El espíritu de la Cuaresma en los años de jubileo

La mayoría de las personas desconocen o han olvidado qué es la Cuaresma. Sin embargo, el Catecismo Mayor de San Pío X era muy claro. La definía con las siguientes palabras: «Es un tiempo de ayuno y penitencia instituido por la Iglesia por tradición apostólica».

Ahora bien, es frecuente que para los buenos católicos que no se olvidan de la Cuaresma ésta se reduzca a unas pocas prácticas ascéticas como ayuno, mortificaciones y limosnas, ciertamente loables y siempre recomendadas por la Iglesia, pero que no bastan para transmitirnos el espíritu cuaresmal, que ante todo consiste en alejarse lo más posible del pecado y abrazar con la mayor generosidad la voluntad de Dios.

En su mensaje para la Cuaresma de 2009, Benedicto XVI recordó que en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor manda al hombre que se abstenga de comer el fruto prohibido: «“De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn. 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El no debes comer es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermón sobre el ayuno, 31, 163, 98). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia» (mensaje del 11 de diciembre de 2008).

Más que en ninguna otra práctica, el espíritu de  se manifiesta en el esfuerzo por uniformarse con la voluntad divina en todo momento, hasta en los más dolorosos y humillantes de nuestra vida. El 26 de marzo de 1950, con ocasión de la Cuaresma del Gran Año Santo, Pío XII dirigió las siguientes palabras a los fieles: «¡Saber soportar la vida! Ésa es la primera penitencia de todo cristiano, la condición primordial y el primer medio de santificación, para alcanzar la santidad. Con la dócil resignación propia de quien cree en un Dios justo y bueno, y en Jesucristo, Maestro y guía de los corazones, abrazad valerosamente la frecuentemente penosa cruz de cada día. Llevándola con Jesús, el peso se vuelve leve».

El empeño en alinear nuestra voluntad con la de Dios debe ir por delante de toda práctica ascética. Por esa razón, «Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la Ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, explica el divino Maestro, consiste ante todo en cumplir la voluntad del Padre Celestial, que “ve en lo secreto, y te lo pagará” (Mt. 6,18). Jesús mismo predica con el ejemplo respondiendo a Satanás al término de sus cuarenta días de ayuno: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt.4,4). El verdadero ayuno –concluye Benedicto XVI–, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn. 4,34)».

Quien ama la voluntad del Padre detesta el pecado, que es la vulneración de la Ley divina. Así pues, en este tiempo cuaresmal, ¿cómo no vamos a hacer nuestras las palabras que dirigió Pío XII a sus fieles de todo el mundo en preparación para la Cuaresma de 1950?:

«Si os alcanza la vista y el espíritu, calculad, con la humildad de quien tal vez debe considerarse en parte responsable, el número, la gravedad y la frecuencia de los pecados del mundo. Obra propia del hombre, el pecado arruina la tierra y desfigura como mancha de suciedad la obra de Dios. Pensad en las innumerables culpas privadas y públicas, ocultas y patentes; en los pecados contra Dios y su Iglesia; contra uno mismo, en el alma y en el cuerpo; contra el prójimo, en concreto contras las criaturas más humildes e indefensas; y también en los pecados contra la familia y la sociedad humana. Algunos son tan inauditos y atroces que ha hecho falta inventar palabras para denominarlos. Pesad su gravedad: la de los cometidos por simple liviandad y la de los premeditados, los cometidos fríamente y a conciencia; los que arruinan una sola vida y los que se multiplican formando cadenas de iniquidad hasta convertirse en maldades seculares o delitos contra naciones enteras. Comparad a la luz penetrante de la fe ese inmenso cúmulo de ruindades y vilezas con la radiante santidad de Dios, con la nobleza del fin por el que fue creado el hombre, con los ideales cristianos por los que el Redentor padeció dolores y murió. Y luego decid si la justicia divina puede seguir tolerando semejante desfiguración de su imagen y sus designios, tanto abuso de sus dones, tanto desprecio de su voluntad y sobre todo, tanta mofa de la sangre inocente de su Hijo.

»Como Vicario de aquel Jesús que derramó hasta la última gota su Sangre para reconciliar a los hombres con el Padre Celestial, como cabeza visible de la Iglesia que es su Cuerpo Místico para la salvación y santificación de las almas, os exhortamos a sentimientos y obras de penitencia para que  vosotros y todos nuestros hijos repartidos a lo largo y ancho de mundo deis el primer paso hacia la efectiva rehabilitación moral de la humanidad. Con todo el ardor de nuestro corazón paterno, os imploramos que os arrepintáis sinceramente de las culpas pasadas, detestéis totalmente el pecado y hagáis firme propósito de enmienda. Os rogamos igualmente que obtengáis el perdón divino mediante el sacramento de la Confesión y el testamento de amor del Divino Redentor. Por último, os suplicamos que reduzcáis la deuda de las penas temporales contraídas por vuestras culpas con las multiformes obras de reparación: oraciones, limosnas, ayunos y mortificaciones, a los que el Año Santo os invita y os brinda buenas oportunidades de hacer.»

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Del mismo autor

De Mattei: Pablo IV y los herejes de su tiempo

El cónclave iniciado el 30 de noviembre de 1549 tras la...

Últimos Artículos

“Por nuestra causa”

I. El día que estamos celebrando recibe en el...

La Iglesia y su historia

Todo es historia. Esta aseveración es un acierto que...