Hace ya unos meses el Patronato del Institut Borja de Bioètica -presidido por la hermana Margarita Bofarull, discípula del jesuita abortista Francesc Abel ha designado a Montserrat Esquerda Aresté, nueva directora general del eugenésico Instituto. El rector de la pesudocatólica Universitat Ramon Llull, Josep M. Garrell Guiu, tal y como prevén los estatutos universitarios, ha procedido a su nombramiento. Paralelamente, el Patronato del Borja también ha nombrado a Helena Roig Carrera nueva directora adjunta de la institución.
A Margarita Bofarull, la cara amable del chiringuito, la conocemos de sobra. Núria Terribas se había significado durante años como el martillo neumático que derruía sistemáticamente la doctrina y la moral católicas desde la bioética institución. Con la meliflua hermanita Bofarull en la decadente Academia Pontificia por la Vida, la Terribas se había convertido en un lastre progre del que había que desembarazarse lo más rápidamente posible. Le dieron el finiquito a primeros de septiembre.
Y ahora, ¡cómo no!, después de la liposucción… silicona, botox, y ¡nueva nariz!, pistoleras fuera y un rostro rejuvenecido. Como aquel gitano que compró a precio de saldo un mulo viejo y consumido. Después de lavarlo, peinarlo y ponerle herraduras se lo llevó a la feria de ganado para venderlo por mucho más; pero dio la casualidad de que pasó por allí el antiguo dueño, el que había vendido el mulo al gitano. Al contemplar su antigua propiedad exclamó: ¡Quien no te conozca, que te compre!
Montserrat Aresté no sólo es médico pediatra, también delegada de Pastoral de la Salud, miembro del Consejo Pastoral Diocesano, del Centro de Orientación Familiar y del Consejo Técnico del Instituto de Ciencias Religiosas, todo ello en el obispado de Lérida. Este incensado currículum no ha sido óbice para que la flamante nueva directora general del Borja se despachase así en una conferencia titulada “Genética humana, clonación, fecundación in vitro, células madre”: la complejidad técnica, la lejanía de la relación del acto con la consecuencia o la ambivalencia entre intencionalidad y efecto hace que nos sea muy difícil juzgar las acciones como buenas o malas. La bioética nace del debate inter y trans disciplinario tratando de establecer criterios en un contexto de incertidumbre.
Es la moral de situación. La bondad o malicia de la acción no viene dada por una ley universal e inmutable, sino que se determina por la situación en la que el individuo se encuentre. Del estado anímico o circunstancial se quiere hacer depender la moralidad de la acción. Las cosas no tendrían entonces un valor objetivo -por lo que son en sí mismas, buenas o malas-, sino que las cosas tienen valor porque han sido elegidas. No hay ley moral ninguna, sino una sucesión de actos o situaciones. Los oráculos relativistas del Instituto Borja olvidaron desde el principio que la primera razón de la moralidad viene dada por la acción misma; que hay acciones intrínsecamente graves e ilícitas, al margen de situaciones límite de cualquier tipo. Aún más, puede haber circunstancias en las que el hombre tenga obligación de sacrificarlo todo, incluso la propia vida, por salvar el alma… si todavía creen en ella, claro.
La nueva directora adjunta, Helena Roig Carrera, no se queda atrás. Licenciada en Medicina, Máster en Bioética por el eugenésico Institut Borja de Bioètica-Universidad Ramón Llull- y miembro de la Comisión de Deontología del Colegio Oficial de Médicos de Barcelona fervientes apóstoles del derecho al aborto, los sesudos galenos del Colegio se destacaron por poner a parir el proyecto de ley del ex ministro Ruiz Gallardón. Les sacaba de quicio que la malograda reforma no contemplase la malformación del bebé para abortar y que dependiese de una evaluación psiquiátrica. El marco legal para abortar -decían- debe ser poco intervencionista, ponderado y no impositivo. La presencia de la Dra. Roig en la comisión deontológica no parece haber cambiado las amorales categorías éticas en las que se mueve la institución profesional. Tampoco se ha destacado por intentarlo. En caso contrario, lo sabríamos.
Tal vez el adormilado presidente de la Academia Pontificia para la Vida, Mons. Carrasco de Paula haya recibido una satisfacción cumplida en su afán de lavarle la cara a Margarita Bofarull y a su decrépito Instituto. Roma no deja de estar lejos, a pesar de un internet donde están la vida y milagros de casi todo el mundo, pero que muy pocos en el Vaticano parecen consultar. A la vista está…
Con estos mimbres, el Instituto Borja -oliendo a incienso, eso sí y cada vez más-, tuneada su maltrecha carrocería, podrá seguir contaminando por ese tubo de escape de malolientes emisiones bioéticas, consecuencia de la mala combustión de un motor que sigue siendo el mismo que le colocó el jesuita Francesc Abel, su fundador: una especie de mix de papamóvil y coche fantástico parlante que cambia de vez en cuando de conductor. Margarita Bofarull le ha vendido otro submarino a Mons. Carrasco y él lo ha adquirido sin más.
Sin embargo, por estos lares conocemos el tufo malsano de un Instituto que, si cambiara su torcida doctrina, tendría que cerrar. Y no ha cerrado, sino que sigue subvencionado por el poder, asesorando en cualquier consejo bioético de un hospital que necesite que le digan que, haga lo que haga, todo acaba estando bien. Porque, a fin de cuentas, el acto cada vez está más lejos de la consecuencia y la ambivalencia entre intencionalidad y efecto nos impide juzgar las acciones como buenas o malas. ¡Olé por el Instituto y por sus nuevas directoras!
La finiquitada Nuria Terribas, el oráculo abortista, puede respirar tranquila porque ha visto cumplido un deseo que ha resultado profético: Estoy segura de que el Instituto Borja continuará siendo antorcha de la bioética, respetuosa con la pluralidad moral de nuestra sociedad, pero también con rigor y criterio, exigible de toda institución académica, y desde los valores que inspiraron su creación en el año 1976. Esa pluralidad, la pluralidad moral del jesuita Francesc Abel, de Nuria Terribas y de Margarita Bofarull; una pluralidad moral que ha comprado el Hospital de San Juan de Dios de Esplugues –diócesis de San Feliu-, que los acoge en sus instalaciones. Es la pluralidad que permite a la Orden Hospitalaria vivir tranquila con su meganevera de embriones congelados, sus bebés medicamento –libres de taras hereditarias-, sus abortos por encargo –si estás de pocas semanas ¡o de muchas!-, sus píldoras del día después y sus ligaduras de trompas.
Más de lo mismo. Aunque ahora transformado el Instituto Borja al estilo del Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Ese trastorno disociativo de la identidad que hace que una misma persona o institución tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí, según pontifiquen en la Academia Pontificia, en la Comisión Deontológica, el Comité de Bioética de Cataluña o en la Comisión eugenésica de San Juan de Dios. A esa pluralidad moral están abonadas las señoras Montserrat Esquerda y Helena Roig a pesar de sus aterciopelados currículos de cristianas ejemplares. ¡Quien no los conozca que los compre!
Padre Custodio Ballester Bielsa