Orar por los difuntos: La mayor obra de caridad

Enseña San Alfonso María de Ligorio que orar por los difuntos es la mayor obra de caridad. Cuando ayudamos al prójimo en lo material compartimos bienes efímeros, pero al orar por ellos lo hacemos con bienes eternos. Así lo entendió y vivió igualmente el Santo Cura de Ars, Patrono de los Sacerdotes de todo el mundo, al expresar a sus allegados que al irse a dormir estaba rezando por las almas del purgatorio hasta que el sueño le vencía. A esta reflexión, propia del mes de noviembre, hemos de añadir la exigencia apostólica que Dios nos pide a todos los cristianos por la salvación de las almas de los que caminamos por la vida terrena y, de forma especial, por aquellos que estén cerca de la muerte física. Es el mismo San Juan Crisóstomo quien nos apremia a todos, empezando por Obispos, Sacerdotes y personas Consagradas, al apostolado como miembros de un mismo Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. Meditemos sobre todo ello en este tiempo dedicado a los difuntos.

Los cristianos podemos afirmar, sin temor alguno a equivocaros, que al morir un ser querido le seguimos amando tras el fallecimiento ya que la vida no se acaba en este mundo. Y ¿como seguir amando al difunto? ¿Quizás solo por la tristeza viva y el recuerdo?; como cristianos que somos nuestra humanidad es sensible como fue, de forma perfecta, la de Nuestro Señor Jesucristo. Él lloró por la muerte de su amigo Lázaro y, con toda seguridad, lloraría en la muerte de sus seres queridos como San José (aunque la Escritura Sagrado no lo cite). Pero no SOLO por la tristeza y el recuerdo seguimos amando, sino fundamentalmente a través de la oración, pues ésta traspasa los límites del tiempo y espacio, y supera los efectos graduales de todo sentimiento humano por muy fuerte que sea. Orar por los difuntos es, por tanto, AMAR a los difuntos.

Siendo conscientes de la condición humana, pecadora desde el mal uso de la libertad, y evitando hacer juicios personales que solo a Dios corresponde, es muy clara la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la existencia del purgatorio (dogma de fe confirmado en Trento) y la imposibilidad de entrar al Cielo sin la absoluta purificación del alma. Y, de ahí, suponemos también con evidente certeza, que la inmensa mayoría de las almas que seas salvas en el juicio particular irán al purgatorio para terminar su camino purificador no completado en la tierra. Por tanto es deber moral, por amor fraterno y por amor de Dios, aliviar ese doloroso tránsito en el purgatorio de las almas que allí moran a través de nuestra actitud orante hacia ellas con particular incidencia en la aplicación de la Santa Misa y, si estando en Gracia de Dios se comulga, pidiendo a Nuestro Señor aplicar a ellas las indulgencias que podamos lucrar. Destacable debe ser la devoción a la Santísima Virgen María con el rezo del Santo Rosario, y también el ofrecimiento de aquellos sacrificios que más nos cuesten y que no han de ser necesariamente buscados en complejas penitencias sino los mismos que la vida cotidiana aporta, tales como soportar con paciencia los defectos del prójimo y/o aceptar molestias o dolores que nos vengan sin perjuicio de poner medios humanos para aliviarlos.

Por último hemos de detenernos en un aspecto esencial y que, a veces se descuida por exceso de “celo humano” que descarta sin querer el celo espiritual: la atención a los enfermos y/o ancianos que, objetivamente, estén cerca del fallecimiento. Sin duda alguna que todo el cariño familiar, amistoso, fraterno…..será poco para lo que merezca un ser querido antes de partir a la eternidad. Pero hay que atender de forma prioritaria al bien de esa alma que pronto va a comparecer ante Dios. Eso significa tomar conciencia de nuestra responsabilidad moral que podría concretarse en estos tres avisos concretos:

* Antes que de pierda la conciencia: que reciba los sacramentos. La confesión, necesaria para recibir la Eucaristía, y la Unción.

* Crear un ambiente de oración en su entorno, dentro de las posibilidades que juzga el sentido común, pero desterrando el “temor” de que la persona enferma se de cuenta de su estado. Ese temor, con sutil apariencia humanista, actúa como parapeto en el alma ante la esencial ayuda sobrenatural que necesita el alma en el tramo final de la vida terrena

* Unido a lo anterior que se note la presencia de la Santísima Virgen María a través de la oración compartida (sobre todo el Santo Rosario) y con ello se cree un ambiente donde la virtud de la esperanza invada los corazones de todos

Estamos en noviembre: mes dedicado sobre todo a los difuntos. Meditemos ante el Sagrario sobre nuestra disposición personal ante la muerte, recordando que tal como vivimos así probablemente moriremos. Que nuestra reflexión nos lleve a vivir siempre en Gracia de Dios y a unir la intención propia al deseo apostólico de la salvación de todas las almas.

Boletín de la diócesis de Oruro

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