Punto primero. Considera que así como Cristo es el Padre, la Santísima Virgen es la Madre de la familia de la Iglesia, de la cual eres miembro y así la debes mirar como Madre tuya. Alégrate de tener tal Madre, de que lo sea de todos los fieles, de que los mire como hijos suyos, y en particular a ti. Pídele que sea Madre tuya, y que como tal te abrigue, ampare, enseñe y defienda de todos los enemigos, visibles e invisibles, así del alma como del cuerpo.
Punto II. Considera cómo vela nuestra Señora sobre la familia de la Iglesia, saliendo a todas horas a llamar a los hombres a su servicio; a unos al amanecer de la razón, a otros cuando mayores, y a otros cuando viejos, después de haber caído en pecados, trayéndolos por su devoción a su Hijo para que los perdone y aliste entre sus escogidos. Dale gracias por esta vigilancia que tiene sobre todos, y por la que ha tenido y tiene contigo mismo. Acuérdate de los beneficios que has recibido de su mano y ofrécete de nuevo a su servicio, estando siempre muy atento a su voz para hacer lo que te mandare como fiel siervo suyo.
Punto III. Considera cómo también tiene cuidado del premio de los obreros de la viña del Señor, el cual solicita en el cielo con su Benditísimo Hijo, y que se les dé el galardón merecido, y siempre aboga por ellos. Gózate de tener tal medianera y ruégale que se acuerde de todos y no se olvide de ti, pues aunque no lo merezca tu tibieza, haga uso de su piedad delante de su Hijo, para contigo, pecador.
Punto IV. Considera que eres siervo de esta Señora, y que te ha llamado y traído a que trabajes en su viña, por lo cual no debes estar ocioso sino siempre alentado y ocupado en cosas de su servicio, pues el siervo no trabaja para sí, sino para su Señor. Ofrécele todas tus obras a la Beatísima Virgen como a señora tuya, procurando en ellas, no tu loa y estimación sino su gloria, su honra, y su servicio. Dile con entrañable afecto de tu corazón, aquí os ofrezco, Señora cuanto soy y cuando obrare, como indigno siervo vuestro, mis pensamientos, obras y deseos, mis palabras y todos mis trabajos, y las acciones de mi vida, ofrezco a vuestros pies, y os suplico las recibáis, y a mí por vuestro esclavo, y me tengáis de vuestra mano para que nunca os olvide ni me aparte un momento de vuestro santo servicio.
Padre Alonso de Andrade, S.J