Introducción
Durante varias semanas publicaremos una colección artículos en los que iremos analizando los diferentes apartados que hemos de tener en cuenta si deseamos realizar un progreso estable y continuo en la vida espiritual.
Hoy día, una de las cosas más difíciles de encontrar es un buen director espiritual. Aunque la verdad, este problema siempre ha existido. Recuerdo cuando la pobre Santa Teresa de Jesús tenía que hacer grandes esfuerzos para encontrarlo. Algunos tenían abundantes conocimientos teológicos pero estaban poco avezados en la vida espiritual; otros en cambio, aparentemente tenían más cualidades para dirigir, pero no tenían suficiente conocimiento teológico para poder encaminar a las almas. Lo que se pretende con estos escritos es ayudar a aquellas almas que deseen sinceramente progresar en la vida espiritual. En ningún momento se desea reemplazar al director espiritual.
Construyendo nuestro “edificio espiritual”
Santa Teresa empezó a hablarnos del progreso en la vida espiritual valiéndose de la imagen de un castillo interior donde hay muchas moradas. Conforme se va progresando espiritualmente, el alma va pasando de una morada a otra más profunda. Yo lo voy a enfocar más bien como un edificio que tenemos que construir.
Recuerdo que hace algunos años leí en una publicación de parroquia una historia sencilla que me llamó bastante la atención y que ahora os cuento.
Érase una vez una mujer, ya madura de edad, que acababa de morir. A lo largo de sus años de vida nunca había hecho nada realmente malo, pero tampoco se había preocupado de ser buena, hacer obras de caridad… Como había muerto sin pecado grave, pero con imperfecciones y pecados veniales, tuvo que pasar un tiempo que no podríamos precisar en el Purgatorio. Llegado el momento, Dios se la llevó al cielo. Una vez que hubo llegado, llamó a la puerta e instantes después salió San Pedro. San Pedro la hizo pasar. Cuando la mujer vio el cielo quedó maravillada.
San Pedro le dijo:
- Bien sígame que le llevaré a su morada.
De pronto, antes los ojos de la mujer se empezó a dibujar un palacio bellísimo.
La mujer pensó:
- “¡Qué chula va a ser mi casa!”
Pero cuál fue su sorpresa cuando San Pedro pasó de largo.
Entonces la mujer preguntó:
- ¿Por qué no me quedo en ese palacio tan bello?
Y San Pedro le dijo:
- “Ese palacio es para los apóstoles y los mártires. Ellos dieron la vida por Dios y ahora Dios les da lo mejor”.
La mujer se entristeció un poco pero siguió adelante. Ya se empezaba a ver una casa gigantesca, bellísima. No era el palacio que había visto antes, pero era maravillosa, por lo que pensó: “Bueno, tampoco está mal”.
Pero cuál fue su sorpresa cuando San Pedro pasó de largo.
Entonces la mujer preguntó:
- ¿Por qué no me quedo en esa mansión tan bella?
Y San Pedro le dijo:
- “Esa mansión es para los santos confesores y doctores de la Iglesia. Ellos entregaron su vida al servicio de Dios y ahora Dios les da lo mejor”.
San Pedro siguió caminando por el cielo. Nuevas casas, cada vez más pequeñas, se iban haciendo presentes delante de la mujer; pero ninguna de ellas era para ella. Al final, vio una choza hecha con cuatro tablas y sin puerta. En ese momento San Pedro se detuvo y le dijo a la mujer:
- Esta es tu casa.
Cuando la mujer vio la casa se puso a llorar. Entonces San Pedro le preguntó:
- Mujer, ¿por qué lloras? Esto es lo que pudimos construir con las cosas que nos mandaste desde la tierra cuando vivías. Nos enviaste tan poco que sólo pudimos hacer esta choza.
Y la mujer, lloró todavía más intensamente. En medio de sus lágrimas comenzó a pensar:
- Si hubiera hecho más cosas buenas en vida ahora estaría gozando de un palacio bellísimo, pero como hice pocas cosas ahora me toca estar en esta choza tan fea.
Tal era el llanto, que la mujer se despertó del sueño en el que estaba profundamente inmersa. Miró a su alrededor para asegurarse dónde estaba y entonces se puso a pensar… Ese podría ser mi futuro si no cambio ahora. Y desde ese momento la mujer se hizo el propósito de cambiar y de llegar a ser santa.
¡Cuántas veces nos conformamos con no ser malos! Creemos que eso será “suficiente” para llevarnos al cielo. Al cielo no van los que no son malos sino los que aman a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Dios. De hecho, Dante sitúa en el primer círculo del infierno a aquellos que no hicieron nada malo ni bueno en esta vida.
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A través de este escrito deseo ayudarles en esta empresa de la búsqueda de Dios y la santidad. Poco a poco iremos hablando de la gran mayoría de cosas que le hacen falta a un cristiano para ser feliz aquí en la tierra y luego tener “una buena casa” en el cielo.
Empezando la construcción
Para hacer una buena edificación lo primero que tenemos que hacer es saber qué es lo que queremos construir; es decir tener unos buenos planos. El segundo paso será limpiar el solar quitando todo lo que estorbe. En una tercera etapa prepararemos el terreno para comenzar a hacer los cimientos. Acto seguido haremos los pilares maestros, para después levantar las paredes, tabicar… Llegará un momento en el que la construcción como tal esté hecha. Ahora tocará poner los baños, la cocina, los muebles…, y por último la decoración.
En la vida espiritual no es diferente.
Primero necesitamos tener unos buenos planos; es decir: ¿cuál es mi ideal? ¿A qué santo deseo parecerme? ¿Qué quiero hacer con mi vida? O mejor ¿Qué espera Dios que yo haga con la vida que me ha dado?
Acto seguido tendremos que empezar a preparar el solar limpiándolo de todo pecado grave. Es imposible pretender comenzar una vida espiritual seria si no tenemos la gracia de Dios. Tened en cuenta que en este trabajo nunca estaremos solos, Dios y su fuerza serán nuestra primera ayuda. Es por ello que tener su gracia es esencial. Sin la gracia santificante lo único que construiremos será un castillo de naipes.
Si ya estamos en gracia entonces tendremos que empezar a aplanar el solar. Es decir, con la ayuda de un director espiritual tendremos que ver cuáles son nuestros defectos predominantes, qué áreas hay en la vida que nos separan de Dios.
Llega ahora el momento de preparar el hueco para hacer los cimientos. Hacer unos buenos cimientos es imprescindible si deseamos construir un edificio alto y resistente. Esta parte suele ser costosa pues tendremos que meter las máquinas para hacer agujeros en nuestro corazón, en nuestra mente… y eso duele. Hay muchas personas que no hacen buenos cimientos porque eso les supone mucho esfuerzo; y ya sabemos cuál será el resultado final, el edificio se caerá con el más pequeño terremoto. ¡Cuántas personas empiezan con muy buenos deseos! Pero ¡qué pocos perseveran!
Y así poco a poco iremos construyendo nuestro “edificio espiritual”.
Así pues, después de esta breve introducción, la semana que viene comenzaremos preparando los planos, alisando el solar, eliminando basura… y así seguiremos construyendo semana a semana nuestro “edificio espiritual”. Sí es verdad que los planos, como hacen los arquitectos de verdad, los iremos modificando según vayamos construyendo, adecuándolos a las necesidades y gustos personales. El solar, una vez limpio y aplanado, tendremos que seguir limpiándolo toda la vida, pues siempre salen hierbas que afean… Es decir, la labor de construcción nos llevará toda la vida. Sólo al final, cuando Dios nos llame, es cuando el tiempo de edificar habrá concluido.
Padre Lucas Prados