puedan conseguir la salvación mirándole, es decir teniendo una fe viva en la eficacia de su muerte. La fe viva, o sea vivificada por la gracia, es condición necesaria para tener parte en los frutos de la Pasión y muerte de Jesucristo” (La sacra Bibblia. In Nuovo Testamento, Turín, Marietti, 1911, Vangelo secondo Giovanni, ed. Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2015, p. 36, nota 14-15).
Jesús no se ha hecho pecado
San Pablo revela: “A quien no conoció el pecado le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios” (II Cor. 5, 21).
“Le hizo pecado”: según algunos exégetas, “pecado” aquí significa “Sacrificio para purgar el pecado de los hombres”. Los protestantes (Lutero y Calvino) lo interpretan como “pecador” en sentido estricto y concreto, pero esta teoría es herética y blasfema (y, desgraciadamente, es la que sigue Bergoglio). Según la mayor parte de los exégetas católicos aprobados, Cristo no cometió nunca pecado alguno porque, siendo Dios, es impecable, luego, conociendo la noción de pecado como ofensa a Dios, “no se hizo pecado”. Por eso, en la frase “le hizo pecado” el término “pecado” ha de tomarse en abstracto, como el término siguiente “justicia” (crf. S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Asís, Cittadella Editrice, ed. V, 1965, pp. 294-295, nota 21).
Esto significa que nosotros los hombres nos volvemos justos, es decir somos santificados por Dios Padre, que nos concede “la justicia [la gracia santificante] en Él” en la muerte de Cristo, participando de manera infinita de la santidad de Dios, sin transformarnos en la justicia o la santidad infinita de Dios.
Del mismo modo, Cristo se vuelve por voluntad del Padre “pecado” en abstracto, o sea en el sentido que se somete a los efectos maléficos de la culpa o del pecado en concreto (como la muerte, el dolor, el hambre…), pero sin convertirse en verdadero pecado en concreto o pecador, lo que sería absurdo y equivaldría a negar la divinidad de Cristo.
El padre Marco Sales explica: “El Apóstol nos recuerda cuánto hizo Dios por los hombres. Hizo pecado, o sea trató a su Hijo unigénito como si hubiese sido el más grande pecador, o mejor el pecado en persona“(Is., 53, 61; I Ped., 2, 24). Por lo tanto, “Aquél que no conoció ni cometió pecado, Cristo, pero que era la misma santidad subsistente por sí” (Heb., 4, 15; Ped. 2, 22; I Jn., 3, 5), con el fin de que nosotros nos convirtiéramos en Él, es decir en fuerza de la gracia santificante que nos une a Él, en justicia de Dios. San Pablo emplea aquí un término abstracto para indicar uno concreto, “justos y santos ante Dios. Jesús se ha hecho semejante al pecado para que nosotros fuéramos hechos santos” (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, Il ed. Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2016, p.278, nota 21).
“Dios, enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado, condenó al pecado en la carne” (Rom., 8, 3).
Cristo, a pesar de ser inocentísimo e impecable en cuanto verdadero Dios, quiso pagar por nuestra Redención el precio de nuestro rescate en una “carne de pecado”, porque con la Encarnación el Verbo había asumido la naturaleza humana y nuestra representación, convirtiéndose en la cabeza moral y física de toda la humanidad pecadora y redimida, como Adán es la cabeza de la humanidad herida por el pecado original. La liberación del pecado y de la condena fue hecha posible por Dios mediante la Encarnación del Verbo, habiéndole hecho asumir verdadera carne humana, pero no devastada por el pecado original (“a semejanza del pecado”). Dios pudo “condenar el pecado en su carne”, la del Verbo encarnado. Jesús vino a destruir el pecado en su carne crucificada (cfr. S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Asís, Cittadella Editrice, ed. V, 1965, p. 438, nota 1-4).
El P. Sales comenta: “Lo que no pudo hacer la Ley antigua lo hizo Dios, mandando a su Hijo unigénito en una carne similar a la del pecado. El Verbo del Padre tomó verdadera carne y verdadera naturaleza humana en el seno de María Santísima, pero, siendo Dios y concebido por obra del Espíritu Santo, no tuvo nunca aquella corrupción del pecado que contamina nuestra naturaleza, herida por el pecado original. Por eso se dice que fue mandado, no en carne de pecado, sino en carne similar a la del pecado. La naturaleza humana de Jesús fue santa e inmaculada; dado que sin embargo estuvo sujeta al dolor y a la muerte, que son el castigo del pecado, se la llama similar a la carne del pecado para destruir el pecado. En la carne pura y santa de Jesús, inmolada en la cruz, Dios destruyó el reino de la concupiscencia que tiene su sede en la carne. La concupiscencia, aunque debilitada, permanece todavía en nosotros, pero no nos tiene ya esclavizados como antes de la muerte de Jesús; es más, con la gracia de Cristo podemos resistir a todas sus tentaciones» (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, Il ed. Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2016, p. 121, nota 3).
“No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado” (Heb., 4, 15).
La naturaleza humana asumida por el Verbo, con todos sus límites intrínsecos, sus sufrimientos, incluida la muerte, lo hace capaz de comprender y compadecerse de nuestras flaquezas materiales y espirituales. ‘Sólo en el pecado Cristo no se nos parece por su intrínseca y sustancial santidad, en cuanto Él es verdadero Dios‘ (crf. Jn., 8, 46; Jn. 2, 1-2; II Cor., 5, 21).
Por otra parte, es en virtud de esta necesaria y providencial ausencia de pecado en Él por lo que su intercesión tiene un valor infinito” (S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Asís, Cittadella Editrice, ed. V, 1965, p.763, nota 14-16).
Finalmente, el P. Marco Sales aclara admirablemente el pensamiento de San Pablo: “Cristo ha querido ser tentado como nosotros, pero las tentaciones de Jesús provenían de fuera, o sea del diablo, y no de dentro, o sea de su naturaleza, puesto que en Jesús no hubo pecado original, ni lucha entre la carne y el espíritu, como nos sucede a nosotros, heridos por el pecado de Adán. Él fue tentado sin ser nunca mordido por el pecado” (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, Il ed. Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2016, p. 540, nota 15).
EL QUINTO DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
Las preguntas de los periodistas
Primera pregunta
En el vuelo de regreso de Kazajistán, respondiendo a las preguntas de los periodistas, el Papa Francisco volvió a lanzar el 15 de septiembre la importancia del diálogo como “arma” para enfrentarse a las principales crisis actuales del mundo: a partir del conflicto en Ucrania, pero sin olvidar las otras que dan menos noticias.
Respuesta de Francisco
Así, a una primera pregunta genérica sobre el viaje a Kazajistán, Bergoglio responde: “Un país tan grande […], también hermoso. Con bellezas notables: la arquitectura de la ciudad [Astana, ndr], bien equilibrada, bien organizada. Una ciudad moderna, una ciudad también, casi diría, futura”.
“Luego, el Congreso [de los líderes de las religiones mundiales y tradicionales]. El Congreso es una cosa muy importante, ¡está en su séptima edición! Esto quiere decir que es un país con visión de futuro y que hace dialogar a los que a menudo están separados: porque es una concepción progresista del mundo, por lo que lo primero que se descarta son los valores religiosos”.
Nuestro comentario
Bergoglio tiene por hermoso el Palacio de la Paz y de la Concordia de Astana (en lo referente a este comentario, enviamos a los lectores al número del 13 de octubre de 2022, p. 4, columnas 2 y 3 y las dos primeras líneas de la página 5).
Segunda pregunta de los periodistas
Loup Besmond de Senneville, La Croix: “Santidad, […] durante el Congreso interreligioso ha sido evocada por algunos la pérdida de Occidente a causa de su degradación moral. ¿Cuál es su opinión sobre esto? ¿Considera que Occidente esté en un estado de perdición, amenazado por la pérdida de sus valores? Pienso en particular en el debate que hay en algunos países sobre la eutanasia, sobre el fin de la vida, que ha tenido lugar en Italia y también en Francia y en Bélgica. Es verdad que Occidente, en cierto modo, no está en este momento al nivel más alto de ejemplaridad”.
Respuesta de Francisco
“No es un niño de primera comunión, es verdad. Occidente ha tomado caminos equivocados. Pensemos por ejemplo en la injustica social que hay entre nosotros […]. Pensemos también en el Mediterráneo: es Occidente y hoy es el cementerio más grande, no de Europa, sino de la humanidad. ¿Qué ha perdido Occidente para olvidarse de acoger mientras, al contrario, necesita gente? Cuando se piensa en el invierno demográfico que tenemos: necesitamos gente. En España ―en España sobre todo―, también en Italia, hay pueblos vacíos, unas veinte viejecitas y nada más. ¿Pero por qué no hacer una política de Occidente para que se inserten inmigrantes, con el principio de que el migrante sea acogido, acompañado, promovido e integrado? Esto es muy importante, integrar […]. En mi país ―que creo tiene 49 millones en este momento― tenemos solamente un porcentaje de menos de un millón de aborígenes y todos los demás son de raíces migrantes. Todos: españoles, italianos, alemanes, eslavos, polacos, de Asia Menor, libaneses, todos… Se ha mezclado la sangre y esta experiencia nos ha ayudado mucho. Luego, por motivos políticos, la cosa no está yendo bien en los países latinoamericanos, pero creo que en este momento la inmigración se está considerando en serio, porque te hace elevar un poco el valor intelectual y cordial de Occidente. Al contrario, con este invierno demográfico, ¿a dónde vamos? […] Y luego está el peligro de los populismos. ¿Qué sucede en un estado sociopolítico de ese tipo? Nacen “mesías”, los “mesías” del populismo, que estamos viendo algunas cosas, cómo nacen los populismos”.
Nuestro comentario:
El pecado de Occidente para Bergoglio no es el de haber renegado de Jesucristo ni el de haber querido construir un Nuevo Orden Mundial adverso a Dios y al Evangelio, sino es sólo el de no acoger a los migrantes, especialmente si son de fe distinta de la cristiana, de no haber querido mezclar las etnias, las culturas y las fes.
Sin embargo, hablando de la acogida al forastero, Santo Tomás de Aquino hace unas consideraciones que hoy, con la inmigración de centenares de miles de musulmanes en nuestro país (se habla de cinco millones de islámicos residentes en Italia), resultan todavía actuales y pueden enseñarnos algo bueno.
El Angélico, en la Summa Theologica (I-II, q. 105, a. 3), explica que “con los extranjeros puede haber dos tipos de relación: uno de paz y otro de guerra” (in corpore).
Da el ejemplo de los hebreos que en la Antigua Alianza tenían tres ocasiones para vivir de modo pacífico con los extranjeros: 1) cuando los extranjeros pasaban por su territorio como viandantes, 2) cuando los extranjeros emigraban a Tierra Santa para habitarla como forasteros. En estos dos casos la ley judicial imponía preceptos de misericordia: “No afligir al extranjero” y “No molestarás al extranjero”. 3) Cuando los extranjeros querían pasar totalmente a la colectividad de los hebreos, a su rito y a su religión.
En este tercer caso, se procedía con orden. Ante todo, no se les acogía inmediatamente como compatriotas y correligionarios. Aristóteles enseñaba que “se pueden considerar como ciudadanos sólo aquellos que han empezado a estar presentes en la nación de acogida a partir de su abuelo” (Política, libro III, cap. I, lec. 1).
Ester tercer punto es el que más nos interesa. De hecho, acogiendo a los extranjeros y no teniendo ellos aún un amor fuerte por el bien público de la nación que los hospeda, podrían dañar la nación. Por eso son considerados como ciudadanos integrados sólo los extranjeros de tercera generación, es decir, los asentados en la nación a partir del abuelo.
Esta es una de las partes todavía actuales de la ley judicial, que nos puede aclarar las ideas sobre la acogida de musulmanes, que desembarcan multitudinariamente en Italia y en ella se asientan.
Acoger millones de musulmanes que no quieren integrarse podría dañar la nación. El cardenal Biffi dijo en 1999 que, si Europa no se recristianizara, se islamizaría.
En este caso las enseñanzas del Angélico nos aconsejarían no acoger a los inmigrantes inmediatamente como compatriotas y especialmente como correligionarios, también porque hoy son muy firmes en la observancia de la religión islámica y no tienen ninguna gana de integrarse (con las excepciones que confirman la regla) en nuestra cultura y religión, más al contrario las detestan y querrían destruirlas.
Lamentablemente los hombres de Iglesia piensan y actúan de manera diametralmente opuesta a los consejos de Santo Tomás.
Está claro que para el Angélico se puede permitir quedarse a los extranjeros que están de paso por la nación (si son pacíficos y si se integran en la cultura y en la religión del país que los acoge).
La óptica de Bergoglio coincide con la de Kalergi y contradice la de Santo Tomás de Aquino.
Tercera pregunta de los periodistas
Elise Harris Allen, de Crux: “Buenas tardes, Santo Padre. Ayer en el Congreso ha hablado de la importancia de la libertad religiosa. Como sabe, el mismo día llegó también a la ciudad el presidente de China, donde desde hace mucho tiempo hay grandes preocupaciones sobre este tema, sobre todo ahora con el proceso que tiene lugar en estos días contra el cardenal Zen. ¿Considera usted el proceso contra él una violación de la libertad religiosa?”
Respuesta de Francisco
“Para entender la China hace falta un siglo y no vivimos un siglo. La mentalidad china es una mentalidad rica y, cuando se pone un poco enferma, pierde la riqueza, es capaz de cometer errores. Para entender hemos elegido la vía del diálogo, abiertos al diálogo. Hay una comisión bilateral, vaticano-china, que va bien, lentamente, porque el ritmo chino es lento […]. Aunque […] no es fácil entender la mentalidad china, pero se la respeta, yo respeto siempre. […] Calificar a China como antidemocrática, yo no me atrevo, porque es un país tan complejo, con sus ritmos… Sí, es verdad que también hay cosas que a nosotros no nos parecen democráticas, esto es verdad. El cardenal Zen, anciano, irá a juicio en estos días, creo. Él dice lo que siente y se ve que ahí hay limitaciones. Más que calificar, porque es difícil, y yo no me veo calificando, son impresiones; más que calificar, busco apoyar la vía del diálogo”.
Nuestro comentario
Bergoglio asevera que “no es fácil entender la mentalidad china, pero se la respeta y que él respeta siempre”. Además “no se atreve a calificar a China como antidemocrática, aunque hay cosas que a nosotros no nos parecen democráticas”.
Me parece que Bergoglio quiere ponerse una venda en los ojos para no poder ver lo que, sin embargo, es evidente y claro como el sol.
¿Cómo se puede respetar el comunismo maoísta que es “intrínsecamente perverso”? (Pío XI, Divini Redemptoris, 19 de marzo de 1937).
¿Cómo se puede abandonar al cardenal Zen en las manos de los verdugos diciendo que “le parece” que el comunismo chino es anticristiano pero al mismo Bergoglio le parece que no?
Esto es justo lo que hace Bergoglio cuando dice que “el cardenal Zen, anciano, irá a juicio en estos días, creo. Él dice lo que siente y se ve que ahí hay limitaciones. Más que calificar, porque es difícil, y yo no me veo calificando, son impresiones; más que calificar, busco apoyar la vía del diálogo”.
En suma, como de costumbre, de manera pilatesca: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Además de situarse en el escepticismo y el relativismo teorético: “no es fácil entender la mentalidad china, pero se la respeta […] Calificar a China como antidemocrática, yo no me atrevo […] hay cosas que a nosotros no nos parecen democráticas […] El cardenal Zen, anciano, irá a juicio en estos días, creo. Él dice lo que siente […] yo no me veo calificando, son impresiones”.
Todo es relativo, nada es cierto: ¿el comunismo chino es doctrinalmente bueno o perverso? No se sabe. ¿La China maoísta es democrática? Tampoco esto se sabe. ¿El cardenal Zen va a ser procesado por los cómitres maoístas? Se puede creer. De hecho, Zen dice lo que siente, son sus impresiones, lo que le parece a él, pero Bergoglio no se atreve a calificar…
Cuarta pregunta de los periodistas
Alexey Gotovskiy, de Ewtn (vive y trabaja en Roma, pero es originario de Kazajistán): “Gracias, Santo Padre, por haber visitado nuestro país. Querría preguntar: para los católicos que viven en Kazajistán, de mayoría musulmana, ¿cómo se puede desarrollar la evangelización en este contexto? ¿Y hay alguna cosa que le haya inspirado viendo a los católicos de Kazajistán?”
Respuesta de Francisco
“Me detengo en el encuentro religioso. Alguno lo criticaba y me decía: “Pero esto es fomentar, hacer crecer el relativismo”. ¡Nada de relativismo! Cada uno ha dicho lo suyo, todos respetaban las posiciones de los demás, pero se dialoga como hermanos. Porque, si no hay diálogo, hay o ignorancia o guerra. Mejor vivir como hermanos; tenemos una cosa en común: todos somos humanos. Vivimos como humanos, bien educados: ¿tú qué piensas? ¿yo qué pienso? Pongámonos de acuerdo, hablemos un poco, conozcámonos. Tantas veces han venido estas guerras por malentendidos de religión, por falta de conocimiento. ¡Y esto no es relativismo! Yo no renuncio a mi fe si hablo con la fe de otro; al contrario, hago honor a mi fe porque la escucha otro y yo escucho la suya […]. Luego, la ciudad, como decía, es de una belleza arquitectónica de primera categoría”.
Nuestro comentario
El relativismo neomodernista
¿Nada de relativismo? No, “cada uno ha dicho lo suyo, todos respetaban las posiciones de los demás”. Si esto no es relativismo, ¿qué lo es?
El Modernismo, ávido de absoluta libertad individual, insensible a la especulación filosófica y, al contrario, amante del pragmatismo, buscó adaptar sin demasiadas preocupaciones dogmáticas la religión católica al espíritu del mundo moderno, propugnando la necesidad de una adaptación de la Iglesia a las exigencias de la civilización moderna, sacrificando algún viejo canon, mitigando la antigua severidad hacia un método más democrático (crf. P. Parente, Dizionario di Teologia Dommatica, Roma, Studium 4ª ed., 1957, p. 14).
Nota característica del Modernismo es el indiferentismo religioso, según el cual “todas las religiones tienen el mismo valor”, esto es “impío y absurdo porque, dando el mismo valor a formas religiosas en contraste, pone a Dios, que las habría revelado, en contradicción con sí mismo” (Ib., p. 212).
De ello se sigue el indiferentismo social y político, que es “ilógico e injusto porque, sin examinar el valor de las varias formas religiosas, las pone a todas en común en la misma clase” (Ib., p. 213 y 239).
Lo que caracteriza el Modernismo es la voluntad de sustituir la polémica (polemikós: atinente a la lucha y a la disputa doctrinal) por la irénica (eirenikós: referente a la paz o, más bien, el pacifismo, la tolerancia y la conciliación teorética y moral a ultranza). Aquí se abstiene de toda polémica o disputa doctrinal contra el error y practica la tolerancia de todo mal por principio.
Los que, frente al error, en lugar de condenarlo, buscan un acomodamiento, un compromiso teórico entre verdad y falsedad, niegan implícitamente el principio de identidad y no contradicción. Esos son más peligrosos que quien profesa el error abiertamente. Las medias verdades, la vaguedad, la imprecisión, la indecisión, la aproximación o la indefinibilidad doctrinal son la quinta columna o el enemigo que se presenta como amigo, el caballo de Troya, el lobo vestido de cordero que penetra ―gracias a su camuflaje― en el corazón de la sociedad civil y de la Iglesia y la quiere cambiar desde dentro, si fieri potest.
Se puede definir el Modernismo como el compromiso con la media verdad, concesiones al error, mutilaciones y ahogamiento del dogma, atenuación de lo sobrenatural y facilonería doctrinal y sobrenatural de toda especie.
En resumen, como se constata, los discursos de Bergoglio en Astana están empapados de Modernismo y de relativismo. Contra factum non valet argumentum.
Petrus
Traducido por Natalia Martín