No debemos extrañarnos de que la Iglesia sea perseguida, siempre lo fue. Ya desde los tiempos de su fundador Cristo, y el mismo Jesús anunció persecuciones a sus seguidores. Hubo persecuciones arrasadoras como las de los tres primeros siglos de la Iglesia, en los que se persiguió y aniquiló a los seguidores de Jesús como si fueran criminales.
Posteriormente la historia se manchó con las calumnias contra los seguidores de Jesús. Actualmente parece increíble, hay países en los que están encarcelados los prelados y los cristianos más importantes simplemente porque profesan una doctrina que no agrada a estos políticos.
Tales persecuciones arrolladoras a lo largo de 20 siglos no han logrado acabar con la Iglesia. De cada una de ellas ha surgido más poderosa.
Nada hay comparable a la Iglesia, no me hables de bastiones y de armas, los bastiones se carcomen con el tiempo, pero el tiempo no puede envejecer a la Iglesia, los muros de los bastiones son atacados por los bárbaros, pero contra la Iglesia, nada puede, ni el mismo Satanás.
Muchos fueron los que la atacaron, todos perecieron, pero la Iglesia se levanta hasta el Cielo, ésta es su grandeza. Vence cuando le ponen esposas, brilla cuando la humillan, recibe muchas heridas pero no sucumbe, su nave se ve zarandeada por las olas, pero nunca naufraga. La sacuden muchas tempestades más no se hunde, lucha y combate sin conocer la derrota.
¿Por qué permite Dios esta lucha contra su Iglesia? Para que sea más gloriosa su victoria. Nada, nada hay más fuerte que la Iglesia. Es tu esperanza, tu salvación, tu refugio, es más alta que el cielo y más ancha que la tierra. No envejece siempre es joven, por esto la Escritura la llama monte, para que sepamos cuan fuerte es. La llama virgen porque es intacta, y la llama reina porque su brillo y adorno son supraterrenos. Y la llama madre porque cuenta los hijos por millones.
Esta rarísima crónica que parece redactada por las mágicas llamas del periodismo moderno, fue escrita hace 1.500 años por San Juan Crisóstomo. Hoy continúan las persecuciones a la Iglesia de Cristo, las calumnias, las falsas interpretaciones de su doctrina y de su acción, se resaltan sus fallos para ignorar las realidades positivas y así desacreditarla ante los ingenuos y los crédulos, pero su triunfo tiene una sola explicación. No se debe a la sabiduría de muchos de sus hijos, ni a la fortaleza de sus estructuras internas, ni a la defensa sin armas de sus avanzados, simplemente se debe a la protección del mismo Dios, que navega continuamente en su nave, cuando ha madurado la tempestad Jesús se pone de pie y nuevamente ordena a los vientos de la persecución: “¡cállate!” y a las furibundas olas “¡cesad de bailar!”. E inesperadamente ante el asombro de los mismos apóstoles y seguidores renace la calma.
Ya escribió hace casi 2000 años el pescador Pedro primer Papa: humillaos bajo la mano poderosa de Dios, descargando en su amoroso seno todas vuestras solicitudes e inquietudes pues Él tiene cuidado de vosotros (1 P 5, 6).
En nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, la Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef 5, 27), se verifica la Obra santificadora de Cristo, quien no la sustrajo de las vicisitudes humanas, queriendo que tuviera la apariencia de debilidad. La Iglesia actúa para la salvación de las almas con la fuerza misma del Espíritu del Señor, quien le prometió su perenne asistencia y se apoya segura y confiada en las palabras infalibles de su Fundador: Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días hasta la consumación del siglo (Mt 28, 19).
La Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica ha tenido, tiene y tendrá enemigos, internos y externos.
Los internos son aquellos que atentan a la verdad que la Iglesia nos enseña, los que pretenden introducir en ella, el error, o sea, los mismos cristianos que se oponen con obstinación, con terquedad a lo que propone la Iglesia Católica.
Los enemigos externos son los que no perteneciendo a la Iglesia Católica, la atacan y pretenden destruir la Fe de sus miembros que son el Cuerpo místico de Cristo.
Desde la aparición de la llamada Ilustración, y hasta mediados del siglo XX, los papas nos advirtieron en sus luminosas encíclicas y exhortaciones pontificias, en contra de los enemigos de la Iglesia. Desde el Papa Gregorio XVI, con la Mirari Vos (1832), a León XIII en la Humanum Genus (1884), desde el Papa Pío XI en la Divini Redemtoris (1937), al Papa Pío XII en la Humani Generis (1950), se nos ha advertido de que la Iglesia tiene enemigos, y que sus errores se están extendiendo. Estos errores – cuyas raíces se remontan al Misterio de la Sinagoga de Satanás del Apocalipsis – comenzaron a germinar durante la lustración y que se resume en el modernismo, llamado por el Magno Papa San Pío X la síntesis de todas las herejías, (encíclica Pascendi Dominici Gregis, 1907).
San Pío X nos advirtió en la Pascendi: Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
Germán Mazuelo-Leytón