Continuación del artículo «Reunificación o sumisión» de Arthur Featherstone Marshall, en The American Catholic Quarterly Review , 1893.
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¿Posee la Iglesia Católica una autoridad conferida por Dios?
Si los que no son católicos han aceptado la apreciación que acabamos de aventurar de que afirmar que se posee una autoridad conferida por Dios para enseñar la verdad es en sí motivo convincente de que la posee, llegará fácilmente al corolario de si se afirma que Dios no ha dado autoridad es en sí clara señal de que no se tiene esa autoridad; y por consiguiente se volverán a la autoridad que afirma: «Puedo enseñar”, y dirán: “Demuéstrame que tiene un origen divino y le obedeceré». La Iglesia Católica podría muy bien responder con su divino Maestro: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me habéis conocido?» Pero lo cierto es que todos los que no son católicos reconocen la perogrullada de que sólo la Iglesia Católica tiene autoridad. Precisamente porque tiene autoridad disputan con ella alegando que prefieren su interpretación particular. Para cualquier protestante, la cuestión no es: «¿Tiene autoridad la Iglesia Católica?”, sino: «¿Tiene la Iglesia Católica autoridad conferida por Dios? Vamos a tratar de responder a esta pregunta.
Si la Iglesia Católica no tuviera una autoridad conferida por Dios, ¿en qué sentido se podría decir que tiene autoridad? No olvidemos lo que ha hecho: a lo largo de diecinueve siglos ha definido los dogmas cristianos y anatematizado a todos los desobedientes. ¿Quién condenó el arrianismo, quién decretó que la Santísima Virgen era Madre de Dios? ¿Quién, detectando instintivamente las sutiles herejías de hombres como Nestorio o Eutiques, defendió la verdadera doctrina de la Encarnación y anatematizó a todo el que la atacara? ¿Quién replicó las disparatadas herejías de Lutero afirmando el dogma de la transubstanciación? ¿Y quién, en este siglo, ha refutado al protestantismo proclamando la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios y refutado a los que se burlaban de la autoridad suprema, con la promulgación del dogma de la infalibilidad? Desde el primer Concilio de Jerusalén hasta el último celebrado en el Vaticano, sólo la Iglesia Católica romana ha afirmado su autoridad divina y ejercido los derechos que dicha autoridad le confiere. Entonces, si esa autoridad no proviene de Dios, ¿de dónde viene? Es innegable que no puede ser humana. Ningún cristiano creería que una autoridad meramente humana hubiera enseñado durante diecinueve siglos a adorar la Presencia Real del Santísimo Sacramento, a someterse a la humillación de confesar los pecados antes de que se le permita comulgar, o a aceptar un proclamación dogmática de fe, de principio a fin, bajo pena de excomunión.
Si todo ese ejercicio de la autoridad divina fuera puramente humano (por emplear una paradoja inventada por el protestantismo), lo divino y humano serían una misma cosa, ya que se seguiría que el Hijo de Dios habría otorgado a una institución humana el poder divino de penetrar los misterios de Dios, de enseñar a toda la Iglesia la verdad exacta referente a toda doctrina; y de exigir obediencia, bajo pena de excomunión a toda la disciplina relacionada con la vida católica. Sólo hay una manera de escapar de un dilema evidentemente tan absurdo, y escapar es más desastroso todavía que el dilema; que el Hijo de Dios ha permitido que a todos los cristianos se les enseñen mentiras (y nada menos que durante casi diecinueve siglos) a través de la misma autoridad a la que ordenó enseñarles esas verdades. En este caso, las promesas del Hijo de Dios en el sentido de que estaría con su Iglesia docente hasta el fin de los tiempos a fin de guiarla a toda la verdad para que las puertas del infierno no pudieran dominarla, quedó incumplida desde el mismo comienzo hasta la actualidad, y por lo visto siempre quedarán sin cumplir hasta el Día del Juicio. Preferimos dejar esa huida del dilema a quienes posean tan poca inteligencia como para tener tan bajo concepto del Hijo de Dios y de su Iglesia. Difícilmente se podría afirmar si un dilema y su evitación tan blasfemos y absurdos son más escandalosos o repulsivos para una mentalidad cristiana. Si aceptamos como divina la autoridad de la Iglesia Docente, toda su historia y la formulación de sus dogmas ha sido coherente; mientras que si negáramos el carácter divino de su autoridad para enseñar tendríamos que reconocer que una institución humana ha usurpado las atribuciones que correspondían al Espíritu Santo. Que ha enseñado con una precisión inigualable los misterios de la mente de Dios. Que ha exigido a todos los hombres que obedezcan si no quieren perder su alma. Pero, ¿es concebible siquiera semejante hipótesis. No hay que preguntar si es razonable o es cristiana. ¡¿Cómo?! ¡¿La única Iglesia docente que ha existido jamás supone al mismo tiempo la mayor de las impiedades y blasfemias?! ¡La única Iglesia que durante diecinueve siglos ha exigido obediencia –y ha sido obedecida por la mayoría de los cristianos– es un fraude de proporciones gigantescas para la perdición de los hombres! La única Iglesia de la que todos los cismáticos y herejes han aprendido todo lo que sabían de la Verdad cristiana es también la única Iglesia que ha encarnado hasta tal punto la apostasía como para enseñar mentiras desde el año 1 hasta 1893! En ese caso, eliminemos el cristianismo de sobre la faz de la Tierra. Un error tan garrafal, una fracaso tan inconcebible como el ideal protestante de la Iglesia Católica no se ha dado jamás en la historia.
Pero volvamos al sentido común, y a hablar como seres racionales que creen en Dios y en la divinidad de Jesucristo. Todos sabemos que la Iglesia Católica tiene autoridad, y que dicha autoridad debe proceder necesariamente de Dios. Sabiendo esto, sabemos también que la Iglesia debe ser infalible. Es decir, que el Espíritu Santo no la puede engañar. La infalibilidad (sólo en cuestiones de fe y moral) se sigue forzosamente del mandato divino de enseñar. Porque, si Dios manda enseñar y hace de la obediencia un deber cristiano, y luego no la asiste para que se enseñe rectamente, es un absurdo monstruoso en el orden racional y algo inconcebible en el sobrenatural. Una autoridad divina debe enseñar con autoridad divina, porque no son los hombres quienes definen la verdad, sino el Espíritu Santo, que no puede engañar ni engañarse.
(continuará)
Chris Jackson
[Traducido por J.E.F]