Nuevo libro en español de Peter Kwasniewski. Obligado por la verdad: Autoridad, obediencia, tradición y bien común

Recientemente, nuestro estimado colaborador, el profesor Peter Kwasniewski, ha publicado un nuevo libro en español que merece un lugar preeminente en toda biblioteca católica digna de tal nombre. Con su aguda erudición teológica e histórica, lleva a cabo un estudio esencial sobre la siempre disputada relación entre autoridad y obediencia dentro de la fe católica, particularmente en tiempos de crisis como los actuales. Estas cuestiones, lejos de ser meridianamente claras para la mayoría de los fieles, suelen dar lugar a interpretaciones erróneas y actitudes equívocas que, en no pocas ocasiones, alimentan la confusión y contribuyen a la proliferación del modernismo dentro de la estructura eclesial, como aguas estancadas que nutren la decadencia doctrinal.

Al cumplirse sesenta años de Sacrosanctum Concilium, para los católicos la situación se presenta hoy más caótica que nunca antes. Una reforma litúrgica que se hizo con la intención de inaugurar una nueva era de templos rebosantes y de acercamientos ecuménicos, no ha logrado producir ninguno de estos resultados; por el contrario, las iglesias se están vaciando y se las clausura una tras otra. Entre tanto, un antiguo rito, que llegó a su madurez en la Edad Media, que lleva engastadas perlas barrocas, y que fue declarado oficialmente muerto en la década de 1960, ha protagonizado un asombroso regreso en todo el mundo. Tolerada por Pablo VI, permitida por Juan Pablo II, liberada por Benedicto XVI y recientemente prohibida por Francisco, la Misa Tridentina sigue siendo una realidad poderosa y polarizadora en la Iglesia de Roma -un arca de santidad y de belleza para quienes la aman, un beligerante «retrogradismo» para quienes procuran su abolición-. En esta situación de guerra civil espiritual, no están nunca lejos de la mente los problemas de la autoridad y de la obediencia.

Obligado por la Verdad aborda trascendentales temas relativos a la autoridad, la obediencia, la tradición y el bien común. La Primera Parte se ocupa de la doctrina del Vaticano I sobre la jurisdicción universal del papa, de los límites de su autoridad a la luz de otros reconocidos principios, tales como la tradición litúrgica y las costumbres locales; de la forma correcta de interpretar y respetar el Magisterio; de la virtud de la obediencia inteligente, temerosa de Dios, en contraste con sus malignas distorsiones: la decidida rebeldía y el servilismo autodestructivo. La Segunda Parte echa una mirada histórica a los ejemplos de prelados que han resistido los excesos papales; analiza el modo cómo el clero debe moverse entre los injustos decretos episcopales sobre Misas privadas, concelebraciones, uso del Rituale Romanum, etc.; proporciona consejos y estrategias a los defensores de la tradición; y aprovecha los ejemplos de las religiosas perseguidas, sea que sus torturadores hayan sido comunistas soviéticos o burócratas eclesiásticos posconciliares.

En virtud de la deferencia del autor, ofrecemos a nuestros lectores el capítulo primero en su totalidad. La obra está disponible en formato impreso y digital a través de Amazon, accesible a nivel global en el siguiente enlace.

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CAPÍTULO I

LOS TRES PILARES DEL CRISTIANISMO

Existen tres «pilares», históricos y teológicos, del catolicismo: las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio. Cada uno de ellos es necesario; los tres se implican unos a otros recíprocamente, y ninguno de ellos es absoluto, en el sentido de que puede ser considerado, desde todos los puntos de vista, más grande que los otros dos. Cada uno de ellos es, a su modo, primordial. Entre ellos existe casi una perichoresis o circumincessio Trinitaria.

Los protestantes exaltan las Sagradas Escrituras hasta el punto de negar o disminuír los otros dos pilares. El resultado es que, entre ellos, incluso las Sagradas Escrituras se corrompen. Por otra parte, los ortodoxos orientales exaltan la Tradición hasta el punto de negar la existencia de un Magisterio universal y de una autoridad docente en la Iglesia, llegando incluso a negar ciertas premisas de las Sagra- das Escrituras (e.g., la enseñanza sobre el matrimonio y el divorcio). Pero, ¿qué significado puede tener su devoción a la Tradición cuando algunos de sus más respetados teólogos aceptan el universalismo, la contracepción y el “matrimonio” homosexual (como lo hace, aparentemente, Kallistos Ware)? Una devoción desordenada a la Tradición puede producir, paradojalmente, su cancelación.

El tercer grupo es, sin embargo, el más interesante: lo denominaré “católicos reduccionistas” (aunque también podría llamárselo “católicos magisterialistas” o “católicos hiperpapistas”, etc.). Estos católicos exaltan el Magisterio –y, al cabo, el cargo papal– por sobre las Sagradas Escrituras y la Tradición, de un modo tal que lo convierten en el único principio por el que conocemos la verdad. En cierto sentido, lo transforman en toda la verdad, por lo que no sería jamás posible poner en entredicho las afirmaciones del Magisterio (e.g., Amoris Laetitia, capítulo 8, o el cambio del Cate- cismo sobre la pena de muerte) tomando como base las Sagradas Escrituras o la Tradición. Ocurre en este grupo lo mismo que en los dos anteriores: la exaltación exagerada del Magisterio termina cancelando el Magisterio de los papas y concilios anteriores. El Magisterio se transforma en “el Magisterio del momento”, al modo como muchos predicadores protestantes privatizan la Biblia o los ortodoxos se apropian selectivamente de la Tradición.

El católico romano es, al menos idealmente, alguien que acepta que los tres pilares son esenciales, irreemplazables y no intercambiables. Cada uno de ellos sirve de apoyo a los demás; ninguno se sostiene sin sus compañeros. Cada uno de ellos es lo que es sólo en los otros dos y a través de ellos. Lo cual puede dar lugar a períodos de confusión y disputas cuando parece que lo que se apoya en uno de ellos entra en conflicto con lo que se apoya en alguno de los otros dos. Cuando ocurre, tal cosa es parte del “motor” del desarrollo doctrinal, pero sirve, al mismo tiempo, como “contrapeso y balance”, garantizando que ninguno de estos principios se hipertrofie. Sería, en efecto, poco sano y motivo de distorsiones de la doctrina y de la vida de la Iglesia el permitir que cualquiera de los tres se atrofie.

Ahora bien, alguien podría decir: “¿Acaso no es el Magisterio la suprema corte de apelación, que nos enseña qué quieren decir o qué contienen las Sagradas Escrituras y la Tradición?” Sí, así es; pero con algunas importantes advertencias. Las Sagradas Escrituras son la Palabra infalible e inspirada de Dios. El Magisterio no lo es, por lo que les es inferior y está al servicio de ellas (1). El Magisterio universal ordinario y el Magisterio extraordinario son guías y exposiciones infalibles de la verdad.

Los problemas surgen en áreas en que el Magisterio podría estar en error y el pueblo dice, en esas circunstancias, algo así como “No nos importa lo que las Escrituras dicen sobre ABC; el papa Fran- cisco dice XYZ, y eso es lo que debemos acatar”. O: “Ciertamente las Escrituras parecen decir ABC, pero Francisco dice XYZ, por lo que esto último es su significado”. O: “No tiene importancia el que la Iglesia haya ininterrumpidamente creído o hecho ABC; Francisco ha promulgado un motu proprio diciendo que tenemos que creer o hacer lo contrario, y se acabó la discusión”. Roma locuta, causa finita no puede significar “Roma ha hablado; la Biblia y los testigos de la Iglesia son irrelevantes” (2).

Como decía anteriormente, cada uno de estos pilares tiene cierta primacía respecto de los demás. Por eso nadie debiera abandonar jamás la lectio divina (lectura orante de las Escrituras) en favor de una lectio ecclesiastica, que tendría por material de lectura sola- mente documentos papales. Ni tampoco debería nadie abandonar la lex orandi tradicional en favor de otra fabricada recientemente, fundada en el último modelo de lex credendi acreditado por algún jefe vaticano. Es por esto que los mismos documentos del Magisterio han tenido la precaución –en el pasado, por cierto– de apoyarse mucho en las Escrituras y en otras fuentes tradicionales a fin de mostrar que la enseñanza oficial deriva de los testigos en los que se fundamenta la fe. Y esto explica por qué el cristianismo se corrompe si sólo hay Escrituras y Tradición, sin una autoridad final que pueda resolver las cuestiones difíciles, o las que, sin ser difíciles por sí mismas (e.g. la inmoralidad de la contracepción) se han hecho difíciles debido a malos hábitos intelectuales o a una concupiscencia desordenada. Sin una autoridad docente, sin un Magisterio, las voces de las Escrituras y de la Tradición pueden ser distorsionadas o sofocadas.

Examinemos ahora cómo cada uno de estos tres “pilares” se vuelve vacío, sin contenido, cuando se lo toma como un absoluto.

Absolutismos: tentaciones y realidades

Algunas formas de protestantismo adhieren al principio sola scriptura, “sólo la Escritura”. Si se aplicara rigurosamente este principio, el resultado sería la desaparición de la propia Escritura, y no sólo debido al hecho, comúnmente mencionado, de que el contenido mismo del canon sólo se conoce por la Tradición. La situación es mucho peor: en la ausencia de toda tradición y de toda aceptación de la obra de las generaciones anteriores, cada generación tendría que partir de cero en el largo camino de comprenderlo todo de nuevo, y ninguna generación avanzaría más que lo que una generación alcanza a avanzar en dicho camino. Incluso las energías de una generación cualquiera se desperdiciarían, desperdigadas en muchas direcciones diferentes, porque nadie en esa generación tendría autoridad para cortar las líneas inútiles de investigación.

Naturalmente, la realidad es que las colectividades que dicen adherir exclusivamente a las Escrituras dan origen, con el tiempo, a cierta forma de tradición (aunque sin duda procurarán evitar llamarla con este nombre, que suena a católico), junto con un sustituto, al menos de facto, del magisterio. Sólo los extremistas del mundo protestante tratarán de vivir según el principio sola scriptura en toda su pureza. Las colectividades de este tipo suelen no contar con más miembros que los que caben en una sala, habiendo sido persuadidos de sentarse a escuchar a su único y auto–nombrado pastor. Aunque no podría decirse que esto es “la realidad dura” del protestantismo, sí es la tentación que permanentemente lo acosa.

A su vez, algunas tendencias de la Ortodoxia Oriental podrían llamarse sola traditione, “sólo la Tradición”. Si se toma la Tradición como un absoluto, la transmisión de la antigüedad adquiere pre- cedencia sobre toda otra consideración. En esta mentalidad, renacer significa regresar a épocas pasadas, no un regreso a Jesucristo en cuanto realidad presente, sino un volver a los íconos de Cristo heredados, a los textos heredados de Sus palabras, a las enseñanzas heredadas sobre Su naturaleza, y todo ello como realidades pretéritas. La Tradición tomada como un absoluto se convierte en un complacerse en las cosas tal como están, en una puesta en práctica más de un “eclesiasticado” que de un discipulado cristiano (el término “eclesiasticado” es usado por el investigador ortodoxo P. Alexander Schmemann) (3). Considerar como vivo y activo, por un momento, cualquiera de los tesoros heredados –las Escrituras, por ejemplo– sería despertar y reconocer otra fuente, además de la Tradición. Tomada como un absoluto, la Tradición se contradice a sí misma, y niega acceso a las mismas riquezas que proclama proporcionar.

Muchos cristianos Ortodoxos, por cierto, aunque en principio rechazan todo Magisterio universal vivo, regresan de hecho a las Escrituras y a los textos magisteriales, atentos a lo que Dios nos dice hoy (4). Es sólo en las peores tendencias dentro de la Ortodoxia que, según se puede ver, opera la mentalidad sola traditione. Tampoco aquí llamaríamos a esto “la realidad dura” de la práctica ortodoxa, pero sí la calificaríamos como la tentación que permanentemente la asedia: tiende a ser la posición “default” en la apologética y la polémica.

El tercer absolutismo, solo Magisterio, ha sido la extraña exclusividad del catolicismo romano; extraña porque es, de por sí, menos plausible que los otros dos absolutismos. Cuando se considera la autoridad del Magisterio como absoluta, se lo hace prevalecer no sólo sobre todas las Escrituras y sobre toda la Tradición, sino también por sobre todos los actos previos del Magisterio. Sólo pesa lo que el actual monarca papal dice. Quienes viven en el ámbito de esta mentalidad tienen que acatar las declaraciones papales del día rendidamente, pero tienen que ignorarlas también rendidamente si el siguiente papa dice algo diferente o nuevo. Cualquier otra actitud sería negar la autoridad absoluta del papa reinante. En consecuencia, desde este punto de vista el catolicismo no posee ningún contenido que sea definitivo (5).

Por cierto, tal como hemos visto en el caso de protestantes y de ortodoxos con su tentación acosadora, la mayoría de los católicos romanos que practican la fe no piensan, realmente, que el Magisterio tiene un poder absoluto sobre las Escrituras y la Tradición; pero hay grupos extremos en la Iglesia que sí lo piensan, como puede comprobarse si se revisa la apologética de los hiperpapistas. Esta, pues, es probablemente la tentación que asedia al catolicismo.

“la Cuerda de tres hilos no es fácil de romper” (Eclesiastés 4, 12)

Así como muchos protestantes rechazan en principio toda autoridad salvo la de las Escrituras, y como los cristianos ortodoxos rechazan en principio todo Magisterio universal viviente, los católicos, en principio, aceptan estos tres elementos de que hemos venido hablando. Aunque a veces pueda parecer poco claro cómo se puede reconciliar lo que proviene de fuentes diversas, mantener las tres fuentes unidas es la clave para adherir a una cualquiera de ellas.

¿Cómo es esto?

Sólo con la Tradición y el Magisterio podemos aceptar y recibir la totalidad de las Escrituras, en vez de vagar alejándonos de ellas y acercándonos a interpretaciones privadas e idiosincráticas de las mismas, que pueden incluso suprimir partes de las Escrituras que se estima erradas o superadas (de lo cual el marcionismo es un ejemplo extremo) (6). Sólo con las Escrituras y el Magisterio podemos aceptar y recibir toda la Tradición, en vez de andar vagando y cayendo en encarnaciones idiosincráticas y etno-nacionalistas de la Tradición (como lo hace la ortodoxia). Y finalmente, lo que es crucial, sólo con las Escrituras y la Tradición podemos aceptar y recibir todo lo que el Magisterio ha dicho, tanto ayer como hoy, en vez de someternos a un “Magisterio del momento” que depende de la personalidad y las preferencias del romano pontífice reinante. Cada uno de estos tres “pilares” forma parte integral de la naturaleza de los otros dos. Para emplear una metáfora diferente, digamos que estos tres elementos son como las tres partes de un cuerpo orgánico que necesita las tres para funcionar. Cuando uno o dos de los elementos es desgajado, lo que queda del cuerpo procura reemplazar lo que ha perdido. Las partes nuevas son enanas y de mal aspecto, pero sirven torpemente para sustituir lo que falta.

Por ejemplo, cuando los protestantes polemizan con alguien, hablan como si sólo las Escrituras fueran su guía; pero si se observa más de cerca cómo piensan, hablan y viven entre ellos, como animales sociales que son, resulta obvio que no miran sólo a las Escrituras sino también a las tradiciones de cualquiera sea el grupo o denominación a que pertenecen; y no es menos evidente que tienen algún tipo de autoridad que decide qué es y qué no es aceptable en esa colectividad (también los protestantes tienen sus jerarquías y sus excomuniones) (7).

Del mismo modo, cuando son los ortodoxos orientales quienes polemizan, hablan como si el consenso de los Padres reflejado en una inalterable Divina Liturgia determinara todo lo que creen y obran; pero si se observa cómo piensan, hablan y viven en sus colectividades, la realidad es mucho más complicada, e involucra ciertamente un juego recíproco de los tres elementos, aunque el elemento magisterial sufre de hipoplasia.

Así también, cuando polemizan los católicos con alguien, hablan como si el Magisterio fuera su única guía; pero si se analiza cómo piensan, hablan y viven entre ellos, se verá que se apoyan en las Escrituras y en la Tradición de tal forma que no consultan el Magisterio (o no necesitan hacerlo) y pueden, a veces, entrar en tensión con los niveles inferiores de éste (8).

Se puede ver en todo esto dos hechos importantes. Primero, las polémicas tienden a hacer que estos grupos caigan de un modo exagerado en la tentación que los acosa. Segundo, cada vez que alguno de los tres elementos es minusvalorado o negado, tarde o temprano surge, para reemplazarlo, algo que se le parece.

Lo importante aquí es que podemos darnos cuenta de que la “Magisteritis” es una enfermedad, porque el Magisterio recibe la materia sobre la cual habla, no la genera (y si la generara, ello sería señal de que es un pseudo-Magisterio). El Magisterio es una especie de corte de apelaciones que emite pronunciamientos, los cuales requieren que haya algo anterior sobre qué pronunciarse. Los católicos, después de todo, hablan sobre la fe recurriendo a lo que les ha sido transmitido por escrito u oralmente y empleando su poder de razonar, y el Magisterio interviene cuando es necesario corregir o aclarar algo. El Magisterio presupone que existe algo sobre lo cual pronunciarse (9).

El fideísmo disfrazado de tres formas

Cada uno de los tres extremos vistos resulta ser una forma de fideísmo.

El fideísta protestante cree algo “sólo porque la Palabra de Dios lo dice”, sin darse cuenta de que no podemos comprender esa Palabra sin la operación de nuestra razón, sin el testimonio de la Tradición, sin la guía del Espíritu Santo que obra en la jerarquía de la Iglesia.

El fideísta ortodoxo cree algo “porque siempre lo hemos dicho u obrado de este modo”, sin darse cuenta de que este juicio presupone una fuente anterior y más autorizada de lo que siempre ha de decirse o hacerse. Después de todo, existen cosas que se dijeron o fueron hechas por un tiempo, o en una cierta región, y que han dejado de decirse o hacerse o no fueron nunca dichas o hechas por todos; y existen creencias y prácticas que surgieron mucho después de la antigüedad.

El fideísta católico cree en algo “porque el Magisterio dice que hay que creerlo”, sin reconocer que el Magisterio es un servidor de algo que es anterior y más autorizado que él mismo, o sea, la Palabra de Dios escrita y no escrita y la totalidad de la tradición eclesiástica que sirve de mediación y de expresión a esta Palabra.

Todas las formas de fideísmo tienen una parte de verdad (por ello es que pueden ser atractivas), pero simultáneamente conducen a evidentes distorsiones y, en su forma extrema, a un constructo irracional y arbitrario que ha perdido todo apoyo fuera de su círculo.

Ahora bien, se podría objetar a esto que el movimiento tradicionalista dentro de la Iglesia católica es un grupo “sola traditione” porque (según dice esta objeción) niega al papa autoridad para hacer cosas que a los tradicionalistas no les agradan.

Pero existe un modo diferente y mejor de entender el origen de este adjetivo “tradicionalista”. Como sostienen muchos teólogos, el significado original de Tradición es la totalidad de lo que Dios nos ha transmitido en la revelación divina. La parte de ésta que se escribió se llama Escritura, y el resto se llama Tradición no escrita u oral. Dentro de este contenido que hemos heredado está el poder de interpretar la revelación, es decir, la autoridad docente de la Iglesia, el Magisterio. En otras palabras, las Escrituras y el Magisterio están pre-contenidos en la Tradición. Por tanto, el tradicionalista es aquél que pone énfasis en la inquebrantable unidad de los tres pilares en su fuente fundamental, y que rechaza, por consiguiente, toda exaltación hipertrófica de las Escrituras (como es la tentación de los protestantes), de la Tradición en un sentido reductivo (como es la tentación de los ortodoxos) o del Magisterio (como es la tentación de los católicos “conservadores” o “magisteriales”).

Por ejemplo, la absurda enseñanza del papa Francisco de que la pena de muerte es “per se contraria al Evangelio”, “inadmisible” e “inmoral”, y que “rebaja la dignidad humana”, choca contra el triple testimonio de las Escrituras, de la Tradición y del Magisterio, y no puede, por tanto, ser aceptada por un católico. Si un “desarrollo” como éste fuera posible, ninguna revisión de la enseñanza cató- lica sería imposible, porque cualquier cambio, en absoluto, podría justificarse por el mismo tipo de dialéctica evolucionista invocada en el caso del cambio sobre la pena de muerte (10).

En este sentido, pues, el católico tradicionalista de hoy es sencillamente un católico libre de la enfermedad mental de la “Magisteritis”, un católico que lucha –con su fe, con su vida, con su pensamiento– por mantener unidos los tres pilares de la Tradición original, es decir, la Tradición escrita, la Tradición no escrita, y el custodio de la Tradición.

  1. Lo dice Dei Verbum mismo en nº 10.
  2. Ver Boniface [Phillip Campbell], “The Last Gasp of Our Akhenaten,” Unam Sanctam Catholicam, noviembre 5, 2023.
  3. Ver John A. Jillions, “‘Thicket of Idols’: Alexander Schmemann’s Critique of Orthodoxy,” Wheel Journal online, www.wheeljournal.com/blog/2018/7/24/ john-jillions-alexander-schmemann.
  4. He oído decir que los teólogos Ortodoxos durante décadas han consultado silenciosamente los documentos vaticanos sobre bioética, reconociéndoles ser una guía autorizada, ya que no tienen nada que sea superior al buen trabajo realizado en esta área durante los reinados de Juan Pablo II y Benedicto XVI (no así en la época de Francisco, que se ha dedicado a desmantelar sistemáticamente el legado de sus predecesores).
  5. Para más reflexiones en esta línea, ver Eduardo Echeverría “Solum Magiste- rium?,” Crisis Magazine, septiembre 15, 2023; Eric Sammons, “The Hyperinfla- tion of the Papacy,” Crisis Magazine, noviembre 8, 2023.
  6. El papa Francisco adhiere a esta postura, ya que ha declarado “que los textos bíblicos (como Exodo 21, 20-21) (y) ciertas consideraciones del Nuevo Testamento que se refieren a las mujeres (1 Corintios 11, 3-10; 1 Timoteo 2, 11-14) y otros textos de las Escrituras y testimonios de la Tradición… no pueden ser mate- rialmente aplicados hoy día, “porque expresan “condicionamientos culturales” que no forman parte de la “perenne substancia” de la divina revelación” (“El papa Francisco responde a las dubia presentadas por cinco cardenales”, Vatican News, octubre 2, 2023).
  7. En realidad, la necesidad de una autoridad surge tan pronto como se consti- tuye una colectividad: así es la vida de los animales sociales, y tal es la voluntad de Dios. Ver León XIII, carta encíclica Diuturnum Illud, en A Reader in Catholic Social Teaching from Syllabus Errorum to Deus Caritas Est (Tacoma, WA: Cluny Media, 2017), 20–31.
  8. He oído a un católico hiperpapista decir que los católicos no debieran leer las Escrituras individualmente porque todo lo que necesitan saber se les enseña en los documentos oficiales de la Iglesia o en las lecturas de la Biblia en la liturgia, y que es peligroso -e incluso protestantizante- leer la Biblia a menos que el Magisterio haya explicado el significado de ciertos pasajes. El surgimiento de una postura como ésta, que tendría el efecto (por ejemplo) de suprimir toda la tradición de la lectio divina monástica, es síntoma de los problemas causados por lo que se ha denominado “el espíritu del Vaticano I” (ver capítulo 3).
  9. En este punto, ver Sammons, “Hyperinflation of the Papacy.”
  10. Ver “What Good is a Changing Catechism? Revisiting the Purpose and Limits of a Book,” en Kwasniewski, Hyperpapalism to Catholicism, 2:137–55; cf. Thomas Heinrich Stark, “German Idealism and Cardinal Kasper’s Theological Project,” Catholic World Report, junio 9, 2015. Se puede encontrar una comprobación del modo cómo piensan los progresistas en Michael Haynes, “Cardinal Schönborn cites death penalty revision when asked about changing Catechism on LGBT issues,” LifeSiteNews, octubre 23, 2023. Para un tratamiento detallado de la cues- tión de la pena de muerte, especialmente de sus implicancias en la recepción del Magisterio, ver Edward Feser, “Fastiggi on Capital Punishment and the Change to the Catechism,” en dos partes, agosto 26 y agosto 30, 2023, en https://edwar- dfeser.blogspot.com/.

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